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  • Perdió a su padre y a su esposo con cuatro meses de diferencia: el regalo que le hizo su marido tres días antes de morir

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 27/01/2025 03:01

    Fines de 2022. Cecilia junto a su padre y su marido en el último viaje que hicieron juntos “La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”, escribió la reconocida escritora y periodista estadounidense, Joan Didion, tras la muerte repentina de su marido en diciembre de 2003. Un año y diez meses después, en octubre de 2005, publicó El año del pensamiento mágico, la crónica del duelo que la hizo mundialmente famosa. Meses antes de que el libro saliera a la venta, falleció su única hija, Quintana, de 39 años. Cecilia Katz sabe exactamente qué significan esas palabras de Didion. En 2023, la vida que conocía se desmoronó en cuatro meses: en abril perdió a su padre por infarto y, en agosto, un cáncer de páncreas se llevó a su esposo. Chris y Ceci estaban juntos desde hacía más de 20 años Un noviazgo corto y un reencuentro Cecilia Katz (49) y Christian Kurt Mutscheller (52) se conocieron en 1995 cuando coincidieron en la pista de un boliche llamado Bonita. Él la sacó a bailar, ella le dijo que no, él insistió y, unas horas más tarde, sellaron la noche con un beso. Aquel encuentro fue el inicio de un noviazgo intenso, pero que solo duró seis meses. Sin embargo, cinco años después, el destino los reunió nuevamente. “Yo había estado en Canadá, a punto de casarme. Por suerte no pasó y volví. Al tiempito me llegó un mail larguísimo de Chris en el que me decía que nunca había podido sacarme de su cabeza. Arrancamos a salir de nuevo y, en 2001, nos fuimos a vivir juntos”, cuenta Cecilia. Por entonces, Chris trabajaba en un cibercafé y ella lo ayudaba. Todo fluía hasta que, un día, les desvalijaron el local. “Nos quedamos sin nada”, recuerda Cecilia. Reconstruirse desde cero les llevó años. En el medio fundaron CKM Group, que comenzó como una empresa de organización de eventos y arreglos florales, pero más tarde evolucionó en una marca de maquillaje vegana y cruelty free. “Yo era la cara visible y él se ocupaba del detrás de escena. Funcionábamos como un equipo”, dice ella. En 2011, después de una década de convivencia, Cecilia y Chris se casaron. Los anillos llevaban una inscripción simbólica: “2/7/2011+10”, en honor a los años compartidos antes de su boda. A partir de ese momento, cuenta ahora ella, rompieron la “mala racha” económica y empezaron a viajar. “Fuimos desde Vancouver hasta Perú, pasando por Hawái, Miami y Orlando. Muchos lugares de Estados Unidos, porque teníamos amigos allá”, dice. En uno de esos viajes, a fines de 2022, Chris sufrió un episodio de malestar grave mientras estaban en un crucero y terminó encerrado en el camarote a causa de vómitos incesantes. Cecilia y Chris se casaron después de diez años de novios. Los anillos llevaban una inscripción simbólica: “2/7/2011+10”, en honor a la década compartida antes de su boda Un diagnóstico impensado Cecilia cuenta que, desde hacía un par de años, su marido había comenzado a experimentar dolor estomacal y fuertes migrañas que lo obligaban a permanecer en una habitación oscura y en silencio. “Al principio eran esporádicos, pero con el tiempo se volvieron cada vez más frecuentes. Cuando volvimos de ese viaje visitó neurólogos y gastroenterólogos, pero ninguno le dio una solución. Por otro lado, le hicieron ecografías de páncreas e hígado que arrojaron resultados normales”, explica ella. A mediados de febrero de 2023 las alarmas volvieron a encenderse: a Chris “se le hinchó una pierna”. En la guardia médica le diagnosticaron un desgarro. Dos semanas después, el 2 de marzo, la otra pierna también se hinchó. Al final un ecodoppler reveló que tenía una trombosis bilateral, algo poco usual para una persona de 51 años. “Ahí lo internaron y le hicieron una tomografía con contraste que confirmó tromboembolismo pulmonar”, cuenta Cecilia. Pero eso no fue todo: lo estudios también detectatron “nódulos malignos en el páncreas y en el hígado”. “Aunque los médicos evitaron usar la palabra, era cáncer de páncreas en estadio cuatro con metástasis en el hígado”, dice ella. “Escuchar ese diagnóstico fue como recibir una sentencia”, recuerda Cecilia. “Salí llorando de la habitación y fui a gritar afuera. No podía entender lo que estaba pasando. Lamento haberlo dejado solo a Chris, pero no quería llorar frente a él. En ese momento, creía que la muerte era game over, que la vida se terminaba y no había nada más. Me hice millones de preguntas: ‘¿Por qué a él?’; ‘¿Por qué a mí?’. No podía entenderlo”. Chris quedó internado hasta el 4 de abril. Durante ese mes, Cecilia no se movió de su lado. “Él no quería que nadie lo viera en ese estado: estaba con una sonda gastrointestinal, no podía comer ni tampoco hablar. En esos días le enseñé a jugar al truco… En el fondo sabíamos lo qué iba a pasar, pero no queríamos creerlo. Buscábamos un milagro. ‘No me quiero morir’, me decía. Lloramos como nunca”. En uno de sus viajes a Disney Un revés repentino El 10 de abril de 2023, mientras llevaba a su marido al oncólogo para evaluar si podía iniciar una quimioterapia paliativa, Cecilia recibió una llamada. “Ce, papá murió”, le dijo su hermano sin anestesia. Del otro lado del teléfono Cecilia quedó en estado de shock. “No me preguntes cómo, pero seguí manejando. Llegamos al hospital y me agarró una crisis de llanto. No podía parar”, recuerda. A pesar de que estaba inmunodeprimido y en silla de ruedas, Chris insistió en ir al velorio de su suegro. Al regresar, en una reunión más íntima con Cecilia y su familia, ocurrió algo inesperado: “Mi papá siempre decía: ‘El día que me muera quiero que bailen y canten’. Chris, que apenas podía mantenerse en pie, se sentó en el sillón. De repente, empezó a sonar en la radio una canción que le encantaba. Se levantó, me agarró las manos y nos pusimos a bailar, haciéndole honor a mi viejo”. Ese gesto de su marido todavía la emociona a Cecilia. “Fue su forma de sacarme una sonrisa en medio de tanta tristeza. Él tenía la necesidad de hacer feliz a la gente, era su forma de ser. Siempre pensaba más en los demás que en él”. El papá de Cecilia falleció de un infarto en abril de 2023 “Hay cosas peores” Después de la partida repentina de su papá, la idea de que pronto iba a tener que despedir a su marido la atormentaba. “Yo estaba en modo locomotora. Necesitaba que Chris viviera. En mayo, luego de su primera quimio, hice que empezara tratamientos alternativos. Todo era: ‘Vamos para adelante’”, cuenta Cecilia. A fines de julio, el panorama volvió a empeorar. Cecilia recibió por mail los resultados de una tomografía que le habían hecho a su marido: tenía metástasis en los huesos. “Me dio otra crisis. No sabía qué hacer”, dice. “Todos me decían: ‘Vos no podés decírselo’. Lo peor es que Chris estaba esperanzado: ‘La quimio que viene, vas a ver, vamos a salir adelante’, me decía”. Finalmente, el oncólogo le dio la triste noticia: “‘Bueno, Chris, no hay nada que hacer. Se esparció a los huesos’, le explicó. Otra vez me fui a llorar afuera y él se quedó con mi mamá. Después ella me contó que, en ese momento, él le dijo que sintió alivio. ‘Ahora Ceci no se va a tener que preocupar más’, le dijo. Él solo pensaba en mí”, cuenta. Ese mismo día, cuando volvieron a su casa, Chris llamó a su esposa, y le dijo: “Tenemos que hablar”. En esa conversación, le explicó todo lo que ella necesitaba saber: desde cómo abrir las llaves de paso o qué hacer si saltaba la térmica, hasta cuestiones vinculadas al emprendimiento que compartían de las que solo él se ocupaba. “Por dentro yo tenía un dolor inimaginable porque él estaba hablando del día de su partida, pero entendí que eso le daba paz y lo escuché”, dice. Según Cecilia, Chris organizó todo lo que pudo antes de irse. Incluso resolvieron juntos cuestiones legales, como la sucesión de su auto, y dónde enterrar sus cenizas. Cuando terminaron, ella notó su tranquilidad: “Me miró y me dijo: ‘Qué orgulloso estoy de nosotros, qué orgulloso estoy de haber podido hablar esto sin que me digas: ‘No te vas a morir’”. Cuando supo que iba a morir, Chris resolvió junto a Cecilia cuestiones legales, como la sucesión de su auto, y dónde enterrar sus cenizas El día del cumpleaños de Chris, mientras esperaban que amigos y familiares llegaran a despedirse, le propuso tener una segunda charla que transformó su manera de entender la vida. “Estábamos sentados en la cama y me miró, con esa sonrisa que iluminaba todo, y me dijo: ‘¿Sabés qué? Hay cosas peores’”. Al principio, Cecilia pensó que su marido estaba alucinando por la cantidad de morfina que tomaba para calmar los dolores. “¿De qué me estás hablando? ¿Cómo podés decir que hay cosas peores cuando te estás muriendo?”, le respondió. Con calma, Chris le explicó: “Imaginate que estuviera cuadripléjico y tuviera que pasar 25 o 30 años sin poder siquiera ir al baño solo. Acá, en dos o tres días, se me apaga la computadora y ya está”. Christian, que había perdido a sus padres cuando era muy joven, sabía a lo que se iba a enfrentar ella. Cecilia, en cambio, no podía comprenderlo. A penas estaba asimilando la muerte de su papá. “Lo único que pensaba era: ‘El amor de mi vida se está yendo, ¿cómo puede estar diciéndome esto?’. Pero después lo entendí. Chris me enseñó que siempre hay algo bueno dentro de lo malo. Que la vida no se trata de ser felices todo el tiempo, sino de encontrar esos momentos de alegría que le dan sentido a todo. Ese fue el mejor regalo que me dejó”, dice. Cecilia y Chris fundaron una marca de maquillaje. “Yo era la cara visible y él se ocupaba del detrás de escena. Funcionábamos como un equipo”, dice ella Un adiós lleno de amor y después transformador El 9 de agosto, Chris celebró su último cumpleaños rodeado de quienes más lo querían. A pesar de estar muy débil y casi sin fuerzas, recibió a sus íntimos para despedirse. Llamó uno por uno a su habitación y se aseguró de transmitir un mensaje claro: “No la dejen sola a Ceci”. Tres días después, el 12, falleció en su cama, con su mujer a su lado. Para Cecilia, los primeros días posteriores fueron devastadores. Su madre, que además es terapeuta, se quedó para contenerla y brindarle apoyo. Pero pronto, ella sintió la necesidad de estar sola. “Le dije: ‘Mamá, necesito que te vayas. Necesito poder llorar’. Estaba destruida. Me ponía a escuchar audios de Chris y me quería morir. No podía entender cómo mi marido se había muerto”. Semanas después, algo extraño ocurrió su casa. “Tenía un cuadro con una foto de Chris y dos velas. Siempre las encendía, pero ese día no lo hice porque tenía que salir a hacer unos trámites. Cuando volví, el cuadro estaba dado vuelta. Ahí me acordé de lo que Chris me había prometido: que si había una forma de contactarme, lo haría. Y supe que era él”, cuenta y se emociona. “Yo era la primera en decir que, si él se moría, yo me moría atrás de él. Y eso no pasó. Tengo mis recaídas y mis crisis, pero hoy por hoy, sé que no hay nada que no pueda hacer”, dice Cecilia Desde entonces, Cecilia siente que la muerte no es el final, como creyó siempre. Su nueva de entender la vida, marcada por la pérdida de su padre y su marido, la transformó profundamente. Cuando sintió que estaba preparada, decidió contarlo en distintos videos en su cuenta de Instagram (@ceiliakatz), donde tiene más de 54 mil seguidores. La recepción fue absoluta. “No sabés la cantidad de personas que me escriben empatizando con mi historia y diciéndome ‘Gracias’”, dice. En homenaje a su esposo, cuenta, lanzó productos de maquillaje con su nombre e, incluso, comenzó a dar charlas sobre cómo enfrentar el duelo. “Chris me enseñó que no somos víctimas de lo que nos pasa y que todo deja una enseñanza que hay que esforzarse por aprender. Yo era la primera en decir que, si él se moría, yo me moría atrás de él. Y eso no pasó. Le pongo garra todas las mañanas. Tengo mis recaídas y mis crisis, pero hoy por hoy, sé que no hay nada que no pueda hacer”, se despide. La conclusión de la psicóloga Valeria Schwalb Atravesar experiencias dolorosas invita a algunas personas a explorarse a sí mismas y a la vida en toda su complejidad, superando incluso los límites que alguna vez consideraron posibles. Aceptar que estamos aprendiendo ahí mismo en el momento en el que sentimos que se nos rompe el corazón puede parecer cruel y generarnos desconcierto. Pero aprendemos a cada paso de nuestra existencia, cada paso en nuestra existencia es una lección. Aun cuando nos rebelamos frente a esto, considerándola injusta, inapropiada y fuera de lugar. Nunca nos calza bien el momento de una desgracia. Nunca estaremos de acuerdo ni nos parecerá buena opción. Nunca es un buen momento para enfrentar la adversidad. A los seres humanos nos queda la libertad de poder elegir cómo posicionarnos frente a lo que no podemos modificar. Tenemos la libertad de elegir cómo reaccionar ante lo que no podemos cambiar. Nos está dada la posibilidad de escoger cómo lo iremos a vivir, qué haremos con ello, entendiendo aún en medio del caos que tenemos ahí mismo una oportunidad, esperamos que única, para conocernos como jamás lo hubiéramos logrado de otro modo. Seguramente encontraremos nuevos aspectos de nuestra personalidad antes desconocidos, nuevas emociones, nuevos interrogantes y muchas nuevas preguntas. Algunas quedarán sin respuesta y despertarán en nosotros la humildad necesaria para aceptar lo que no podemos modificar. La resiliencia es la capacidad potencial que se despliega frente a las adversidades. Cuando sentimos que nos estamos desmoronando por dentro, es este recurso el que nos permite reconstruirnos y encontrar nuevas perspectivas sobre lo que siempre hemos visto, pero sin poder otorgarle este nuevo significado. La espiritualidad, el amor en su máxima expresión. Un golpe al narcisismo que nos vuelve más humanos, más empáticos, y mucho más simples. Todo siempre puede ser mejor, pero todo siempre puede ser peor. La suerte que esperamos no tiene que ver con que las cosas resulten como deseamos, sino con que podamos ver luz aún en medio de la oscuridad. El ser humano no es capaz de controlar lo que va a suceder y, comprender esto, trae mucha paz. Detiene la pelea feroz entre lo que quisiéramos y lo que es posible. Comprender que muchas decisiones del destino son incomprensibles cambia nuestra perspectiva hacia un nuevo camino. Aceptar sin resentimiento. Rendirnos ante lo inevitable. Valorar los pequeños y enormes momentos. Agradecer lo que sí tenemos y podemos. Fortalecernos e ir mejorando nuestra versión modificada por aquello que habiendo podido destruirnos; sin embargo, se convierte en un maestro que abre nuestra conciencia a la realidad de la vida y la muerte. Acompañar a morir a alguien que amamos con el alma es una experiencia muy dolorosa y desgarradora, mucho más cuando nos toca verlos sufrir. En esos instantes, la paz es fundamental, tanto para quien se encuentra en el ocaso de su vida como para quienes lo rodean. Después de vivir algo así, no seremos los mismos, porque seguramente habremos aprendido, aunque no lo deseemos, que la vida es un instante y que depende de nosotros la manera en que decidamos vivirla. *La licenciada Valeria Schwalb es psicóloga especialista en duelo y resiliencia. MN 358 67 @resilienciaenred

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