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» El litoral Corrientes
Fecha: 26/01/2025 00:09
La imperfección es una característica de la especie. También lo es registrar los yerros, asumirlos y utilizar ese proceso para corregir lo que permita luego lograr una mejor versión. Es un ciclo que describe en buena medida la evolución del mundo, más aún si se tiene en cuenta de donde se arrancó y como se vive ahora. A pesar de esa evidencia indiscutible, certificada por un elocuente progreso, el largo camino recorrido está repleto de tropiezos y aberraciones. No se ha tratado en muchos casos de meros desaciertos sino de deliberadas canalladas implementadas con total intencionalidad. Más allá de este fenómeno bien vale recordar que muchos esperan que los demás no cometan una sola equivocación, pero cuando se refiere a ellos mismos se vuelven repentinamente piadosos y permisivos sin que se les mueva un músculo. Ese doble estándar es realmente cuestionable. Tener una vara laxa para uno mismo y una demoledoramente inflexible para los otros muestra un sesgo preocupante y un rasgo de personalidad que alarma. Allí no emerge la razonabilidad sino un propósito previo de que algo encastre o definitivamente no sea compatible. Allí no hay una búsqueda de la verdad, sino que se ha seleccionado el criterio con anterioridad y a partir de ahí se construyen las premisas de ese silogismo para que la conclusión empate con el prejuicio. Esto también es natural y no sería un problema si fuera asumido con suficiente honestidad intelectual. Algo, lo que sea, puede resultar más o menos simpático y eso no es una tragedia. Todos tienen derecho a sentirse más cómodos con una idea, una gestión, una marca o una persona inclusive. También es válido que un individuo, gobierno, empresa o concepto sea rechazado de plano por una cuestión de piel, a veces inexplicable desde la racionalidad. Lo que parece demasiado retorcido es construir una catarata de justificaciones para edificar un esquema argumental que culmine concluyendo que algo es nefasto. Quizás sería más irreprochable decir que algo resulta infame por lo que fuere en vez de estar haciendo innumerables esfuerzos para fabricar castillos de naipes disfrazados de elaboración filosófica. Nadie está obligado a valorar lo que no desea, ni tampoco a rechazar lo que le agrada. Pararse en el lugar de juez de las decisiones ajenas es una postura totalmente soberbia que se asemeja mucho a lo que se suele criticar del lado de enfrente. Dicho de otra manera, lo que molesta es el tono autoritario de los otros, pero no el propio, con lo cual no hay allí algo intrínseco opuesto a lo despótico, sino contra ese comportamiento de un tercero, pero sin admitir las enormes semejanzas con los planteos que emanan de uno mismo. De nuevo, hay que mirarse un poco más en el espejo. Tal vez sería mejor ser menos hipócrita y decir que fulano me cae pésimo, tal compañía me parece detestable o que una visión ideológica me genera rechazo visceral. Andar hilvanando deducciones como eruditos para ocultar la base instintiva de una posición no es muy decoroso y habla bastante mal de esos interlocutores. Claro que adoptar la tesitura adecuada requiere de una enorme grandeza, poco habitual en personajes con escasa autocrítica. Esta categoría social suele ser absoluta, explicita todo en forma binaria y aplica la misma metodología que usualmente cuestiona a sus adversarios. Los recursos suelen ser idénticos, simplificación exacerbada, manipulación del relato y sobre todo ensañamiento con el enemigo elegido. No hay allí una pretensión de debatir para ayudar a prosperar sino más bien una configuración eminentemente destructiva. Una cita atribuida al Rey Salomón reza “donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay humildad, habrá sabiduría”. Claro que los altaneros, esos que creen saberlo todo, que se paran en el atril para darle cátedra a los mortales más profanos jamás comprenderán esta lógica. Solo pueden ver los defectos de terceros y eso habla a las claras del cuadro de situación explicando en buena medida su indisimulable animosidad. Al final del día, es un problema de expectativas. Creer en la existencia de los “perfectos” es una demostración contundente de la incapacidad para entender cómo funciona el planeta. Sería muy bueno recalcular ese prisma con el que se analiza reiterativamente la realidad. Asumiendo la imperfección como parte de lo cotidiano es mucho más fácil interpretar lo que ocurre y también posibilita poner las energías en el lugar correcto, para optimizar lo posible sin caer en la trampa de la diatriba estéril e inconducente. Todos los individuos, en cualquier plano de la vida en sociedad, en lo personal o familiar, en lo profesional o empresarial, en la gestión pública o privada, cometen errores, a veces voluntariamente y en otras ocasiones sin siquiera darse cuenta. Tal vez la cita que recuerda que “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” ayude a reflexionar sobre las actitudes diarias en las que se incurre, probablemente sin maldad alguna, pero con una alta dosis de imprudencia y altivez.
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