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  • En defensa de la apertura importadora

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 24/01/2025 12:48

    Evito nombrar al protagonista en cuestión porque no es pretensión de este texto discutir sobre una persona, sino sobre ideas. Por demás, tampoco tengo elementos para creer que existe en tal ex funcionario mala intención, solo una mirada que considero incorrecta ante su, quizá, genuina preocupación por la economía entrerriana. Decía entonces: en un programa de televisión, muy crítico de la actual gestión y nostálgico del intervencionismo estatal kirchnerista, el entrerriano comentó el caso de 3 bienes producidos en la provincia que, según él, corren peligro de desaparición ante la apertura importadora. Uno de esos 3 bienes, se trata de un alfajor producido en Gualeguaychú, me enfocaré en este bien, dado que el análisis es extensible a los otros 2. Comentaba el coprovinciano que, el alfajor de la mencionada ciudad, había sido galardonado como “el mejor del mundo”, y se lamentaba ante la posibilidad que la apertura comercial afecte su supervivencia. Surge una primera pregunta: si se trata del “mejor alfajor del mundo” ¿por qué debería perecer ante una competencia externa de menor calidad? La fatal arrogancia reguladora considera que los consumidores somos demasiado tontos como para no notar la superioridad de la golosina gualeguaychuense y que papá Estado, debe imponer aranceles a la competencia, para que aprendamos a elegir alfajores. Pero incluso, la pretendida defensa al productor del dulce galardonado, puede derivar en contraproducente. Analicemos sintéticamente la cuestión con un ejemplo: Supongamos que una persona, gustosa de los alfajores premiados, se proponga comprar alrededor de 30 unidades por mes; dado que no se vive solo de dulzura, esta persona necesita adquirir, entre otros bienes, vestimenta. La cual le resulta encarecida a raíz de aranceles que pretenden proteger a la industria textil de la competencia extranjera más barata. El sobre costo abonado por la vestimenta, es decir, el encarecimiento artificial motivado por los aranceles, impide que la persona pueda disfrutar de mayor disponibilidad adquisitiva para comprar, por ejemplo, más alfajores. Así, en lugar de comprar 30 al mes, podría reducir a 15 las unidades a disfrutar. Si este ejemplo individual lo llevamos a un nivel agregado, considerando la gran cantidad de personas que gustan del alfajor, el productor de la golosina se está perdiendo de vender miles de unidades adicionales por culpa de los aranceles a la vestimenta que quitan poder adquisitivo a sus clientes, actuales o potenciales. Por otra parte, si el alfajor es tan bueno, como comprobó el jurado que lo premió, ¿no sería una genial idea que llegue a las góndolas de la mayor cantidad posible de países? Un orgullo entrerriano en los supermercados del mundo. El problema es que los países no suelen abrir fronteras unilateralmente. Aquel que esté dispuesto a liberar completamente la entrada a las deliciosas golosinas argentinas exigirá poder colocar algunos de sus productos sin trabas en nuestro país. Pues, para poder exportar más, se requiere importar más, así funciona. La apertura importadora entonces, tiene como contracara, la apertura exportadora. Y al poder llegar a mercados más amplios, el productor local debe incrementar su producción incorporando mayor acervo de capital y tecnología (la mayoría de los cuales necesita importar). Esa mayor producción conduce a lo que se conoce como “economías de escala” que, básicamente refiere a que el mayor volumen de producción, disminuye los costos unitarios, dotando de mayor competitividad a los productores. Me anticipo a la objeción: con “atraso cambiario” el productor local compite en condiciones muy desventajosas, ya lo vimos con aperturas anteriores, verbigracia durante el período de la Convertibilidad. Al efecto, cabe mencionar que la mejora en el tipo de cambio real, para ser sostenible y no destrozar salarios relativos mediante una devaluación del peso, debe ser producto de reformas estructurales que incrementen la competitividad. Entre ellas, baja y/o eliminación de impuestos, reducción de costos burocráticos, estabilidad monetaria, menor carga regulatoria a empresas e inversión en infraestructura, principalmente en un país que tiene muy poco desarrollado el transporte multimodal. Esta manera de conquistar competitividad es la que pretende la gestión Milei-Caputo, en contraposición a la vieja estrategia, de devaluar ferozmente y ganar competitividad transitoria licuando costos internos. La literatura económica es clara al respecto, ya David Ricardo, economista clásico, aseguraba que si cada país se dedicaba a producir aquello para lo cual estaba dotado de mayor ventaja comparativa y adquiría el resto al exterior, se beneficiaría más que si intentara producirlo todo por sí mismo (el “vivir con lo nuestro”). Previamente, en el siglo XVIII Adam Smith explicó sobre los beneficios de la división del trabajo, y la consecuente especialización. Posteriormente la ciencia económica demostró, tal como puede comprobarse en cualquier manual importante de Microeconomía, que la apertura importadora, genera beneficios en los consumidores que superan a los perjuicios sufridos por el sector empresarial afectado. Es decir, en términos netos, el país incurre en una ganancia. Quisiera dejar algunas cifras para evitar que esta nota sea meramente teórica: en 2023 nuestro país tuvo una participación en el comercio exterior de solo 0,22%. En contraste, a principios del siglo XX, solo considerando las exportaciones, la participación era de alrededor de un 3% del comercio mundial. Esto ocurrió en el mal llamado y denostado “modelo agro exportador”, durante el cual el PBI per cápita de nuestro país se disputaba entre los 10 primeros del mundo Concluyo esta nota con una breve frase del genial Juan Bautista Alberdi, : “¿Puede el impuesto de aduana perjudicar a la población y a la libertad de comercio e industria? De un modo tan desastroso como fácil de explicarse” (Alberdi, 1854) *El autor es economista y profesor de Economía Internacional

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