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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/01/2025 02:43
Liniers invierno 2025, en las afueras de su casa en el estado de Vermont, Estados Unidos: "El New Yorker es el Everest de los ilustradores" “Como sabrás, para los ilustradores, dibujantes en general, el New Yorker es nuestro Everest”, dice Liniers desde su casa en el estado de Vermont, Estados Unidos, en medio del crudo invierno del hemisferio norte. Vive allí hace 8 años, cuenta, y se encuentra bastante integrado al paisaje, estilo de vida y devenir cotidiano suyo y de su familia. “Vine con un poco de vértigo porque sentía que estaba llegando al medio del bosque con dos chiquitas (mis hijas eran pequeñas). Y yo no soy Charles Ingalls (risas). No sé usar un hacha. Pero me acostumbré y asombrosamente me encantó... No es que me acostumbré, sino que disfruto mucho vivir en el medio del bosque. Es lindo ver crecer a tus chicos en un lugar un poco menos enojado que una ciudad grande, como Nueva York o Buenos Aires”. No es poco para un porteño promedio que, desde sus primeras publicaciones en el suplemento No de Página/12 a fines del siglo pasado, patentó un estilo absolutamente personal, intimista, gracioso (a veces de media sonrisa) y reflexivo para plasmar, en un par de viñetas y textos breves, un tipo de reflexión sutil, profunda y muchas veces filosa (nada ingenua) a veces sobre eso que insiste en llamarse “realidad” y otras, simplemente, sobre los pensamientos aleatorios de alguien que, evidentemente -a juzgar por la repercusión silenciosa pero popular de sus creaciones-, contiene multitudes. Como tal, no resulta sorprendente que sea un relevante creador de contenido gráfico-humorístico de alcance global. Sus tiras diarias se publican en un centenar de diarios de América y Europa mediante King Features, una gigantesca productora y distribuidora de propiedades intelectuales, licencias de personajes clásicos y desarrollo de franquicias. A la par, alimenta la saga Macanudo -que lleva más de dos décadas y ya es marca registrada- , publica novelas gráficas y... En una década, ha firmado siete tapas de The New Yorker, el semanario de reflexión, análisis, crónicas y relatos de ficción sobre temas culturales, asuntos de actualidad y ainda mais que es una referencia intelectual mundial. Allí publicaron -por citar algunos nombres y apellidos ilustres- Pauline Kael, J. D. Salinger, John Updike, Dorothy Parker, Alice Munro, Woody Allen, Truman Capote y Milan Kundera. La lista podría extenderse y ocuparía la totalidad de un texto como éste. Algunas de las tapas de Liniers para el influyente semanario cultural The New Yorker Lo mismo sucede con la tapa, una pequeña obra de arte en sí misma (la mayoría de las veces sin conexión con los temas desarrollados en el interior de la publicación) que a lo largo de una centuria se nutrió del talento de Adrian Tomine, Ana Juan, Anita Kunz, Art Spiegelman, David Hockney, Maira Kalman, Malika Favre, Saul Steinberg y Victoria Tentler-Krylov entre otros. “Veo mi nombre en esa lista y el síndrome de impostor que me agarra es violento... (risas). ¿Por qué estoy en medio de esta gente? Es que a mí me abren una puertita y me meto”, dice Liniers sobre su presencia en la muestra Covering The New Yorker que inauguró el pasado martes y permanecerá abierta al público hasta el domingo 30 de marzo en la sede de la Alianza Francesa de Nueva York (en el primer piso del número 22 de la calle 60 Este, Manhattan), en celebración del centenario del semanario cultural de cuya primera publicación se cumplirán exactamente, el viernes 21 de febrero, 100 años. En la muestra de tapas de la Alianza se exhiben, curadas por Françoise Mouly, cerca de 100 obras originales de más de 30 artistas de renombre, entre ellos el ilustrador y humorista argentino. Vaya privilegio y honor. La selfie de Liniers en las oficinas de The New Yorker, el día que estuvo por primera vez en la sede de la revista —¿Cómo empezó esta historia con el New Yorker? —Empecé a publicar en Estados Unidos con Françoise Mouly en 2009, 2010... Es la mujer de Spiegelman pero la verdad que ella es grosa por sí misma. Y también es la directora artística del New Yorker desde los 90, entonces todas las tapas de los últimos 20, 30 años pasaron por su decisión. Y yo tuve la suerte absurda e incomprensible de que ella me contactó para hacer un libro para su editorial, TOON Books. Y me dice: “¿Por qué no te venís a la oficina y tenemos una reunión? Traé documento”. Ya es medio raro que te pidan tres documento pero bueno, ahí fui. Y era la redacción del New Yorker. Me saqué una selfie disimuladamente porque dije “Acá no entro nunca más en mi vida” (risas). Entonces me siento hablar con Françoise en su oficina y me empieza a hablar del libro que íbamos a sacar y en un momento dispara algo así como “Bueno, ¿y por qué no haces unos bocetos para la revista?” Yo pensaba “¿Qué revista?” Y mi cerebro inmediatamente dijo “Ah, deben seguir publicando la revista de cómics que hacía en los noventa”. Pero mientras ella me seguía hablando, me iba cayendo la ficha: “Ah, no, la revista donde estoy sentado ahora. Qué pelotudo”. Arrancó ahí. —¿Y desde ese momento cuántas tapas hiciste? —Hice siete tapas. Y no sé, habré mandado 100 ideas... Es raro, porque a veces mandas un boceto porque le tenés fe, entonces lo dibujas bien ¿viste Y pasa de largo. Y a veces hice un boceto que lo dibujé literalmente en 30 segundos, y entra eso. Françoise Mouly (izquierda), directora de arte del New Yorker, junto a Liniers —Me gustaría preguntarte cómo vivís este clima de época cultural. Y concretamente en referencia al humor y tu producción gráfica ¿Cómo viviste la etapa de esplendor de la corrección política (aplicada a de qué se podía hacer chistes y de qué no, por ejemplo) y cómo vivís ahora en medio de esta reacción antiprogre, antiWOKE? —Lo que pasa es que yo siempre hice, sobre todo en La Nación, una historieta más universal. viste?Cuando estaba con vos en Página le estaba hablando a mi grupo de gente, digamos. Sabía exactamente a quién le estaba hablando y estaba seguro que cierto código (hacerte el raro, hacerte el David Lynch) más o menos lo iban a pescar. Cuando pasas a algo más abierto, que te lee tu tío, el vecino, es otro espacio. Uno se adapta a los espacios. Y tuve siempre la suerte de que nunca me frenaron nada de lo que yo quise hacer. Cuando empecé a publicar a través del sindicato acá (N. de la R: se refiere a King Features), les dije “miren, la tira sale como sale... A veces se va a entender, a veces no”. Y desde hace cinco o seis años que estoy con esta gente, nunca nadie me dijo nada. Esa cosa “de esto no se puede hacer humor”, no me gusta. Para mí se puede hacer humor con todo y obviamente si es un tema más delicado, que sea mejor el chiste. Que se entienda bien claro tu postura frente a un tema que es complejo. Debería ser claro el chiste para que funcione, digamos, ¿no? No me gusta la idea de que alguien esté diciendo qué tipo de humor se puede hacer o que de esto no se puede reír. Es como pretender que “de esto no podés hacer teatro, de esto no podés escribir canciones”. El humor es una manera diferente de ver la realidad. De la misma manera que la poesía o el cine. Y por alguna razón, la gente muchas veces se toma el humor como una ofensa. Si te reís quiere decir que es una postura de humillación. Y yo toda mi vida me reí con mis amigos, con mi mujer, con mis hijas. Y no me estoy burlando. [Fotos: Gentileza Liniers archivo personal]
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