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  • Los juicios a las “brujas” de Salem: pastel de orina, confesiones falsas y diecinueve ejecuciones en la horca

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 20/01/2025 02:43

    La horca y la hoguera eran el destino frecuente de los condenados por "brujería" Gritaban. Lloraban. Se retorcían sin el menor control de su cuerpo. Se desmayaban, volvían en sí y se volvían a desmayar. Convulsionaban. Se calmaban. Y todo volvía a empezar. Tenían 9 y 11 años, eran primas y vivían en una de las casas más importantes del pueblo: la del pastor Samuel Parris. Betty, la hija del reverendo que representaba al puritanismo, y Abigail, su sobrina, no podían controlar ni su cuerpo ni sus emociones. No entendían lo que les pasaba pero estaban aterradas. Samuel y su esposa, también. Esperaron unos días, a ver si los síntomas que habían empezado el 20 de enero de 1692, hace exactamente 333 años, se retiraban del todo. Pero los días pasaban y los ataques de las niñas no se detenían. Así que los Parris acudieron al hombre que podía dar explicaciones, el médico del pueblo. William Griggs examinó a las chicas el 8 de febrero de 1692. Escuchó los síntomas que se venían superponiendo, la simultaneidad de sus ataques, la desesperación de sus familiares. Hizo preguntas y escuchó las respuestas. No había, en los libros con los que había aprendido medicina, explicación para lo que les pasaba a esas dos niñas de apellido célebre y angustia desbordante. Así que acudió a una explicación irracional que le sacara de encima la presión ejercida por lo notable del apellido Parris. La misma explicación a la que acudían muchos por aquellos años. Dijo que el mal que aquejaba a las niñas se trataba de “la obra del demonio” ejecutada a través de “actos de brujería”. William Griggs estaba iniciando, con ese diagnóstico, la caza de brujas más sangrienta de la historia: la de Salem. Una colonia gobernada por el puritanismo Salem era un enclave de las colonias británicas en lo que hoy es Estados Unidos y para ese entonces era Nueva Inglaterra. Sobre la costa este de ese territorio, se ubicaba a 30 kilómetros al norte de Boston. Estaba habitada sobre todo por fieles al puritanismo que ya no tenían lugar en Inglaterra y que se aferraban drásticamente a la Biblia para construir su vida cotidiana. Era habitual que, en medio de las audiencias, algún testigo empezara a manifestar síntomas El día a día, pensaban, estaba regido por la lucha constante entre el bien -apegado a Dios- y el mal -encarnado en el Demonio-. La religión era la base moral de la sociedad y, también, el sustento detrás de decisiones administrativas y judiciales. Ser parte de la feligresía era una forma de ajustarse a las normas y, también, de estatus. Y cualquier práctica por fuera de lo que el puritanismo dictaba era pasible de ser considerada herejía. O brujería. Así que el diagnóstico del doctor Griggs sobre lo que estaba aquejando a las niñas Parris no salía del entendimiento de nadie, pero desesperó al pueblo entero, que inmediatamente empezó a buscar (a cazar) culpables. La primera bruja de cientas Se llamaba Tituba y era esclava. Era explotada día y noche por la familia del pastor Parris. Había nacido en Barbados e integraba la comunidad originaria que vivía en la bahía de Massachusetts antes de que los puritanos británicos llegaran con sus barcos y sus creencias. Los colonos estaban convencidos de que los integrantes de los pueblos originarios llevaban a cabo prácticas paganas -y por ende, vinculadas al demonio- y de que querían eliminarlos para volver a ser los únicos habitantes de la zona. Entre las múltiples tareas que estaba obligada a hacer cada día, Tituba estaba a cargo de atender a las niñas Parris. Así que, cuando el médico Griggs no tuvo nada científico para decir sobre los síntomas de Betty y Abigail, todas las miradas apuntaron a la esclava, que era además una outsider. Salem organizó rápidamente una especie de tribunal compuesto por dos integrantes poderosos de esa comunidad que no tenían ninguna idea sobre procesos penales ni leyes. Su reputación era suficiente para estar a cargo de lo que se conocería desde ese momento y hasta nuestros días como los famosos Juicios de Salem. Tituba había nacido en Barbados. Era esclava y fue la primera acusada por brujería: pudo salvarse de la horca No había ninguna base científica para comprobar la ligazón entre los síntomas de las niñas Griggs y los supuestos actos de brujería cometidos por Tituba. Pero, aún así, el principio de inocencia no existía en aquellos días en la comunidad, perpleja ante síntomas que empezaban a reportar más supuestas “víctimas”, especialmente nenas. Se decidió, en el marco de los juicios, que se llevaría a cabo la “prueba del perro”. Se mezclaba harina de centeno con la orina de las niñas que padecían los síntomas, se preparaba una especie de pastel, y se le daba una porción a un perro. Si el perro manifestaba alguno de esos mismos síntomas, se daba por probado que las niñas no estaban fingiendo y en efecto eran víctimas de alguna bruja. A la vez, alcanzaba con que una presunta víctima asegurara que había visto “el espectro” de la persona a la que acusaba de brujería para que se considerara culpable a esa persona en el tribunal improvisado para “cazar” a las brujas. Tituba fue la primera de más de 150 personas denunciadas en apenas seis meses en Salem. Veinte de ellas murieron durante esos procesos: 19 fueron ejecutadas y una murió en medio de una tortura. La enorme mayoría pasó meses en la cárcel, en la que además debían pagar por alimento, abrigo, ropa de cama o limpieza. El sheriff de Salem confiscaba para sí todas las pertenencias de las personas apresadas, y nunca devolvió nada de lo que secuestró con el único fin de aumentar su patrimonio personal. “Soy bruja”, el salvoconducto para evitar la horca Ante el tribunal, y con denuncias crecientes en su contra, Tituba sabía que llevaba todas las de perder. Así que jugó la única carta que creía posible para salvarse: confesó ser una bruja. Aseguró que actuaba poseída por el demonio y dio el nombre de otras dos presuntas “brujas de Salem”. Eran una viuda que había caído en desgracia económica y a la que ya nadie quería en el pueblo, y una mendiga embarazada de no se sabía quién. En el cementerio de Salem, una placa recuerda a una mujer condenada y a su esposo, que se negó a acompañar las acusaciones (AP Photo/Steve LeBlanc) A la par que se expandían las presuntas brujas, se extendía también la cantidad de denunciantes. Los síntomas se repetían: pérdida del control del cuerpo, llantos desesperados repentinos, vómitos y, sobre todo, alucinaciones que enseguida se reportaban como “visiones espectrales”. Las personas señaladas como autoras de los actos de brujería -o protagonistas de las visiones espectrales, lo que era prácticamente lo mismo- eran en su enorme mayoría mujeres. Estos señalamientos como “brujas” tenían antecedentes del otro lado del Atlántico: en pueblos germánicos, galos y británicos ya se habían producido, durante el siglo XVI, distintas “cazas de brujas”, aunque menos masivas que en Salem. Se trataba, según determinaron después historiadores especializados en esos años, de una forma de persecución a las mujeres que no se comportaban exactamente tal como se esperaba de ellas. Eran tiempos en los que cualquier práctica corrida de lo socialmente aceptado podía considerarse pagana y en los que la Biblia era la guía fundamental para la vida cotidiana. Durante el primer semestre de 1692, Salem se vio envuelta en denuncias crecientes por brujería y, también, en confesiones que aceptaban esa acusación a cambio de conservar la vida. Es que las primeras condenas a muerte no tardaron en llegar. Quienes eran considerados culpables eran enviados a la horca o a la hoguera. Histeria colectiva y ejecuciones “para dar el ejemplo” La principal teoría de quienes acusaban y juzgaban a las brujas -y a algún brujo- era que esas personas habían sido “reclutadas por el Demonio”. En medio de denuncias acompañadas de síntomas, en Salem se ponían en juego también viejas rencillas entre familias que se habían enemistado. Venganzas por motivos económicos, políticos, de propiedad de la tierra o hasta amorosos en las que, de repente, el Diablo parecía meter la cola. Salem vivió lo que los historiadores después identificaron como una época de “histeria colectiva”, en la que se desató una especie de hipocondría social. Era habitual que en las audiencias de los juicios alguien empezara a manifestar síntomas y se dispararan en más personas en ese mismo momento. Enseguida aparecían las acusaciones a distintos “espectros”. El pastor Samuel Parris fue el primer denunciante tras los síntomas de su hija y su sobrina La ola de denuncias y de confesiones de supuestas brujas que acusaban a otras desató otra ola: la de penas de muerte dictadas por el tribunal. Uno de los acusados más renombrados fue el reverendo que estaba a cargo de la feligresía antes de que Parris fuera el pastor de Salem, George Burroughs. Distintas mujeres aseguraron que era el espectro de él quien les provocaba los síntomas. Burroughs, como varios otros acusados, se resistió a confesarse brujo. Negó todos los cargos y logró lo que ninguna otra condenada a la horca había logrado: recitó el Padrenuestro cuando ya tenía la soga colgada al cuello. El intento del ex reverendo era probar su apego a la fe. Conmovió a casi todos los presentes y estuvo a punto de revertir su destino, pero finalmente lo ahorcaron como a los otros 18 ejecutados de los Juicios de Salem. Otra muerte especialmente escandalosa durante el proceso legal fue la de Giles Cowry, un terrateniente de más de ochenta años cuya esposa fue acusada de bruja. Giles fue obligado a testimoniar en contra de su compañera y se negó. Lo acostaron sobre la tierra y empezaron a aplastarlo con piedras cada vez más grandes. Volvían a preguntarle por la culpabilidad de su esposa y volvía a negarla. El aplastamiento -la tortura- terminó por asfixiarlo hasta matarlo. La suya y la de Burroughs, dos varones en medio de tantas mujeres ejecutadas, fueron las dos muertes más resonantes del proceso: eso también da cuenta del clima de aquella época. El fin de los juicios y los pedidos de perdón La vida de Salem se había desbordado y, sobre todo, se había poblado de muertes en la horca y en la hoguera. El recurso de acusar a otros para salvarse falló para varias mujeres señaladas como autoras de brujería, y la sensación colectiva de que ya no se podría vivir una vida tranquila en medio de tanta conmoción empezó a imponerse. Algunos vecinos de Salem, ante el derramamiento brutal de sangre, empezaron a negarse a acompañar acusaciones y hasta algunas “brujas confesas” expresaron su remordimiento por haber señalado a otras supuestas brujas para salvarse de la ejecución. En los diarios de un vecino de Salem se lee en una entrada de septiembre de 1692: “Es mejor perdonar a diez personas acusadas que ejecutar a un inocente”. Los tiempos empezaban a cambiar. Una litografía inspirada en los Juicios de Salem Apenas unos días después, en octubre de ese fatídico año, se disolvió el tribunal que se había improvisado. Tituba, que había logrado evitar la pena de muerte, fue una de las primeras liberadas de la cárcel. Volvió a su vida de esclava, pero con otra familia: los Parris la rechazaron. Cinco años más tarde, en 1697, uno de los jueces del tribunal pidió perdón públicamente por los fallos que habían emitido, y en 1703 un tribunal general de la bahía de Massachusetts rechazó la mayor parte de las pruebas usadas en los juicios por brujería. Una de las vecinas de Salem que más acusaciones había emitido pidió perdón a quienes habían sido ejecutadas y a sus familias. El sheriff, sin embargo, sostuvo su postura: se quedó con todo lo que se había llevado de las casas de quienes encarcelaba. ¿Qué pasó realmente? Así como el doctor William Griggs no tenía ningún basamento científico para diagnosticar algo concreto a las niñas Parris, no hubo, a lo largo de los años, una forma científica de explicar lo que sucedió en Salem en 1692. Se investigó si, tal como ocurrió en otras localidades durante la Edad Media y Moderna, la población se había contaminado con cornezuelo, un hongo que ataca las siembras de centeno y puede producir alucinaciones a quienes lo consumen. Pero, después de investigar los cultivos de la época, se descartó esa posibilidad. También se especuló con la posibilidad de que se hubiera desatado una especie de “histeria colectiva”, escenario que se contempló como la mayor posibilidad durante décadas. Sin embargo, los historiadores que más investigaron ese proceso judicial pero sobre todo social llegaron a la conclusión de que se trató de un ejemplo de cómo el extremismo religioso puede desencadenar comportamientos también extremos en busca de sostener un dogma a cualquier precio. Se trató, además, de una persecución especialmente orientada a mujeres, como había ocurrido con “brujas” de Europa en siglos anteriores. Los Juicios de Salem se convirtieron en una alegoría que volvería a usarse innumerables veces a la hora de señalar el impacto que el extremismo puede tener a la hora de salir a “cazar” a quienes tienen conductas presuntamente por fuera de lo que es moralmente aceptado por esa forma de ver el mundo. Por lo demás, Salem, ahora una localidad estadounidense, es apodada “Ciudad de las Brujas”. Hay allí un museo dedicado a las presuntas autoras de brujería y a los juicios que pusieron a ese rincón de Nueva Inglaterra para siempre en el inconsciente colectivo.

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