19/01/2025 14:01
19/01/2025 13:43
19/01/2025 13:42
19/01/2025 13:42
19/01/2025 13:42
19/01/2025 13:42
19/01/2025 13:42
19/01/2025 13:42
19/01/2025 13:42
19/01/2025 13:41
» Diario Cordoba
Fecha: 19/01/2025 11:18
Donald Trump. / EFE El lunes asumirá la presidencia de EEUU un delincuente que cuanto más le conozco menos me gusta, pero que al hay que respetar porque ha ganado limpiamente las elecciones tras conectar mejor que su rival con las preocupaciones básicas de sus conciudadanos: empleo, inflación, seguridad e inmigración, y por eso harán mal los políticos europeos que en el futuro no lo tengan en cuenta, ajustando la mira a las prioridades de cada lugar como vivienda o masificación turística. Donald Trump siempre ha dicho que la impredecibilidad es marca de la casa y por eso evita definirse sobre cuestiones tan importantes como Ucrania, el Estado palestino o la defensa de Taiwán, probablemente para reservarlos como baza negociadora. Lo suyo no son los principios sino una perpetua transacción en la que todo tiene un precio y lo que yo gano tú pierdes. Los nombramientos que está haciendo son preocupantes, al igual que sus declaraciones: desde amenazar con aranceles a China y a la UE, o sea a nosotros, hasta intervenir militarmente en México para luchar contra los cárteles de la droga, obviando el detalle de que esos cárteles matan con armas norteamericanas. Anuncia la mayor deportación de la historia de inmigrantes sin papeles al margen del drama humanitario y la crisis económica que provocaría, y amenaza con aranceles a Canadá de cuya soberanía se burla insinuando que debería convertirse en el 51 Estado de la Unión, tras Alaska y Hawaii que lo hicieron voluntariamente en 1959. Ha afirmado públicamente que doctrinas del siglo XIX como la 'Doctrina Monroe' (América para los americanos) -y se entiende que también la del 'Destino Manifiesto'- mantienen su vigencia en el siglo XXI y por eso amenaza a Panamá con recuperar por la fuerza el Canal, y a Venezuela con aumentar las sanciones y su aislamiento internacional. Veremos qué hace con Cuba. La guinda del pastel es la amenaza de comprar o de apoderarse por la fuerza de Groenlandia, dos millones de kilómetros cuadrados congelados habitados por 57.000 nativos que Trump codicia por su ubicación geográfica, porque el deshielo hará muy rentables las rutas polares junto a sus costas, y porque tiene petróleo y minerales raros que tanto necesitan la revolución tecnológica que lideran los oligarcas que le rodean y la transición verde. Es muy grave que Trump no respete principios tan básicos como la soberanía nacional, la integridad territorial y la inviolabilidad de las fronteras porque sigue la tradición imperialista americana que inauguró el presidente Andrew Jackson con la Indian Removal Act de 1830, que tras exterminar a los semínolas de Florida mató o desplazó a muchos miles de indios al oeste del rio Mississippi. Limpieza étnica y genocidio se le llama hoy a lo que hizo y a pesar de ello su imagen sigue apareciendo en los billetes de 20 dólares y Trump le admira. Todavía es peor porque el hombre fuerte del equipo de Trump, Elon Musk, se permite interferir en la vida democrática de aliados como Alemania y el Reino Unido (por ahora) apoyando abiertamente a partidos de extrema derecha como AfD y Reform, en una ingerencia intolerable que refuerza a los líderes iliberales de nuestro continente. Lo que menos necesitamos. Esta actitud imperialista de América Primero -y los demás que se apañen- y de falta de respeto por el Derecho Internacional alinean a EEUU con sus principales rivales China y Rusia en la tarea de desmontar el orden internacional multilateral que ha favorecido a Washington y nos ha dado paz durante 80 años. Porque ¿con qué cara se le puede decir a Rusia que la invasión de Ucrania es un crimen cuando EEUU alega los mismos argumentos de seguridad nacional para amenazar a Groenlandia o a Panamá? ¿O cuando de China los alega sobre Taiwán? Hace tiempo que Beijing y Moscú se definen como Estados-Civilización no sometidos a las normas que rigen para los demás países, y ahora Donald Trump parece querer sumarse al grupo augurando así el advenimiento de una era geopolítica en la que el pez grande se come al chico y los países poderosos imponen su ley. La débil esperanza es que todo esto sea un órdago para negociar luego desde una posición de fuerza. Es el dilema de si debemos tomar a Donald Trump en serio pero no literalmente o literalmente pero no en serio. A menos que debamos tomarle literalmente y en serio, que aún es peor. Decidan ustedes.
Ver noticia original