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  • La historia detrás de la foto que marcó una época en la Justicia: “¿Tenemos que ir o no?”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 17/01/2025 04:48

    La marcha del 18F en 2015 (Adrián Escandar) Era una marcha de silencio porque el problema era el silencio. Un mes después de la muerte de Alberto Nisman, un grupo de fiscales encabezó una masiva movilización bajo una lluvia torrencial, acompañados de miles de personas para manifestar su preocupación porque el hombre que tenía en sus manos la investigación por el atentado más grave ocurrido en la Argentina había denunciado a la entonces presidenta Cristina Kirchner y su cadáver había aparecido, cuatro días después, con un tiro en la cabeza en el baño de su departamento. Aquella marcha dividió las aguas en Comodoro Py y en el mundo judicial. Selló, en los palacios de tribunales, la grieta pública que se respiraba en la sociedad. Habían pasado unos días de la muerte de Nisman, con las dudas públicas sobre si había sido un asesinato o un suicidio, y las interpretaciones políticas de lo que implicaba su deceso inundaban los diarios. Cristina Kirchner, que había motorizado dos años antes una fallida democratización de la Justicia, ya había intentado desguazar la central de inteligencia y había logrado el desplazamiento de Horacio “Jaime” Stiuso, que días después tuvo que salir del país. Los ojos del mundo se posaban sobre Argentina con las extrañas circunstancias que rodaban la muerte del fiscal de la causa AMIA. El fiscal se preparaba para ir al Congreso Nacional a ventilar las pruebas que lo habían llevado a acusar a la entonces presidenta de encubrir a los ideólogos iraníes de aquel atentado. Era el fiscal más custodiado del país y, sin embargo, por esas horas, estaba solo. Una foto de Nisman durante una de las tantas marchas que se hicieron para recordarlo (Nicolás Stulberg) La muerte de Nisman impactó de lleno en Comodoro Py. Fue Guillermo Marijuan el que hizo el primer movimiento. Llamó a un grupo de sus compañeros del quinto piso del edificio. Estaban Carlos Rívolo, Eduardo Taiano y Carlos Stornelli. “Hay gente autoconvocándose a una marcha en memoria de Nisman. ¿Tenemos que ir o no?”, disparó. Hubo una discusión entre todos. “No podemos salir a la calle a pedir justicia cuando nosotros somos los encargados de proveer el sistema de justicia. No podemos señalar una situación de inseguridad. Pero sí teníamos muy claro que la muerte de Nisman, en esas condiciones, no había sido algo menor. Las autoridades del Ministerio Público estuvieron ausentes en todo momento. Ni siquiera tuvieron un pronunciamiento firme. Ni una bandera a media asta. Distintas autoridades del Gobierno de entonces, además, salian a atacar al fiscal cuando todavía ni siquiera estaba claro cómo había muerto... Hubo una sensación de soledad institucional y por eso decidimos marchar”, recuerda hoy ante Infobae el fiscal Rívolo. “No lo convocábamos nosotros. Nosotros nos sumábamos a la marcha de la gente. Teníamos muy claro que a lo que íbamos era a honrar la imagen de Nisman”. A partir del momento que trascendió el apoyo de representantes del Ministerio Público a la convocatoria de los ciudadanos, ya se empezó a hablar de la marcha de los fiscales. Lo sintieron como un “deber” ante la sociedad y ante su colega fallecido. La decisión de marchar generó un antes y un después en el mundo judicial. Contra el grupo que organizaba la marcha, salieron públicamente otros a rechazar la convocatoria. A esos se los identificó con Justicia Legítima y con la entonces procuradora Alejandra Gils Carbó. “Frente a la sociedad, nuestro compromiso como miembros del Ministerio Público debe ser el de acompañar desde el lugar que nos corresponde por mandato constitucional: el tratamiento de los casos que nos tocan”, advirtieron en un comunicado Cristina Caamaño, Javier De Luca, Juan Azzolin, Sandro Abraldes, Stella Scandura y Julio Castro (más tarde condenado), entre otros. Quedó un pequeño grupo con una tercera posición: los que aclaraban que no se involucraban. Gerardo Pollicita (AFP) “Los fiscales, si tenemos miedo, tenemos que guardárnoslo o irnos”, dijo entonces el ya fallecido fiscal Jorge Di Lello a Radio Nacional Rock. “Si tengo miedo y no puedo cumplir con mi función, es mejor que me vaya y me haga cajero de un supermercado”, agregó. Y aclaró que no fue al homenaje a Nisman para “evitar ser recusado”. Al que los propios fiscales le dijeron que no fuera fue a Gerardo Pollicita. Una semana antes de la marcha, él había dictaminado para que se investigara la denuncia que firmó Nisman contra Cristina Kirchner por el encubrimiento a los iraníes. “Los que no querían concurrir hablaban de una especie de posicionamiento político, pero los que estábamos de este lado lo dijimos claro: ‘no importa si es Nisman u otro apellido. Lo que teníamos que decir es que no puede pasar como si nada la muerte de un fiscal en este contexto. Y así lo demostramos después, cuando hubo algún apriete contra algún miembro del Ministerio Público”, recordó Rívolo, entonces presidente de la Asociación de Fiscales. Los fiscales que decidieron la convocatoria redoblaron su decisión. Sería la “marcha del silencio”. Lo único que tenían claro es que no querían ninguna bandera política en la movilización. Pero... eran fiscales. Nunca habían organizado una marcha. ¿Cómo se hacía? Germán Moldes (DyN) Hubo una nueva reunión, esta vez, en el despacho de Germán Moldes, el histórico fiscal ante la Cámara Federal, jefe de las doce fiscalías de Comodoro Py y recientemente fallecido. Ahí estaban el fiscal ante Casación Raúl Plee, y los de instrucción Marijuan, Rívolo y Patricio Evers. También se convocó al jefe de la Policía Federal y el responsable de la Policía Metropolitana con el entonces ministro de Seguridad porteño Guillermo Montenegro, que había sido uno de ellos (fiscal federal) hasta antes de saltar a la política. Y a último momento apareció Julio Piumato, el jefe de la Unión, el gremio de los empleados judiciales. Hubo un minuto de silencio. La tensión flotaba en el aire. Moldes y Piumato habían militando en el peronismo en los oscuros años de la dictadura. Pero hacía mucho estaban distanciados. Por aquellos años, muchos empleados del Poder Judicial fueron perseguidos y desaparecidos. “Germán había sido detenido y torturado. No le gustaba hablar de eso, pero la pasó mal. Y por eso siempre se excusó de intervenir en las causas que se abrieron después”, confió a Infobae su gran amigo Pleé. La tensión flotaba en el aire en el despacho de Moldes con la llegada de Piumato. Todos se quedaron callados. El silencio se quebró cuando el fiscal se paró y se levantó para saludarlo. Se fundieron en un abrazo que duró más de lo normal. Se miraron a la cara. “Nos mataron un compañero”, le dijo Piumato. “Esto no puede volver a suceder”, respondió. Hubo un segundo abrazo. “Tantos años de desencuentro”, acotó. Cuando se separaron, Moldes tenía una lágrima en la mejilla. Volvió en sí. Miró a su alrededor. “Hijos de puta, me vieron llorar”, les espetó. Volvió a su silla. Y comenzó a organizarse el operativo. 18F Sandra Arroyo Salgado, su hija mayor y Julio Piumato, antes del inicio de la marcha (Nicolás Stulberg) Al mes de la muerte de Nisman ya eran muchos los que estaban convencidos que al fiscal de la UFI AMIA lo habían matado. Y que, además, se estaba investigando mal. “Yo creo que hay muchas cosas que están en la nebulosa -decía Piumato, horas antes de la marcha-. No hay que estudiar criminología para saber que no se puede esperar 30 días para investigar (la escena de un hecho) con luminol. Lo que está clarito es que la escena del crimen fue violentada antes de que llegue la fiscal”. El 12 de febrero, Cristina Kirchner, en uno de los actos que organizaba en el interior de la Casa Rosada, luego de una cadena nacional, aludió sin nombrarla a la marcha que preparaban los fiscales. “Nos quedamos con el canto, con la alegría, a ellos, a ellos les dejamos el silencio. Siempre les gustó el silencio; ¿saben por qué?”, expresó. “Digo que nos quedamos con la alegría, porque no tienen nada que decir o porque no pueden decir lo que piensan”. Llegó el 18F. Había una sensación generalizada de una gran convocatoria. “Hacemos saber que participaremos de la misma respetando el original propósito con el que fue concebida, esto es: rendir silenciosamente un homenaje en su memoria”, hizo saber la jueza Sandra Arroyo Salgado, viuda de Nisman, que acudió con sus hijas. También estuvo Sara Garfunkel, la madre del fiscal. “En la Argentina hay plena libertad de expresión y reunión”, se limitó a decir el entonces jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, aquella mañana. El secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, afirmó que “iría a la marcha” si no fuera tan conocido políticamente. Distintas agrupaciones políticas, gremiales y de derechos humanos salían a marcar públicamente su rechazo a la movilización y a la figura de Nisman. Moldes, Pleé y Sáenz cuando ya se había largado la lluvia (DyN) Los que sí estuvieron fueron Mauricio Macri (PRO), Sergio Massa (Frente Renovador) y Ernesto Sanz (UCR). También estaba Alberto Fernández, que en aquellos años estaba convencido de que a Nisman lo mataron (“Nadie en la Argentina piensa que Nisman se ha suicidado. La primera que cree que no se ha suicidado es Cristina Fernández de Kirchner”) y ya siendo presidente aseguró que el fiscal se suicidó. “Hay que ponerle el cuerpo a la marcha del silencio, yo voy a estar ahí. Hay que ponerle el cuerpo a la República y a la Constitución y salir a la libertad, de la dictadura K”, decía Elisa Carrió. Los judiciales habían armado una gigantesca bandera negra, que decía: “Homenaje al fiscal Nisman. Marcha de silencio”. José María Campagnoli, Carlos Rívolo Carlos Stornelli, Julio Piumato, Guillermo Marijuan, Ricardo Saenz, Germán Moldes y Raul Pleé estaban en los lugares centrales, cargando esa bandera, junto a Carlos Donoso Castex y Luis Cevasco. Apenas pasadas las 18, comenzaron a caminar. La consigna era el silencio. Aunque en el trayecto hubiera gritos de “Nisman presente” o “Fuerza”. La marcha empezó casi en punto. Aunque el pronóstico lo avisaba, nadie imaginó que la lluvia que se largó aquella tarde se convirtiera en un diluvio. “En minutos los vomita Dios” y “Néstor hace pis”, llegó a escribir el entonces presidente del Archivo de la Memoria de la Diversidad Sexual, el kirchnerista Alex Freyre, que más tarde borró los tuits y pidió disculpas. La marcha del silencio tuvo lugar el 18 de febrero de 2015 (AP) Aún con lluvia, la gente siguió marchando. Por eso muchos la llamaron después la “marcha de los paraguas”. Algunos llevaban carteles: “Yo soy Nisman”, “Justicia”, “Llora por mí, Argentina”. Fueron dos horas para caminar las menos de 20 cuadras que separaban el lugar de partida y el destino. Solo un minuto se detuvieron, casi espontáneamente, ante el edificio de la Procuración de Avenida de Mayo, en clara señal hacia Gils Carbó, la entonces jefa de los fiscales. Aunque la Policía Federal hablaba de cinco mil personas, la Metropolitana daba cuenta de 400 mil. Pero los fiscales, en ese momento, no tenían dimensión de cuánta gente había. Cuando estaban llegando a Plaza de Mayo y los organizadores le avisaron que iba a haber que armar una cápsula para llegar al escenario, que no iban a poder llegar solos porque era “imposible”, Piumato, con años de marchas encima, miró a los fiscales y les dijo: “Ustedes no tienen idea de lo que acaban de hacer”. Ya eran pasadas las 8 de la noche. Absolutamente empapados, como el resto de los que estaban ahí, Piumato tomó el micrófono del escenario: “Por el dolor que nos causó la muerte del fiscal Alberto Nisman, acompañando el sentimiento de la familia y en respeto a su memoria, les pedimos a los cientos de miles que están presentes en este homenaje, un minuto de silencio”. Luego la desconcentración. Cristina Kirchner, en una de sus apariciones públicas tras la muerte de Nisman Tres días después, la entonces presidente Cristina Kirchner difundió una carta pública en la que dijo que la marcha del 18F había sido “el bautismo de fuego del Partido Judicial”, al que calificó de “opositor y destituyente”. La Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional le respondió con un comunicado. “El judicial no es un partido, sino un Poder del Estado -se sostuvo-. Los miles de magistrados, funcionarios y empleados que integran el Poder Judicial y los Ministerios Públicos participan de las más diversas ideologías, y se encuentran separados por las más variadas diferencias. Mal material para constituir un ‘Partido’. No son destituyentes ni golpistas los que opinan distinto o señalan errores. Los funcionarios judiciales no gobernamos ni deliberamos; nuestra misión, asignada en la oportunidad fundacional, es asegurar la vigencia de la Constitución y las instituciones que ella ha erigido”. Para esa altura, la sociedad se había dividido políticamente en un año electoral. Pasaron diez años. La muerte de Nisman aún exige respuestas, pero la foto del 18F está colgada en varios de los despachos de fiscales que aún hoy la recuerdan aquel día como un antes y un después.

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