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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 17/01/2025 04:41
El líder independentista congolés Patrice Lumumba había nacido el 2 de julio de 1925 en Onalua, territorio de Katako-Kombe, Sankuru. Lo mataron cuando tenía 35 años Lo fusilaron junto a dos de sus seguidores más fieles hace sesenta y cuatro años, el 17 de enero de 1961. Lo enterraron, como a un animal salvaje, en un pozo poco profundo, a merced de la jungla cercana. Días después, lo desenterraron y lo llevaron a doscientos kilómetros del sitio de su muerte para ser enterrado de nuevo. Volvieron a exhumarlo para borrarlo de la faz de la Tierra: lo cortaron en pedazos y finalmente disolvieron los restos en ácido. Antes, uno de los policías belgas que actuó en la profanación, Gerard Soete, se quedó con lo único que pervivió de aquel cuerpo lacerado: un diente de oro. En 1999, treinta y ocho años después de su asesinato, Soete confesó haberse quedado con otro diente y dos dedos del muerto que nunca fueron hallados. Y dijo que los había tomado a modo de “trofeo de caza”, lo que colocaba al muerto profanado en una categoría inferior a la raza humana. Así murió y desapareció disuelto en ácido Patrice Lumumba, que tenía treinta y cinco años, y lejos de ser lo que sus verdugos querían que fuese, era un político venerado en África, una de sus mentes jóvenes más brillantes, un líder independentista que le había arrebatado a Bélgica su joya dorada, el llamado Congo Belga que es hoy la República Democrática del Congo, y un héroe nacional para todos los congoleños. En junio de 2022, después de una batalla legal que duró cuatro años, el diente de oro de Lumumba fue puesto en manos de su familia, sesenta y un años después de su fusilamiento. Días después, el 2 de julio, tras una peregrinación de nueve días por los sitios que marcaron la vida del líder congolés, la reliquia, encerrada en una brillante y aterciopelada caja azul, metida en un féretro simbólico, fue depositada en su mausoleo de la capital, Kinshasa: eran los días de celebración por un nuevo aniversario de la independencia del Congo. ¿Quién era ese héroe venerado por los africanos y odiado por las fuerzas colonialistas europeas? Era parte de la historia del Congo. Ese suelo africano había sido un país que no era un país. Era territorio privado del rey Leopoldo II de Bélgica, según lo establecido en la Conferencia de Berlín de 1885 que marcó la irrupción en África de gran parte del poder colonial europeo: alemanes, franceses, belgas se apoderaron de las tierras africanas más ricas en lo más buscado de la época: marfil, caucho, oro, piedras preciosas. Un año antes de su muerte, en diciembre de 1909. El rey belga “renunció” a esas “propiedades personales”, un país con todas sus riquezas y habitantes, porque la presión internacional fue tremenda: el reino fue acusado de sumir a la población congoleña en la esclavitud, de asesinatos, torturas y crímenes contra la humanidad. Un tratado firmado el 15 de noviembre de 1908 hizo que el Congo dejara de estar en manos de Leopoldo y pasara a manos de Bélgica. La capital del país siguió con su nombre original: Leopoldville, en honor de su majestad. Hoy, es Kinshasa. Fue un cambio para que nada cambiara. Bélgica siguió explotando las riquezas congoleñas y la población siguió en la esclavitud bajo la mano de hierro del entonces imperio colonial. El país era administrado por un gobernador general, ayudado por funcionarios locales, todos dependientes de un ministro de colonias que, desde Bruselas, presidía el Consejo Colonial compuesto por catorce personas: ocho elegidas por el rey, tres por el Senado congolés y tres por la Cámara de Diputados. La historia del Congo es otra tragedia africana que pervive hasta hoy y que, en los inicios de los años ‘60, no escapó a la ola independentista que estremeció África en gran parte como resultado de la Segunda Guerra Mundial. En 1966 Patrice Lumumba fue consagrado como héroe nacional del Congo. Esa distinción fue apoyada alguno de los que ordenó su muerte Lumumba nació el 2 de julio de 1925 en Onalua, territorio de Katako-Kombe, Sankuru. Fue un chico con suerte y supo aprovecharla. Estudió en la escuela católica de los misioneros belgas y, luego, en una escuela protestante dirigida por suecos. Fue un estudiante destacado y trabajó ya adolescente como empleado de una sociedad minera. Hizo sus primeros pininos como periodista en Leopoldville y en Stanleyville, hoy Kisangani. En septiembre de 1954, a sus veintinueve años, recibió de la administración belga su carta de “Matriculado de honor”, que rara vez era concedida a un negro: la recibieron doscientas personas de los trece millones que poblaban el país. Intuyó, con acierto, que su camino era la política si debía defender su propósito de mejorar en algo las condiciones de vida de los congoleños. Creó en 1955 la Asociación del Personal Indígena de la Colonia, APIC, y se entrevistó con el entonces rey Balduino, que visitaba el Congo, para plantearle las necesidades vitales de sus habitantes. Se afilió al Partido Liberal y, junto con otros notables congoleños visitó Bélgica. Volvió en 1958, cuando la Exposición Universal celebrada en Bruselas, para comprobar que la imagen que los belgas proyectaban del Congo era degradante: seguía las viejas normas que justificaban la esclavitud, inevitable ante un pueblo embrutecido, inculto y sin remedio. A su regreso al Congo fundó el 5 de octubre de 1958, el Movimiento Nacional Congolés, MNC, con el que participó de la Conferencia Panafricana celebrada en Acra, Ghana. Al año siguiente, un mitin de una de las asociaciones independentistas fue reprimido por la policía belga: murieron cuarenta y dos personas. Y en octubre de 1959, un intento de apresar a Lumumba terminó en un motín en el que murieron otros treinta africanos. Lumumba fue arrestado, juzgado en enero de 1960 y condenado a seis meses de prisión. El último año de vida del líder africano fue un torbellino, como fue un torbellino los días que atravesó el Congo en alcanzar su independencia. Las autoridades belgas pensaron en otorgar una independencia controlada. Se reunieron con los independentistas del Congo, reuniones a las que asistió Lumumba liberado “de facto” días después de ser condenado. Finalmente, casi por sorpresa, Bélgica cedió y el Congo fue declarado independiente el 30 de junio de 1960. Había una cláusula tramposa, siniestra también, en esa concesión de su majestad belga: la independencia se otorgaba si el Congo heredaba la deuda externa belga generada por su colonia. Así. El Congo nació endeudado y con la obligación de pagar un préstamo que jamás había recibido. Hundido en una crisis económica desde el primer día de su vida libre, en mayo de 1960 el Congo celebró sus primeras elecciones como país independiente. Las ganó el MNC y sus aliados por lo que Patrice Lumumba fue consagrado como el primero de los primeros ministros de su país. Todo iba a durar poco más de ochenta días. Cuando asumió, el 24 de junio de 1960, días antes de la entrada en vigor de la independencia, dio un discurso incendiario que en buena parte fue su sentencia de muerte. Frente al rey Balduino y al presidente del gobierno con raíces coloniales, Joseph Kasa-Buvu, y en una arenga no prevista en el programa oficial, Lumumba dijo, entre otras cosas: “Hemos visto que nuestras tierras fueron expoliadas en nombre de textos pretendidamente legales que solo reconocían el derecho del más fuerte. Hemos visto que la ley no era jamás la misma según se tratara de un blanco o de un negro: acomodaticia para unos, cruel para los otros. Hemos visto los atroces sufrimientos de quienes eran relegados por sus opiniones políticas o sus creencias religiosas; exiliados en su propia patria, con un destino verdaderamente peor que la misma muerte”. Uno de los policías belgas que participó de la profanación del cadáver de Patrice Lumumba se quedó con un diente de oro del dirigente político como "trofeo de caza" Nunca un negro africano se había dirigido así a un europeo. Lumumba, ovacionado por los suyos, recordó con brutal franqueza la violencia y la degradación que, dijo, habían sufrido los congoleños: había sido, dijo, “la humillante esclavitud que nos impusieron por la fuerza”. Las autoridades belgas, que habían descrito a Lumumba poco menos que como un ladrón analfabeto, se sintieron humillados y sintieron también que el flamante primer ministro había humillado también al rey Balduino. Aquellos años no toleraban términos medios, si alguna vez se toleraron. La Guerra Fría estaba por alcanzar su punto más alto y peligroso; Bélgica quería mantener el control económico sobre el Congo; Estados Unidos temía que el nuevo gobierno girara hacia la Unión Soviética, como había hecho la Cuba de Fidel Castro dos años antes. El derrocamiento de Lumumba, y su asesinato, se convirtió en una cuestión de Estado. Una de las primeras medidas de Lumumba fue la de “africanizar” las fuerzas armadas y la administración pública, integradas ambas por belgas. Casi en simultáneo, a un mes de la asunción del primer ministro, la provincia de Katanga, un amplio territorio con ricos yacimientos mineros, se declaró independiente bajo el liderazgo del Moisé Tschombe y con el apoyo de Bélgica, que envió tropas para sostener la secesión. Lumumba denunció la maniobra como una estrategia destinada a dividir al país: “No necesitamos a Katanga como estado independiente -dijo- para que mañana sea el gran capitalismo el que domine a los africanos”. Intervino la ONU que ordenó a Bélgica que retirara a sus tropas; rechazó la intervención militar y calificó la secesión de Katanga como un “conflicto interno” del Congo. Bélgica firmó entonces un acuerdo con Tschombe por el que reconocía de facto la independencia de Katanga. Lumumba envió a sus tropas para retomar el control de la provincia. Pero entonces, después de negociaciones intensas y secretas, Naciones Unidas cambió de parecer, dejó de considerar el “conflicto interno” del Congo como tal, e impuso un alto el fuego que se encargaría de mantener un contingente de casi veinte mil cascos azules. Lumumba se sintió traicionado por Naciones Unidas. Su secretario general, el sueco Dag Hammarskjold que moriría en un misterioso accidente aéreo en septiembre de 1961, ocho meses después del fusilamiento de Lumumba, fue tácitamente acusado por el líder congoleño: “Todo el mundo ha comprendido que si el Congo muere, toda África cae en la noche de la derrota y la servidumbre. Una vez más, esto es una prueba viviente de la unidad africana. Esta es la prueba concreta de que sin esta unidad, no podríamos vivir frente a los monstruosos apetitos del imperialismo. Entre la esclavitud y la libertad, no hay compromiso”. Para el lenguaje de la época, las palabras de Lumumba sonaban a Unión Soviética. Lo eran. En agosto, Lumumba pidió el apoyo de la URSS que envió al Congo dinero, armas y un millar de “técnicos y asesores”, un eufemismo que intentaba disimular un claro compromiso militar soviético. El vaso se derramó. El 26 de agosto el director de la CIA, Allen Dulles, envió un telegrama a sus agentes en Leopoldville que hablaba de Lumumba: “Hemos decidido que su eliminación es nuestro objetivo más importante y que, en las circunstancias actuales, merece alta prioridad en nuestra acción secreta”. Patrice Lumumba fue fusilado el 17 de enero de 1961. Lo enterraron en un pozo. Cortaron su cadáver en pedazos y disolvieron los restos en ácido El agente de la CIA en la capital congoleña era Frank Carlucci, un hombre tan joven como Lumumba. Se lo consideró partícipe de la acción que llevó a su arresto y posterior ejecución. Todo lo hizo Carlucci con el mayor sigilo, incluida su exitosa carrera profesional posterior a aquellos años. En 1964 fue expulsado de Tanzania, que había logrado su independencia, acusado de organizar una sublevación contra su flamante presidente, Julius Nyerere. El general Vernon Walters, que entonces era agregado militar en Brasil, pidió que Carlucci fuese nombrado en ese país una vez instaurada la dictadura militar tras el derrocamiento del presidente Joao Goulart. Carlucci fue luego funcionario de la administración de Richard Nixon, director adjunto de la CIA durante la gestión de James Carter y fue secretario de Defensa en el gobierno de Ronald Reagan. Murió el 3 de junio de 2018. La ayuda militar soviética que había pedido Lumumba y había enviado Nikita Khruschev, impulsaron su derrocamiento. El 14 de septiembre el presidente Kasa-Vubu anunció por radio su destitución y la de todos los ministros nacionalistas del gabinete. No tenía poderes constitucionales para hacerlo, pero aquello no era institucional, era un golpe de Estado. Nombró a Joseph Iléo como nuevo primer ministro, y culpó a Lumumba de la muerte de miles de personas en una intervención del ejército congolés el mes anterior en Kasai del Sur, y de la participación soviética en los asuntos internos del Congo. Pero Lumumba dijo que seguía en el cargo, el Consejo de Ministros y el Parlamento votaron una moción para que siguiera al frente del gobierno, destituyó a su vez a Kasa-Vubu por “alta traición” y ambos líderes en pugna ordenaron al coronel Joseph Mobutu que arrestara a su rival. En posición de árbitro, Mobutu hizo lo que era de esperar de un militar puesto frente a esa opción: tomó el poder en el Congo en diciembre de 1960. Lumumba supo que su suerte estaba echada y que su cabeza tenía precio. Escapó de la capital para intentar tomar Stanleyville, donde contaba con fuerzas leales y con un fuerte apoyo popular, para hacer de esa ciudad cabeza de su nuevo gobierno que contaría con apoyo soviético. Pero le seguían los pasos: por un lado, los hombres de Mobutu, por otro los agentes de la CIA que contaban con una “acción ejecutiva” en sus manos, que llegaba desde la Casa Blanca en manos del entonces presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower. Lumumba fue arrestado al cruzar el río Sankuru, en Mweka, Katanga junto a dos de sus colaboradores más cercanos: Maurice Mpolo y Joseph Okito. Los tres fueron enviados al cuartel militar de Thyseville, por orden de Mobutu y, supuestamente, para su protección. La mañana del 17 de enero de 1961, Lumumba, Mpolo y Okito fueron llevados en avión a Elisabethville, la capital de Katanga. Fueron fusilados por la tarde, ante Moisé Tschombe, Godefroid Munongo y Evariste Kimba, todos dirigentes de la secesionista Katanga. Kimba sería, en 1965, primer ministro del Congo. También presenciaron la ejecución de Lumumba jefes militares belgas y agentes secretos de Bélgica y Estados Unidos. Los restos de los tres fusilados desaparecieron. Siguió en el Congo un baño de sangre contra los seguidores de Lumumba, una matanza de la que participaron también mercenarios belgas. La viuda de Lumumba, Pauline, y sus cinco hijos huyeron al exilio en Egipto. En 1966, Lumumba fue consagrado como héroe nacional del Congo por decisión y con el apoyo del ahora general Joseph Mobutu, que había sido uno de sus verdugos. El arresto de Patrice Lumumba, símbolo del panafricanismo El destino de los restos de Lumumba fue conocido gracias a un documental en el que el suboficial de la gendarmería belga, Gerard Soete, contó la historia de la profanación del cadáver, su descuartizamiento y su posterior disolución en ácido. Calificó su crimen como “un viaje a las profundidades del infierno”. Y contó también cómo se había hecho del diente de oro de Lumumba, otra de sus piezas dentales y dos dedos del cadáver, que nunca aparecieron, a modo de trofeo de caza. El mismo día en que Lumumba caía bajo las balas del pelotón de fusilamiento, en Estados Unidos, el presidente Eisenhower, un héroe de la Segunda Guerra, comandante supremo de las fuerzas aliadas que desembarcaron en Normandía, se despedía de la Casa Blanca después de ocho años de gobierno: tres días después asumiría John Kennedy. En su mensaje final, Eisenhower alertó sobre los peligros del crecimiento desbordado de una industria armamentista permanente y de una enorme fuerza militar. Aquel soldado, ahora convertido en político, dijo estar preocupado por “la adquisición de una influencia injustificada por parte del complejo militar-industrial”. Y pidió al pueblo estadounidense que se protegiera “contra el peligro de que la política pública pueda convertirse en cautiva de una élite científico tecnológica”. Aquel hombre sabía de qué hablaba. El diente de oro encerrado en el mausoleo de Kinshasa es lo único que queda de Patrice Lumumba. Su legado, su desafío de engrandecer al Congo, sucumbió en la corrupción y en las guerras intestinas que siguieron a su breve y utópica gestión. Le sobreviven, sí, varias fotos de sus breves días de gloria. Y una foto en especial, del día de su captura. Está sentado, las manos atadas a la espalda, en la caja de un camión en la que se adivinan otros cuerpos. Un soldado manipula una soga a sus espaldas. Lo impresionante es la mirada de Lumumba. Mira a la muerte a la cara.
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