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  • La “Ley Seca” y sus historias mínimas: congresistas hipócritas, negocios mafiosos, alcohol envenenado y hasta un “bebé demonio”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 16/01/2025 04:48

    La prohibición de venta de bebidas alcohólicas aumentó la criminalidad y los sobornos del crimen organizado a funcionarios y policías A mediados de 2020, cuando se cumplía un siglo de la aprobación de la “Ley Seca” en los Estados Unidos, la cadena de noticias CNN le dio un amplio espacio a lo que en el periodismo se conoce como “una nota de color”. Contaba la historia -y entrevistaba a los protagonistas- de una pareja que acababa de comprar una antigua casa en Nueva York y que, al comenzar a restaurarla hizo un increíble hallazgo: unas 60 botellas de whisky escondidas en distintos lugares de la construcción. Eran de whisky escocés, más precisamente de la marca Old Smuggler, y en las etiquetas todavía se podía leer que el brebaje había sido embotellado en 1921. Las primeras bebidas aparecieron al quitar un zócalo, pero después fueron apareciendo muchas más detrás de las paredes, debajo del piso de madera e, incluso, en un espacio disimulado detrás de una escotilla. “Al principio encontramos siete paquetes de seis botellas detrás de una la pared y, después, cuatro paquetes más”, contó frente a la cámara uno de los nuevos propietarios, Nick Drummond, de profesión conservacionista histórico. Cuando Drummond, motivado por el hallazgo, se puso a investigar la historia de la casa, descubrió que en los años 20 era propiedad de un alemán llamado Adolph Humpfher, que se presentaba con un incomprobable título nobiliario de conde pero que en realidad era un conocido contrabandista que había acumulado problemas con las autoridades por traficar bebidas alcohólicas que traía del exterior cuando el consumo estaba prohibido en los Estados Unidos. Humpfher murió en confusas circunstancias en 1932, cuando el patrimonio obtenido a través de sus actividades ilegales llegaba a la friolera de 140.000 dólares de la época, equivalentes a más de 32 millones de hoy. La entrevista de la CNN terminaba casi como una publi-nota, porque con ese misterioso relato como marco, el matrimonio Drummond anunciaba que iba a poner a la venta su hallazgo al precio de mil dólares por botella. Eso sí, guardándose una para consumo personal. La del “conde” contrabandista Adolph Humpfher y sus botellas ocultas de whisky escocés es la última conocida de las incontables pequeñas y grandes historias que circulan sobre los tiempos de la “Ley Seca”, de cuya promulgación se cumplen este jueves 105 años. Una ley muy fogoneada Lo que ha pasado popularmente a la historia como la “Ley Seca” engloba en realidad dos medidas legislativas que ilegalizaron la fabricación, el comercio, el transporte, la importación y exportación de bebidas alcohólicas. La primera de ellas fue la Enmienda XVIII de la Constitución de los Estados Unidos, votada el 16 de enero de 1920, que prohibía todo eso, y que fue adoptada por 36 de los entonces 48 estados del país; la segunda fue la ley Volstead -por el nombre de su impulsor, el senador Andrew Volstead-, aprobada en octubre del mismo año, que obligaba a implementar esas medidas en todo el territorio de la Nación. Su vigencia fue de trece años, hasta 1933, un período que se conoce como “La Prohibición”. Se aprobó después de una campaña de años, fogoneada por distintos sectores políticos, sociales, religiosos y económicos de los Estados Unidos. Entre sus principales impulsores estaban los industriales, que consideraban que el consumo de alcohol bajaba la productividad de los obreros en las fábricas. Para sostener su posición se basaban en los datos elaborados por el economista Irving Fisher, que suponía que los trabajadores habitualmente tomaban cinco tragos fuertes antes de iniciar labores, lo que los hacía ser 10% menos eficientes en la producción. Eso implicaba pérdidas, según Fisher, de 6.000 millones de dólares anuales. No eran datos comprobados por ninguna investigación seria, pero en el mundo industrial se tomaron como verdades reveladas. Una manifestación contra la Ley Seca. "Queremos cerveza", dicen las pancartas A los industriales se sumaban centenares de comunidades religiosas e iglesias a lo largo y lo ancho de todo el país, sobre todo protestantes y metodistas, que incluso sostenían falsamente que la prohibición de consumir bebidas alcohólicas tenía una base bíblica. A estas corrientes conservadoras y puritanas se unieron pronto diversos intelectuales progresistas y liberales, así como líderes sindicales de izquierda, que condenaban el consumo de alcohol como elemento provocador de atraso y pobreza entre las masas de obreros. Había también motivaciones racistas y xenófobas, que señalaban que los mayores consumidores de alcohol eran los inmigrantes, a quienes se señalaba como responsables de delitos y actos violentos provocados por sus borracheras. Por todo esto, al ver aprobada su ley el senador Volstead proclamó: “Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno”. Se equivocaba, porque si algo produjo la Ley Seca y su implementación, La Prohibición, fue un aumento inusitado de la violencia, la producción de alcohol ilegal de dudosa salubridad, el contrabando, la proliferación de los bares clandestinos (los “speakeasy” o “habla bajo”, por el tono en que se podía conversar para no ser escuchado desde el exterior) y un crecimiento exponencial de los negocios de la mafia que se volcó a la venta ilegal de bebidas alcohólicas. Historias macabras y violencia Para lograr que se aprobara la ley, los sectores que impulsaban la prohibición realizaron campañas de prensa de todo tipo. Muchas de ellas se basaban en esos supuestos datos económicos y en creencias morales o religiosas, pero también las hubo de todo tipo, con historias que apuntaban a generar indignación en la sociedad para que rechazara el consumo de alcohol por sus supuestas consecuencias. Carrie Amelia Nation fue la cara visible más radical del Movimiento por la Templanza. Hacha en mano irrumpía en bares y destruía barriles y mobiliario Una de las más notorias entre estas últimas fue la historia del “bebé demonio” que hizo circular un importante diario de Chicago. La noticia -una flagrante fake news de alto impacto- contaba la historia de un obrero de esa ciudad, inmigrante italiano, que volvió una noche borracho a su casa y violó a su mujer. Como resultado de esa violación, decía el diario, nació un niño con malformaciones que tenía el aspecto de un demonio: tenía escamas en la piel, cuernos, pezuñas y una cola. “Era idéntico a Satán”, decía un supuesto testigo citado por el diario. La historia, que fue tomada y potenciada por otros diarios, tenía todos los ingredientes: el obrero que se emborrachaba, el factor demoníaco del alcohol y el componente xenófobo que se identificaba al violador como inmigrante. La lucha contra el consumo llegó a alcanzar también muy altos niveles de violencia organizada, como las operaciones del llamado “Movimiento de la Templanza”, de raigambre cristiana e integrado mayoritariamente por mujeres. Atacaban bares y licorerías, armados con bates de béisbol y hachas, para interrumpir el negocio y frenar las ventas. Les pegaban a los parroquianos y destruían todas las existencias de alcohol que encontraban. El Movimiento exaltaba la figura de la por entonces ya fallecida Carrie Amelia Nation (su nombre mismo encerraba un mensaje, porque se puede traducir libremente como “cuidar a la nación”), una mujer que se definía a sí misma como “un bulldog que corre a los pies de Jesús, ladrando a lo que él rechaza” y aseguraba que seguía órdenes divinas cuando acometía contra los bares. Entre 1900 y 1910 fue arrestada treinta veces por ataques de ese tipo. Para recuperar la libertad, pagaba la fianza y las multas con las donaciones que recibía por sus conferencias y la venta de hachas de mano similares a las que usaba en sus ataques. Envenenar el alcohol Hecha la ley, no demoró en hacerse la trampa o, mejor dicho, las trampas. En poco tiempo, los bares clandestinos crecieron como hongos. Para poder entrar era necesaria una invitación o conocer una contraseña determinada que era el “ábrete sésamo” de sus puertas. Estaban en sótanos, en locales disimulados detrás de otros que tenían apariencia inocente y también en casas particulares. Estaban abastecidos por licor de contrabando o por bebidas de dudosa calidad, fabricadas en alambiques ocultos en campos, bosques y casas para destilar ilegalmente un alcohol peligroso por la falta de controles sanitarios. La policía conocía la ubicación de muchos, pero el problema se arreglaba con una buena coima. La Ley Seca estuvo vigente durante 13 años Con la policía de las ciudades comprada, la lucha contra el consumo de alcohol quedó en manos de los agentes federales, inmortalizados como “Los Intocables” primero en una serie de televisión y después por la extraordinaria película de Brian De Palma. Lo que se conoce poco es que, en ese combate no dudaron en emplear métodos ilegales y provocar muertes. Se llamó “la guerra química de La Prohibición” y su caso más impactante ocurrió en 1926 en Nueva York. El 24 de diciembre de ese año, un hombre fue internado en el Hospital Bellevue de esa ciudad. Deliraba y aseguraba que Papá Noel lo perseguía con un bate de béisbol. Murió a las pocas horas, pero para entonces el hospital estaba abarrotado de personas que presentaban síntomas similares, aunque con delirios diferentes. Los médicos contaron más de 60 personas que llegaron esa misma noche gravemente enfermas después de haber consumido alcohol. Y lo mismo ocurría en otros hospitales de la ciudad. En 24 horas hubo 23 muertos por la misma causa. Este crimen masivo, que se repitió en otras ciudades, fue encubierto por las autoridades y solo fue descubierto cuando se lo investigó a fondo muchos años más tarde. “Frustrados por el hecho de que la gente siguiera consumiendo tanto alcohol incluso después de haberlo prohibido, los funcionarios federales habían decidido probar un tipo diferente de aplicación de la ley. Ordenaron el envenenamiento de alcoholes industriales fabricados en Estados Unidos, productos habitualmente robados por los contrabandistas y revendidos como bebidas espirituosas. La idea era asustar a la gente para que abandonara el consumo ilícito de alcohol. Para cuando la Prohibición terminó en 1933, el programa federal de envenenamiento, según algunas estimaciones, había matado al menos a 10.000 personas”, relata la periodista Deborah Blum, autora de The Poisoner’s Handbook: Murder and the Birth of Forensic Medicine in Jazz Age New York, en un artículo publicado por Slate en 2010. Un gran negocio para la mafia Con la Ley Seca, las puertas del infierno que el senador Andrew Volstead había creído cerrar para siempre se abrieron en cambio de par en par. Las mayores beneficiadas por la prohibición fueron las familias mafiosas que operaban en las grandes ciudades. El caso más conocido es el de Chicago, donde operaron Frank Torrio y Al Capone. Al Capone, el hombre que manejó la mafia en Chicago, Estados Unidos, y se favoreció con la Ley Seca Torrio vio de inmediato la veta comercial que le abría la Ley Seca y, secundado por un Capone de apenas 21 años, montó una verdadera cadena de bares ilegales, integrada a la red de prostíbulos y casas de juego clandestino que ya tenía en funcionamiento. La cercanía de la frontera con Canadá les facilitaba el contrabando de alcohol necesario para abastecerlos. Para trabajar con tranquilidad compraron a policías y políticos, al mismo tiempo que expandían su territorio gracias a la muerte -adjudicada a Capone pero nunca probada- del principal rival de Torrio, “Big Jim” Colosimo. En 1924 ya eran los dueños de la ciudad. Incluso habían impuesto a su candidato en las elecciones municipales después de una campaña que incluyó el secuestro de varios de sus rivales y el amedrentamiento de votantes. No era un negocio que pudiera hacerse sin violencia, porque otras bandas también lo codiciaban, pero quienes quisieron disputarle el negocio a Capone lo pagaron muy caro. El 14 de febrero de 1929, un Cadillac negro se detuvo frente a un almacén que pertenecía a Bugs Morán, el mayor rival del rey de la mafia de Chicago. Bajaron cuatro hombres, dos de ellos vestidos de policías, y entraron al local mientras un quinto sujeto quedaba al volante del auto en marcha. En el interior sorprendieron a siete hombres de la banda de Morán que, creyendo que se trataba de policías, no ofrecieron resistencia. Bugs Morán tenía arreglos con la autoridad, de modo que no se preocuparon. Los “policías” los hicieron alinear contra una pared y les quitaron las armas. Luego se alejaron y los fusilaron con sus metralletas. Morán era el único rival que le quedaba a “Cara Cortada” en Chicago, quien así se aseguró definitivamente el manejo del alcohol ilegal en la ciudad. Por entonces, se calculaba que había amasado una fortuna de 125 millones de dólares y que cargaba con más de cien muertos. Los congresistas hipócritas La aprobación de la XVIII enmienda primero y de la Ley Volstead después requirió largas negociaciones políticas para conseguir los votos de los congresistas. Cuando finalmente entró en vigencia, muchos de ellos hicieron declaraciones elogiando esa medida que iba a convertir a los Estados Unidos en una nación abstemia. Claro que una cosa es decirlo y otra hacerlo, porque muchos de los que votaron favorablemente la ley no solo no dejaron de consumir alcohol, sino que lo hicieron incluso en sus propias oficinas del Congreso. Para abastecerse contaban con un proveedor de lujo, a quien llamaban “El hombre del sombrero verde”. Su nombre era George Cassiday y era también senador, uno de los que había hecho lobby y votado a favor de la ley. El hombre utilizaba sus fueros y entraba al edificio un promedio diario de 25 botellas de whisky de contrabando para venderlas entre sus colegas. La policía hacía la vista gorda, dada la importancia del personaje, hasta que otro senador -este sí abstemio y respetuoso de la ley- lo denunció. Cassiday fue detenido dentro del Congreso con seis botellas de whisky en su poder. Fue el único que pagó por violar la ley, porque ninguno de sus senatoriales clientes fue molestado para evitar un escándalo que pasara a mayores y pusiera en tela de juicio la credibilidad del poder legislativo. El fracaso y el final El principio del fin de la Ley Seca llegó cuando quedó claro que ninguno de sus supuestos efectos virtuosos se había concretado. Al contrario, las cosas iban peor. Durante la prohibición, el consumo de alcohol no solo subsistía, sino que continuaba de forma clandestina y bajo el control de feroces mafias. En vez de resolver problemas sociales tales como la delincuencia, la Ley Seca había llevado el crimen organizado a sus niveles más elevados de actividad como nunca antes se había percibido en los Estados Unidos. Antes de la prohibición había 4.000 reclusos en todas las prisiones federales, mientras que para 1932 se contaban 26.859 presidiarios, síntoma de que la delincuencia común había crecido gravemente, en vez de disminuir. El gobierno federal gastaba enormes cantidades de dinero tratando de forzar el cumplimiento de la ley, pero la corrupción de las autoridades locales y el rechazo de las masas a la prohibición, demostrada por el hecho de que el consumo no disminuía, hacían más impopular sostener la Ley Volstead. Por otra parte, el crack financiero de 1929 había llevado al país a una situación económica crítica y era necesario que el Estado recaudara más dinero. Por ejemplo, el de los viejos impuestos a la fabricación de bebidas alcohólicas, que antes de la Ley Seca era la quinta industria más grande de Estados Unidos, lo que significaba un enorme aporte por impuestos a las arcas estatales. Los diarios destacaron con grandes títulos el fin de la Ley Seca El 21 de marzo de 1933, el presidente Franklin Delano Roosevelt firmó el Acta Cullen-Harrison que legalizaba la venta de cerveza que tuviera hasta 3,2 % de alcohol y la venta de vino a partir del 7 de abril de ese mismo año. Meses después se aprobó la Enmienda XXI a la Constitución de Estados Unidos, que derogaba la Enmienda XVIII, origen de todos los males. Fue la primera y única enmienda constitucional derogada en la historia del país. De la Ley Seca y su consecuencia, la Prohibición, hoy solo quedan las anécdotas y, quizás, la posibilidad de hacer algún negocio de coleccionista, como el que el matrimonio Drummond realizó con las botellas de whisky que encontró escondidas en la casa del viejo contrabandista Adolph Humpfher.

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