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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/01/2025 08:46
Nannie Doss confesó haber asesinado con veneno para ratas a cuatro de sus cinco esposos. Al primero no lo mató: lo llamaron “Charlie, el suertudo” (Federación Internacional de Criminología y Criminalística) Tenía 7 años y su vida era un martirio: su exigente padre la hacía trabajar, junto a sus hermanos, en el campo. Sacaba yuyos a mano pelada, araba y sembraba la tierra con sus dedos pequeños y no la dejaban jugar porque eso era perder el tiempo. Por eso, el día que le dijeron que irían en tren a visitar a unos familiares en Alabama se sintió emocionada frente a semejante aventura: nunca había asomado su nariz más allá del alambrado de la granja o la escuela y jamás habían tenido vacaciones. Esa tarde de 1912 se subió con todos, muy ilusionada, al vagón. Estaba decidida a no perderse nada. Iba en su mundo soñando con otra vida cuando la locomotora realizó un frenado de emergencia. Nannie, con su poco peso, salió volando por los aires y pegó de lleno con su cabeza en el asiento de hierro que tenía más adelante. A partir de ese día, eso es lo que sostuvo ella años después, “sufrí dolores, migrañas severas y desmayos”. El golpe sería su gran excusa para justificar sus cuantiosos crímenes: asesinatos a sangre helada que cometió sin perder, ni por un segundo, su sonrisa amable. Muchos antes del primer muerto Nancy “Nannie” Hazle (luego sería conocida como Nannie Doss, el apellido de su último marido asesinado) nació el 4 de noviembre de 1905 en Blue Mountain, Alabama, Estados Unidos. Era la mayor de los cinco hijos del matrimonio formado por Lou Holder y James Hazle. Sus padres se casaron después de concebirla, lo que para la época supuso un desafío a las normas. James resultó un padre controlador y severo. Nannie lo odiaba. Su infancia fue poco feliz y su educación errática porque la preferían trabajando en la granja. A los cinco años ya cortaba madera. De jugar, ni hablar. ¿Amigos? Menos. Cuando podía, Nannie iba al colegio, pero le quedaba a demasiada distancia: entre ida y vuelta debía caminar más de seis kilómetros. Era lo más lejos que había ido nunca. Después vino el mencionado golpe en la cabeza en el viaje en tren, pero no le dieron demasiada bolilla. La vida siguió igual de difícil que antes. Cuando llegó a la adolescencia solo encontraba placer en leer las revistas del corazón con historias de amores rosados y las columnas de los corazones solitarios. Soñar funcionaba como un escapismo. Su padre les tenía prohibido a sus hijas mujeres cualquier tipo de maquillaje o el uso de ropa provocadora. Les soltaba unos eternos sermones. En resumen: debían evitar ser miradas por los hombres para no tener problemas. Por supuesto, en consonancia con estos mandatos los bailes y encuentros sociales estaban prohibidos para ellas. Además de las muertes que se confirmaron después, hubo otros decesos extraños y abruptos en el entorno cercano a Nannie Doss que alimentan las sospechas de más crímenes La vida que no era rosa Trabajando en una fábrica de lino en la localidad cercana de Anniston fue que Nannie conoció a quien sería su primer marido: Charles Braggs. Aunque Nannie tenía solamente 16 años su padre aprobó muy contento esa relación. Cuatro meses después de conocerse se celebró el matrimonio. Corría el año 1921. Braggs era el único hijo de una mujer soltera que, por supuesto, cuando Nannie se instaló en la casa con Braggs, se quedó viviendo con ellos. Muchas décadas después, Nannie afirmó: “Me casé como quería mi padre (...). Su madre soltera (por su suegra) tomó mi vida por completo cuando nos casamos. Ella no veía nada malo en lo que hacía él”. En el período de cuatro años, entre 1923 y 1927, la pareja tuvo cuatro hijas. El estrés en que vivía Nannie con tantas pequeñas y bajó el mandato de su suegra quien era tan inflexible como su propio padre, la condujo a volcarse a la bebida y al cigarrillo. No era feliz. Braggs, a veces, se ausentaba durante varios días y Nannie enloquecía porque sospechaba infidelidades. La vida matrimonial no era nada de lo que había soñado leyendo sus revistas rosas. Durante el año 1927 ocurrieron dos muertes horribles con pocos días de diferencia. En las dos oportunidades pasó lo mismo: Braggs llegó a su casa del trabajo y encontró a una de sus hijas tirada en el piso de la cocina. En las dos ocasiones fue casi igual y las menores estaban muertas. Nannie quiso hacerle creer a su marido que podría haber sido por un envenenamiento accidental. Pero Braggs desconfiaba de ella y empezó a temerle a su mujer. Sus hijas, se decía, estaban bien cuando él partió a trabajar, ¿cómo podía ser que después del desayuno hubieran muerto? En ambas oportunidades el seguro pagó una pequeña suma de dinero por sus fallecimientos. Pero Braggs se sentía en peligro y no se dejó convencer por Nannie. Se volvió a confiar en ella así que no comía ni tomaba nada que preparara Nannie. De hecho, muchos años después, lo bautizaron “Charlie, el suertudo”. Ya veremos por qué. Una tarde harto de la situación en que vivía armó su bolso, tomó a Melvina su hija mayor y directamente se marchó. Dejó a la menor, la recién nacida Florine y a su madre y dueña de la casa conviviendo con Nannie. Curiosamente, al poco tiempo de irse de su casa, la madre de Braggs también murió. No hay registros de qué pudo haberle ocurrido. Nannie quedó sola con Florine y para procurarse su sustento consiguió un trabajo en un molino algodonero. Braggs, a pesar del miedo, un año después volvió a la casa donde estaba Nannie con Melvina. Quería separarse, ya tenía una nueva pareja, y recuperar la casa de los Braggs. Era el verano de 1928. Logró el divorcio y Nannie terminó yéndose a vivir a lo de sus padres con sus dos hijas Melvina y Florine. Nannie Doss con dos de sus hijas cuando eran pequeñas. A dos de ellas las asesinó y su marido, por entonces, empezó a no comer la comida que su esposa preparaba Un segundo amor y dos nietos Nannie seguía leyendo sus revistas de amor. Se le ocurrió escribirle a los hombres que ponían avisos buscando pareja. No demoró en conocer a alguien nuevo. Le interesó un joven de Jacksonville que se llamaba Robert (Frank) Harrelson, un albañil de 23 años que le enviaba poemas románticos. Nannie (24) le mandó cartas, fotos y hasta una rica torta. Se conocieron y se terminaron casando en 1929. Convivieron pero al poco tiempo ella descubrió la verdadera cara oscura de su pareja: era alcohólico, tenía un temperamento violento y un pasado criminal que incluían abusos sexuales. A pesar de eso, no se separó y se quedó con él. El matrimonio sería el más prolongado de todos los que tuvo Nannie: duraron 16 años. En ese lapso vital, Melvina, su hija mayor, se casó y dejó de vivir con ellos. En 1943, Melvina tuvo un hijo al que llamó Robert Lee Haynes. Dos años después, embarazada de ocho meses, le pidió ayuda a su madre porque estaba por nacer su segundo hijo. Nannie fue a socorrerla. Después de un trabajo de parto largo y doloroso nació otro varón. Melvina atontada por el éter que le habían suministrado creyó ver, desde su cama de hospital, algo siniestro: a su madre introduciendo una aguja en la calota del recién nacido. A las pocas horas el bebé murió. Melvina se preguntó horrorizada si lo habría soñado. ¿Había sido una pesadilla lo que había visto? Se lo comentó a su marido Mosie y a su hermana Florine. Pero el certificado de defunción que habían hecho los médicos decía “muerte súbita”. Melvina optó por pensar que había sido una alucinación producto de lo que le habían dado. Aunque el runrún de lo sucedido con sus hermanas años atrás retumbaba en alguna parte de su cuerpo. Pasado un tiempo, Melvina se separó de su pareja. El dolor había sido demasiado para soportar. Melvina comenzó a salir con un soldado que Nannie desaprobaba. Comenzando el verano de 1945, viajó a visitar a su padre Bragg y le dejó a su hijo de tres años a su madre. El pequeño Robert solo sobrevivió tres días: el 7 de julio de 1945 murió por asfixia. Hubo autopsia, pero no pudieron determinar qué podría haberle provocado la falta de aire. Dos meses después su abuela cobró el seguro de vida de 500 dólares que había sacado a nombre del bebé y del cual era, curiosamente, era la única beneficiaria. Un mes más tarde le tocó el turno a su marido Frank. En agosto de 1945 después de salir con sus amigos para festejar el fin de la Segunda Guerra Mundial, Frank regresó alcoholizado y forzó a Nannie a tener relaciones sexuales. Eso fue firmar su sentencia a muerte. Al día siguiente su mujer le llevó una botella de whisky que había mezclado con abundante veneno para ratas. Frank no se dio cuenta de nada hasta que comenzaron los terribles dolores de estómago. Estuvo varios días retorciéndose hasta morir el 15 de septiembre. Pensaron que se había intoxicado con algún alimento. Nannie fue a cobrar el seguro de 500 dólares por su fallecimiento. Lo usó para comprar un terreno de 4 hectáreas donde construyó una casa para ella. Nadie quería contabilizar las muertes que desfilaban frente a los ojos. Ya iban seis y faltaban muchas más. El recuento daba que, en casi tres décadas, había asesinado, al menos, a unas doce personas y, había otras en duda: de qué habían muerto sus propios padres No hay dos sin tres Por los avisos del corazón a los que era adicta fue que Nannie conoció a quien sería su tercer marido: Arlie Lanning. Apenas se conocieron en persona sintieron que eran el uno para el otro y pocos días más tarde se casaron. Corría el año 1946 y se fueron a vivir a Lexington, Carolina del Norte. Arlie no resultó muy diferente de Frank: también tomaba y le era infiel. Durante este matrimonio, Nannie empezó a tomarse recreos. Desaparecía con frecuencia. Se iba por meses y cuando volvía actuaba como la perfecta ama de casa. Cuando su marido murió en 1950 en un aparente ataque cardíaco, todo el pueblo fue a consolarla. Lo que en realidad había hecho era condimentar sus platos con raticida. Era lo que mejor funcionaba. La casa donde vivían estaba a nombre de la hermana de Arlie, pero había un seguro que había sacado Nannie en su favor. Una noche, poco después de la muerte de Arlie, la casa en la que habían vivido se incendió hasta los cimientos. Dentro dormía la anciana madre de Arlie a quien Nannie estaba cuidando porque tenía rota la cadera. Le salió perfecto porque las llamas acabaron con su suegra y ella cobró el seguro mientras que su cuñada se quedó sin nada. Nannie decidió irse a vivir a la casa de una hermana suya que estaba postrada: Dovie. Ya imaginarán lo que sucedió: al poco tiempo Dovie también murió. Se supo que otra hermana de Nannie también murió coincidiendo con una visita de ella. Ambas mujeres, antes de sucumbir, habrían experimentado síntomas similares como fuertes retortijones de estómago y convulsiones violentas. En una entrevista que le hizo la revista Life en la cárcel, Nannie se dedicó a culpar por su comportamiento a aquel golpe en el tren y, también, a los adultos que la rodearon Cuarta y quinta boda La viuda por partida triple se unió al Diamond Circle Club para volver a formar pareja. El amor era su obsesión. Así fue que encontró en 1952 a Richard L. Morton (69), quien era de Emporia, Kansas, en una estación de colectivos. No bebía, eso era fundamental. Se casó con él, pero resultó que Morton también era mujeriego como sus predecesores. Ya Nannie tenía menos paciencia, no soportaba la infidelidad. Richard no demoró en seguir los pasos mortales del resto y murió el 19 de mayo de 1953. En su certificado de defunción podía leerse “muerte natural”, pero la realidad desconocida era que había pasado los últimos tres meses en una pesadilla luego de haber bebido un termo de café preparado por su querida Nannie y que estaba contaminado con altas dosis de arsénico. Poco después conoció a Samuel Doss. Como siempre pasaba con ella todo sucedía a la velocidad de la luz: se enamoraron y se mudaron juntos a Tulsa, Oklahoma, comenzando el año 1954. Samuel era un hombre distinto al resto de sus maridos: era religioso, iba a la iglesia y desaprobaba las novelas de amor rosadas que devoraba Nannie. Pelearon y ella se marchó pero terminó volviendo con él cuando Samuel la puso como adicional en su cuenta bancaria y la puso como beneficiaria en sus dos pólizas de vida. Eso la convenció de la conveniencia de volver. Varios meses después, en septiembre de 1954 después de comer una tarta de ciruelas secas convenientemente regada con arsénico, Samuel debió ser ingresado en un hospital. Le diagnosticaron una severa infección en el intestino. Fue tratado y sobrevivió. Lo dieron de alta el mismo día en que iba a morir: el 5 de octubre. Esa misma noche Nannie terminó su tarea. Le preparó café como bienvenida con otra buena dosis de arsénico. Samuel no era un tipo desconfiado, confiaba demasiado en Dios. Esta vez su método preferido funcionó. Pocas horas después, seguramente pasándola muy mal y con Nannie como único testigo, dejó de respirar. Días después Nannie corrió a cobrar dos pólizas de seguro. En esta ocasión las cosas se dieron de una manera diferente. El médico de cabecera de Samuel Doss no se conformó con las tontas explicaciones de Nannie sobre la extraña muerte de su paciente. Solicitó una autopsia y el juez la autorizó. La misma reveló que en su cuerpo había una cantidad de arsénico para matar a veinte hombres. Con el resultado en sus manos el médico alertó a la policía quien se presentó de inmediato en la casa de los Doss. Nannie no se resistió. Solicitó a los agentes autorización para llevar el último número de la revista Romantic Hearts que tenía sobre la mesa del living. Así tendría algo para leer y entretenerse si se daba el caso que tuviera que esperar. Tenía 48 años cuando fue condenada a la silla eléctrica. Iba a ser la primera mujer ejecutada en la historia de ese estado. Pero un año después el juez la declaró insana y le conmutó la pena por cadena perpetua La confesión tardía Cuando la confrontaron con lo que habían averiguado en la autopsia, se vio acorralada y, horas después, terminó confesando. Quedó arrestada. La información que comenzaron a recolectar demostraba que Nannie estaba rodeada de incontables muertos. Era octubre de 1954 y habían pasado 27 años de su primer homicidio. Ahora, frente a la policía de Tulsa, había confesado, por lo pronto, haberse deshecho de cuatro de sus maridos. La policía estaba más que sorprendida porque esa mujer risueña de 48 años, madre y abuela, daba detalles escalofriantes. Y, con cada cuento que hacía, se reía como una adolescente. Cero empatía. Cuando contó lo de Frank Harrelson, su segundo y más largo marido, se justificó: “Esa madrugada me violó. Después de hacerlo me pidió que le llevara la botella de whisky que había quedado en la cocina. Se la llevé, pero antes le puse veneno para ratas. Murió retorciéndose”. De Samuel Doss contó, en cambio, que él la adoraba y que era un fanático de sus tartas: “Amaba las ciruelas secas”. La excusa que puso es que él había empezado a molestarla con sus normas: la hacía acostarse temprano, le había prohibido tener televisión, no la dejaba escuchar radio ni tener un ventilador. Le había dicho con firmeza: “He sido un hombre cristiano toda mi vida y tú serás una mujer cristiana”. Después de esa frase, reconoció, se quedó tan molesta que había procedido a colocarle la primera porción de veneno en la tarta. Cuando le preguntaron qué deberían hacer con ella por haber envenenado a tanta gente, respondió: “Lo que quieran. Lo que hagan estará bien para mí”. La investigación mandó a exhumar los cuerpos de los maridos, familiares e hijos de Nannie para examinarlos. El resultado fue que en nueve encontraron rastros de venenos: cuatro maridos, dos de sus hijas, dos de sus hermanas y un nieto. Los tres restantes por otros motivos como asfixia, incendio o ni siquiera se sabía por qué. El recuento daba que, en casi tres décadas, había asesinado, al menos, a unas doce personas y, había otras en duda: de qué habían muerto sus propios padres. Tenía 48 años cuando fue condenada a la silla eléctrica. Iba a ser la primera mujer ejecutada en la historia de ese estado. Pero un año después el juez la declaró insana y le conmutó la pena por cadena perpetua. Mientras era juzgada en Oklahoma, fue acusada por asesinato en los otros estados donde ocurrieron los homicidios: Carolina del Norte, Florida y Alabama. Sin embargo, al enterarse de la sentencia, se decidió suspender los procesos. Cuando la retiraron de la sala para llevarla a prisión, a una de sus hijas le susurró: “No se hagan problemas. Porque yo no me preocupo”. Al cumplirse los primeros dos años de reclusión Nannie comenzó a lamentarse de su suerte y reclamó que mejor hubiese sido que la condenaran a morir. Dio reportajes donde protestó porque la tenían trabajando en la lavandería y no en la cocina como a ella le hubiese gustado. Las razones de esto eran más que obvias. Mataba a sus familiares para cobrar las pólizas de vida. Su avaricia terminó develando la verdad: el médico de cabecera de su último esposo no creyó las razones del deceso y ordenó una autopsia ¿Cuántos asesinatos cometió? Es difícil decirlo y probarlo. Porque las investigaciones y los archivos anduvieron un poco confundidos con tantos maridos, familiares y parientes muertos. Pero se cree que su padre, a quien detestaba, también cayó bajo sus garras ponzoñosas. Además, hay un período de su vida del que no se tiene registro alguno. Nannie había vivido en Nueva York y en Idaho. ¿Qué tendal de muertes podría haber dejado por ahí? Quién sabe. Lo que sí se supo es que, por esos pagos, habría estado casada con un tal Hendrix. En una entrevista que le hizo la revista Life en la cárcel, Nannie se dedicó a culpar por su comportamiento a aquel golpe en el tren y, también, a los adultos que la rodearon. Lo cierto es que fue mucho más tiempo asesina activa que convicta. Diez años exactos después de ingresar a la cárcel, murió de leucemia. Fue el 2 de junio de 1965 en la penitenciaría de Oklahoma. Nannie buscaba al amor perfecto, pero por sobre todo no ser importunada por nadie. Era de armas tomar y si algo no le resultaba, simplemente, recurría a su mágica botella amiga. Veneno para todos.
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