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» Diario Cordoba
Fecha: 13/01/2025 04:49
Uno puede andar muy atribulado, pero es imposible recorrer la calle Cairuán y que esta no cobre protagonismo. No es lo mismo estar atormentado en un polígono que en una calle así; la influencia de la belleza es innegable. Empecé por Averroes, a quien saludé sin dejar de caminar. Frente a mí, una joven hablaba por teléfono con carpetas y libros sujetos en el costado; al otro lado del canal, un señor de boina y pantalón de pana la observaba. Allí mismo brindé con una lata de cerveza cuando terminé la carrera. Me gusta pensar que los pacientes del hospital de la Cruz Roja tienen esas vistas: las albercas de agua cristalina, la muralla, el ciprés. Al llegar a la puerta de Almodóvar, me detuve un momento a mirar la estatua de Séneca. Me hace gracia que la pagara el Cordobés. Habría que verlos tomándose algo juntos. Continué por el paseo de la Victoria, donde empecé a cruzarme con señoras que caminaban agarradas del brazo. Sus colores eran el beige y el verde caza; llevaban gafas de sol de concha, y debían de ir todas a la misma peluquería. Rezumaban una elegancia estoica, hierática. Hace años, un puñado de latifundistas dejaron sus pueblos y se fueron a vivir por esa zona. Ya quedan menos, pero la esencia permanece. Actualmente, la Victoria podría seguir resumiéndose en una viuda solitaria en un piso de trescientos metros. Se pensaría, con lo dicho, que es un barrio sin gracia, pero no es así. Basta mencionar que uno de sus negocios más estables es un sex shop, el Adán y Eva. El contraste entre lo que vende y los potenciales clientes son la sal y la pimienta que le falta al exceso de contención. Otros artículos de Álvaro Gálvez Medina Calma aparente Frontera eludible Calma aparente De golpe Calma aparente Ejercicios barrocos Me desvié para buscar una terraza en la que beber algo y terminé en la plaza de la Trinidad, entre la iglesia y la escuela Mateo Inurria, junto a la estatua de Góngora. El camarero me sorprendió al pedirme que eligiera una tapa. Le eché un vistazo rápido a la carta y le pregunté qué era la tortilla granaína. Entonces me miró fijamente y respondió: «Tortilla de patatas». Me pareció tan sublime que me aventuré a probarla. Después, reclinado en la silla, contemplé la plaza y me puse a recordar. Cuando era más joven, grupos de imbéciles se citaban allí cada veinte de noviembre para pelearse. Aquello era sonado. Espero que ahora peinen canas y prefieran desahogarse haciendo triatlones. También recordé una boda emocionante, con invitados ya ausentes, y un discurso de luto sobrecogedor. Luego reparé en que tenía que ir al supermercado y me fui. No todo va a ser contemplación. También habrá que comprar, no sé, lonchas de pavo. *Escritor
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