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» Diario Cordoba
Fecha: 13/01/2025 04:32
Nuestra principal seña de identidad, mucho más que nuestros edificios emblemáticos, nuestras lenguas, nuestras tradiciones y nuestra historia, son los paisajes de nuestra tierra. Si insistimos en alterarlos, uno detrás de otro, hasta dejarlos irreconocibles, no habrá planos, lengua, tradición o historia que los recupere. Así lo entendió Miguel Delibes, que afirmaba que «la destrucción de la naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste». Según Julio Llamazares, el derecho al paisaje debería ser un derecho constitucional, pues de su disfrute depende nuestro desarrollo armónico y la felicidad a la que aspiramos y que no solo depende de la economía, también del espejo en el que nos miramos. El paisaje ocupa un lugar privilegiado entre los conceptos que relacionan al hombre con el medio. No hay apenas una disciplina, desde la geología al arte pictórico, pasando por la literatura, que no utilice este concepto. Tratar el paisaje es abordar un sistema de elementos en interacción. Unamuno, Antonio Machado, Azorín, es decir, los autores que han sido reconocidos como Generación del 98, crean el paisaje castellano. Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, autores más visiblemente modernistas, crean un paisaje sensual y de color. Quizás fuera Azorín el escritor paisajista por excelencia de aquella generación a caballo entre dos épocas. Decía el autor de La ruta de Don Quijote que lo que da la medida de un artista es su sentimiento de la naturaleza. Un escritor será tanto más artista, así, cuanto mejor sepa interpretar la emoción del paisaje. «No amaremos nuestro país, no le amaremos bien, si no lo conocemos. Sintamos nuestro paisaje; infiltremos nuestro espíritu en el paisaje». Azorín además defiende una percepción del paisaje que incluye la mayor parte de los sentidos: «En lo antiguo el paisaje era casi únicamente visual. Ahora entran en el paisaje, además de la vista, el oído, el olfato y diríamos que también el tacto». Tratar el paisaje es abordar un sistema de elementos en interacción Otro gran defensor de los paisajes españoles fue Ortega y Gasset. Este gran filósofo y ensayista había escrito en 1906: «Cada paisaje me enseña algo nuevo y me induce en una nueva virtud. En verdad te digo que el paisaje educa mejor que el más hábil pedagogo». También que «los paisajes me han creado la mitad de mi alma, y si no hubiera perdido largos años viviendo en la hosquedad de las ciudades, sería a la hora de ahora más bueno y más profundo». Este valor ético del paisaje, además, es doble, pues permanece: «Perdura sobre la mudanza», dice Ortega. Tan humano se hace el paisaje, que Ortega lo vincula al medio, a la circunstancia del habitante. Un mismo trozo de tierra se multiplica en tantos paisajes como seres humanos se paren ante él. El paisaje es también una necesidad biológica. Tenemos sed de paisaje. Miguel Hernández decía: «Yo me bebo el paisaje». Beberse el paisaje es sentirse materia única, unidad total: hombre tierra. Jorge Padrón va más allá y afirma que la naturaleza es la placenta cósmica del hombre. Como una madre ella lo protege, le da vida y sustento, lo integra en sí misma tanto para prolongar su existencia como para designarle el espacio que acogerá su muerte. Un estado del alma Para Leopoldo de Luis «el paisaje, como la poesía, viene a ser un estado del alma. Por eso no lo puede explicar la ciencia, lo explica la poesía. Cuando en una puesta de sol admiramos esas franjas en gamas de rosas, de violetas, de amarillos, de cárdenos... viene la ciencia y nos dice que todo se debe a la angulación de un rayo de luz atravesando determinadas capas de aire. O cuando, después de una tormenta, percibimos un olor peculiar y grato, viene la ciencia y nos dice que todo se debe a la carga de ozono que hay en la atmósfera. Pero... ¿por qué a la hora del crepúsculo, por qué al atardecer solemos sentir una angustia especial, una rara melancolía?...» Nuestro objetivo es mostrar los paisajes de la provincia de Córdoba a través de la literatura, pero sin dejar de lado la ciencia. ¿Qué paisajes y por qué inspiraron a escritores de todos los tiempos? ¿Cómo eran y cómo han cambiado desde entonces? ¿Qué elementos naturales los definen? La selección ha sido tan subjetiva como toda obra de creación debe ser, pero lo suficientemente amplia en el tiempo y el espacio como para darnos una visión intemporal y completa de los paisajes de Córdoba: Julio César, Al Sagundi, el marqués de Santillana, Lope de Rueda, Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Fray Luis de Granada, Luis de Góngora, el duque de Rivas, Juan Valera, Pío Baroja, Pedro Garfias, Corpus Barga, Ortega y Gasset, Camilo José Cela, Rafael Alberti, Antonio Gala, Ricardo Molina o Alejandro López Andrada, entre otros, nos guiarán por diversos paisajes cordobeses. Resultará enriquecedor dejarse invadir por la obra de todos estos autores, sentir el ritmo de sus palabras y recuperar su significado; permitirlas resonar en nuestro interior mientras caminamos inmersos en el paisaje que les dio la vida y las hizo inmortales. No hay mayor placer, probablemente, que sentir desentumecerse los músculos al calor de las palabras, hacer funcionar la vieja máquina oxidada y crear nuestras propias imágenes sin que surjan superpuestas por la publicidad o el modelo de vida facilitado por una pantalla luminosa. 'Córdoba Tierra Nuestra' Ay, «¡si los españoles estuviéramos a la altura de nuestros paisajes!». La exclamación es de Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, ese modelo de educación que pretendió modernizar España pero que fue asolado por el franquismo, y que sin embargo continúa vigente, aún más que cuando la pronunció Giner. Remedando la exclamación del gran pedagogo, y llevándola a mi terreno, yo diría: Ay, «¡si los cordobeses estuviéramos a la altura de nuestros paisajes!» La Institución Libre de Enseñanza «descubrió» para los madrileños el paisaje que tenían casi a tiro de piedra, la sierra de Guadarrama. Y yo me atrevería a decir que el grupo Cántico, con Juan Bernier a la cabeza, pretendió descubrir para los cordobeses sus paisajes, de Córdoba Tierra Nuestra, título del libro escrito por el arqueólogo y poeta del Grupo Cántico que el Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba publicó en 1979. Por eso, si bien los autores antes nombrados, y algunos otros que irán apareciendo en estas páginas cada quince días, sitúan su obra en enclaves concretos de la provincia con los que quedarán irremisiblemente asociados, la obra de Juan Bernier la abarca toda, y sus poéticas descripciones irán surgiendo como complemento a lo dicho por otros autores de sus lugares de inspiración. Como dice el propio autor, «este trabajo, día a día, a través de muchos años y continuamente hasta 1978, surgió, también paso a paso por esta tierra provincial de Córdoba, que además de amarse por su maternidad, su afincamiento o simplemente, su paso, ha de estimarse sobre todo por su rostro, su paisaje, su monumentalidad, su historia, y fundamentalmente, por su desconocimiento». Suscríbete para seguir leyendo
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