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Concordia » El Heraldo
Fecha: 13/01/2025 00:37
Crecieron felices en familias numerosas, dedicándose a las tareas agrícolas colaborando desde muy pequeños, y adolescentes ya, concurrían al pueblito de Pedernal que se formó alrrededor de la estación de ferrocarril que comenzó a funcionar en 1915, a veladas literarias, bailes, ensayar obritas teatrales y por iniciativa del joven Jacobo Blatt crearon el primer periódico manuscrito en el que casi todos colaboraban publicando poemas, comentarios, algunos “picantes”, al que denominaron “El Faro”, y en los tórridos veranos organizaban picnics a orillas del arroyo Grande, donde había monte virgen y en un sitio en que había una cascada entre piedras mora donde el arroyo corría rumoroso. Allí nací cuando la colonia estaba en pleno desarrollo, los caminos vecinales muy transitados a toda hora por sulkys, carros cargados de cereal, tropas de hacienda, jinetes, y hasta donde alcanzaba la vista enormes extensiones de trigales y linares que la brisa mecía suavemente semejando un gran mar celeste. En el campo de cada colono había un rancho en el que vivía un criollo con su familia, habiéndose conformado una particular simbiosis entre unos y otros, integrándose ambos sin perder su identidad complementándose en casi todos los aspectos, trabajo y vida de relación. En el campo de mis abuelos maternos vivían don Secundino González, su mujer doña Fulgencia y su numerosa prole, criándonos los hijos de los colonos con los de los puesteros en plena naturaleza, sin estar contaminados por sentimientos discriminatorios, con las mentes infantiles puras e inocentes compartiendo correrías y juegos propios del ambiente. Por ser las 12.970 hectáreas en que fue fundada esta colonia una lonja de tierra alargada rodeada por los arroyos Rabón y Grande, y para no tener que viajar para concurrir al templo, fueron creadas 4 sinagogas, a una distancia de una legua una de otra. Cuando se debían encender las velas a la hora del crepúsculo, eran requeridos jóvenes gentiles que mientras duraban líos oficios, se entretenían jugando en los alrededores. En el mes de septiembre del año 2007 fue creado en Concordia el “Museo Judío de Entre Ríos” en una casona reciclada adquirida para tal fin por el que por muchos años fuera un destacado médico local ya fallecido, el Dr. Víctor Oppel, sobreviviente del Holocausto, con el propósito de dejar un legado cultural para la ciudad, la provincia y el mundo, con la asistencia de la empresa multinacional C.T.M. que generosamente colaboró para la puesta en marcha del mismo. Necesitaban un guía que conociera en profundidad la epopeya colonizadora y más precisamente la evolución de las colonias. Como ya no quedan muchas personas descendientes en segunda generación de entrerrianos, fui convocado para dicha tarea, por lo que acepté el desafío. El día de la inauguración se realizó un importante acto, cerrada la calle se erigió un escenario, con asistencia del gobernador de la provincia, autoridades, representantes políticos y de instituciones. Luego de los discursos de práctica y de cortar las cintas inaugurales, y con un numeroso público, comenzó un recorrido por las cuatro salas que lucían espléndidas. Una jovencita en la puerta de acceso controlaba el ingreso de grupos de personas que luego de una recorrida, ingresaba la siguiente. Los familiares del Dr. Oppel y yo, tratando de explicar los contenidos atendiendo a los visitantes. Concentrados en esas tareas como estábamos, se acerca a mí la joven de la puerta expresándome preocupada que en la entrada hay un hombre mayor que no quiere ingresar, pide hablar “con el patrón”. Invitalo a pasar, le digo. No quiere, me responde, le insistí, pero se niega. Me disculpo ante las personas que estaba atendiendo y me acerco a la puerta de calle. Allí veo a un hombre bajito, por la edad, y con la piel del rostro muy arrugada y oscura, indudablemente es el resultado de haber soportado muchos soles y vientos en los campos trabajados, muy anciano, y vestido para esta ocasión. Bombachas tableadas, alpargatas nuevas, cinto angosto con rastra y sombrero negro de ala ancha, sosteniendo un elemento que apretaba contra el cuerpo de regulares dimensiones. Al acercarme siento un escozor en todo el cuerpo y como en un torrente acuden a mi mente innumerables imágenes campesinas, familiares, vivencias! Reconozco en ese hombre a don Secundino, el puestero de mi abuelo materno. Me invade una intensa emoción y debo recomponerme para articular una palabra, no puedo decirle quién soy, que cuando era pequeño me llevaba a dar una vuelta a caballo por el patio, que me crié con sus hijos, que hablaba en idish con mi abuelo, hacían bromas y reían... ¿Me reconocería? No era el momento, las personas pugnaban por pasar, por lo que articulando un ¿qué desea? traté de recomponerme. ¿Usted es el patrón? me dijo. No.… le respondo, pero aguarde un momento. Vuelvo y le pido al titular, Dr. Sergio Oppel, hijo de Víctor, que me acompañe a la puerta de calle para recibir a una persona “especial”. Ante mi insistencia, se disculpa con las autoridades con las que departía y allí fuimos. Señor -le dije- este es el patrón. ¿Puedo pasar? -preguntó- Si... pase... Tomándose del marco de la puerta accedió a la entrada y sin descubrirse, tocando con la mano libre el ala del sombrero haciendo una leve reverencia, exclamó: Secundino González, pa´servirlo. Mucho gusto -le responde- y a continuación el visitante expresa: M´ijita que vive en Concordia me avisó que hoy se inaugura un museo judío, y yo vine a traer un presente. Bueno, demelo... No, primero quiero decirle de dónde lo saqué... Bueno... cuentemé. ¿Quiere que le cuente en castellano ó en idish? (Secundino González concurrió a la escuelita del Rabón junto a los primeros hijos de los colonos nacidos en la colonia, por lo que sin dudas tiene cien años de edad). Ante el estupor de varias personas que se acercaban a presenciar la escena, cuenta por sugerencia, en castellano: Yo nací y me crié en la colonia Santa Isabel, ¿sabe? Allí fuí a la escuela con todos los hijos de los colonos... Todos se fueron yendo del campo y quedan taperas nomás... En esa colonia había cuatro sinagogas que se fueron cayendo de viejas y abandonadas... Solamente quedaba una cerca de mi casa, y cada vez que yo iba al pueblito a hacer la provista con unas maletas que llevaba en las cruces de mi tordilla pasaba frente a la sinagoga cerrada, cada vez más rajada, toda inclinadita y decía pa´mí: en cualquier momento se va a caer nomás. Hasta que un día no estaba más! Se había rendido al tiempo... y unas vacas andaban caminando entre los ladrillos viejos. Me dió pena, sabe? Yo la respetaba porque de gurí chico me llamaban al anochecer para prender las velas... y algunas señoras me convidaban con cosas dulces... Me bajé de mi tordilla y descubriéndome me acerqué ... y ¿sabe lo que ví entre los ladrillos quebrados? La estrella de David que estaba en el frente de la sinagoga. Me acerqué, me santigüé, la levanté, porque eso es sagrado, ¿sabe? La llevé para mi casa y le dije a mi mujer: Vieja, tomá esto, envolvelo en una sábana vieja y guardalo sobre el ropero. Tal vez algún día la lleve donde debe estar. Mi mujer hace 20 años que es muerta, y como mi hijita me avisó lo del museo, aquí se la traigo para que ocupe el lugar que se merece... Esa es la estrella de David que luce en una de las paredes de la sala cuatro del Museo Judío de Entre Ríos. Su historia alberga un pasado rico de convivencias en esa simbiosis que se originó hace más de 100 años entre judíos y criollos labrando los campos entrerrianos, en paz y libertad.
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