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  • El legado de ‘Cien años de soledad’

    » Diario Cordoba

    Fecha: 11/01/2025 11:26

    La adaptación de ‘Cien años de soledad’ en una serie de televisión de Netflix obliga a que nos preguntemos por el legado de esta novela. Cincuenta y siete años (su primera edición es de 1967) son suficientes para medir el impacto que tuvo la estética del Realismo Mágico entre las posteriores generaciones de escritores, principalmente en Hispanoamérica, y la influencia de la propia obra. La crítica ha designado bajo el epígrafe ‘post boom’ a autores, unos más conocidos que otros, nacidos en torno a la década de los cuarenta y que tuvieron que definir su escritura frente a la de García Márquez. De la misma manera que Leonardo Sciascia afirmaba que en España no se leía el ‘Quijote’ porque todo el mundo sabía de qué iba, en América, y especialmente en Colombia, ‘Cien años de soledad’ parecía llenarlo todo. Es cierto que una mujer, la chilena Isabel Allende, muestra de forma evidente el influjo de Gabriel García Márquez cuando publica, en 1982, ‘La casa de los espíritus’, un exitoso libro que marca un antes y un después en la deriva del Realismo Mágico como el procedimiento más eficaz para dar cuenta de lo «latinoamericano». Sin embargo, el peruano Alfredo Bryce Echenique, el colombiano Rafael Humberto Moreno Durán, el venezolano Salvador Garmendia y, mucho menos los argentinos Manuel Puig o Ricardo Piglia, no estaban por continuar con ese modo de realismo. Recordemos que la editorial Losada no quiso publicar ‘Cien años de soledad’ por considerarla telúrica. En los ochenta, dentro de un mundo global, se asociaba el Realismo Mágico al pensamiento mítico de las culturas primitivas. Miguel Ángel Asturias ya había dado cuenta de ello tempranamente en sus ‘Leyendas de Guatemala’ (1930). Los nuevos novelistas consideraron preciso liquidar de nuestra tradición literaria el telurismo, que reducía América Latina a la naturaleza, cuando una serie de novelas, desde el realismo, ya habían dado cuenta de ello a partir de los años veinte. ¿Bajo qué signo debían emprender las nuevas generaciones su proyecto de escritura? Había llegado el momento de liquidar aquella literatura que cantaba la naturaleza y orientaba su mirada paternalista hacia los pueblos indígenas. Se la consideró una literatura menor que se había querido superar desde las vanguardias. El importante crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, catedrático de la Universidad de Bonn, también planteó por esos años la necesidad de una literatura continental «sin realismo mágico». Así el ‘post boom’ quiso volcar su capacidad expresiva situando al lenguaje en el centro de sus preocupaciones. Pero parecía imposible soslayar el sortilegio de la palabra, el poder evocador de ‘Cien años de soledad’. Pese a ello, Rafael Humberto Moreno Durán se hizo eco de tales preocupaciones y se presentó como «escritor posmoderno» con su trilogía ‘Femina suite’ (1983) que dio mucho de qué hablar en congresos literarios, pero hoy nadie lee. Queda, eso sí, para la reflexión su ensayo ‘De la barbarie a la imaginación’. Es comprensible que la generación de escritores nacidos en los cuarenta se propusiera matar al padre. Pero a García Márquez nadie lo mataba, vivía por encima de los debates intelectuales, de los intentos desesperados de sus contemporáneos por conquistar el Olimpo de las letras. Esto sólo le correspondió a él porque se lo otorgaron los lectores del mundo entero. La Colombia oficial no tuvo más remedio que aceptar el orgullo y el honor de ser el lugar de nacimiento de su único Premio Nobel de Literatura (Chile tuvo dos), pese a numerosas discrepancias con sus posiciones políticas. Los escritores nacidos entre los cincuenta y los sesenta buscaron saltar a la escena internacional con temas no específicamente nacionales o bien plantearlos desde una distancia que borrase cualquier rasgo tercermundista, localista o telúrico. El género policíaco se adaptó a sus necesidades y, en el caso colombiano, permitía la imagen de un país paradójico signado por la violencia y el narcotráfico. Lo evidente es que ninguno de estos jóvenes deseaba ser tratado exclusivamente como escritor latinoamericano, rechazaban la consideración de producto exótico. En la década de los noventa, sin soslayar la realidad latinoamericana, los jóvenes se centraron en la cultura urbana, en lo cotidiano, en la crónica periodística. Quizás pretendían la universalidad que los modernistas habían llamado «cosmopolitismo». Pero, salvo las literaturas del Río de la Plata, países como Colombia, México o Perú prácticamente no supieron escapar de un mundo rural anclado en el pasado, de ese sentido histórico ligado a la tierra que parecía emerger de la obra de García Márquez. Pocos novelistas incursionaron en los problemas del individuo contemporáneo o buscaron en la ciudad valores auténticos, lo que por cierto, encontramos en autores de los treinta, como el argentino Roberto Arlt o el colombiano José Antonio Osorio Lizarazo. El impacto de la obra Sin embargo, el impacto de ‘Cien años de soledad’ fue tan demoledor que tuvo más detractores pasivos y silenciosos que seguidores. Lo paradójico desde la novela colombiana actual es la influencia de García Márquez en otras literaturas del mundo. En China muchos autores reconocen que les pesa como una sombra, y lo consideran un honor, más que una carga. Mo Yan autor de ‘Sorgo Rojo’ o ‘Los pechos opulentos y los culos gordos’ es uno de los escritores más influidos por el Realismo Mágico. Igualmente es asombroso el impacto en las literaturas africanas. África parece llena de Macondos y destacan obras como ‘La ruta del hambre’ de Ben Okri, ‘Crónicas abisinias’ de Moses Isewaga, ‘El brujo del cuervo’ de Ngugi wa Thiong’o o ‘Tierra sonámbula’ de Mia Couto. ¿Cómo contemplar entonces la actual serie de Netflix desde el panorama que he trazado? ¿Cómo se adaptan al sonido y a la imagen en secuencia recursos como la concepción mítica de la cultura del país que se representaba con la metáfora, la parodia, la enumeración retórica, la distorsión o la exageración? ¿De qué manera se muestra el trasfondo histórico y mítico que señala las etapas del recorrido y el destino de los personajes? Sorprende hasta golpearnos el escenario barroco de los ambientes interiores, o la representación de la naturaleza tropical. ¿Lo leímos así en la novela? Todo parece recargado, pero el exceso busca ser una solución para ponerse al servicio de la estética de la escritura. Cautivan personajes como Úrsula Iguarán, tan bien logrados en su contundencia. No así otros cuyas voces llegan incluso a chocar, sobre todo, cuando recordamos que ‘Cien años de soledad’ es, por encima de sus bellas metáforas y sus frases contundentes, un cautivador relato oral. ¿Qué representó para mí ‘Cien años de soledad’? A finales de los setenta, cuando daba yo los primeros pasos por el camino de la escritura, me encontré con esta novela de García Márquez que me sorprendió. Aunque ‘La hojarasca’ podía haber sido una entrada en el estilo y el modo de narrar, ‘Cien años de soledad’ nos invadía. Sin embargo, yo me quedé, y tal vez siga haciéndolo hoy, con sus cuentos de ‘Ojos de perro azul’, que marcaban las notas de la sinfonía de mi corazón buscando, en no sé qué rincones de mi ciudad, el tono que me permitiera emprender el vuelo tras las criaturas lejanas que vislumbraba. No era Macondo el país que yo perseguía, eran otros lugares de la memoria, mi propia geografía interior y todo ello me alejaba, sin pretenderlo, del Realismo Mágico. La serie de Netflix no deja, por lo tanto, de chocarme. Dudo reencontrar en ella ahora aquella pureza que hallé en el novelista que nos cautivó, cuyos destellos alumbran aún para las nuevas generaciones otros caminos que parecen aquí haberse perdido entre los árboles y las ciénagas. ¿Cómo imaginaba yo el mundo de ‘Cien años de soledad’ en los setenta y los ochenta y hasta qué punto esta versión coincide con mi percepción de lectora? Naturalmente me sentía implicada con la historia del país, que el autor presentaba en su dimensión mítica; mientras sus personajes me permitían vislumbrar lo insólito de la condición humana, con sus grandezas y miserias; además, los aspectos fantásticos, que se introducían con normalidad en la vida cotidiana, condimentaban ese placer ante lo narrado. No puedo decir lo mismo de la serie, aunque comprendo que el resultado, con la belleza de ciertos planos, la calidad fotográfica y la excelente actuación de algunos autores, es un producto diferente. Si en la novela pesaba más la magia que el realismo en esta serie parece que se tiende más al realismo, ya que la magia se reduce a algo anecdótico y no corresponde al misterio de la vida. La serie Las relaciones del cine con la literatura han sido tema de larga reflexión y estudio en España desde hace más de un siglo. En Andalucía destaca el trabajo llevado a cabo, en libros y artículos, por Rafael Utrera. No se trata por lo tanto de teorizar aquí. En los años sesenta del siglo pasado, el francés André Bazin, resolvió una de las discusiones frecuentes al observar que la obra literaria nunca sufre por la adaptación pues, si el espectador ha leído antes, por ejemplo ‘Cien años de soledad’, podrá elaborar su propio juicio; si no la conocía, tal vez se interese por ella; y si no decide leerla, considerará la película, buena o mala, como cualquier otra. La dirección de la serie ha corrido hasta ahora (falta la segunda parte de 8 capítulos más) a cargo, alternativamente, de dos habituales de las teleseries, Alex García López y Laura Mora, que habrán cuidado de los actores y los movimientos de cámara. La autoría real, por lo tanto, recae en verdad sobre los productores, más que en los directores: Gonzalo y Rodrigo García Barcha y Diego Ramírez-Schrempp, éste un habitual de Netflix y, probablemente, el representante de la empresa. Los García Barcha son hijos de García Márquez, responsables de que los papeles del escritor se conserven en el Harry Ransom Center, de Austin, y no en Colombia, y de la publicación de la inacabada y manipulada novela ‘En agosto nos vemos’, por lo que debemos suponer que la serie entrega la comprensión que la familia desea que permanezca de la obra del padre. Si contemplamos la adaptación para Netflix como lectores, comprobamos que los responsables han tenido que imponer dos decisiones: la concentración temática y la ordenación narrativa. Resulta palpable, en los 8 capítulos actuales, que el mundo del realismo mágico descansa sobre todo en la imagen, de un barroquismo que irrealiza todo y hace pensar en un convencimiento, como el que tenía Lezama Lima, de que Hispanoamérica es un continente barroco. Sucede que, según avanza la serie, ese barroquismo se va diluyendo en un realismo más propio de película de aventuras, que recuerda a veces las series de narcos, las películas de Oeste o de bandoleros. Y es que el barroquismo a la manera del primer Bergman, acumulando objetos en la primera parte del plano, aunque resulte amazónico y no nórdico, puede conducir, por su manierismo, a una detención de la acción. Para asegurar la continuidad y recoger la prosa del novelista, la historia reposa en una voz en off que lee fragmentos de la novela. No neguemos lo atractivo de ciertas secuencias, pero contemplemos la serie dejando en segundo plano nuestro recuerdo de la novela y el sabor de su lectura. JORGE URRUTIA Suscríbete para seguir leyendo

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