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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 11/01/2025 03:10
Durante los festejos del Centenario de 1910 la iluminación estuvo monopolizada por la electricidad. En la imagen vemos la decoración de la Plaza de Mayo (Fotos Antiguas de Buenos Aires) Una usina que provocaba un ruido infernal y cuya chimenea no dejaba de despedir un humo oscuro, situada en la calle 5, entre 51 y 53 en la ciudad de La Plata, comenzó el 11 de enero de 1884 a generar energía eléctrica. Bajo la dirección del ingeniero Pedro Nelson alimentó entonces a una torre de cincuenta metros que se había levantado en Plaza San Martín, y en cuya cúspide tenían seis lámparas. Para La Plata fue una jornada histórica. El increíble resplandor producido se podía adivinar desde la ciudad uruguaya de Colonia y algunos navegantes lo confundían con un faro. El 18 de marzo del año siguiente el gobernador Dardo Rocha firmó un contrato con Walter Cassels, un ingeniero de la Brush Electric Company de la ciudad estadounidense de Cleveland, para desarrollar el alumbrado público, lo que transformó a la capital de la provincia en la primera ciudad sudamericana con alumbrado eléctrico. Dardo Rocha, gobernador de la provincia de Buenos Aires, enseguida vio los beneficios de la energía eléctrica, y la incorporó a la naciente ciudad de La Plata Luego del alumbrado público, sería el turno de proveer energía a las casas particulares. Y así nuestro país por fin tuvo luz. De la vela a la lamparita Hasta 1853 la gente se alumbraba a vela hecha de sebo -las de parafina serían inventadas por el italiano Antonio Meucci, el padre del teléfono, en1854- y el número de candelabros revelaba el poder adquisitivo de esa familia. A la hora de aparentar, nada mejor que el resplandor que llegaba a las calles desde las ventanas. Juan José Vértiz asumió como virrey en 1778 y ya conocía la ciudad porque entre 1770 y 1776 había sido gobernador de Buenos Aires antes de que fuera virreinato. En su vasta labor de obra pública, fue el que comenzó con el alumbrado público en 1777, cuando las calles de barro, poceadas, inundadas por las lluvias, llenas de desperdicios que arrojaban los vecinos eran, además, verdaderas bocas de lobo. Juan José Vértiz fue el virrey que desarrolló obras de alumbrado público en la ciudad No había faroles en toda la ciudad, precarias estructuras, ya que el servicio era costeado por los vecinos y estaban frente a los domicilios de las familias que lo abonaban. Los principales problemas era que los faroles se ennegrecían con el humo oscuro de la llama, y debían ser limpiados. Los paseantes nocturnos debían valerse del negrito farolero, un niño que, por una moneda, con un farol iba adelante marcándoles un camino seguro y, de paso, hacía un precario mantenimiento de estos artefactos. Entre 1840 y 1869 se usaba el aceite extraído de la semilla de nabo, el kerosene y más adelante el alcohol carburado, y entre 1856 y 1920 el gas. Fue por 1887 cuando se instaló el alumbrado público eléctrico en la capital del país. En un primer momento fueron postes de madera con lámparas eléctricas Uno de los tantos profesionales extranjeros que contrató Bernardino Rivadavia fue el ingeniero inglés Santiago Bevans, abuelo materno del futuro presidente Carlos Pellegrini. Bevans, quien había sido contratado para trabajar en un proyecto de un puerto y en el desarrollo de un sistema de aguas corrientes, vino junto a su esposa Priscilla Bright. Bevans montó en el entonces centro porteño cerca de 300 lámparas a gas, que se alimentaban gracias a un gasómetro levantado en el predio ocupado actualmente por la Curia Metropolitana. Fue el 25 de mayo de 1823 que deslumbró a los porteños cuando alumbró la Plaza de Mayo. El dentista que dio la nota El que primero trajo la luz, producida por energía, fue un dentista vasco francés, llamado Juan Etchepareborda, nacido por 1823 y que alrededor de 1844 se radicó en nuestro país. El dentista Juan Etchepareborda, profesor en la Facultad de Medicina, experimentó en la ciudad con la iluminación Además del ejercicio de su profesión y de desempeñarse como profesor en la Facultad de Medicina, era un estudioso entusiasta de los adelantos tecnológicos. Estaba maravillado por sus recuerdos de París alumbrada y quiso replicar la técnica en la ciudad. Vivía en Suipacha y Rivadavia, y en el altillo había instalado un equipo a gas hidrógeno, un arco voltaico y electrodos de carbón, que producían luz. Fue la noche del 3 de septiembre de 1853 cuando iluminó su casa. Luego vendrían las demostraciones callejeras a los recelosos e incrédulos porteños que no alcanzaban a comprender semejante fenómeno. Tuvo mala suerte: cuando montó una demostración en la casa de Felipe Senillosa, que vivía frente al convento de Santo Domingo, algo salió mal y el equipo desprendió fuertes chispas, que provocó que todos huyeran despavoridos, al grito de “¡Está el demonio!” El resultado fue que se dejaron los experimentos de lado y se continuó con el gas. Y se hizo la luz En 1882 se realizaron los primeros ensayos con energía eléctrica en la ciudad de Buenos Aires. Primero fue la empresa Fabry y Chauncy, que explotaba la licencia de Thomas Alva Edison, inventor de la corriente continua y de la lámpara eléctrica. Realizó una demostración en la Confitería del Gas -que recibía ese nombre por dos faroles que funcionaban con ese carburante- propiedad de Francisco Roverano, un destacado mecenas de la colectividad italiana y cuya familia contribuiría para levantar el hospital Italiano. Las primeras luces de Buenos Aires se encendieron en el Parque 3 de Febrero. En la década de 1930 la luz primitiva había dado paso a grandes juegos de iluminación para calles y monumentos (Museo de la Ciudad) Luego Walter Cassels, un ingeniero de la Brush Electric Company de la ciudad estadounidense de Cleveland -fundada por Charles Brush en 1880- pretendió cautivar al gobierno porteño cuando instaló una usina en el Mercado del Centro, cuya entrada estaba donde hoy se levanta la estatua al general Julio A. Roca en Diagonal Sur, que daba energía a cuarenta lámparas distribuidas en calles de los alrededores, y que además alumbraba al propio mercado. Pero se lo pensó entonces como algo meramente decorativo. Quiso acordar una concesión de alumbrado luego de hacer otras demostraciones en la estación de Plaza Constitución y en otros puntos pero, al parecer, la compañía proveedora de gas, que se usaba para alimentar los faroles, hicieron el lobby suficiente y no cerraron ningún acuerdo. Fue entonces cuando, rápido de reflejos, Dardo Rocha, gobernador de la provincia de Buenos Aires, convocó a Cassels a desarrollar su proyecto en la incipiente ciudad de La Plata, que había sido fundada el 19 de noviembre de 1882 y que crecía a pasos agigantados de la mano del progreso. Rocha vio que la energía eléctrica era más barata y mucho más práctica que los otros sistemas. Fue recién en 1887 que este adelanto llegó a la ciudad de Buenos Aires, cuando se alumbró la Catedral metropolitana y algunos sectores del Parque Tres de Febrero. Luego sería el turno de los teatros. En 1891 se inauguró la primera usina eléctrica, que funcionó en el Lago San Roque, transformándose en el primer aprovechamiento hidroeléctrico de América del Sur. Nuevamente La Plata se transformó en pionera cuando el 9 de noviembre de 1892 fue el viaje inaugural del primer tranvía eléctrico, correspondiente a la compañía Tranway Ciudad de La Plata. El último farol a kerosene, situado en la esquina de Avenida del Trabajo y Escalada, se apagó el 19 de marzo de 1931 Esa primera vieja usina de madera de La Plata fue reemplazada por otra más grande que levantaron en la manzana comprendida entre las calles 3,4, 44 y 45. En los terrenos de la primera, Marcelino Ugarte dispuso la construcción de la residencia del gobernador. Por iniciativa del intendente porteño José Prudencio Guerrico, el 19 de marzo de 1931 se apagó el último farol a gas, que alumbraba en Avenida del Trabajo y Escalada. Mientras que el mercado eléctrico crecía sin parar, los proveedores de gas debieron ceder a la innovación y reconvertirse en la comercialización de artefactos como cocinas y estufas. Es que nada podía detener el progreso.
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