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» Diario Cordoba
Fecha: 09/01/2025 09:18
Todo evento que se precie tiene ecos que resuenan durante mucho tiempo, y eso es lo que ha ocurrido con el 150 aniversario del nacimiento de Julio Romero de Torres, que protagonizó buena parte del latido cultural de la ciudad el pasado año –repleto por otro lado de importantes efemérides- y continuará dando que hablar y escribir en los meses venideros. Sobre todo en cuanto a la letra impresa, porque, como ya apuntaban los latinos (‘verba volant, scripta manent’), las palabras se las lleva el viento, mientras lo escrito permanece. Además de interesantes conferencias y exposiciones que han contribuido a limpiar de tópicos y modernizar la obra del pintor y su misma figura, se han publicado varios libros con ocasión de tan sonado aniversario que quedan a disposición de futuros investigadores o simplemente de lectores curiosos. Uno de ellos, elogiado por críticos y expertos, es la magnífica edición a cargo de Xibarit y La Inaudita, con la colaboración de la UCO, de ‘Mírame. Mujer y misterio en Julio Romero de Torres’. Con textos de Federico Castro y Álvaro Bermejo, el volumen recoge espléndidas fotos en blanco y negro de Joseba Urretavizcaya en las que mujeres reales de la Córdoba actual, profesionales de muy diversos ámbitos, escenifican cuadros del artista sobre fondos de conocidos espacios urbanos, aportando una visión contemporánea que queda ya para el recuerdo. Quedarán también publicaciones como la revista de poesía ‘Suspiros de Artemisa’ que dirige Calixto Torres, ilustrada por el pintor Juan Hidalgo del Moral en este número especial. Y textos de enfoque tan original como el que firma el historiador del arte José María Palencia Cerezo: ‘La Chiquita piconera y sus paradojas’. Su autor, que también ha coordinado una antología poética sobre Romero de Torres, aborda un mito multiplicado en coplas y poemas convertido hoy en símbolo de «la mujer empoderada», cuando su origen icónico se basa, defiende Palencia, en la representación de una prostituta. A partir de la simbología del lienzo –con antecedentes en otros retratos del artista- y la relación de Julio Romero con pintores que dedicaron obras a la temática de la prostitución, el exdirector del Museo de Bellas Artes afirma que el mito de la Chiquita piconera, encarnado previamente en las modelos Ana López y Elena Pardo, sólo tuvo una relación directa con Córdoba a partir de la versión final de 1929, la que ya para siempre perpetuara María Teresa López. Y que fueron «las incongruencias y ambigüedades» en las que caería con los años respecto a su propia vida y su relación con el pintor aquella joven de ojos negros -en la que se ha querido ver la quintaesencia de la mujer cordobesa- las que a partir de la muerte de Romero de Torres en 1930 «engordaron y falsearon» la leyenda. Una leyenda sembrada de habladurías que amargaron la vida de María Teresa. Hasta el punto de que, mucho antes de que el autor adoptara esta tesis tras largos años de contacto en el Bellas Artes con el mundo de los Romero de Torres, un runrún popular ajeno a sutilezas artísticas había transferido la velada insinuación del cuadro a la propia modelo, la última que posó para el pintor con apenas 13 años. Y, paradójicamente, fueron sus quejas ante la maledicencia, incluso la de un marido que la repudió –ella jamás admitió el lado oscuro que le atribuían, al menos no en las entrevistas que le hice- las que crearon el mito una vez logrado el perdón social «de la moral dominante». Y así fue como, nacido el mito, nuestra ambigua Chiquita piconera pasó de prostituta a emblema de identidad femenina y ahora cuasi feminista. Una cuestión de miradas. Y Julio Romero, como sus criaturas, las admite de todos los colores.
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