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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 08/01/2025 17:43
En lo que constituye el primer bombardeo de la aviación nacional sobre civiles, siete aviones Breguet artillados, dos avisos de la Marina y tropas del Ejército sitiaron y bombardearon durante horas a un grupo de revolucionarios democráticos radicales. Estos últimos, encabezados por los hermanos Mario, Eduardo y Roberto Kennedy, intentaron restablecer la democracia interrumpida por el golpe de Estado de 1930 y devolverle vigencia a la Constitución Nacional. Tristemente famoso por haber protagonizado el primer golpe de Estado y por fusilar anarquistas, José Felix Uriburu también ordenó bombardear un pueblo en el que se había producido la “Revolución de los Kennedy” para oponerse a la dictadura. Hijo de dos primos hermanos – José y Serafina Uriburu – José Félix nació en Salta el 20 de junio de 1867. Partió a Buenos Aires en 1881 para concretar sus estudios secundarios y cuatro años después ingresó al Colegio Militar. A su carrera la coronó con lo que fue el primer golpe de estado del siglo XX. Ocurrió el 6 de septiembre de 1930 y la víctima fue el presidente constitucional Hipólito Irigoyen. Se inauguró así medio siglo de interrupciones violentas de gobiernos constitucionales y se dio el marco conceptual para los que le siguieron hasta llegar al más macabro de todos: el de 1976. Ese marco conceptual quedó estampado en el “Manifiesto Revolucionario” redactado por Leopoldo Lugones y cuyo aporte fundamental fue justificar con palabras las acciones de Uriburu en 1930. “Exponentes del orden y educados en el respeto de las leyes y de las instituciones, hemos asistido atónitos al proceso de desquiciamiento que ha sufrido el país en los últimos años”. Los golpistas son así: siempre están atónitos ante los desquicios que produce la democracia, ciudadanos que se sienten elegidos y que apelan “a la fuerza para libertar a la nación”. Ya en el Poder, el dictador salteño disolvió el Congreso, intervino las provincias y las universidades, redujo las inversiones en obras públicas salvo las vinculadas a la patria agroexportadora, cesanteó 37.479 empleados públicos, suspendió leyes laborales, persiguió opositores, inauguró la Sección Especial de la Policía Federal que terminó siendo comandada por el hijo del poeta Lugones quien adquirió fama por inventar la picana eléctrica. Uriburu también instauró la Ley Marcial el 1º de febrero de 1931 por la cual fusilaron a anarquistas entre los que sobresalió el caso de Severino Di Giovanni que antes de recibir la ráfaga letal grito “Viva la Anarquía”. Un levantamiento por la democracia El 3 de enero de 1932, Mario, Eduardo y Roberto Kennedy, productores entrerrianos, comandaron a ciudadanos que se alzaron contra el gobierno y marcharon portando armas cortas hacia el centro de La Paz donde tomaron la jefatura policial, tras asesinar al propio comisario. La toma se generalizó, avanzaron sobre la municipalidad, el correo y la sede judicial; todas quedaron en manos de ese puñado de revolucionarios radicales. Lo mismo sucedía en Santa Elena, a menos de 50 kilómetros. Al mediodía, el gobernador antipersonalista, Luis Etchevehere, vía telefónica llamó a la sede policial para ordenar a Mario que cese la toma. Minutos antes, había solicitado a Buenos Aires la asistencia urgente de las fuerzas federales. Sabía de antemano que los Kennedy no darían un paso atrás. Durante la madrugada, los propietarios de la imprenta Renovación habían trabajado para editar un manifiesto escrito por Mario que fue entregado en mano a los pobladores: “¡Marchemos todos a derrocar al hombre que detenta el poder allá, en la lejana y soberbia Buenos Aires!”. El texto conmovió a un puñado de civiles que se plegó de buena gana al llamado de los Kennedy. Entre ellos se encontraba un joven de 22 años llamado Héctor Roberto Chavero, quien luego sería conocido mundialmente como Atahualpa Yupanqui. El plan del naciente Comando del Litoral al mando del general Severo Toranzo incluyó levantamientos que debieron repetirse en diversas localidades, pero cayó a causa de delaciones y problemas en las cadenas de comunicación. La ciudad entrerriana de Concordia era el eje de la revolución, pero el 3 de enero por la noche la dirigencia local de la UCR fue apresada; las ciudades correntinas de Curuzú Cuatiá y Goya tampoco fueron de la partida. A los hermanos Kennedy nadie llegó a avisarles y siguieron adelante con los suyos. Su objetivo era claro: restablecer el orden constitucional y la democracia, derrocada apenas un año antes por el golpe militar encabezado por el general José Félix Uriburu. Los revolucionarios radicales eran leales al expresidente Hipólito Yrigoyen, quien había sido derrocado por Uriburu, y querían devolver al país el sistema democrático que había sido interrumpido. A pesar de sus esfuerzos, no pudieron derrocar al dictador Uriburu, quien ordenó una feroz represión sobre la Resistencia Civil comandada por los hermanos Kennedy y unos doscientos pobladores. La represalia fue brutal: ametrallamientos, bombardeos e incendios sobre la población y los campos cercanos, con la participación de aviones militares, buques de guerra y el Ejército. El bombardeo y la represión Tras el levantamiento el Ejército con tropas de la III División, más dos embarcaciones que partieron desde Buenos Aires y siete aviones bombarderos emprendieron su marcha hacia La Paz para apresar a los Kennedy y su gente. Por tierra y agua los revolucionarios mostraron decisión de lucha y obligaron a las tropas a replegarse. La represión no se hizo esperar y los efectivos de la policía local reagrupados, el Ejército con tropas de la III División, sumado a dos buques (Mirador M6 y Rastreador M1) que partieron desde el puerto de la ciudad de Buenos Aires, emprendieron su ofensiva con el objetivo de apresar a los hermanos y recuperar los edificios públicos de la ciudad de La Paz. No obstante, tanto por tierra como por agua se replegaron tras perder a varios de sus efectivos en la mañana del 6. La avanzada policial fue la que sufrió más bajas. Finalmente, fue el 7 desde temprano que comenzó el bombardeo de la estancia Los Algarrobos por más de tres horas. A las doce bombas arrojadas por los biplanos Breguet III, triplazas con motor rotativo francés que habían hecho su bautismo de fuego en la Primera Guerra Mundial, se sumaron centenares de ráfagas de las ametralladoras de los monoplanos, también franceses, Dewoitine D 21. Este bombardeo es considerado el primero de la aviación militar argentina sobre civiles, un antecedente que presagiaba lo que ocurriría más tarde en la Plaza de Mayo, en 1955, cuando otro bombardeo sobre la población civil se llevaría a cabo en el contexto de la Revolución Libertadora. Tras eludir la persecución de la policía, el Ejército y la Armada por más de cuarenta días gracias a la solidaridad de correligionarios, cazadores de carpinchos y paisanos, los Kennedy llegaron a mediados de febrero a la ciudad uruguaya de Salto en donde fueron recibidos por centenares de exiliados radicales. Los tres hermanos, que habían perdido todas sus posesiones, partieron finalmente desde Uruguay hacia Europa, para luego denunciar el golpe ante la Liga de las Naciones en Francia. La memoria histórica y la democracia Este trágico episodio pone de manifiesto el alto costo que tuvo para la República Argentina la interrupción de su democracia. Los hechos de resistencia civil y militar al régimen de Uriburu, aunque no lograron su objetivo inmediato de derrocar al dictador, contribuyeron a la posterior convocatoria a elecciones, aunque estas fueron amañadas. “La patriada (que no se debe confundir con el cuartelazo, prudente operación comercial de éxito seguro) es uno de los pocos rasgos decentes de la odiosa historia de América. Si fracasa, le dicen chirinada, y casi nunca deja de fracasar. En el benigno ayer, el estanciero le prestaba sus peones (y alguna vez su vida y la de sus hijos) con esperanza razonable de triunfo, o sino de olvido y postergación; ahora el ferrocarril, los aeroplanos, el chismoso telégrafo y la ametralladora versátil, aseguran el pronto desempeño de la expedición punitiva y la vindicación del Orden”, escribió Jorge Luis Borges con sarcástica amargura en su homenaje a las fallidas intentonas revolucionarias radicales que estallaron entre 1930 y 1933.
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