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  • Los 10 minutos más peligrosos para la realeza: el intruso que se metió en la habitación de Isabel II por una ventana de Buckingham

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 07/01/2025 08:54

    Michael Fagan entró dos veces al Palacio. La segunda, logró infiltrarse hasta la habitación de la Reina y hacerse escuchar. Tenía 33 años y estaba desempleado Primero perdió el trabajo. Después, frente a la ventanilla de la oficina pública a la que iba quincenalmente a cobrar un seguro de desempleo que le alcanzaba cada vez menos, empezó a perder la autoestima y la salud mental. Lo dejó su esposa y, por sus actitudes violentas y su consumo constante de alcohol, le restringieron judicialmente la posibilidad de estar en contacto con sus cuatro hijos. Así que el 9 de julio de 1982 Michael Fagan, un londinense de 33 años que padecía la peor crisis de empleo británica desde la Gran Depresión, no tenía nada más que perder. Eran las siete y cuarto de la mañana cuando Fagan pegó el portazo y abrió las cortinas. Estaba en la habitación más importante de todas las habitaciones de Gran Bretaña: la de la reina Isabel II. Burlando a la Guardia Real, a la Policía londinense y a los empleados que prestaban servicio en el Palacio de Buckingham, había irrumpido nada menos que en los aposentos privados de la monarca, que se convertiría en la de más largo reinado en la historia de su nación. “¿Quién es usted? ¿qué hace aquí?”, le dijo Isabel II al hombre que encontró sentado a los pies de su cama cuando la luz de la cortina repentinamente abierta la despertó antes de su horario habitual. Fagan tenía la mano ensangrentada. Se había cortado con un vidrio durante su irrupción en el palacio que sirve de residencia principal para los reyes británicos. Estaba descalzo y quería una sola cosa: hablar con Isabel II. Que su Reina lo escuchara. Una falla de seguridad que escandalizó al mundo Conmoción global y crisis interna. Eso fue lo que provocó la noticia de que un hombre, un hombre cualquiera, había logrado sentarse en la cama de la Reina sin que antes lo detuviera ninguna alarma, ningún policía, ningún guardia, ningún asistente. Nada. La cara de Michael Fagan salió impresa en diarios de todo el mundo y Margaret Thatcher, la primera ministra británica por esos días, adelantó su visita semanal a Buckingham para ir personalmente a pedirle disculpas a Isabel II por la falla de seguridad histórica por parte de la Policía. Y su ministro del Interior tuvo que presentarse inmediatamente ante la Cámara de los Comunes para dar explicaciones sobre lo ocurrido. Buckingham es la residencia más frecuente de los reyes británicos. REUTERS/Hollie Adams El 9 de julio había pasado menos de un mes desde la rendición argentina en la Guerra de Malvinas. Thatcher se había anotado el crédito de esa victoria por haber insistido desde el principio en que Inglaterra debía, desde el punto de vista británico, “recuperar” las islas que había ocupado durante el siglo XIX. Ese crédito popular entró en crisis tras la intrusión de Fagan en el corazón de la realeza, y se sumó al malestar que la premier británica ya provocaba entre los 3 millones de desempleados de su país. El intruso era uno de ellos. ¿Pero cómo había llegado ese londinense de 33 años, un ciudadano común y corriente, a la habitación de Isabel II? Lo primero que hizo Fagan para llegar hasta allí fue escalar un muro de cuatro metros y filtrarse a través de un alambrado espinado. Trepó por un tubo de desagüe y logró meterse en el edificio a través de una ventana abierta. Caminó a través de distintos salones y, según contaría después, se detuvo delante de las pinturas que más le llamaban la atención. Cuando supo que estaba en las inmediaciones de la habitación de la Reina, no dudó en entrar. Diría después, en una de las entrevistas que dio tras su intrusión, que había pensado incluso en cortarse las venas delante de la monarca. Para eso tenía en una de sus manos un vidrio roto, que Isabel II advirtió apenas abrió los ojos y que no hizo otra cosa más que activar su estado de alerta. Lo más impactante, para la realeza, para Thatcher y para toda la sociedad británica, fue enterarse de que Fagan ya había estado en Buckingham. Unas tres semanas antes de la intrusión que lo llevó a las tapas de los diarios -y, apenas unos días después, a una internación psiquiátrica-, el pintor y decorador que no lograba conseguir trabajo escaló esos mismos muros de cuatro metros y se metió en el palacio. Como lo haría el 9 de julio, se filtró a través de un desagüe y caminó por varios salones. No llegó a la habitación de Isabel II, que era su objetivo principal, pero sí llegó al salón en el que se conservaba la colección de sellos del padre de Isabel II, el rey Jorge VI, valuada en unas 20 millones de libras: no tocó nada. Pero sí tomó del pico de una botella de vino perteneciente al entonces príncipe Carlos valuado en 6 libras esterlinas. Isabel II y una de sus pasiones: los perros. (AP Photo) En aquella primera noche por los pasillos de Buckingham, Fagan se movió a sus anchas hasta que fue visto por una empleada doméstica del palacio, que rápidamente alertó a la guardia. Cuando fueron a buscarlo, el intruso había logrado huir. Pero el 9 de julio la intrusión fue mucho más allá. Y aunque sonaron dos veces las alarmas, la guardia de seguridad a cargo de tomar decisiones se inclinó por la posibilidad de que el sistema estuviera fallando y desconocieron esas alertas. Tampoco atendieron los guardias a los que la Reina llamó desde el teléfono que tenía al lado de su cama. Pero sí escucharon esa especie de timbre que se activaba desde esa misma mesa de luz cuando Isabel II lo apretó para que alguno de todos sus asistentes acudiera allí lo más rápido posible. ¿Calma o miedo? “No tuve miedo, fue sobre todo un momento surreal”, declaró Isabel II tiempo después de la intrusión, cuando le preguntaron cómo se había sentido en ese despertar intempestivo. La prensa global había destacado la calma mantenida por la Reina, que mientras buscaba ayuda, sostenía la conversación con el hombre ensangrentado que se le había aparecido a los pies de su cama. Pero, en una de las tantas entrevistas que dio luego de pasar a la fama por ser “el intruso de Buckingham”, Fagan aseguró que Isabel II estaba visiblemente asustada -algo previsible- y que, además, su primera sensación al ver a la monarca fue que no podía gobernar algo tan grande una persona tan pequeña. Incluso pensó que se había equivocado de habitación. Cerca del lugar de los hechos, aunque a la distancia que tienen los palacios entre los aposentos de sus habitantes más destacados, Felipe de Edimburgo, el consorte de la Reina, dormía. Se enteró de lo que había pasado en la habitación de su esposa cuando Fagan ya había sido arrestado. Margaret Thatcher se había anotado el crédito de la victoria británica en la Guerra de Malvinas. Pero antes, la conversación. El intruso le pidió a la Reina un cigarrillo, y ella aprovechó el momento en que Fagan fue a buscarlo para insistir con el timbre en busca de ayuda. Según reconstruyeron los dos, en esos diez minutos de intimidad Fagan insistió con hablarle a Isabel II de cómo la crisis de desempleo británica bajo el gobierno de Thatcher estaba destruyendo la vida de millones de ingleses. Para julio de 1982, la tasa de desempleo se había duplicado respecto de los primeros meses de la premier al frente de Downing Street 10. Aunque aseguró que la Reina estaba muy atemorizada, Fagan sostuvo que lo escuchó con muy buena predisposición y atención. La respuesta sobre cómo fue que la conversación llegó a su final tiene distintas versiones. Una es que los timbrazos en busca de ayuda lograron llamar la atención de la guardia y acudieron en ayuda de la Reina. Otra es que el asistente encargado de los perros corgi de Isabel II se encontró con Fagan cuando llegaba a los aposentos para que la monarca tuviera su primer encuentro diario con sus animales. Según esta versión, ese asistente -parte del riñón más íntimo de la Reina durante años y el único integrante de su equipo más cercano que la acompañó durante la pandemia de coronavirus- logró reducir a Fagan sin que él opusiera prácticamente ninguna resistencia. La última de las versiones asegura que una asistente entró a la habitación, encontró la escena y huyó despavorida en busca de ayuda. Más de cuarenta años después, no está confirmado cuál de las tres escenas se produjeron, pero sí se sabe que alguna de las tres fue la que dio por terminada la charla entre la monarca y uno de sus millones de súbditos. Una internación, un cover de los Sex Pistols y fama para siempre Michael Fagan fue reducido diez minutos después del portazo con el que entró a la habitación de la Reina. No sólo no opuso resistencia sino que tampoco le cabía, según la tipificación criminal de aquel momento, la imputación por un crimen por aquella intrusión. Sí se lo imputaba por el robo del vino que había consumido en su primer ingreso a escondidas a Buckingham. Fagan grabó un cover de "God save the queen" con una banda tributo de Sex Pistols Por ridículo que suene, haberse sentado a centímetros de la Reina con un vidrio roto era menos punible que darle unos sorbos a un vino barato. La propiedad privada por sobre la integridad de una persona (de la persona más importante del Reino Unido y de las más importantes del mundo). Las leyes cambiaron a partir de esa intrusión, y Thatcher se encargó personalmente de que las medidas de seguridad en el palacio se endurecieran. Pero el destino de Fagan no fue penal sino médico. Las pericias psiquiátricas determinaron que presentaba rasgos compatibles con la esquizofrenia y fue internado en una institución de salud mental. En 1983, cuando su cara ya había salido en televisión y en los diarios y su internación había terminado, grabó un cover de “God save the Queen”, un himno anti-sistema de los Sex Pistols, tal vez la banda inglesa más en contra de la monarquía de las que llegaron a los grandes escenarios. “Dios salve a la Reina, ella no es un ser humano”, dice, entre otras cosas, la letra de esa canción. Michael Fagan tuvo, a lo largo de su vida, distintos ingresos a instituciones psiquiátricas y, por estar involucrado en tráfico de drogas, estuvo preso varios años después de su intrusión. Aún vive en Londres, donde nació, donde escapó de un padre violento y donde se convirtió en el intruso más célebres de todos los que alguna vez interrumpieron la vida monárquica. Esa que transcurre a tanta distancia de quienes les deben pleitesía, aunque la única separación entre una vida y la otra sea un muro de cuatro metros.

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