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Chajari » Tal Cual Chajari
Fecha: 06/01/2025 09:44
Hablarle de acuerdos gremiales al soberano consumidor, que muy probablemente no ingrese en su vida a la formalidad laboral, sino que permanezca en el precariado, no funciona como estrategia política. En este artículo analizaremos dos aspectos de la subjetividad política imperante: a) algunos rasgos centrales del soberano consumidor, fundamentales para entender su comportamiento; y b) disputar en el terreno ideológico el rol del Estado respecto a las demandas que el mercado no cubre, como ser: salud, educación, previsión social, acceso a bienes y servicios públicos de calidad, que no resultan rentables para una lógica de libre mercado. ¿Por qué más bien soberano consumidor y no consumidor, sin más? El consumidor es un actor que pertenece a la esfera económica, no así el soberano consumidor, concebido como sujeto político desde el momento en que fue acuñado el término por William Harold Hutt en 1936 y reformulado más tarde por Ludwig von Mises. El soberano consumidor se articula en base a la demanda, ejerce desde allí su potestad. Es, como vemos, reacio a la representación; más aún, es irrepresentable, veremos más adelante que es también irresponsable, respecto a sus elecciones. Surge en crisis con la representación política, pues así como demanda un producto en el mercado y obliga al empresario a satisfacer sus necesidades, opera del mismo modo en el mercado de representación política. La necesidad de gobierno es una demanda que tiene el consumidor, y el gobernante es también concebido como un producto de representación política. La analogía aquí es pertinente: así como el producto recoge, en gran medida, lo que los consumidores esperan de él, representando la respuesta del mercado a un conjunto de necesidades a ser satisfechas, lo mismo con el candidato electoral o el representante político, esa es la razón por la cual “miden”, en términos estadísticos, al candidato. Este soberano, pues, demanda recursos al gobierno. Manda, peticiona, lo mismo que al empresario, por la satisfacción de sus necesidades. Von Mises, en La acción humana dice: «Sólo su personal satisfacción les preocupa. No se interesan ni por pasados méritos, ni por derechos adquiridos. Abandonan a sus tradicionales proveedores en cuanto alguien les ofrece cosas mejores o más baratas”. Sujeto consumidor Ignacio Lewkowicz, en Pensar sin Estado, expone una evidencia que, a sus ojos, pasa desapercibida para la época. En la reforma constitucional de 1994 se introduce un artículo y en la parte dogmática, lo que es notable, a saber, el artículo 42. En él se consagra al sujeto consumidor, otorgándole jerarquía y reconocimiento constitucional; constituye, por lo mismo, la nueva subjetividad política. Lewkowicz contrapone el consumidor al ciudadano, y es que el consumidor devora al ciudadano. Porque consumir la representación política en el mercado electoral implica renunciar al ejercicio de ciudadanía, particularmente respecto al hecho de hacerse cargo de los actos de gobierno, clave para el rol ciudadano. El ciudadano, desde cualquier enfoque de la representación política, es el actor; el gobernante lo representa, cumple un mandato que le asigna el ciudadano. Pero el consumidor inaugura, en este plano, otra lógica: si ese producto no cumple con sus expectativas de gobierno, pues lo deja de consumir y elige, a su turno, otro. Sin más. Esto es: cae por tierra, con la ciudadanía, la noción de responsabilidad. No hay vestigio de ningún hacerse cargo frente a elecciones de gobierno que incluso le perjudiquen: este irrepresentable desconfía de las instituciones, es egoísta –por tanto, no tiene que responder ante otros de su elección– y quita la legitimidad al representante al verse frustradas sus expectativas de gobierno. Precariado Hablarle de acuerdos gremiales al soberano consumidor, que muy probablemente no ingrese en su vida a la formalidad laboral, sino que permanezca en el precariado y en el empleo informal; mostrarse, en tanto candidato o representante político, en actos de gestión o proselitismo con funcionarios de “panza llena”, bien arreglados y vestidos, que viven de la representación política, y que tienen la vida resuelta por representar a estos irrepresentables; decirle: “la patria es el otro”, a un sujeto que no tiene patria, que es “desconsiderado para con los demás”, como dice von Mises; todo esto genera rechazo y resquemor a este irrepresentable. Pues sabemos muy bien que en gran medida la propuesta política se juega en el voto blando, en los indecisos, y estos consumen y ya. Pero resulta que estos indecisos son quienes más analizan sus elecciones electorales en la caja del supermercado, y quienes más desconfían de la representación política. Un funcionario de turno, tragicómicamente, trastoca la sentencia “a cada necesidad, un derecho”. Queda así: “a cada necesidad, un mercado”. Pero resulta que el mercado no trae consigo ninguna ética de la necesidad, ninguna necesidad basada en la ética. Pongamos como ejemplo un caso de auténtica pandemia social, la ludopatía, entre los sectores más jóvenes. ¿Qué hace con ello el mercado?, ¿educa?, ¿previene? No, responde a la necesidad del consumidor, esto es, crea condiciones más sofisticadas de consumo. El producto envuelve el tiempo, la vida, los vínculos sociales del consumidor. ¿Quién le pone el cascabel al gato?, ¿quién limita a esta mano invisible, que aprieta con su lazo la vida de un adolescente que se sumerge indeclinablemente en apuestas on line?, ¿quién sino el Estado? La ética es sólo posible con un Estado fuerte. Y el Estado es fuerte o no es Estado. El mismo Hutt sostiene que el libre mercado precisa de un Estado militante (militant State) para neutralizar todo aquello que intente restringir los efectos de la mano invisible. Pues más fuerte debe ser el Estado que regule esta mano; al menos a este respecto, tomando la complejidad de época en que vemos al Estado fuertemente cercenado en sus movimientos, atrapado en la lógica de las grandes corporaciones. Esto es sólo un ejemplo, pero podemos pasar al ámbito de la salud y educación públicas, de la previsión social, a todo aquello que hace posible nuestra vida misma en sociedad y consideramos que debe ser la base sobre la que se asiente la política estatal. Incluso para que sea posible sostener las ficciones liberales: ¿dónde habría, efectivamente, igualdad de oportunidades, si no se accede a un servicio público de salud, de educación, de previsión social? El límite del mercado marca, aunque no exclusivamente sino sobre estos focos de vulnerabilidad que tratamos, el punto de emergencia del Estado; pues este tiene, o debe tener –so pena de convertirse en una agencia operativa de las grandes corporaciones–, una política pública basada en la ética. Sin ética no hay vida social posible, porque se anulan los lazos. La tutela del Estado es, aquí, indeclinable, en todos aquellos aspectos que ponen en juego la integralidad de la persona del consumidor. Pero si se vulnera el poder adquisitivo, si no se redoblan los esfuerzos para cuidar este aspecto, este soberano del consumo cae en la anomia, en el descreimiento de la política, y sabemos que esto favorece la lógica del libre mercado sin Estado regulador, fiscalizador, de todo de aquello que vulnera a la persona y debilita los lazos sociales. Es en este embrollo, en este nudo gordiano, donde nos encontramos. Por Maximiliano Dacuy *Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), especialista en Filosofía, Política y Religión.
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