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  • La conmovedora historia de la madre de un soldado caído en Malvinas: cómo fue el día que visitó su tumba en Darwin

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 06/01/2025 02:32

    Nélida Montoya, mamá del soldado Echave, cerrado un capítulo frente a la tumba de su hijo, cuyos restos fueron identificados en 2017 (Familia Echave) A los Echave, Malvinas los golpeó de la peor forma. Las hermanas de Horacio recuerdan perfectamente aquella noche cuando a punto de cenar asado al horno con papas paró un jeep del ejército en la puerta de la casa y dos militares les comunicaron que Horacio estaba desaparecido. Quedaron grabados los gritos de desesperación de Nélida, que no entendía lo que pasaba y no concebía cómo no podían darle precisiones de lo que había pasado en Malvinas con su Horacito, su hijo mayor, que ella no pretendía ningún reconocimiento ni medalla, que solo lo quería de vuelta con ella. El ritual se repetía cada vez que Horacio debía regresar al regimiento de infantería 6, donde hacía el servicio militar. Los padres y hermanos lo acompañaban caminando hasta la parada del ómnibus, y lo que recuerda su hermana Analía, que entonces tenía siete años, es que siempre iba sonriente y que antes de subir al micro, se daba un abrazo fuerte con su papá Horacio Dámaso. (Comisión de familiares de caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur) Siempre de buen humor y de tener muchos amigos, era bromista con sus hermanas Liliana, Marcela, Susana, Analía y Vanesa (la siguiente María Julieta nació en 1981 y falleció a los tres días) y le gustaba disfrazarse para hacerlas asustar. Ya más grande, cuando ellas iban a bailar, las acompañaba de regreso a casa y luego se volvía al boliche. Para su madre Nélida, era un chico dulce, cariñoso, que bailaba a las maravillas el rock, que le gustaba ir a pescar y “todas esas cosas” y que soñaba con convertirse en maquinista. Había nacido en Bolívar el 22 de junio de 1962 y desde muy chico la familia se radicó en Lobos por el trabajo del papá. Hizo la primaria en la N° 1 Pilar Beltrán, la más antigua de esa localidad. El primer año de secundaria en el Nacional de esa ciudad, un par de años en la técnica industrial y luego, como el estudio no era lo suyo, abandonó para trabajar con un vecino en la colocación de antenas. En Lobos todos lo conocían como “el topo”, por sus orejas. Cuando entró al servicio militar, bromeaba que se engancharía en el ejército. Cuando la familia supo que el regimiento sería movilizado a las islas, tomaron el tren a Mercedes, porque aprovechaban el viaje gratis ya que el papá era ferroviario. Ese soleado lunes 12 de abril de 1982 llegaron casi corriendo junto a otras familias porque el tren se había atrasado, y vieron a Horacio colgado de la reja, esperándolos para despedirse. Rodeado de sus hermanas: Liliana, Marcela, Susana y Analía (Analía Echave) El último abrazo, interminable, fue con su papá. Ambos lloraban, y la mamá amagó a retarlos, que no iba a pasar nada, que así como iban volverían, quiso tranquilizar, aunque la procesión iba por dentro. Era apuntador de FAL de la compañía B. Estaba en la tercera sección al mando del subteniente Esteban Vilgré Lamadrid. Escribió cuatro cartas desde las islas y cada vez que llegaba una, la madre se aliviaba, porque sabía que estaba bien, a pesar de su angustia al saber que sólo comían una vez al día. Cuando la mamá supo que estaba por el monte Dos Hermanas, se tranquilizó, porque pensó que la guerra se concentraría en Puerto Argentino. El les escribía que estaba defendiendo a la Patria, que se quedasen tranquilos. En una oportunidad, Echave le pidió al corresponsal Rotondo que junto a su compañero Benítez les tomasen una fotografía así sus familias se quedarían tranquilas. Echave y Benítez fotografiados en Puerto Argentino. Los soldados pensaron que, cuando se publicara, sus familias se tranquilizarían (Eduardo Rotondo) En las primeras horas del 14 de junio, el último día de la guerra, fue cuando se produjeron la mayoría de las bajas del regimiento donde estaba Horacio, quien cayó junto a Horacio Balvidares por el fuego de la artillería inglesa, cuando ya estaban replegados sobre Puerto Argentino. Nélida Esther Montoya, su mamá, nació el 6 de junio de 1943 en Hale, un pueblo del partido de Bolívar. De joven trabajaba en el campo. A su esposo Horacio Dámaso Echave lo conoció porque era ferroviario y alternaba destinos de trabajo en el interior bonaerense. En Bolívar nació Horacio y al año y medio les gustó Lobos, se quedaron a vivir allí y formaron una familia. Nélida en la inauguración de una plaza en Bolívar, con el nombre de su hijo Apenas terminó la guerra Nélida -que escuchaba todo el día Radio Colonia en busca de noticias- trató de indagar y de saber qué había pasado con su hijo. Los Echave iban a la ruta por donde llegaban los camiones del Ejército con los soldados, preguntaban por Horacio. Al principio tenían la esperanza de que se hubiera bajado antes y que tal vez fuera camino a casa. Fue un duro impacto cuando semanas después de finalizada la guerra, un par de militares fueron a su casa, a la hora de la cena -un asado al horno con papas terminó quemado porque nadie le prestó atención- a comunicarle que su hijo estaba desaparecido. Solo recibieron gritos de desesperación y de muchos por qué sin respuesta. A su lado, su marido permanecía inmutable, mientras medio pueblo de Lobos se había agolpado en la puerta de la casa. Allí sus hijos se enteraron de que su mamá estaba embarazada de Juan Pablo, noticia que había ocultado por vergüenza. “Esperemos que a tu mamá esta noticia no le afecte el embarazo”, comentaban los vecinos. Cuando su hija Andrea le preguntó si estaba encinta, respondió que sí y luego se largó a llorar. Fue Nélida que decidió donar la placa que por años señaló la tumba de su hijo como "soldado argentino solo conocido por Dios", al pueblo de Lobos, como un agradecimiento a los vecinos por tantos años de ayuda y contención Juan Pablo nació en octubre. Ella pensaba que si tenía otro varón fuera a tener que hacer el servicio militar, y eso la aterraba. Horacio nunca supo que iba a tener un hermano. La familia había conocido ya el dolor: en 1981 había fallecido María Julieta, una hija de tres días y recuerdan que Horacio pidió permiso en el cuartel, ya que estaba haciendo el servicio militar, para estar con su familia. Nélida se involucró y participó activamente de la inauguración de lo que los hijos aseguran es la primera y única biblioteca manejada por veteranos de Malvinas, que se levantó hace 25 años en el predio del ferrocarril en Lobos. Al padre de Horacio, Malvinas le dolía mucho, no hablaba del tema. Y el día en que una comisión integrada por representantes del Equipo Argentino de Antropología Forense, la Cruz Roja, el escribano general de la Nación y no recuerdan qué otros funcionarios más fueron el 15 de diciembre de 2017 a notificar la identificación de su hijo, estaba en cama y no quiso levantarse. “¿Encontraron a Horacito? ¿Está muerto?” atinó a preguntar. Falleció a consecuencia de un Epoc el 1 de julio de 2018. Nunca quiso viajar a las islas, decía que se encontraría con su hijo en el cielo. Cuando se identificaron los restos, fue cuando la familia admitió que “no lo esperaría más”. Su mamá dijo que ya no era un soldado sólo conocido por Dios, “sino por nosotros también”. "Madres de Malvinas", un título que bien define a Nélida y a tantas mujeres durante los últimos cuarenta años Para Nélida, la identificación fue una pequeña victoria, porque había sido una de las primeras mamás en insistir en que se hicieran los análisis de ADN. Siempre le pedía a su hija Analía que estuviese con ella en las tantísimas notas periodísticas que brindó, porque su misión siempre fue la de encontrar a su hijo. En esas entrevistas, los hijos descubrieron a “una mamá nueva”, desprovista de esa rígida coraza que nunca se quitaba. En la vida cotidiana era una persona cerrada en sí misma, que no manifestaba sus sentimientos y que si la habían visto llorar tres veces, era mucho. Intuían que lo hacía cuando estaba sola. En la familia entendieron que todo lo hacía por Horacio. Caso contrario de su marido, más emocional y sentimetal. En marzo de 2018 su hija Analía la acompañó en el viaje de familiares de caídos al cementerio de Darwin. Para ella Malvinas le había quitado su hijo, pero también sabía que era el último lugar que había pisado. Ella ya había ido tres veces antes, y como ignoraba en qué tumba estaba enterrado su hijo, besaba todas las cruces. Siempre llevaba flores y rosarios. Su último viaje a Darwin fue distinto porque pudo visitar la tumba con el nombre. Fue un esfuerzo muy grande, ya estaba muy cansada, usaba bastón para movilizarse y por nada del mundo quiso llegar al cementerio en silla de ruedas, tal como se lo ofrecieron. Que ella llegaría caminando, que si su hijo se había sacrificado, ella también lo haría. Ayudada por una asistente de la Cruz Roja traspuso la puerta del cementerio. Confesó su temor de no encontrar la sepultura. Estuvo dos horas sentada frente a la sepultura y lo más doloroso fue la despedida, porque no quería dejar solo a Horacio. Cuando fue el último viaje el 5 de diciembre pasado, sus hijas no le comentaron nada, ya que estaba internada en la ciudad de La Plata. Cuando se enteró, días después, lloró mucho. La consolaron diciéndole que debía recuperarse, así podría ir en el viaje programado para marzo de este año. Cuando la enfermedad comenzó a hacerse sentir, sus hijas Analía y Vanesa la representaban en actos. A Analía le quedó grabado la emoción que sintieron en el homenaje celebrado en la Escuela N° 1 Pilar Beltrán cuando recibieron diplomas los que habían egresado de la primaria hace 50 años, que era la promoción de su hermano Horacio. Cuando le tocaron nombrarlo, estalló una cerrada ovación, gritos de “héroe” y de vivas a la Patria, y sus viejos compañeros las sorprendieron entregándole un diploma, firmado por todos, “en reconocimiento al héroe de Malvinas Horacio Echave”. El 4 de julio del año pasado, la placa de “Soldado sólo conocido por Dios” que cubría su tumba sin nombre en Darwin, identificada como B.1.4, se colocó en la Plaza 1810 de Lobos, y Nélida pudo estar presente. En junio del 2019 en el barrio 181 de la ciudad de Bolívar, donde Horacio nació, se inauguró una plaza con su nombre. Sostenía que la muerte de su hijo le había provocado una herida que se cerraría con su propia muerte. En los días finales, con su cama ortopédica acondicionada en la cocina porque no entraba en la habitación, se preocupó de que hubiera una vela encendida en un altarcito que ella había armado con las fotos de su hijo y de su marido. El domingo 29 de diciembre, en su agonía, llamó mucho a su hijo. Dos minutos antes de la medianoche, falleció rodeada de toda su familia. Tenía 81 años, y 35 batalló para lograr el reconocimiento de aquellos soldados que eran conocidos solo por Dios, pero que ahora eran conocidos por todos. Fuentes: Analía, Andrea Susana, Vanesa y Juan Pablo Echave

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