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  • Talento, irreverencia y vale todo: el periodismo y la democracia frente al espejo de Lanata

    Concordia » Diario Junio

    Fecha: 05/01/2025 23:24

    El mérito del jefe que habilita nuevos horizontes va más allá de la eventual generosidad. Tiene más que ver con la dirección de proyectos desafiantes que enciendan la chispa del periodismo, con liderazgos no despóticos ni (enteramente) condicionados por agendas ocultas. En ese punto, a la luz de innumerables testimonios, el legado de Jorge Lanata fue sobresaliente. Muchos periodistas relatan su propio recorrido con Lanata como un hito. “De él aprendí mucho de lo que hay que hacer, y mucho de lo que no hay que hacer”, decía días atrás una voz que lo acompañó en varios de sus proyectos, sin saber a ciencia cierta que el exconductor de Radio Mitre vivía sus horas finales. Decenas de cronistas que narran un antes y un después de haber trabajado con Lanata refieren admiración, desilusión o desprecio, a veces, todo junto en ese orden. Desde Página 12 hasta los ciclos televisivos y radiales del Grupo Clarín, los proyectos del Rey Jorge abrieron oportunidades a sus trabajadores. Entre quienes se reconocen como “discípulos”, hay de todo: buenos periodistas y otros con profesión desconocida. El diario Crítica de la Argentina (2008-2010) acaso sea la excepción que encuentra un relato bastante uniforme en torno a una frusración, sin costado luminoso del director. Lanata pareció aburrirse demasiado temprano y la empresa terminó en manos de un estafador español, Antonio Mata. “Les ofrecí laburo, no los adopté”, respondía Lanata —ya instalado en el Grupo Clarín— ante los reclamos de los trabajadores despedidos sin indemnización. El director impensado La cúpula del Movimiento Todos por la Patria (MTP) acertó al ofrecerle la dirección de Página 12 a Lanata. Francisco Provenzano —un exradical que se había integrado al ERP en los setenta y padeció la dictadura en la cárcel— empujaba hacía rato un proyecto editorial o, finalmente, un diario (La Tablada—A vencer o morir, Felipe Celesia y Pablo Waisberg, Aguilar, 2013). Con Raúl Alfonsín acechado por los golpistas, en el seno del MTP, el Partido Comunista y otras corrientes de izquierda se discutía el perfil de un medio en una Buenos Aires que por entonces contaba con marcas hegemónicas, conservadoras, radicales, populares y financieras, pero ningún diario de izquierda. Durante la primavera y el otoño de Alfonsín, existían o habían existido publicaciones periódicas de esa vertiente, como El Porteño, El Periodista, Humor y La Voz, y un abanico de revistas culturales. En una de las grandes capitales del mundo con mayor variedad de títulos en los kioskos, fundar un diario era otra cosa. Una redacción que se pobló de trabajadores y columnistas provenientes de diferentes izquierdas (trotskista, ortodoxa, peronista, radical, progresista), exmiembros de organizaciones armadas y víctimas directas de la dictadura, pasó a ser conducida por un joven que había sobrevivido al terrorismo de Estado desde los márgenes y eludía definiciones ideológicas tajantes. A Lanata, con un pasado destacado en El Porteño y Radio Belgrano, lo entusiasmaba mucho más la publicación irreverente francesa Le Canard Enchaîné que replicar el modelo de un diario militante. Osvaldo Soriano, otro de los mentores de Página, trajo de su exilio italiano el ejemplo de Il Manifesto, un quotidiano comunista disidente que trazó un puente entre la mordacidad y el partidismo. Una redacción que se pobló de trabajadores y columnistas provenientes de diferentes izquierdas, exmiembros de organizaciones armadas y víctimas directas de la dictadura, pasó a ser conducida por un joven que eludía definiciones ideológicas tajantes La combinación entre plumas consagradas, editores experimentados, militantes y jóvenes llegados al periodismo en democracia requería de un talento excepcional en la conducción. A las acechanzas económicas propias de un diario de izquierda se sumaba el problema de la dependencia del MTP, la organización heredera del ERP que colapsó un año y medio después de la creación Página.En la represión del ataque al regimiento a La Tablada, en enero de 1989, fue desaparecido Provenzano, aquel carismático militante que había convencido a Enrique Gorriarán Merlo de invertir en un nuevo periódico. Lanata salió del laberinto por arriba, con el ingenio que lo acompañaría hasta sus últimos días. Página encontró un público antes de que una crisis se lo llevara por delante. El menemismo —su vulgaridad, su entreguismo, su agenda reaccionaria, su colorido— fue el puente de plata que le permitió al diarioreformatear a la prensa, embelesada con el viaje al Primer Mundo que ofrecía el riojano. Invariantes de la historia argentina. El director adquirió fama y comenzó a alejarse del medio que cofundó, hasta que renunció en 1994. Con los años, Lanata expresó dos motivos divergentes por los que “Página dejó de existir” cuando él se fue. Primero atribuyó la defunción a la compra por parte del Grupo Clarín, de lo que afirmó haber sido testigo directo. Unos años más tarde, dijo que el acta final fue labrada por la adhesión del medio al kirchnerismo. Página llevaba siete años en la calle cuando Lanata se fue. Desde entonces, el diariosiguió editándose durante tres décadas. La disonancia entre la declaración de muerte en 1994 y la publicación diaria hasta hoy es sintomática de un ego fuera de órbita, acaso imprescindible para una biografía tan singular. En la larga era post-Lanata, Página tuvo alzas y bajas. Leyó y narró como pocos la crisis de 2001 y 2002 frente a una prensa mayormente cómplice, se entusiasmó con la primera agenda de los Kirchner —como buena parte de su lectorado—, transformó la adhesión crítica a Néstor y Cristina en acrítica, alumbró nuevas camadas de periodistas, hace unos años dejó de reemplazar a consagrados que se bajaron del barco o fallecieron, sostuvo agendas que hizo propias como feminismo, diversidad y Memoria, Verdad y Justicia, y perdió originalidad, rebeldía y color al quedar demasiado condicionado por una agenda de una facción pejotista de Capital Federal. Con los años, Lanata expresó dos motivos divergentes por los que ‘Página dejó de existir’ cuando él se fue. Primero atribuyó la defunción a la compra por parte del Grupo Clarín. Unos años más tarde, a la adhesión al kirchnerismo. Esta semana, ante la muerte de su primer director y un revolucionario del periodismo, Página le dedicó un obituario correcto, sin firma, y una nota secundaria de trazo grueso. Nada Más.“¿Vos me entendés que me estás jodiendo?”, preguntaría Lanata en la reunión de blanco. Marca propia Convertido en marca de sí mismo, Lanata creó, vendió y fundió en los años post-Página. Escribió best-sellers y alternó proyectos viables (Veintiuno, “Día D”) y fracasos (Data54, EGO). Con la revista Veintiuno y sus sucedáneas consagró lo que los autores Martín Latorraca y Hugo Montero definieron como “periodismo de revelación”. Cada tapa, una primicia; cuanto más estridente, mejor. La experiencia dejó a sus editores impregnados de la creatividad de quien se había transformado en “el Gordo”, pero extenuados por la vorágine. La tendencia a la espectacularidad y la repentinización dialogó bien con las incursiones televisivas de Lanata, criado en la gráfica. En el cambio de siglo, el conductor seguía ubicado a la izquierda del mainstream periodístico argentino, un déficit objetivo a la hora de conseguir espacio en la televisión, que supo sortear con esfuerzo y talento. La llegada de los Kirchner a la Casa Rosada interpeló al progresismo. Las aguas se dividieron y el periodista, en breve tiempo, pasó de la disidencia a la oposición frontal. En marzo de 2008 llegó Crítica de la Argentina¸ promocionado como “el último diario de papel”. Pompa, circunstancia y error Por entonces, el canillita ofrecía Clarín —camino a convertirse en el mayor enemigo de los Kirchner—, La Nación, Ámbito Financiero —ya sin Julio Ramos—, Perfil —en el lugar del antikirchnersimo liberal,— Página 12 —en el del kirchnerismo de izquierda—, Popular, Crónica, Buenos Aires Herald, El Cronista, Buenos Aires Económico y La Prensa, además de diarios gratuitos. Electa presidenta Cristina Fernández de Kirchner, encontrar un espacio en un ecosistema que agudizaba la polarización representaba un desafío válido. Crítica, cuya propiedad inicial se atribuyó al propio Lanata, los abogados Pablo Jacoby y Gabriel Cavallo y Marcelo Figueiras —dueño de laboratorios Richmond—,llegó con pompa: un documental de tono épico (“un hombre luchará contra la corriente para que una aventura imposible se convierta en realidad”) transmitido por América TV y un concurrido cóctelen las escalinatas de la Facultad de Derecho. A la cabeza de Crítica se ubicaron Lanata y Martín Caparrós, junto a unos pocos editores de su generación en los cargos altos. La premisa fue que serían los mayores de la redacción, algo que Eduardo Blaustein, primer prosecretario de redacción, interpretó como un mecanismo destinado a evitar objetores con los kilates suficientes como para plantarse ante el rumbo fijado por el director (Las locuras del Rey Jorge,, Ediciones B, 2014). Los convocados fueron periodistas que mayormente habían trabajado en Página, Veintiuno y Perfil, y en los proyectos televisivos y radiales de Lanata. Se sumaron cronistas y principiantes de diversa procedencia que apuntaban al texto elaborado y un punto de vista no partidario. Resultó que Crítica adoptó una defensa acérrima de los “chacareros” en una línea asimilable a la de los grupos Clarín, La Nación y América El primer número de Crítica, el 2 de marzo de 2008, vendió unos 70.000 ejemplares, cifra atendible para la época. La semana terminaría con menos de la mitad, y la escala descendente se estabilizaría pronto en un décimo de la tirada inicial. Lanata mantuvo desde el primer día y hasta su despedida, el 5 de abril de 2009, una guerra sin cuartel contra Clarín, que boicoteó a Critica con retaceo de papel y bloqueo publicitario. Otra invariante de la prensa argentina. El director apeló a todo lo que tuvo a mano para disparar contra el multimedios que dirigía Héctor Magnetto: la presunta apropiación de hijos de desaparecidos por parte de Ernestina Herrera de Noble, la contaminación producida por Papel Prensa en San Pedro, la compra armada de Papel Prensa durante la dictadura, los supuestos pactos subterráneos con el kirchnerismo, el monopolio de la TV paga, la caída en la circulación del diario, el objetivo de quedarse con Telecom… El Grupo respondió con furia. En simultáneo, con Crítica nació el conflicto entre el Gobierno de Cristina y las patronales agropecuarias por las retenciones móviles a las exportaciones de granos (resolución 125). Un lugar probable para Crítica habría sido el de la sintonía con la agenda progresista del kirchnerismo, sin aceptar el combo de la corrupción, las alianzas turbias y el personalismo del expresidente y la presidenta. No fue el caso. Resultó que la tapa de Crítica adoptó una defensa irrestricta de los “chacareros” en una línea asimilable a la de los grupos Clarín, La Nación y América. Con la dosis de provocación cotidiana de la que Lanata era capaz, el error del enfoque en un tema que pasó a arbitrar la política argentina en 2008 fue decisivo, pero no el único. La dirección del diario no supo ver a tiempo que, así como el debate en torno a la 125 abroquelaba a un antikirchnerismo radicalizado y escorado a la derecha, también alumbraba un posicionamiento progresista que podía no sentirse interpretado por el kirchnerismo, pero menos aún por sus enemigos. La directiva de publicar textos cortos con un lenguaje estándar chocó con la convocatoria a cronistas con estilo elaborado. El diseño de tapa con colorinche y superposición de photoshops fue, según la crítica de Blaustein, “una porquería y una mersada”. A ello se sumó una marcada imprecisión informativa en notas centrales y una recurrencia a la chabacanería y el sexismo con el fin de atraer un público popular. Habían pasado veinte años desde aquel joven Lanata de 27 que lidiaba con Soriano y Horacio Verbitsky. “Página 12 fue en su momento ‘lo nuevo’ que Crítica no alcanzó a ser nunca”, escribió Blaustein. El protagonismo lógico devino en una autorreferencialidad abrumadora, al punto de que se modificaron horarios de cierre para que la tapa fuera presentada en la obra de teatro con la que se tentó el director meses después del lanzamiento del diario. “La rotativa en el Maipo” fue anunciada con la consigna “Lanata se pone el conchero”. Entre las intenciones aviesas del español Mata —dueño de Marsans, expoliadora de Aerolíneas—, el boicot publicitario a dos puntas de Clarín y el Gobierno de Cristina, los errores de dirección y el virtual abandono de Lanata, la suerte de Crítica se definió antes de lo que merecía. Aquella temprana renuencia de Lanata a identificarse como un hombre de izquierda, para escozor de muchos de sus lectores y colegas de Página 12, acorta la distancia con el periodista que aceleró una deriva tras el fracaso de Crítica. Un registro de los textos y la agenda del primer Lanata arroja dos probables conclusiones. Primero, el perfil de Página tuvo la lucidez del director, pero fue una obra colectiva que excedió sus devaneos. Segundo, el lugar ideológico de “izquierda” asignado a Lanata fue más una noticia deseada de sus seguidores que una convicción del periodista. Como fuera, una declaración ante las cámaras resultó chocante hasta para los más lanatistas y fue bienvenida por los más reaccionarios: “Me tienen harto con la dictadura. Ayer la Presidente de este país habló una hora y media por cadena nacional por algo que pasó hace 34 años”, descerrajó un anochecer de 2010. El periodista transcurrió el bienio post-Crítica en su trinchera de Canal 26 y en proyectos internacionales, hasta que en 2012 se sumó a Clarín. En el taxi, en la cola del banco, en la mesa de Navidad y en la primera cita se hablaba de los pecados capitales del multimedios, a los que nadie negaba más allá de algunas firmas obedientes El Grupo Poderoso había convivido a gusto durante las décadas previas con la noción de que dos de sus tapas podían voltear a un Gobierno. La amenaza había dejado de tener efecto. Desde el “conflicto con el campo”, el multimedios anunció una docena de veces que el kirchnerismo estaba terminado. Cristina fue reelecta en 2011 con uno de los mayores porcentajes de la historia de la democracia. “Hay que inclinarse con respeto ante la voz de los ciudadanos. Quien quiera oír que oiga”, atinó a escribir el editor jefe Julio Blanck al día siguiente de la contundente victoria de la Presidenta en las primarias de agosto de ese año. Clarín había quedado tirando golpes al aire en el centro del ring, desconcertado ante la intención antimonopólica de la ley de Servicios de Comunicaciónn Audiovisual. En el taxi, en la cola del banco, en la mesa de Navidad y en la primera cita se hablaba de los pecados capitales del multimedios, a los que nadie negaba más allá de algunas firmas obedientes. Así explicó Blanck la llegada de Lanata a Clarín, en el libro Pensar el Periodismo (2016, Ediciones B), de mi autoría. “Era una cuestión de concentrar fuerzas… Traer a Lanata al diario o al canal, al Grupo, tenía que ver con la idea de pertrecharte, tener más impacto y consolidar más público. Es evidente que Lanata tiene un predicamento en un público al que los medios del Grupo no llegaban. Si vos pensás qué es lo que buscaste y qué conseguiste, los resultados son extraordinarios”. Win-win Los resultados extraordinarios se vieron de inmediato en la televisión y la radio; bastante menos en el diario, un soporte del que Lanata pareció descuidar en su última década. “Periodismo para Todos” fue una misa antikirchnerista de los domingos por la noche que visitó los niveles de rating de Bernardo Neustadt en los ochenta, y “Lanata Sin Filtro” se erigió en un pilar de la audiencia de Radio Mitre junto a figuras provenientes de la era xenófoba y derechista de Radio 10. Lanata se clarinizó y Clarín se lanatizó. Win-win. El periodista no volvió a hablar del cúmulo de desgracias que —según él— representaba Clarín hasta pocos años antes. Cuando fue consultado por algún estudiante intrépido, apeló a argumentos pueriles sobre el fuerte y el débil, la Madre Teresa de Calcuta y otras habladurías. No viró sólo sobre la apreciación de la empresa que lo empleaba. Adoptó un credo económico liberal al que había denunciado hasta entrado el siglo XXI, abrazó un individualismo extremo y ofendió a travestis al llamarlas en masculino. Se disculpó luego por algunos excesos. El giro copernicano desde posiciones de izquierda es más una constante que una excepción en todo proyecto político o mediático conservador. Exmarxistas devenidos en ácidos conservadores hay a raudales. Lanata decía que no se sentía de izquierda, pero su red fundacional, que lo encontró como un notable articulador, sí lo era. Lo inadmisible desde el punto de vista periodístico fueron los procedimientos de los que se valió Lanata para sostener sus posturas durante su paso por Clarín Si el tránsito a un lugar opuesto es reprochable, es una cuestión de gustos o convicciones. Para unos cuantos que acompañaron a Lanata en ese camino o que lo recibieron en su nuevo destino, fue un síntoma de madurez y coherencia. Lo inadmisible desde el punto de vista periodístico fueron los procedimientos de los que se valió Lanata para sostener sus posturas durante su paso por Clarín. La grabación de un falso testimonio en el living del departamento de Elisa Carrió en Barrio Norte, para sindicar a Aníbal Fernández como un narcotraficante, a días de una elección de gobernador (episodio “La Morsa”) fue cualquier cosa menos periodismo. Tropelías como esa se cuentan de a decenas en los últimos años. La desinformación manifiesta en torno a la muerte de Alberto Nisman, la operación orquestada con el entonces secretario de Seguridad de Lanús, Diego Kravetz, para imputar a un niño de 12 años (“El Polaquito”) de haber cometido un asesinato, un viaje a las Islas Seychelles para elucubrar conclusiones sobre una escala presidencial sin tener en cuenta el huso horario… Desde la muerte de Lanata, el lunes pasado, se ha advinado qué postura habría asumido el periodista ante lo que sigue de Milei. Las voces más cercanas resaltaron que Lanata había anunciado que le iniciaría una demanda por llamarlo “ensobrado”. El dato es cierto, pero ese recorte voluntarioso omite antecedentes para el olvido. El martes 26 de junio de 2018, Milei agravió de la peor manera a la periodista salteña Teresita Frías, quien le hizo una pregunta correcta en una conferencia realizada en Orán. La puesta en escena del violento economista se viralizó en las redes. Dos días después, Lanata conoció a Milei en los estudios de Radio Mitre. “En este país donde nadie dice nada, donde está cada día más lleno de analfabetos, me parece que es totalmente reivindicable (decirle ‘burra’ a una periodista)”, celebró el conductor, en el inicio de un diálogo idílico. Probablemente habría sido distinto de ahora en más, pero hasta hace no mucho, los planetas de Milei y Lanata estuvieron alineados en la antipolítica. Preguntas Escribió el periodista e historiador Hernán Brienza en la red Facebook. “Les hago una pregunta ¿por qué creen que Lanata cambió tanto? ¿Porque se corrompió solo? ¿Porque le gustaba la guita solamente? ¿Por obra y gracias del espíritu santo o del diablo? ¿O la cuestión es mucho más compleja y hubo factores internos, externos, confrontaciones inútiles, incomprensiones, dinámicas miserables, etcétera, etcétera? La respuesta que demos a esto habla mucho de quienes somos nosotros y no Lanata”. La ortodoxia kirchnerista tiene una reflexión pendiente, no sólo por mínimo apego a la coherencia, sino para explicar su pasado y pensar su futuro. Más allá de los logros redistributivos y la ampliación de derechos, supuestos o reales, lejanos o cercanos, alguna vez deberá abordar el grado de violencia moral e intelectual que supone aceptar la complicidad y el enaltecimiento de figuras y causas que son un canto a la corrupción y/o el arribismo. Que un funcionario dilapide durante años subsidios al transporte para quedarse con su tajada y la historia termine con un accidente atroz en Once, que se premie a conversos, que el Ministerio de Planificación orqueste desfalcos tan obscenos como para impulsar a un secretario a llevar sus millones a un convento en plena madrugada, que Lázaro Báez haya encontrado el resquicio para esconder millones en Suiza, que una ignota consultora allegada a un vicepresidente haya cobrado una comisión por asesorar en una emisión de bonos de Formosa, que se perpetúen traumas económicos que generan inflación por mero dogma o manejo de cajas y que se invente un índice de precios con patotas en el INDEC son razones más que suficientes como para que un periodista asuma una posición crítica. De esa mesa se sirvió Lanata. Luego, en una dinámica de enemistad, entra a jugar el vale todo, que ensombrece a la sociedad, al periodismo y al legado de un editor único.

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