Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • "El año del siglo"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 05/01/2025 12:21

    Hablar de momentos decisivos en la Historia antes de que acontezcan en su plenitud, conlleva el riesgo de que tiempo después la previsión que se hizo sea destrozada por otras derivadas que no supieron adivinarse. En todo caso, al historiador que analiza el mundo actual se le pide no solo que cuente lo que fue, sino que trate de apuntar las claves de lo que podrá ser. Con esta prevención, me aventuro a pronosticar que 2025 será el año en el que coincidan un conjunto de factores que marcarán varias décadas del resto del siglo XXI. La inflexión que va a suponer la coincidencia de presumibles acontecimientos cambiará completamente el curso de una Historia, que ya vio con el fin de la Guerra Fría el inicio de una nueva era, que va a encontrar en estos meses el colofón de todos esos cambios que han ido preparando el futuro. El futuro ya está aquí. Ya no es el tiempo del claroscuro donde iban a nacer los monstruos de Gramsci, en tanto llegaba el tiempo nuevo y terminaba de morir el viejo mundo. Esos monstruos ya han llegado para colonizar el mundo nuevo. Los dolores de parto casi han acabado; dentro de pocos días, el 20 de enero uno de los monstruos del tiempo nuevo tendrá las manos libres para poner en marcha la deconstrucción de la vieja democracia norteamericana. Desde luego, no creo que haya alguien que pudiese adivinar que el instrumento elegido para ello fuese designar al hombre más rico del mundo, Elon Musk, como el adalid de su agenda 2025. Ya comentamos lo que suponía esta agenda en cuanto a la implantación de un régimen autoritario y a la descomposición del Estado como institución de cohesión social. El futuro no es esperanzador, es un conjunto de elementos los que componen el escenario de un porvenir lleno de amenazas. Con tremendo acierto, Daniel Innerarity advierte que los progresistas ya no construyen el futuro, sino que se limitan a evocar el pasado y movilizar el miedo a la pérdida de todo lo ganado. En cambio, los conservadores aspiran a construir un futuro en el que se reconstruyan a su manera los viejos valores que en su día agitó el progresismo. La libertad se ha convertido en la bandera de quienes aspiran a deshacer todos aquellos cambios que supusieron la creación del Estado del bienestar basado en políticas de redistribución de la riqueza. Frente a ese modelo, el nuevo discurso que está calando entre las generaciones más jóvenes es el que inauguró la «motosierra» de Milei y el que promete Musk: un Estado reducido a la mínima expresión y la vuelta a la ley del mercado -o de la jungla- sin apenas controles. El objetivo es evidente: conseguir acumular más poder y riqueza a quienes se encuentran ya mejor posicionados. Muchos jóvenes se dejan engañar por estos cantos de sirena, porque en este mundo en el que no hay promesas o estas han perdido credibilidad ante la imperatividad de los oscuros pronósticos del futuro, suena bien esto de destruir lo que les rodea. En definitiva, destruir aquello que les ha permitido en su mayoría tener una vida mejor que en ningún otro momento de la historia, más placentera, más llena de ocio y fórmulas de entretenimiento que han dejado de satisfacerles. De pronto, ven este mundo como algo que no les da respuesta a las interrogantes, a las necesidades que un día serán reales para ellos. Llegados a este punto se ilusionan con líderes que prometen la destrucción de lo que a ellos les han dicho que son la causa de sus males. El socialismo es una ideología perversa, es «cancerígeno», «una máquina de hacer pobres», según afirma Milei, el discípulo más aventajado del tándem Trump/Musk. Como siempre, induciendo a confusión alcanzan su propósito para hacer olvidar que las socialdemocracias y el movimiento obrero junto a un empresariado comprometido socialmente, han construido los mejores y mayores avances sociales en la Europa de posguerra para sacar a millones de personas de la pobreza y el desamparo social tras la catástrofe de la II Guerra Mundial. Sin embargo, ahora interesa hacer creer a los jóvenes que la causa de sus males es un Estado que mantiene a miles de pensionistas que detraen una renta, que debería servirles para poder conseguir vivienda y un futuro de competencia libre sin las ataduras de un Estado reglamentista. Otra máxima de esta nueva libertad es la de no renunciar a nada. La cultura maximalista de que ningún Estado u organización está legitimado para reglamentar un menor consumo en bienes contaminantes, o una mejor producción agraria más respetuosa con el medio, o un parón biológico para evitar la desaparición de especies, o cualquier otra medida de la agenda verde. Si el premio es la recompensa de un futuro mejor, esto es poca recompensa: no renuncies a nada, vive tu libertad, el Estado maniata tu futuro. El egoísmo como máxima de un capitalismo salvaje que se promete como el mantra de los triunfadores. De modo muy elemental, estos son algunos de los ejes de la ultraderecha que ya está aquí y que quiere recortar el Estado, bajar los impuestos, pero incrementar exponencialmente el gasto militar y las inversiones en programas tecnológicos que permitan engordar las cuentas de quienes ya son ricos y quieren serlo más. Esto recuerda tanto al Estado Moderno o, incluso, a las organizaciones medievales, que da pavor. En estos casos, el rey solo se ocupaba de la guerra y de la impartición de su justicia. No interesaba mayor política social a aquellos protoestados. La educación, la salud, la seguridad individual, la vejez... todo quedaba en manos de la caridad, o del gran instrumento de control social que era la Iglesia. El Estado ni estaba, ni se le esperaba. Ahora, ¿cómo pretenden hacer frente a todos los desafíos presentes? La respuesta es debilitando al Estado, como solución que permita a esta casta, que sí es de verdad una casta, controlar lo esencial para poder acumular riqueza y poder ilimitado, porque las reglas del Estado molestan a sus aspiraciones. Es el nuevo mundo feudal, en el que la caída del orden global puede ser un «sálvese quien pueda», pero renunciando para ello a los derechos conseguidos durante décadas. ¿De qué sirve el salario mínimo si alguien es capaz de ofrecer su trabajo por menos dinero? ¿Para qué regular el horario laboral si alguien necesitará ofrecer todo su tiempo para llevarse algo a la boca? ¿Qué necesidad hay de regular el mercado si cada uno con su libertad es capaz de vender sus mercaderías sin mayor control? Claro que todo esto tiene truco: mercado libre, pero con fuertes aranceles porque la libertad de Trump/Musk está por encima de los demás mercados. Rebajas de impuestos, pero a los que más tienen. Barrer a los políticos, pero para instaurar la autocracia gobernada por ellos. En definitiva, su mundo nuevo no es más que el viejo orden, que primero la burguesía y luego los trabajadores consiguieron destruir para llegar a un Estado social que permitió el mayor bienestar y paz para la Humanidad. Enfrente estará el modelo chino: un Estado fuerte sin libertad, un bienestar social y una paz impuesta con pensamiento único. La elección es susto o muerte, entre tanto la desinformación hace el resto: ni siquiera sé si es año nuevo o la tierra definitivamente es plana. Suscríbete para seguir leyendo

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por