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Concordia » El Heraldo
Fecha: 05/01/2025 10:00
Las sociedades, muchas veces, condicionan a las personas. Hay componentes que responden a tradiciones religiosas, culturales, históricas que, implícitamente, en su mayor o menor medida moldean los comportamientos de las personas. Así de acuerdo a la impronta que el hábito y modo de convivencia imprimen a los grupos sociales es la condición que el individuo asume. La soledad, si bien es un sentimiento que transversalmente afecta a muchas sociedades en la actualidad, es un componente turbador de Japón. El cine se ha acercado a la necesidad de afecto esgrimida por algunas personas en el país oriental. En primer lugar, con la película de Naomi Ogigami “Rent-a-cat” (2012) en la cual la protagonista treintañera vive rodeada de gatos y se gana la vida con el servicio de alquiler de los felinos para compañía a personas solitarias. Todos los días, con su carro repleto de esas mascotas, recorre la ciudad con un megáfono promocionando su servicio. Por otra parte, hay bares donde se alquilan los gatos para compañía de los feligreses mientras dura su estadía en los mismos. En cierta forma, Tokio fue el telón donde se desarrolló la trama del encuentro de dos solitarios extranjeros en “Perdidos en Tokio” (2003) de Sofía Coppola, donde, en parte la lejanía de sus países, pero mucho más el contexto contribuía a la sensación de desasosiego y tribulación. El 7 de noviembre de 2017, el periodista y productor de cine Roc Morin, estudiante a su vez de la escuela de cine, Rogue Film School que había dirigido Werner Herzog, publicó en The Atlantic, el artículo “Como contratar amigos falsos” sobre la industria de alquiler de familiares en Japón. Morin había escrito varios artículos respecto de algunas curiosidades de la moderna cultura japonesa. En éste en particular, habla sobre Ishii Yuichi un actor que es el fundador y director de Family Romance, una empresa que se dedica a prestar el servicio de personas que interpretan un rol a pedido del cliente. Dice Morin que la cultura moderna japonesa está tan enfocada en la ambición y el dinero que, poco a poco, ha caído el afecto personal y los sentimientos entre los seres humanos. El talentoso y prestigioso director Werner Herzog abordó ese tema en “Family romance LLC” (2019). Elaboró una ficción que, luce como documental, pero refleja el singular intercambio comercial que genera un negocio para unos actores el interpretar vidas ajenas a fin de reparar o reemplazar ausencias o carencias. La necesidad de encuentro e interrelación con otro ser humano, es posible cubrir a cambio de dinero. El mismo Yuichi, en la película, se interpreta a sí mismo y es el encargado de cumplir, a solicitud de la madre, el papel de padre de Mahiro, una niña de doce años. El auténtico padre se ausentó cuando Mahiro tenía dos años, por lo que el recuerdo de él, en ella, es casi inexistente. En la escena inicial se encuentran en el parque Yoyogi, en el distrito de Shibuya en Tokio, uno de los principales espacios verdes de la ciudad, cercano al santuario Meiji, y donde se encuentra el principal estadio de los juegos Olímpicos. En ese lugar, pleno de cerezos en flor, se produce el primer acercamiento entre ellos. Sucesivos encuentros en plazas y parques hacen que la niña venza la lógica timidez y se produzca un acercamiento afectivo que, incluso, involucra a la misma madre. Yuichi visita a ésta, de quién, en la ficción creada contractualmente, se había divorciado en malos términos y hablan de dinero, contratos y gastos. La madre, en la sucesión de la relación, termina proponiendo que Yuichi, en el papel del padre se sume a la vida familiar; que pase de falso a verdadero, provocándose una situación absolutamente ambigua y anómala entremezclando ficción y realidad. Frente a ello, Yuichi le responde que la empresa no ofrece ese tipo de servicios. Pero en la película hay otras historias: Se contrata un actor para reemplazar al padre de una novia en la ceremonia religiosa de su boda, debido a que el padre real es un alcohólico. Una mujer solicita que un grupo de personas la sorprendan anunciándole que ha ganado la lotería (que en realidad ya la había obtenido, pero quería repetir la emoción de la noticia, el momento más emotivo de su vida). Un empleado de trenes de alta velocidad que ha cometido un error en su trabajo es reemplazado por Yuichi para recibir el reto de un supervisor. Un hombre prueba como es estar presente en un ataúd cuando se celebra su propio funeral. “Se ha tornado una moda”, promociona el vendedor de la empresa fúnebre. Una joven contrata a fotógrafos y agentes de prensa para que, en actitud persecutoria, le tomen imágenes y declaraciones en una calle transitada, a fin de aparecer frente a los transeúntes como una celebridad. El hotel Henn na en el distrito de Asakusabashi, también en Tokio (uno de los barrios más famosos con tiendas mayoristas y conocido como el distrito de las geishas) es atendido por androides y hay una pecera con peces robóticos, en una escena que Herzog incorpora con características documentales. Todas son acciones tendientes a construir apariencias que reemplacen vacíos existenciales y cubran soledades y afectos. Aparece la relatividad de la verdad, la representación o escenificación de los hechos y las falacias en comportamiento y relaciones humanas. Las necesidades afectivas pueden ser suplantadas a cambio de dinero. Feroz resumen de un capitalismo extremo: Todo se puede comprar o vender. El amor es objeto de transacción comercial. “Usted tendrá aquello por lo que pagó”, afirma Yuichi a la madre que lo había contratado. En su momento, el griego Yorgos Lanthimos había realizado “Alps” (2011) sobre un grupo de personas que ofrece consuelo a quienes han perdidos sus seres queridos, sustituyendo a los fallecidos. Un reemplazo consentido y aceptado, la falta de aceptación de la realidad. Y Fernando León de Aranoa, en “Familia” (2016), abordaba el festejo de los 55 años del protagonista en una casa en las afueras de la ciudad, cuando para soportar su soledad en el día de su cumpleaños, ha contratado a un grupo de actores para que simulen ser sus familiares. Herzog aborda la película con un reducido grupo de colaboradores. De forma tal que su hijo Simón es el sonidista, su mujer Lena la directora de fotografía y el propio Werner es el que maniobra la cámara dándole mayor movilidad a las acciones. El director consigue transmitir con crudeza, la extrema necesidad afectiva que la conectividad y la opulencia de una sociedad próspera no cubre. La procura de suplantar una realidad infructuosa y estéril. Y a todo eso, Herzog lo expone con crudeza y sencillez.
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