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» Diario Cordoba
Fecha: 04/01/2025 05:45
Hace poco más de un año escribí un artículo en el que hablaba de todo lo que me proponía hacer en 2024. No mencionaba hechos concretos o viajes, sino aspectos de mi forma de ser, de mi personalidad, que me comprometía a cambiar, corregir, ya que había comprobado que me perjudicaban. Decía, y no estoy haciendo memoria, me cito, que es una cosa horrenda pero en este momento muy práctica, que mi principal empeño para los 12 meses venideros era sonreír más, tratando de cumplir el deseo de L., eso me pidió antes de que acabara 2023, tan infausto para mí. También aspiraba a seguir cuidando de los demás, pero sin desatenderme. Durante el año que estaba a punto de empezar me mimaría, me daría caprichos, me querría un poco más, mejor, y dejaría que me quisieran sin oponer resistencia. Estaba dispuesta a mirarme en el espejo de cuerpo entero sin miedo, procuraría expresarme sin recurrir solo a la literatura. Iba a hablar más, buscando sufrir menos. Intentaría cederle el control a la vida, siendo consciente de que nunca lo he tenido, sin necesidad de poseerlo, qué absurdo. Aprendería a decir que no a propuestas personales y profesionales, y no habría consecuencias. Cometería errores y no pasaría nada, me equivocaría sin castigarme por ello, dudaría, me contradiría, incluso. Seguiría construyendo ese hogar donde la familia es la que tú te haces y no la que te toca. Escribiría, escribiría y escribiría. Y todo iba a hacerlo sin parar de sonreír. Otros artículos de Inés Martín Rodrigo ‘Los años nuevos’ En 2025 lo haremos mejor Dedos lacerados Herirse Verdiales Quererse Transcurrido el calendario completo, inaugurado otro, distinto, con los mismos meses e idénticas rutinas, me doy cuenta de que apenas he cumplido algunos de esos propósitos y, también, de lo inútil que es rellenar una lista con aspiraciones futuras. Nada tenemos menos garantizado que el largo plazo. Y, sin embargo, seguimos cayendo, yo la primera, en la trampa de las metas, depositamos nuestras esperanzas en el nuevo año como si fuera a cambiar algo y no se tratara de 24 horas más que pasan, un día, eso es todo. Gracias a la ingenuidad que venimos cultivando desde la infancia, los gimnasios, las academias de idiomas o los nutricionistas hacen su agosto a principios de enero, cuando la cuesta es más pindia, la desazón gobierna el ánimo y el malestar no es únicamente un estado físico. Lo entiendo, comprendo que tengamos que agarrarnos a las agendas y rellenarlas de contenido, citas y aspiraciones para tratar de darle sentido a la condición de existir. Pero no dejo de pensar en la plenitud vital que alcanzan quienes viven el presente con la certeza de que es lo único que tenemos, hasta el pasado es una rememoración, un relato construido, nada más. Sin ser capaz todavía de lograr esa paz mental, de alcanzar esa sabiduría, lo único cierto es que no me gustan los finales, ni siquiera los felices. Prefiero los comienzos, los despertares, con la luz colándose por cualquier resquicio, siempre lo encuentra. Y aunque sé que de nada sirven los propósitos de cara al nuevo año, ojalá 2025 sea más luminoso y benévolo para todos. Brindo por eso y por los días que tenemos por delante, sean los que sean. *Periodista y escritora
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