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Usuhahia » Diario Prensa
Fecha: 02/01/2025 23:52
Con voz clara y absoluta lucidez y coherencia, como si tuviera la mitad de años que marca el DNI, Celia revela cómo llegó a esa edad y qué hace para mantenerse tan joven de cuerpo y espíritu. Celia, más conocida como «la abuela Yety», cumplió el 24 de diciembre último, 104 años de vida, rodeada del cariño de vecinos y allegados que se acercaron a su hogar en el barrio Malvinas Argentinas, Chacra 13. Con su carisma intacto y una lucidez que desafía el tiempo, la abuela Yety sorprende a quienes la visitan asegurando que, en realidad, solo cumple “cuatro años”, aludiendo al último número de su edad, sin mencionar pícaramente el siglo que lleva vivido. Su piel es blanca y tersa, con las arruguitas típicas de cualquier mujer de más de 60 años y el cabello encanecido aparece cuidadosamente tapado por tintura rubia. Radiante y llena de energía, la abuela Yety atribuye su longevidad no a secretos especiales, sino a la voluntad divina. Dios nos marca el camino y Dios nos corta la velita – cuenta, para luego recitar un pequeño versito sobre la muerte: ‘Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo’. La historia familiar de la centenaria mujer podría ofrecer pistas sobre su notable longevidad. Su abuelo, hijo del cacique Catriel, líder araucano conocido por los malones que protagonizó en Buenos Aires, vivió hasta los 127 años. Según sus relatos, Catriel se mantuvo activo hasta el final de su vida, realizando tareas rurales como enlazar y pialar ganado. “Un día se acostó, y los hijos lo encontraron dormido”, rememora Yety, quien también destaca que la vida de su abuelo fue inmortalizada en los cortometrajes “La Tierra del Fuego se apaga” y “Bajo el Cielo de Santa Cruz”. Nacida en la zona de Cañadón de los Indios, en Santa Cruz, Yety proviene de una familia con profundas raíces en la cultura indígena y la historia patagónica. Su madre era hija de aborigen, y su abuelo recibió tierras del general Roca durante la segunda campaña al desierto, fundando la estancia “La Porfía”. A lo largo de sus 104 años, la anciana ha acumulado una vasta experiencia en diversas actividades. Fue enfermera, profesora de economía doméstica y trabajadora rural. “Desde que nací fui peón de campo. Esquilé, bañé, rodeé, anduve a caballo, ordeñé, hice todo lo que se refiera al campo”, relata. Además, es modista, repostera y una hábil reparadora de herramientas. A pesar de su edad, Yety conserva la fortaleza física que atribuye a una vida activa y, en parte, a las costumbres de su abuela, quien les proporcionaba calcio moliendo cáscaras de huevo. “Parece que nos dio mucho, porque yo tengo unas uñas a prueba de todo. Aunque me he caído por todas partes, nunca me quebré ni me luxé nunca”, dice con orgullo. Para Yety, su cumpleaños es “un día más en la vida”, aunque este año reconoce que lo vive con una mezcla de emociones. Tras haber enterrado a sus siete hijos, la última de ellas en octubre del año pasado, encuentra consuelo en sus nietos y en el legado que construyó a lo largo de su vida. La abuela Yety, con su jovialidad y sabiduría, sigue siendo un faro de inspiración para quienes la rodean. Su historia es un testimonio de resiliencia, trabajo y conexión con sus raíces.
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