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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 02/01/2025 03:04
Toni Egger, Cesare Maestri y Cesarino Fava, en la búsqueda de llegar a la cima del cerro Torre Es pequeña y sencilla. Tiene trazos finos y elegantes. Sus paredes son blancas y su techo es a dos aguas de tejas negras. De su campanario sobresale una cruz que casi no se ve y que la une al cielo. Fue construida en un enorme predio en el Chaltén, provincia de Santa Cruz, que mira al Fitz Roy y al cerro Torre, componiendo una imagen alpina en plena Patagonia Argentina. En su interior hay flores y fotos de montañistas, entre las que se destaca la de un hombre sonriendo. Es la única foto en blanco y negro. En su gesto ese hombre transmite paz y serenidad. Se puede sentir que está a gusto en ese lugar, en su capilla y cerca de donde comenzó esta historia. Toni Egger falleció joven. Tenía solo treinta y tres años. La muerte lo encontró muy lejos de su hogar y muy cerca de su gran pasión: las montañas de picos imposibles. Su desafío era hacer cumbre en el cerro Torre, una de las paredes más difíciles de escalar del mundo. Corría el año 1959 y Argentina era un país lejano al que llegó integrando un grupo de los mejores alpinistas europeos. Una carta enviada desde la Patagonia les marco el camino. “Aquí hay pan para tus dientes”, decía el mensaje. Era claro, allí había inmensas paredes para la gran aventura. Egger creció entre montañas. Nació en Bolzano, Italia, en 1926. A los trece años emigró con su familia a Austria. Dos años más tarde empezó a escalar y nunca más paró. Logró ascensos memorables y así sus proezas pronto se hicieron conocidas pasando a ser uno de los escaladores más importantes de la postguerra. En 1957 cruzo el océano y llegó a América para participar del ascenso al cerro Jirishanca en la cordillera de los Andes Peruanos. Era un pico peligroso y eso le atraía. Aquella experiencia lo ubicó entre los mejores en escalada en hielo y lo acercó a su destino final. "Mi papá siempre decía entre risas que llegar a la Patagonia era tan difícil como subir al Torre”, dijo el hijo de Cesarino Fava La carta En 1958 el renombrado alpinista italiano Cesare Maestri organizó una segunda expedición al cerro Torre, en la Patagonia Argentina. La anterior había fracasado por el mal tiempo. Todos sabían de la dificultad para hacer cumbre en aquella pared de 3128 metros de altura ubicada en un paraje desolado de Sudamérica, en el límite entre Argentina y Chile. Iban a intentarlo nuevamente y Egger quería estar ahí. Se ofreció y lo aceptaron de inmediato. Un año más tarde la expedición estaba en marcha. Al grupo se sumó Cesarino Fava, un destacado alpinista italiano radicado en Buenos Aires que conocía como la palma de su mano las montañas del sur argentino. Andrea Fava mira ahora con nostalgia las viejas fotos que cuelgan de las paredes de madera de su casa en el Chalten. Ahí están ellos, cansados, tapados de barro, pero felices sonriendo para la cámara que inmortalizó el viaje. Andrea dice que debería cambiar los marcos porque están un poco viejos y recuerda el momento en que su padre le contó acerca de aquella carta dirigida a Maestri: “Papá estaba muy ilusionado con las montañas de Argentina por eso le escribió diciéndole ‘acá hay pan para tus dientes’. Le decía así que era un buen lugar para escalar”. Todo estaba dado para que esta vez el ascenso fuera un éxito. En 1959 llegaron a Buenos Aires. Ir al sur no les sería sencillo, ya que las rutas casi no existían. A eso se sumaba que las pesadas cajas en las que llevaban los equipos de alta montaña hacían todo más difícil. Viajaron en camión y cruzaron los caudalosos y fríos ríos patagónicos con carros y mulas. La capilla enviada en homenaje al alpinista Toni Egger está construida en el terreno que había sido designado al cementerio y mira hacia el cerro Fitz Roy y al cerro Torre Andrea mira por la ventana a los turistas que caminan por las calles del Chalten. Son parejas o grupos que van con sus equipos de trekking para disfrutar del paisaje y de los senderos. Es una imagen muy distinta a la de los años de aquella expedición: “En ese momento el pueblo todavía no se había fundado. Mi papá siempre decía entre risas que llegar a la Patagonia era tan difícil como subir al Torre”. El 28 de enero llegaron al campamento base. Maestri y Egger, que eran los más experimentados, iniciaron el ascenso. Las dos figuras fueron adentrándose en la montaña hasta desaparecer de la vista del resto. Iban felices, como dos niños camino a su gran sueño. Pasaron seis días sin saber de ellos. Era un tiempo más que suficiente para su regreso. Angustiado, Fava salió a buscarlos. Sabía que las posibilidades de encontrarlos con vida eran escasas. Luego recorrer la zona y de varios intentos frustrados, decidió volver dando por finalizada la búsqueda. No había más que hacer. Fue justo en ese momento cuando vio a lo lejos un punto en medio de la nieve: “¡Son ellos!”, se dijo. Desesperado llegó como pudo hasta aquella figura. Al acercarse vio a Cesare Maestri tapado por la nieve. Estaba con vida. Egger no estaba allí. Luego de ser rescatado, Maestri contó que lograron hacer cumbre en el Torre y que en el descenso una avalancha arrastró a Egger hasta su muerte: la montaña se lo había tragado llevándoselo para siempre. Sus restos y parte de su equipo fueron encontrados ocasionalmente años después, en 1974, por una expedición angloamericana que realizaba un descenso en la zona. Un año más tarde fueron enterrados en el lugar. Cuando falleció, Toni Egger tenía solo 32 años. Había nacido en Italia y se había criado en Austria La capilla En 1995, un grupo de escaladores austríacos encabezados por Edward Muller visitaron el Chalten para conocer dónde había muerto su amigo. Ofrecieron donar una capilla en su honor. Era un ofrecimiento particular, con una condición: todos los componentes debían llegar desde la tierra de Toni Egger. Sería una réplica casi exacta de la capilla de Saint Michael, ubicada en El Veneto, Italia. Las autoridades locales autorizaron la donación y el proceso se puso en marcha. El campanario, los herrajes, las tejas y hasta los obreros encargados de armarla llegaron en barco desde Austria. El proceso demandó dos años y la construcción solo un mes. En 1997, la capilla se levantó en el terreno destinado originalmente al cementerio del pueblo. Miguel Burgos abre, ahora, la pequeña puerta de rejas del ingreso para entrar en el corazón de esta historia de montañistas. Él fue uno de los primeros habitantes del Chalten y quien supervisó los trabajos de construcción. Sobre la puerta de entrada, un cartel de madera les da la bienvenida a los visitantes y les recuerda de qué va esta historia: “En homenaje a Toni Egger”, escrito en alemán. A continuación, Miguel señala con orgullo la placa que pidió poner junto a la puerta. Lleva el nombre y nacionalidad de todos los escaladores muertos en la zona. La capilla es pequeña, en su interior hay bancos de madera también traídos desde Austria y fotos de los escaladores fallecidos en la zona. En el piso hay flores y distintos objetos a modo de ofrendas. La capilla es un regalo al pueblo de El Chaltén del escalador austríaco Edward Müller, amigo de la infancia de Toni Egger Miguel dice que la capilla se transformó en una especie de santuario para los amantes de la montaña y también para los vecinos que cuidan de ella y que hoy piden por el mantenimiento del predio que la rodea. “Es que es parte de nosotros”, dice emocionado Miguel mientras la mira y recuerda que la vio nacer y hasta viajó a Italia para conocer la capilla original. “Su hermana gemela, que es igual a ella“, dice entre risas y emoción. La foto de Toni Egger en blanco y negro cuelga de una de las paredes como si fuera uno más entre tantos escaladores. Pero no lo es. Él le dio vida a esta historia. Su espíritu, su legado y su pasión estarán siempre presentes en esa pequeña capilla en el Chalten, tan linda como su entorno de laderas y senderos patagónicos. En esa capilla que mira al cerro Torre para recordarlo por siempre como el último lugar que vio lo con vida. Muy lejos de su hogar, muy cerca de su gran su gran amor, la montaña.
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