Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Para recordar: en 2025 cumplen 210 años dos consignas “tajantes como navaja”

    Colon » El Entre Rios

    Fecha: 31/12/2024 10:31

    A continuación, El Entre Ríos reproduce la columna de opinión que lleva la firma del periodista Daniel Tirso Fiorotto (publicada este 31 de diciembre en Análisis Digital). Difícil que en Entre Ríos se nos ocurriera un tema hilarante como “El día que Artigas se emborrachó”, del “Cuarteto de Nos”, en el que los creativos rockeros orientales imaginan derrapes del Protector. No del patriota, sino del loquito que, por pasarse de copas, hizo “cualquier cagada”. ¿Por qué acá no? Porque en Uruguay José Artigas pasó décadas encerrado en el bronce, para todo uso, con los homenajes consabidos de los gobiernos, cualquiera fuere, y la mayoría lejos de sus intenciones revolucionarias. Aquí el poder fue peor aún: ocultó a Artigas o lo desvirtuó, y le salió el tiro por la culata. Desde abajo, el pueblo fue recuperando poco a poco la revolución confederal y sus símbolos, desde abajo desenterramos al Artigas libre de protocolos. Los poderosos nunca nos fastidiaron con Artigas, se ocuparon prolijamente de invisibilizarlo. Así las cosas, cuando el “Cuarteto de Nos” lograba desacartonar la historia uruguaya, con chistes subidos y por eso levantando polvareda, nosotros en esta banda estábamos despejando la polvareda de la historia oficial, para conocer mejor a ese deslumbrante Artigas fuera de convenciones. Nosotros no vemos a Artigas fijo en el pedestal, lo vemos junto al pobrerío, en el rancho, sentado sobre una cabeza de vaca. No podríamos desacartonar lo que nunca fue una fría estatua. Lo espontáneo, lo auténtico, para nosotros, es el artiguismo que viene de abajo, en el repecho; sale a cuento en las ruedas de mate, en los fogones, el Artigas siempre por descubrir. El verbo resistir Hace 210 años nos lanzamos a un viejo desafío a dos bandas, con energías renovadas. En otras latitudes los Proudhon gastaban pañales, y aquí ya se izaba una banda roja en homenaje a la sangre derramada por saberes sin dueño, con fuente en el fondo de la historia, resumidos en tres palabras que reencauzaban el flujo milenario: comunidad, tierra, confederación. Como esos términos no han estado en el centro de los temas del aula oficial, ni en la periferia, gozamos de este hallazgo. Y más cuando desempolvamos los antecedentes de la revolución artigueña en este suelo, también cuidadosamente opacados. “Ko yvy oguereko ijára” dijo Djekupé A Djú, más conocido como Sepé Tiarajú, San Sepé. “Esta tierra tiene dueño”. Los guaraníes como Djekupé, auxiliados por los guenoas, resistieron con la sangre el ataque artero del ejército aliado de España y Portugal tras el Tratado de Permuta (1750), esa obra colonial supremacista europea (a instancias de Inglaterra) que compite entre las más injustas de todos los tiempos. La imbecilidad también fue puntillosamente ocultada bajo la alfombra, claro. Muchos de los sobrevivientes que se dispersaron tras la derrota de nuestra paisanada en Caibaté buscaron cobijo en los montes entrerrianos, y eso explica en parte la presunción de Fermín Chávez sobre la sintonía tan singular de entrerrianos y riograndenses que, a su juicio, debe estudiarse con mayor detenimiento. ¿Podremos comprendernos negando a Djekupé? En la misma época (y estamos hablando de apenas medio siglo previo a la Revolución de Mayo), los charrúas con auxilio de los chanás resistían el embate militar por todos los flancos, resuelto para el exterminio cultural. Aquellos que no caían en el campo de batalla se dispersaban hacia los montes, también, y las islas; vadeaban el Uruguay o eran arreados hacia la reducción de Cayastá. Por siglos habíamos conjugado el verbo resistir. Muchos guaraníes y charrúas (entre otras culturas) estaban ya entrelazados en el sistema con sus oficios, y muchos blandían lanzas en la resistencia, en la diáspora, cuando se alinearon los astros a comienzos del siglo XIX para la independencia. La banda roja resumió las luchas, pero no la vieron con buenos ojos los poderes de España, Portugal, Inglaterra, Montevideo y Buenos Aires… El hito artigueño Así llegamos a 1815. La profundidad de la revolución guaraní, charrúa y paisana que puso a Artigas a la cabeza consistió y consiste en recuperar el torrente histórico milenario, o más que eso: reconocer ese torrente en la cuenca, en el aire, en los montes, y saber traducir el legado (como dice el poeta), “en teoría y en acción”. Honda, clara, auténtica, la revolución artigueña superó a las personas, superó a sus líderes. Después de algunos tropiezos fuimos entretenidos, es cierto, en disputas menores que nos exigían tomar posición pero ya en un marco occidental, como diría la recordada Carmita Ríos Zaccagnini: “dentro de la historia blanca, ¿no?” En este 2025 que aparece en el firmamento recordamos los 210 años de un símbolo que nos interpela. Volvemos a la bandera sin chistes pero con buen humor, con la expectativa de quienes advierten que han sido estafados por un relato amañado. La bandera federal, tajo en el cielo, es una grieta en el sistema. Allí están, abiertas a los vientos, las respuestas sin tiempo a los problemas de hoy. Ese es el secreto: respuestas sin autor, sin título de propiedad. Alrededor de la banda roja podemos encontrarnos quienes venimos de diversas fuentes. A nuestros pueblos les llevó miles de años tallar un modo de relación entre las personas, y con el resto del paisaje; miles de años para dar un testimonio comunitario de armonía y firmeza. Si alcanza a expresar esa complejidad, el más sencillo trapo al aire emana una luz al alcance de todos. Las tradiciones como el mate, los símbolos como la bandera, dan el clima. No se trata de religión ni de ciencia: se trata de hondas cualidades regionales, insondables como el color, la textura, el aroma de una flor. En los poetas "La roja veta diagonal que sangra", dice en la otra banda Juan Zorrila de San Martín (autor del inmortal Tabaré). "Tremenda diagonal, grito de guerra que en esa seda pasional tremola, y afirma democracia impar, ardiente, luminosa y sola", escribe Delio Panizza en esta banda. No es, claro, la “democracia” de levantar la mano y ganarle al otro; es la democracia del compartir inquietudes, conversarlas, buscar caminos comunes con la biodiversidad en el centro. Cumplen 210 años la bandera federal y el Reglamento de tierras, que en 1815 devolvieron un lugar a los más desfavorecidos. "Es la visión de Artigas hecha seda, hecha canto, es un himno de llamas dividiendo en diagonal un cielo azul y blanco. Dice Federación esa bandera sesgada por un rayo", canta Panizza. Uno mira la banda roja, con la promesa de remontar el espíritu artigueño, y no ignora que viene deshilachada por dos vías: el colonialismo que es marca, y los barrotes de una jaula invisible. Así es como la Liga de los Pueblos Libres, aun en pie a pesar de los ninguneos, corre el riesgo de convertir un símbolo en un placebo. Soberanía Pero ¿qué significa el espíritu artigueño? Cada estudiante con el emblema de los Pueblos Libres en alto, desde el patio de la escuela proclama al mundo un sistema basado en la “soberanía particular de los pueblos en confederación”; una meta, no un logro. Ese principio reivindica el lugar, la comunidad, y precede en mucho a la explicación que dan los sociólogos (desde hace pocas décadas) sobre el menosprecio del lugar y de la comunidad. La ciencia moderna suele reivindicar a los que elucubran sobre el lugar antes que a quienes dieron la sangre por el lugar, sin más gre gre. El espíritu artigueño reúne los saberes ancestrales de distintas vertientes. Es una forma de mirar, una forma de conocer, de organizarse, de crear; pero más que eso, es el clima que permite las formas propias de cada región. A diferencia de las tendencias modernas, el espíritu comunitario no promueve la uniformidad, es decir: no baja recetas. Y hay que decir que ese torrente milenario arrastró a sus propios mentores. ¿Incluido Artigas? Incluido Artigas. En la Argentina se impuso a sangre y fuego el colonialismo que uniforma a todos según la mirada supremacista del Área Metropolitana de Buenos Aires -AMBA-, con los conocidos privilegios para los señores (no los pueblos, claro) de una ciudad y una provincia decididas a perpetuar sobre el resto del país un abuso bicentenario. El poder del estado, el poder financiero, corporativo, mediático; el poder de los núcleos distribuidores de prestigio, todos esos poderes actúan en sinergia en pleno siglo XXI para desmerecer los propósitos de la bandera creada en 1815 por las mujeres y los hombres de la revolución, en el ánimo de dar lucha por la independencia, la confederación y el arraigo. Fue izar la banda roja y redactar el Reglamento de Tierras… Mensaje claro, si los hay. “Tajante como navaja es la consigna artiguista/ barrer al latifundista: la tierra es del que trabaja”, canta Aníbal Sampayo. No hay modo legítimo de separar la banda roja de los saberes y las luchas guaraní, charrúa, paisana, y del reclamo contra la apropiación concentrada de la tierra. En el plano social, que no es el único, la consigna fue resumida así: “que los más infelices sean los más privilegiados”. Pero ¿dónde conseguir esas superficies para devolver? De las propiedades indebidas de “los malos europeos y peores americanos”. La cuestión es sencilla: no admitir la incorporación de la tierra al sistema de acumulación. En su ataque resuelto y sin rodeos al milenario clima comunitario (sostenido por esta banda roja con siglos de luchas), el estado vertical y sus socios están triunfando por ahora. Por eso izamos la banda roja desnaturalizada, más o menos acomodada a un sistema que la niega. Lejos de los Tiarayú y Ñeenguirú, lejos de los Naigualvé y Yazú y Campusano, lejos de los Manduré, Cumandiyú, Tacuabé, Guazurarí y Artigas, poco dice una insignia lavada, pero allí está, como esperando un guiño para volver a lucir su esplendor. La jaula A los intereses predominantes (más que nada financieros) de Buenos Aires Ciudad y Provincia se suma la resignación de las restantes provincias que supieron ser protagonistas de la Liga Federal, o Liga de los Pueblos Libres (la mesopotamia con Córdoba y Santa Fe). Fortunato Calderón Correa explica un método usado para domesticar a los canarios, extendido a los humanos. Consiste en encerrar a las aves en una campana de cristal, hacer que se topen una y otra vez con la barrera transparente, para luego quitar la campana y observar que se quedan en el encierro. Ya tienen su jaula interior. Fermín Chávez se refiere a ese freno que tira desde la conciencia reducida a servidumbre. “Hay hombres que disparan cuando hay fuego/ y están enfermos para la pelea/ porque adentro ya tienen su manea”, dice el poeta e historiador en referencia a Justo José de Urquiza. En naturalizar esa manea consiste el éxito del sistema colonial. ¿Tan poderosa y sostenida fue la destrucción que nos rompió la resiliencia? Llega un gobierno y da más recursos a la Ciudad de Buenos Aires, la más rica del país. Llega otro, se los quita, y en vez de distribuirlos en los territorios más empobrecidos a modo de reparación los vuelca en la provincia más rica: Buenos Aires. El resto balconea. Las sucesivas gestiones provinciales se muestran distantes de los principios confederales, y cuando buscan defender algunas facultades propias lo hacen desde una perspectiva estatal, también vertical, sin atender al centro de la cuestión: la participación comunitaria. Es que el protagonismo de los pueblos exige a las dirigencias salir de su zona de confort y emprender reformas a la altura de las circunstancias. Desempleo, desarraigo, hacinamiento, concentración de las riquezas, no sintonizan con la banda roja de 1815, claro está, y tampoco con el legado que medio siglo después difundiera Alejo Peyret (siguiendo El Principio Federativo de Proudhon). Para Peyret (como para Artigas antes) aquí el unitarismo era despotismo, y la federación, libertad. “Buenos Aires era la cabeza hipertrofiada a expensas de la nación entera. El unitarismo no podía dar y nunca dará otros resultados”, afirmaba y presagiaba con gran acierto Peyret, según el rescate de Américo Schvartzman. Este estudioso nos mostró también apuntes de Elinor Ostrom que convalidan el éxito de la organización comunitaria, es decir: lo que nuestros pueblos aplican aquí desde hace siglos. Como Pedro Aguer insiste con el cura José María Arizmendiarrieta y las cooperativas, otra manifestación del ánimo colectivista capaz de transitar el áspero terreno moderno. Si es en Entre Ríos, hay que escuchar lo que traen los ríos, lo que dice la tierra, lo que sostiene la banda roja. Como en otros sitios vale escuchar los murmullos del tejido comunitario de Chiapas, de Rojava, y en tantas culturas ya advertidas del poder vertical Federalizos y federalizas Alguna vez valoramos de un filósofo español el neologismo “futurizo”, para nombrar la simpatía de las comunidades del “interior” por la autonomía. Hay aquí una pulsión hacia el federalismo, nos sentimos bien en ese tejido, y eso se expresa en la banda roja. Somos federalizos, federalizas. Claudio Martínez Payva rescató un poema viejo que tituló Antigua Litoralera: “Federales, federalas, no doblemos las rodillas,/ ansí rieguen las cuchillas con un chaparrón de balas”. Ricardo Maldonado difundió estos versos con música. La banda roja se fortalece y se afianza en el paisaje con el cardenal de copete rojo, ave emblemática de los entrerrianos, y con el ceibo rojo, flor nacional. Ayer pasamos por el arroyo Espinillo, cuyas costas guardan claves de la resistencia federal ante el atropello metropolitano. En 2024 se cumplieron 210 años de la Batalla del Espinillo, recordada por la conciencia autonomista y la actitud de la paisanada que no invade a los demás: defiende su territorio. Allí ha sobrevivido un ceibo sembrado hace años por Nora Cortiñas, Damián Verzeñassi y Rafael Lajmanovich. El arbolito facilita la comprensión de una mirada integral, de cuenca, federaliza, porque conjuga clásicas luchas confederales con otras populares y ecologistas de la actualidad. De tanto en tanto, la vecindad planta allí un pasacalle que reza “¡Federales!, no siervos”, para que manos anónimas lo descuelguen o lo quemen horas después, como ha ocurrido repetidas veces. La banda roja fue trazada en homenaje “a la sangre derramada” por nuestros ideales. Y esa sangre pertenecía principalmente a los pueblos ancestrales y gauchos, que preservan una relación de armonía con las demás especies y una conciencia de trabajo colectivo y festivo para obtener los alimentos. Todos los ataques de ayer y de hoy contra nuestros pueblos (con las armas de los medios masivos, el estado, la tecnología, las corporaciones, los demás grupos de poder), constituyen la continuidad del etnocidio que ha sufrido nuestro territorio por siglos. Una de las armas fundamentales del etnocidio consiste en ignorar el etnocidio, o negarlo llegado el caso. Allí la banda roja se convierte en un problema, porque está izada y es querida, sólo falta que recupere su sentido. Muchos acusan a personas individuales por el centralismo sin advertir que no se trata de personas sino de un sistema; muchos acusan a personas individuales por la corrupción y se asombran de la continuidad por distintas vías, sin advertir que es el sistema centralizado y corrupto por naturaleza. Por eso las excepciones son solo eso: excepciones. Riesgos coloniales Los partidos mayoritarios han coincidido, por años, en que los estados de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, por una razón o por otra, necesitan más presupuesto. Como tienen el mayor caudal de votos allí, se esfuerzan en congraciarse con esos estados, cuyas riquezas son directamente proporcionales al empobrecimiento del resto de las provincias. La treta es sencilla: ignorar 200 años de privilegios (logrados con violencia) y aplicar un “federalismo” sin historia. Una burla. ¿Por qué ciertas industrias están donde están? ¿Por qué tales territorios tienen esta infraestructura; con qué recursos, con qué energías crecieron unas ciudades mientras se despoblaban otras? ¿Por qué las familias emigraron de aquí y se amontonaron allá? Vedadas estas preguntas, borrada la historia, que cada cual se las arregle (dicen) con lo que tiene. Así es como algunos farsantes se llaman federales. Para la distribución justa es imprescindible salir de ese relato engañoso, en el que coinciden dirigentes políticos de las más diversas vertientes. Y luchar contra el negacionismo tecnocrático que ignora el “índice de destierro”. La coparticipación misma concentra el poder, contra la Constitución, pero aún con ese régimen pretenden manipular cálculos y colocar el énfasis en la cantidad de población, mientras ningunean las causas de un siglo entero de desarraigo y expulsión de habitantes en territorios como el entrerriano. Los ejemplos del supremacismo son variados. ¿Por qué las provincias callan? Porque sufren la jaula de cristal. Quedó la sensación, quedó la resignación, el sentimiento de inferioridad. Civilización y barbarie Dice el historiador Juan Antonio Vilar: “La pacificación del país después de Pavón para ‘uniformar su política con la de Buenos Aires’ se hizo mediante la fuerza militar más violenta, con la destitución de los gobernadores legales, con batallas sangrientas, asesinatos y ejecuciones de prisioneros en nombre de la civilización. Fue una conquista militar y no, como mentía Mitre, fruto de actos libres de las provincias… el triunfo de la ‘civilización’ sobre la ‘barbarie’”. Gustavo Lambruschini (murió hace casi cinco años), dijo que no existe “ningún principio que justifique racionalmente la subordinación servil de Entre Ríos (un miembro jurídicamente preexistente), a un Estado Federal que se ha transformado sólo en una maquinaria violenta de expoliación social”. Adjudicó a “la cobardía y la corrupción” la ausencia del régimen federal. “Debiéramos tener la audacia de amenazar a esa maquinaria violenta de exacción, al Estado Federal, con la recuperación de nuestra soberanía… para emanciparnos del doble colonialismo que sufrimos”. La bicentenaria banda roja de la soberanía comunitaria flamea en mil instituciones. Su sentido sanador de tantos atropellos refleja una singularidad tradicional de este suelo con siglos de luchas por la comunidad y la tierra, luchas hoy entubadas, como los arroyitos. Pintar un trapo de apariencias, vaciarlo de contenido, consumaría el triunfo de la reacción. Sería preferible no izar esa preciada banda roja, antes que izarla nomás por inercia; como es preferible nada, al placebo. Si es para el macaneo, Artigas no levanta la banda roja, ni borracho. Fuente: Por Daniel Tirso Fiorotto.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por