03/01/2025 19:51
03/01/2025 19:50
03/01/2025 19:50
03/01/2025 19:49
03/01/2025 19:49
03/01/2025 19:49
03/01/2025 19:49
03/01/2025 19:49
03/01/2025 19:48
03/01/2025 19:47
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 31/12/2024 04:48
LAUREN KAHLER PIDE AYUDA ANTES DE MORIR La perfección no existe. Ya todos lo sabemos. Pero descubrir el lado B de ese espejo que devuelve imágenes inmaculadas y sonrisas deslumbrantes es aterrador. James “Kraig” Kahler encarnaba al hombre superlativo: era el marido perfecto que se convirtió en el padre perfecto de la familia perfecta que gracias a su perfecto trabajo les brindaba una vida perfecta. Los cinco encarnaban la película rosa de la existencia, por ponerle un tono obvio, en la que todos simulaban vivir. Pero la “nada feliz” familia Kahler tenía sus muros internos pintados con el desconocido color del espanto. Ceder el futuro Karen Hetrick (nacida el 30 de julio de 1965 en Topeka, Kansas, Estados Unidos) y Kraig Kahler se conocieron cuando él estaba en el último año de ingeniería y ella recién comenzaba a cursar el primero de la misma carrera en la Universidad Estatal de Kansas. Se pusieron de novios y se convirtieron en la pareja más popular del campus universitario. Compartían amigos, ambiciones, sueños. Al concluir ese mismo año de estudios, a tres de los alumnos que habían terminado la carrera, entre ellos Kraig, les ofrecieron puestos interesantes en una empresa de Colorado. La buena noticia implicaba que, de aceptarlo, él y Karen deberían mudarse. Karen estaba tan enamorada que decidió dejar su propia carrera de ingeniería para poder seguirlo dónde fuera que lo destinaran por trabajo. Se casaron el 28 de diciembre de 1985 y partieron. Tuvieron a su primera hija Emily el 8 de abril de 1991. Dos años después, el 10 de mayo de 1993, nació Lauren. En 1999, cuando Karen esperaba a su tercer hijo, a Kraig le ofrecieron un puesto tentador: ser director en una empresa multinacional en Weatherford con un salario más que interesante. Lo hicieron y ese mismo año llegó a sus vidas el hijo varón, Sean. Y se compraron una nueva casa. Kraig Kahler junto a su esposa Karen y sus tres hijos Ya eran cinco en la familia, prosperaban en lo económico. Los chicos eran aplicados, no daban mayores problemas. Había salud, dinero y talento intelectual. ¿Qué más se podía desear? Sus amigos los consideraban la foto de la familia ideal. ¿En qué momento fue que la relación entre la pareja cambió? No se sabe con claridad. Pero un día no especificado la hermana de Karen, Lynn Denton, recibió una llamada. Era Karen. Mantuvieron una larga conversación por teléfono donde su hermana le reveló la realidad detrás de la fachada impecable de su matrimonio: dijo que Kraig había cambiado demasiado. Con el paso del tiempo se había vuelto controlador y ella había empezado a sentirse atrapada en su casa. Él ponía reglas estrictas. Pretendía que ella se quedara en casa y Karen debía pedirle permiso para cada cosa que hacía. Tenía que rendir cuentas por lo que gastaba hasta en lo más mínimo: desde los útiles escolares hasta las compras diarias de fruta y verdura. Kraig ahora la supervisaba las veinticuatro horas y miraba ticket por ticket. Además, todo lo que hacía dentro de su casa tenía que realizarse dentro de un horario preestablecido por él. Por ejemplo, a las ocho de la noche era la hora del sexo. Lo peor de todo era que, a pesar de que ella hacía todo lo que él exigía, las cosas seguían empeorando. Después de esa prolongada e íntima conversación Karen decidió que se buscaría hacerse un espacio propio. Iría a un gimnasio local en el horario en que los chicos estaban en el colegio y Kraig trabajando. La amante, la confesión y una propuesta Ese gimnasio le cambió la vida. Al tiempo de comenzar a entrenar, le ofrecieron ser instructora de fitness. Aceptó. No era lo que había soñado, pero era algo para hacer que la sacara de su casa por un rato. Estaba construyendo ese metro cuadrado personal que tanto precisaba para encontrarle un poco de sabor a la existencia. Cuando Kraig se enteró, contrario a lo que Karen había esperado, le dijo que le parecía muy bien que lo hiciera. Siempre y cuando ella siguiera ocupándose de los chicos y de la casa en el día a día. Esa libertad adquirida fue una alegría. En su nuevo trabajo Karen conoció a otra entrenadora personal llamada Sunny Reese. Sunny era un poco más joven que ella, pero tenían mucho en común. Terminaron haciéndose amigas inseparables. Tanto que, en algún momento de esos a comienzos de 2008, nació el amor y la relación se volvió sexual. Pasó el tiempo y Karen decidió que no podía ocultar lo que le pasaba y que tenía que confesarle a su marido lo que sentía. Estaba asustada por cómo lo podía tomar. Otra vez Kraig la sorprendió: dijo que no tenía problemas siempre y cuando fuera incluido en el tema sexual. Y, de inmediato, él empezó a enviarle flores y mensajes a Sunny. Kraig pretendía un trío sexual con ellas, pero Karen y Sunny no lo deseaban. La casa de los Kahler rodeada por la policía Cuando Kraig se terminó de dar cuenta de que no podría incluir a Sunny en su pareja con Karen, decidió que la relación entre ellas debía acabar. Y así lo expresó. Ellas no le hicieron caso y siguieron viéndose. Karen empezó a pensar en el divorcio. Kraig, intentando evitar ese desenlace, buscó la manera de mudarse lejos de Sunny. Consiguió un excelente puesto en Columbia, Missouri como director de Columbia Water and Light. El nuevo trabajo era el sueño de cualquiera: Kraig sería el empleado mejor pago de toda la ciudad. En junio de 2008 la familia se trasladó. Kraig había puesto entre ellas, Karen y Sunny, 1200 kilómetros. Esperaba que las cosas volvieran a la normalidad y el desliz lésbico de su mujer quedara en el pasado como una anécdota. Pero el affaire no terminó por la distancia. Karen y Sunny siguieron adelante con mensajes, llamados y algún que otro encuentro. Kraig y Karen, por otro lado, se llevaban cada vez peor. La relación se había vuelto absolutamente tóxica. El secreto ventilado Para despedir el 2008 los Kahler fueron a una fiesta de unos amigos en Weatherford, donde habían vivido. En la celebración había vecinos de ellos de toda la vida. Sunny era una de las invitadas. Esa noche fue el principio del cataclismo. El alcohol hizo de las suyas y varios vieron lo obvio : Karen y Sunny estaban demasiado cerca. El secreto dejó de ser un secreto y se transformó en un chisme de alto voltaje. Esa noche Kraig se sintió humillado frente al resto. Al salir de la fiesta peleó con Karen de una manera salvaje. Le dio un fuerte empujón y ella cayó y golpeó su cabeza contra el pavimento. La contienda se convirtió en escándalo y ya nadie hablaba de otra cosa. Karen junto a sus dos hijas Emily y Lauren. Las tres fueron asesinadas por Kahler Unos días después Karen le anunció a su marido: quería el divorcio. Y se fue a dormir a otra habitación. Kraig enloqueció. Empezó a dedicar muchas horas de su tiempo cotidiano a hablar con familiares, amigos y conocidos. Quería que convencieran a Karen para que no se divorciara. Les contaba que ella se quería ir con una mujer, que estaba dando un pésimo ejemplo a los chicos y que pretendía robarle su dinero y la tenencia de sus hijos. Para Lynn Denton su hermana era tan maltratada por su marido que quería escapar de la relación como fuese. Y que cuando encontró que Sunny la cuidaba, el género fue lo de menos. El 26 de enero de 2009 Sunny decidió intervenir en la pelea matrimonial. Le escribió a Kraig para que dejara de acosar a Karen. Le dijo que su esposa no era feliz con él: “No podés forzar, amenazar o humillar a Karen como lo hiciste ayer y, encima, esperar que te ame por eso.(...) Ella no te ama Kraig (...)”, tipeó. Emily, para esta época, ya tenía 18 años y había entrado a la universidad para estudiar farmacia y Lauren, con 16 años, seguía todavía en el secundario Columbia High School. Ambas tocaban instrumentos en una banda musical y cantaban con sus amigos. El menor, Sean, con 10 años seguía en la escuela primaria. Ellos tres eran los tristes testigos de las enormes bataholas entre sus padres. Nada estaba bien puertas adentro. Para marzo de 2009 las cosas escalaron a un nivel preocupante. Luego de otra golpiza a su mujer Kraig fue arrestado. Se defendió diciendo que solamente la había tomado con firmeza porque ella se había resistido. Karen insistió en denunciarlo y enseñó sus moretones y lastimaduras. Dijo: “... he aprendido en el camino que él es capaz de usar la fuerza. Los motivos podían ser varios. cuando el problema era el dinero yo no le decía lo que las cosas costaban. Cuando era por sexo, decidí que era más fácil darle lo que quería cada noche que rechazarlo. Cuando no lo hacía me forzaba. Temo que las cosas escalen al punto de que alguien salga seriamente herido”. Presentó cargos y se fue con los chicos de la casa. Podemos decir que la intuición la tuvo, pero no habrá sabido qué más hacer con ella. La tumba de Karen, asesinada por su esposo Kraig Kahler Alertas que no alcanzan Un psiquiatra que atendió a Kahler en ese tiempo, Siamac Vahabzadeh, le prescribió medicación para su depresión, pero Kraig no la tomó. Las chicas se alinearon con su madre: dijeron que solo querían verla feliz. Incluso, viajaron con Karen y su nueva pareja Sunny. Kraig decidió que ellas lo habían defraudado y a partir de ese momento solo quiso ver a su hijo Sean. La conducta de Kraig se volvió cada vez más errática. Un día se introdujo en la casa donde estaba viviendo Karen con los chicos para colocar cámaras para poder espiar a su ex. Otro, le cortó los neumáticos de su auto y rebanó todos los cables que encontró en el exterior de la vivienda. También hackeó los mails de Karen y empezó a decirle a sus hijas que tenían los “cuerpos podridos”. Era un descontrol imparable. Karen se asustó lo suficiente como para notificar estos hechos a la policía. Kraig hacía cosas cada vez más absurdas. Su mente descarrilaba a la vista de todos. Había empezado a dormir en su trabajo y de pronto se marchaba de su oficina de manera sorpresiva solo para ver qué estaba haciendo Karen. Atormentaba a sus colegas mostrándoles fotos de su familia y se lo veía obsesionado con el tema. En septiembre de 2009, Bill, el jefe de Kraig, se animó: le pidió la renuncia. Su desempeño venía siendo desastroso. Le pagaron tres sueldos y adiós. Kraig no pudo hacer mucho más que irse a vivir con sus padres. No tenía un nuevo trabajo a la vista, no podía pagar hipotecas y debía pasarle a Karen 3000 dólares mensuales para la manutención de los chicos. Su toxicidad había arruinado su matrimonio, la vida de sus hijos y su carrera. Pero él seguía enroscado en su propia emboscada de odio. La familia pasaría las vacaciones del Día de Acción de Gracias (se celebra el cuarto jueves de noviembre y ese año 2009 cayó el 26) separada. Lauren y Emily con su madre Karen (44) y su tía Lynn; Sean, con su padre. Así estaba la casa de los Kahler tras los crímenes Karen seguía soñando con reunir a sus tres hijos así que planeó una visita a su abuela Dorothy Wight de 89 años (la bisabuela de los chicos) que vivía en Burlingame, Kansas, para el día siguiente. El viernes 27 fue a buscar a Sean. Si bien su hijo quería quedarse más tiempo en el de sus abuelos paternos porque salían a pescar y a cazar y eso le divertía mucho, Karen argumentó que su abuela Dorothy ya estaba muy grande. Quería verlos y así estarían todos juntos con sus hermanas y con ella. Lo convenció y se marcharon hacia Burlingame. Con Kraig las cosas seguían pésimas. Él tenía una audiencia judicial fijada para enero de 2010 por sus agresiones contra Karen. A pesar de eso, Karen seguía siendo optimista y esperaba que las aguas se calmaran en algún momento. Desconocía la profundidad que puede alcanzar la rabia dentro de un cerebro oscuro. “No quiero morir” El sábado 28 de noviembre de 2009, en esa casa de Burlingame donde pasarían unos días, llegó el Apocalipsis para la familia Kahler. Alrededor de las 18 horas, ya estaba totalmente oscuro, cuando unos vecinos llamaron a la policía de Burlingame. Habían visto movimientos extraños de un hombre con una camioneta frente a una casa y temían que estuviera robando. La policía dijo que mandaría a un par de agentes a ver. Minutos después entró una segunda llamada a la policía: era de la misma zona que la llamada anterior. Se escuchaban llantos desgarradores y pedidos de auxilio: “Ayuda, ayuda, él está dentro de la casa… Alguien ha venido a matarnos, nos está matando. Vete, vete…”. Estaban por enviar más móviles cuando hubo una tercera llamada. Era otro vecino del mismo lugar. Contó que al abrir la puerta de su casa había hallado a un menor de 10 años llorando aterrorizado que le pedía ayuda para “la casa blanca de Dorothy”. El pequeño se llamaba Sean Kahler y mencionaba disparos. Cuando la policía se hizo presente en la propiedad de Dorothy Wight, no más entrar hallaron a la dueña de casa desangrándose sentada en una mecedora. Estaba viva y consciente todavía. La segunda persona que hallaron fue a Karen Kahler quien estaba tirada en el suelo de la cocina. Le habían dado dos tiros. A la tercera víctima la encontraron detrás de un sillón del living donde había intentado inútilmente esconderse. Se encontraba de espaldas, mirando el techo y obviamente ya había muerto de dos balazos. Era Emily de 18 años. De pronto, oyeron gemidos suplicantes que provenían del piso superior. Subieron. Era Lauren, de 16 años, la que había llamado a emergencias. Gritaba con las pocas fuerzas que le quedaban y repetía que no quería morir. Le dijo al policía Nathan Purling: “Estoy asustada. No quiero morir”. Purling se quedó con ella y le preguntó quién había sido el sujeto que les había disparado. Lauren, todavía consciente, respondió sin dudar. La sonrisa sarcástica de Kahler durante el juicio por los crímenes que cometió -Kraig -¿Quién es? -Mi padre Esto fue grabado por la cámara de Purling. Lauren fue declarada muerta poco después de llegar al hospital. Tenía dos tiros por la espalda. Dorothy sobrevivió al resto tres días y, también, identificó al atacante antes de morir. Al final de la tragedia había cuatro mujeres muertas y un solo testigo vivo: el hijo varón Sean (10). A él, su padre, le había permitido escapar. Buscaron a Kraig Kahler (48) durante toda la noche. Había dejado sus cosas y su auto en la escena. Lo encontraron a las 7 de la mañana del domingo caminando por el costado de una ruta. Enseguida les dijo: “Soy el hombre que buscan”. Tenía un revólver, cientos de dólares en cash, una mochila, varios cuchillos y una linterna. Fue arrestado sin ofrecer resistencia. Es muy curioso porque en las fotos que le tomaron ese día parece sonreír. Contrato preconcepción y trío sexual Kraig Kahler fue acusado por los cuatro crímenes. La fianza impuesta fue demasiado alta para escapar de la cárcel hasta el juicio: 10 millones de dólares. En diciembre de 2010 comenzaron las audiencias preliminares. La fiscalía enumeró como pruebas en su contra: que la sangre de Kraig Kahler fue encontrada dentro de la vivienda de Dorothy; que dos de las víctimas antes de morir lo identificaron como el tirador asesino; que una campera hallada fuera de la casa tenía la tarjeta de trabajo de James Kahler en uno de sus bolsillos; que los vecinos vieron su vehículo, un utilitario negro, estacionado fuera. Y, obviamente, que Sean, el testigo crucial, había visto el momento en que su padre Kraig le había disparado a Karen. Karen seguía soñando con reunir a sus tres hijos así que planeó una visita a su abuela Dorothy Wight de 89 años (la bisabuela de los chicos) que vivía en Burlingame Erik Mitchell, patólogo forense, explicó que seis de los siete de los tiros que sufrieron las víctimas habían sido fatales. Detalló que tres de las mujeres fueron baleadas dos veces cada una (uno de los disparos a Emily, el primero, la había dejado paralizada) y que solo Dorothy Wight tenía un único disparo. El detalle morboso que reveló fue que ninguna de las heridas había sido mortal de manera instantánea. Esto sumó dramatismo al horror: las víctimas no solo habían sabido quién era el asesino sino que, además, en sus últimos instantes habían sido conscientes de que estaban muriendo. Sunny Reese (42 al momento del juicio) sostuvo que ella no había tenido nada que ver con la ruptura del matrimonio Kahler, pero que era cierto que había alentado a Karen a divorciarse por su seguridad. La víctima le había contado las agresiones que padecía por parte de su esposo. La defensa del acusado intentó sugerir que en realidad habían mantenido tríos sexuales; Sunny lo negó. Entre las pruebas que debieron escuchar los jurados estuvo la grabación con la voz de Lauren donde, mortalmente herida, aúlla pidiendo ayuda. Se supo que Kraig tenía indicado un medicamento para sus desórdenes de ansiedad, pero que no lo tomaba. Los detectives también contaron que habían descubierto que él tenía revistas sobre municiones. El arma que usó nunca pudo ser recuperada. Uno de sus compañeros de trabajo Michael Schmitz contó que Kraig era un “hombre amable, con el que era muy fácil trabajar”. Agregó, que era sumamente educado y profesional y que jamás lo había visto con un arrebato de ira. Pero sí reconoció que en cuanto comenzó con el tema del divorcio se volvió distraído, excesivamente concentrado en su teléfono y que se la pasaba mostrándole fotos de su familia: “Se notaba que estaba pasando por momentos difíciles en su vida. Parecía un padre típico, orgulloso de su familia”. Schmitz dijo que enterarse del tiroteo lo había dejado absolutamente sorprendido. Kraig Kahler ingresa a los tribunales donde fue juzgado Otro matrimonio amigo de los Kahler, los Coulter, contaron que si bien Kraig era serio con los límites con sus hijas, se llevaban bien y parecían, a simple vista, una familia normal. Lo único que les llamó mucho la atención fue lo ocurrido la noche del 31 de diciembre de 2008 cuando, en la fiesta de Año Nuevo, Karen y Sunny Reese, un poco alcoholizadas se pusieron muy afectuosas. Marina Coulter recordó que ellas se quedaron a dormir en la casa vacía que había sido de los Kahler y admitió que ella no había estado “muy feliz de que Karen trajera a casa a Sunny Reese” y menos al ver cómo habían actuado frente a todos. A la mañana siguiente, cuando ellas fueron a visitarlos para devolverles algo, los Coulter estuvieron aconsejándoles no romper una familia. Les estaban dando consejos a la nueva pareja cuando llegó Kraig visiblemente molesto. “Fue el peor año nuevo de nuestras vidas”, cerró Marina quien le pidió a Sunny en ese momento que, por favor, se marchara de su casa porque el matrimonio tenía que resolver las cosas y ella, con su presencia, empeoraba la situación. Hubo algo más que se supo durante el juicio y lo contó el padre de Kraig, Wayne Kahler (70): antes de quedar embarazada nuevamente de Sean la pareja había firmado un contrato de cómo serían las cosas si volvían a concebir un hijo. En ese papel, fechado el 30 de marzo de 1998, se establecía que Karen tendría libertad para comprar lo que quisiera para vestirse, para el bebé que viniera y que no habría escrutinio de lo que ella hiciera. Una frase era: “No pienses siquiera en dejarme con el bebé mientras te vas con las chicas de campamento o a navegar”. También se establecía que la pareja buscaría una casa más grande en los tres años siguientes al nacimiento del bebé. También contó que una tarde de octubre de 2009 había tenido una conversación telefónica con él donde lo escuchó muy deprimido. Le había impactado mucho ver una foto de Karen con Sunny Reese y sus hijos. Ese día Kraig le dijo: “Perdí a mi familia, perdí mi trabajo y ahora me tengo que ir a vivir con mamá y papá”, se lamentaba mientras estaba sentado solo, en su ex casa familiar de 400 metros cuadrados. Y le admitió que tenía terribles pensamientos. Wayne, preocupado, apenas cortó se puso en movimiento con su otro hijo Kristopher para ir a buscarlo. Temían que pudiera suicidarse. El hijo que lo vio todo Sean fue la clave porque vivió para contarlo. Era el dolor en carne viva. Declaró en el juicio ya con 12 años. Contó lo sucedido un año antes de manera clara y precisa. Cuando el acusado ingresó en la sala miró a su hijo y le sonrió. El aire se tensó. El testimonio de Sean duró 28 minutos. Durante ese tiempo hubo dos momentos en los que Sean mantuvo un prolongado contacto visual con su padre al que debió señalar. El resto del tiempo, el pequeño sostuvo entre sus manos una pelota de tenis que tenía dibujada una sonrisa dibujada y no levantó más la vista. Relató que ese sábado por la tarde estaba con su madre en la cocina de Dorothy. Estaban en la bacha, lavando unas viejas monedas que había encontrado. Karen se encontraba de espaldas cuando Sean vio entrar a su padre por la puerta trasera de la casa. Venía con un rifle AK-47. Sin decir nada apuntó y le disparó a su madre en una pierna. “Escuché a mamá colapsar y caer al piso por el disparo. Estaba muerto de miedo y no lo miré. Solo pude echar un vistazo, creo que estaba agarrándose una pierna”, dijo. Kraig siguió avanzando y Sean no quedó paralizado. Corrió hacia la puerta por la que había entrado Kraig y salió a toda velocidad. No era con él la cosa, su padre no le disparó ni intentó detenerlo. Dio la vuelta a la casa y pensó que podría entrar por adelante para llegar al teléfono y pedir ayuda. Abrió despacio la puerta principal, pero escucho más llantos. Vio pasar de lejos la sombra de su padre empuñando el arma y oyó tres o cuatro balazos más. Cerró con mucho cuidado de no hacer ruido y corrió enloquecido hasta una casa vecina para pedir ayuda. Al hombre que le abrió le suplicó que llamara al 911 porque su familia había sido lastimada. Fue estremecedor saber que Kraig había perseguido por toda la casa a Lauren para terminar de asesinarla en un dormitorio de la planta alta. El abogado de la defensa Tom Haney le preguntó si todavía amaba a su padre. El menor respondió: -No realmente. Las fotos de Kraig Kahler en el momento de su detención A pesar de esa respuesta, Sean Kahler escribió dos breves notas para que fueran leídas a los jurados del juicio a su padre. “No quisiera que mi padre reciba la pena de muerte porque sería muy duro para mis abuelos paternos”, decía en una. En la segunda expuso: “No quisiera que se vaya toda mi familia”. El investigador Purling al declarar contó que cuando encontró a Lauren esta tenía manchas púrpuras en el bajo de su abdomen que se volvían más y más grandes segundo a segundo y que Karen todavía respiraba cuando la encontraron en el piso de la cocina. Condenado a morir algún día La defensa señaló que Kahler había actuado como consecuencia de un colapso mental producido por lo vivido. Dijeron que él no aprobaba el ejemplo que su mujer daba a sus hijos con su romance lésbico y que el affaire de Karen con Sunny lo llevó a perder su empleo y a tener que volver a vivir con sus padres. Sostuvieron que la medicación que no tomaba, el hecho de que no hubiera intentado encubrir sus crímenes y que fuera hallado caminando sin rumbo, constituían claros indicadores de lo mal que estaba psíquicamente, que eso probaba era insano. Pero la nueva ley del estado, desde 1995, no avalaba la teoría de insanidad mental para oponerse a la pena capital. Era legalmente responsable por lo que había hecho ante la ley. Los abogados defensores intentaron argumentar que no había existido premeditación justamente por la severidad de sus problemas psíquicos (indicaron: depresión, alucinaciones, trastorno obsesivo compulsivo y desórdenes de personalidad narcisista), pero dicha hipótesis no prosperó. La acusación dijo lo contrario: que los crímenes habían sido premeditados. De hecho, un psiquiatra sostuvo que, a pesar de la depresión, él podía distinguir el bien del mal y la prueba era que no había hecho nada contra su pequeño hijo Sean. Eso era porque el acusado tenía el control total de la situación. Kraig Kahler no quiso hablar y pidió no estar cuando se leyera su sentencia. El juez le denegó la petición de ausencia. El jurado, después de deliberar durante 55 minutos, se puso de acuerdo. A las 15.25 del lunes 29 de agosto de 2011 dijeron que lo declaraban culpable y que recomendaban la pena capital. El juez Phillip Fromme examinó el veredicto y si bien podría haberlo cambiado por prisión perpetua, no lo hizo. En octubre, lo condenó a muerte. El jurado, después de deliberar durante 55 minutos, se puso de acuerdo. A las 15.25 del lunes 29 de agosto de 2011 dijeron que lo declaraban culpable y que recomendaban la pena de muerte para Kraig Kahler Lynn Denton reveló estar aliviada con la sentencia y dijo con ironía: “Es un día bellísimo afuera”. Agregó: “Extraño a Karen cada día, algunos más que otros. Todavía intento levantar el teléfono para llamarla. No hay palabras para explicar las tremendas pérdidas. Yo amaba a mi abuela, a Karen, a Emily y a Lauren y las extrañaré por el resto de mis días”. Kraig Kahler (48) pasó por todo su enjuiciamiento sin derramar ni una sola lágrima ni pedir perdón a nadie. Hasta ensayó sonrisas sarcásticas. Después de escuchar su condena le gritó a sus padres: “Cuiden de Sean para que no sea criado por ese puñado de frikis”. Se refería a que Sean estaba al cuidado de la familia de Karen. De hecho, en las cartas que escribió posteriormente, se mostró aliviado por haber liberado a Sean de la influencia de las mujeres de la familia. En 2017 murió el atormentado padre de Kraig, Wayne; su madre Patricia todavía vive. Sean (hoy 25 años) terminó siendo cuidado por sus abuelos maternos, se graduó del secundario y hoy vive en Kansas. La abuela que lo crió fue aquella que aquella noche había perdido de un plumazo a tres generaciones: a su madre Dorothy, a su hija Karen y a dos de sus nietas, Lauren y Emily. En 2020 Kraig Kahler apeló su pena capital ante la Suprema Corte de Kansas, pero no logró cambiar nada. En 2023 volvió a intentarlo y tampoco. Sigue en la fila de la muerte. De todos modos, no se pondrá un día para su ejecución hasta tanto no estén agotados todos sus recursos legales posibles. Y lo cierto es que la última ejecución en el estado de Kansas se llevó a cabo en 1965, por lo que, seguramente, se vaya de este mundo por muerte natural. Mientras tanto solo puede pasar fuera de su celda una hora por día cinco días a la semana. Seguramente, la iracunda maldad de Kraig, quien hoy ya tiene 61 años, existía desde mucho antes de que ocurrieran los hechos con los que intentó justificarse. Antes de la relación de Karen con una mujer; antes de la humillación pública; antes de que sus hijas le dieran la espalda “influenciadas” por otros y antes de que fuera despedido de su gran puesto de la empresa. Quizá su costado brutal solo haya precisado de un puñado de excusas para escupir sus siete balas bañadas de rojo.
Ver noticia original