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  • Una mirada desde la alcantarilla. Silencio y quietud

    Parana » Ahora

    Fecha: 30/12/2024 11:34

    Silencio y quietud Estos días he pedido lo imposible: silencio y quietud. Mi hija de cuatro tiene patines nuevos, rueda como un trompo sin parar, me persigue a donde esté y no es que esté en tantísimos lugares pero mi sombra ni siquiera tiene espacio para aparecer entre tanto mejunje. Francisca canta y grita sin distinción, llora cuando se cae y ahueca paredes con sus estruendos. En los momentos en que se divierte, hasta los pájaros ríen. Ninguna contingencia le impide seguir con su ritmo, con su voz perforando todo. Mi hija es una niña hermosa y alegre con una energía que te hace sentir minusválido, es veloz física y mentalmente. Contesta con urgencia, es ingeniosa. En las rabietas siempre cabe la carcajada por lo insólito que rompe la solemnidad del reto. Creo que la belleza la salva, que así será siempre, una flecha que no perderá su propósito, llamo belleza a esta mezcla de ternura y desenfreno, a su apariencia y al monstruo que guarda dentro. Aún así, me quejo, la quito de mi cercanía (en vano), negocio espacio con planes que podrían o no frustrarse según ella acate o no mi “pedido”. A veces salimos airosas. Cada noche nos abrazamos y confesamos nuestro amor. * Por otro lado, necesito escribir, editar textos ajenos y propios, programar trabajos futuros. Ay, el porvenir se aproxima inevitable y no hay nada que me dé más sentido que saber lo que viene. Mi ansiedad es un motor: escribo pese a las interrupciones, creo que con más tesón gracias a este tironeo de atención. Calzo auriculares y hago gestos de no escucho. Mentira, escucho todo. Pero las palabras se unen más agudas, como otra hija que acelera. Por dentro los textos van tomando forma, se alimentan de las cosas vistas y oídas, de los olores que se fugan cuando el perro pasa entre mis piernas, con la textura de las cosas que se deslizan en el piso en los derrumbes de juguetes y cosas de la casa. La casa se tiende entre los mosaicos y la memoria activa los pisos de cada casa que habité. Se escribe antes adentro, antes de que aparezca el lenguaje, una cocción erupciona. Lava que se anuncia en palabras, un humo de letras. Jamás habrá silencio y quietud, afortunadamente. Incluso abriendo las hojas de cada libro que me escolta donde sea que me siento a escribir, las páginas tienen su propia atmósfera sonora, su velocidad que toma mi cuerpo. * El embarazo me parecía una aparente quietud. Estuve tres veces embarazada y las tres veces me pareció espantoso y alucinante en lo terrorífico. Es un horror íntimo y único, un desconocimiento de las sensaciones: los gustos cambian, los perfumes se transforman, las proporciones físicas se modifican, la mente acoge fantasías que asustan y maravillan. El pelo crece o cae como lluvia, las uñas se arquean iguales a pestañas, el paladar es un monstruo, los ascos posibles acechan. En la cintura los movimientos llegan a la nuca. Odié estar embarazada y amé a cada hijo con devoción desde el primer pálpito. Otra semejanza con la escritura: aparece antes de que quiera. Patea, nace, me despega del momento. Vivo viendo qué podría traducir. Me obligo inconscientemente a formar parte de cosas para después poder escribir sobre ello. La metáfora muerta de la moneda y las dos caras entre la escritura y la vida. Hay cosas que no se despegan, en mi experiencia varias. mamá, ¿me hacés la leche en la taza de Kitty?- con bombilla dorada, por favor. Y tibia. * Silencio y quietud. Cuando estoy sola y aburrida busco podcast con vidas de autores. Descubrí este año Grandes infelices, escuché cada episodio mientras me levantaba a cocinar, a hacer pilitas de remeras recién entradas del tendedero o mientras juntaba muñecas y autitos como migas de pan en un bosque. La cabeza frena solo mientras duermo y cuando un sueño es excesivo, me atropella con violencia la necesidad de levantarme para escribir una idea en mi celular. Lo que cualquiera adjetivaría de tortura, para mí es pálpito, uno más entre los latidos del pecho. Escribir, tener ganas de hacerlo es lo mismo que tener ganas de vivir. * El agua, los hombres, el tiempo, las cosas vividas nada de esto puede asirse y sin embargo la lucha es interminable. No es forzado, ni es pacífico aceptar que cada parte que forma el cuerpo y la forma de asumir el mundo es a través del lenguaje. Una quietud y un silencio que se alejan siempre, como esta hija que revolotea en sus patines. *

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