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» Diario Cordoba
Fecha: 29/12/2024 06:05
Hoy, último domingo del año viejo, Jornada de la Sagrada Familia, sentimos ya el escalofrío del paso del tiempo, queremos despedir el año entre brindis y fiestas, entre propósitos y promesas. La Biblia distingue entre «tiempo» y «momento». El «tiempo» es el cronológico. Es el tiempo que corre inexorable en nuestros relojes, o que viene fijado en el calendario. Una especie de marco, algo extrínseco a nosotros. El «momento», por el contrario, es el tiempo que yo capturo, que hago mío, al que doy un sentido, al que lleno de cosas importantes, que construyo, en el que realizo opciones fundamentales y que, por tanto, llega a ser decisivo para mí. Sonarán, de nuevo, las «doce campanadas» en las entrañas de una humanidad sedienta, mientras una catarata de deseos va despeñándose en cuerpos y almas, poblados de abrazos urgentes en medio de la fiesta. Me gustaría que en nuestro «campanario personal» resonaran 12 campanadas, teñidas de luz y de esperanza. Primera campanada, la del ángel-periodista que anuncia a unos pastores la Gran Noticia, que divide a la historia en dos mitades: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». El papa Francisco nos ampliará así este anuncio: «En este día ha nacido, de la Virgen María, Jesús el Salvador. Adoremos la Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón. Todos lo necesitamos». Segunda, la de los pastores, los primeros teólogos del cristianismo, quienes tras el anuncio del ángel, se decían unos a otros: «Vamos a Belén, y veamos ese acontecimiento que el Señor nos ha anunciado» (Lucas 2,15). «Vamos... Veamos...». Es decir, será bueno que volvamos a meditar nuestra condición de «caminantes»; «veamos», es decir, se trata de un ver, que es comprender, contemplar y vivir. Tercera, la de los versos del poeta Alberti, a su amada, iluminando los años y la vida: «Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, / que los años en mí no son hojas, son flores, / que nunca soy pasado, sino siempre futuro». Cuarta, la de una santa inolvidada, Teresa de Calcuta: «Con Cristo, las tinieblas se convierten en luz». Quinta, la del presidente de la plataforma NEOS, Jaime Mayor: «Cuando el relato sustituye la verdad, se impone una media verdad, que es la peor de las mentiras». Sexta, la de Luis María Anson, periodista siempre en vanguardia: «Ni las maniobras ideológicas, ni las dictaduras comunistas, ni los partidos tendenciosos han podido extirpar de la sociedad española el sentimiento religioso». Séptima, la de Ernestina de Champourcin, poeta: «Hay rumor de lo eterno / en la vida que fluye». Octava, la de Marian Rojas, psiquiatra: «La felicidad consiste en vivir instalado de forma sana en el presente, habiendo superado las heridas del pasado y mirando con ilusión el futuro». Novena, la de Carmen Posadas, escritora: «Mi vida ha cambiado, antes pensaba en lo que me faltaba, ahora pienso en todo lo que tengo». Décima, la del cardenal José Cobo: «María nos enseña a caminar juntos, sin negar las diferencias». Undécima, la de Irene Villa: «No dejemos la oportunidad de salvar al mundo». Duodécima, la de Juan José Primo, historiador y escritor: «La posverdad o «mentira emotiva» es la distorsión deliberada de una realidad en la que hechos objetivos pierden valor a favor de emociones, con el fin de crear y modelar la opinión pública. El que algo aparente sea verdad, es más importante que la propia verdad». Doce campanadas para la escucha atenta y la penúltima reflexión. Despedimos ya el año viejo, saludando con alborozo el Año Nuevo, recordando aquellas palabras de san Josemaría: «Año nuevo, lucha nueva», para afrontar así un futuro plagado de encrucijadas. Me gustaría hacerlo con aquella hermosa plegaria, en forma de invitación, de san Anselmo de Canterbury: «Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo, lejos de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedica algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia».
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