28/12/2024 18:51
28/12/2024 18:51
28/12/2024 18:51
28/12/2024 18:50
28/12/2024 18:50
28/12/2024 18:50
28/12/2024 18:50
28/12/2024 18:49
28/12/2024 18:49
28/12/2024 18:48
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/12/2024 04:36
Un santuario recuerda a las víctimas fatales a metros de la Plaza Miserere, donde se produjo la tragedia hace dos décadas. (Nicolas Stulberg) Ahora que Julieta, su hija mayor, tiene exactamente 15 años, Facundo “Irish” Suárez entiende como nunca antes a su papá, que el 30 de diciembre de 2004, en la esquina de Bartolomé Mitre y Jean Jaures, le pidió a la encargada de un edificio que le enjuagara la cara sucia de humo negro a su hijo y lo agarró del brazo para alejarlo lo más rápido posible de República de Cromañón. Los dos habían ido a ver a Callejeros a ese escenario de Once. Los dos acababan de convertirse en sobrevivientes de esa tragedia en la que hace veinte años murieron 194 personas y tras la cual al menos 17 de esos sobrevivientes se suicidaron a lo largo de las últimas dos décadas. Los dos habían visto el techo de Cromañón prenderse fuego en apenas segundos. No lo sabían, pero estaban encerrados en la noche que partió en dos la historia de la vida nocturna en la Argentina. “Me parte al medio pensar en que mi hija tiene los mismos 15 años que tenía yo esa noche. Eso es lo que más me pega de estos veinte años que se cumplen, la sola idea de lo intolerable que sería para mí que le pase algo así a mi hija”, reflexiona Facundo, que sobrevivió al recital más trágico del rock argentino y desde hace más de diez años trabaja como fotógrafo en recitales. “No fui mucho a terapia después de lo que pasó, elegí no sobreanalizarlo. No creo haber pagado con salud mental lo que nos pasó en Cromañón, pero sí con todo lo vinculado al disfrute en un show. Ya no me gusta ir a pararme en una conglomeración de gente, tal vez sí me di cuenta de que en medio de un show, estando como público, estaba atento a por dónde se podía salir, si la gente estaba toda bien”, describe Facundo en conversación con Infobae. Facundo "Irish" Suárez tenía 15 años el 30 de diciembre de 2004. Tocaba el bajo en una banda que había formado con amigos. “Ya es muy raro que vaya a un show como público; desde hace muchos años que voy casi exclusivamente como fotógrafo. Disfruto mucho, porque veo música en vivo, que es de las mejores cosas de la vida, y estoy concentrado en trabajar, entonces la cabeza no se me va para ningún lado más que a las fotos”, dice Suárez, autodidacta de pura cepa. Empezó a practicar “tocando todas las perillas” y haciendo retratos de su hija más grande y, en 2013, mandó un mail para que lo acreditaran para hacer fotos en un show de Las Pastillas del Abuelo en el Luna Park. Ahora es el fotógrafo de las presentaciones en vivo de artistas como Dillom y Wos, e hizo fotos en los shows que reunieron a Los Piojos tras quince años separados. Un padre, un hijo y un mismo peligro “Yo fui con mis amigos, mi viejo fue por su lado. A los dos nos gusta Callejeros hasta hoy, habíamos ido al show en Excursionistas ese mismo mes. Mi vieja vivía en Pompeya, mi viejo en Belgrano, y yo estaba mucho en la casa de mis abuelos, en Boedo. Llegué desde ahí por mi lado, caminando con mis amigos”, reconstruye Facundo. Por aquellos años, cursaba la escuela secundaria en el Instituto Nueva Pompeya y tocaba el bajo en una banda de amigos que no tenía nombre pero tenía sede: una especie de salita improvisada en la casa de sus abuelos, que después de un rato de ensayo perdían la paciencia. Había empezado a ir a los shows de Callejeros a los 12 ó 13 años y los seguía de cerca: era compañero de colegio del hermano de Elio Delgado, guitarrista de la banda forjada en Villa Celina. “Yo había ido a los shows en Cromañón del 28 y el 29 de diciembre, los dos recitales que hubo antes de que pasara todo”, cuenta. “Todo” es una cadena de irresponsabilidades que desencadenaron la tragedia. Alguien prendió una bengala en un lugar cerrado. Eso encendió rápidamente una media sombra que cubría el techo y allí el fuego se expandió en apenas segundos. El poliuretano quemado formó una nube negra y, sobre todo, altamente tóxica. Chabán, que manejaba Cromañón y Cemento, murió en prisión domiciliaria. Estuvo prófugo apenas se produjo la tragedia. Cromañón era gerenciado por Omar Chabán, histórico empresario de la noche porteña y quien estaba al frente del emblemático Cemento, en Constitución. El local de Once estaba habilitado como discoteca pero no como un lugar para llevar a cabo recitales. Además, la habilitación otorgada era para 1.031 espectadores y no para las alrededor de 4.500 que había allí esa noche, según consta en la causa judicial que investigó la tragedia. La nube tóxica expandiéndose a toda velocidad y la temperatura subiendo -las pericias determinaron que en algunos sectores de Cromañón llegó a los 400º- desencadenaron estampidas para huir lo antes posible de ese infierno. Pero de las seis puertas de emergencia, cuatro estaban deliberadamente inhabilitadas. Morir les quedaba más cerca, aplastados en la estampida o asfixiados, a quienes intentaban salvar sus vidas o las de amigos o desconocidos. “Mi viejo fue para arriba, a esa especie de balcón que tenía Cromañón, y yo me quedé en la planta abajo pero de la mitad para atrás. Empecé a ver que prendían candelas y me daba pánico que una rebotara en el techo y me cayera y me quemara, por eso me quedé más tranqui atrás”, se acuerda Facundo. También se acuerda de que, a diferencia de otras noches, esa vez les hicieron sacar las zapatillas al entrar para revisarlas: “Por eso muchas zapatillas quedaron flojas y a muchos se les salieron en medio de la huida”. Las zapatillas colgando se volvieron un símbolo de la masacre que atravesó a toda una generación. “Tiraron una candela, bajó, dos, bajó, y la tercera ya no bajó y se prendió todo el techo de una. Por unos segundos estuve tranquilo, pensando que se iba a apagar y que el show iba a seguir. Pero empezaron como a ‘nevar’ bolas negras de ese plástico hirviendo que quemaba, y entramos en pánico. Empezó la estampida”, cuenta Facundo. La tragedia estaba en marcha. Escapar para sobrevivir “En Cromañón una valla separaba el sector de la entrada de la parte del campo. Esa valla hacía tope con la cabina de sonido, así que para salir tenías como que meterte más adentro del lugar para después irte para afuera. Lo último que vi antes de que se cortara la luz fue la puerta por la que tenía que salir. No había luces de emergencia y por suerte no llegué a ver la puerta de emergencia, porque la que tenía más cerca era una de las que estaba cerrada con candado”, cuenta el fotógrafo. Facundo y su papá son sobrevivientes de la tragedia. Apenas después, volvieron a ir juntos a un show: el Gesell Rock. “Todas las puertas se abrían para adentro y mientras tanto respirabas un humo tóxico que te quemaba por dentro. Sentías la estampida venir, te tiraba para adelante, para atrás. No querías aplastar a nadie ni que te aplastaran”, suma Facundo, que se acuerda a la perfección de cómo se sentía tener un cuerpo enteramente apoyado sobre las piernas. “Cuando llegabas al piso, lo único que podías hacer era estirar la mano y rogar que alguien te viera y te sacara”. Facundo salió de Cromañón por la puerta que había entrado y volvió a entrar por una más chiquita. Buscaba a Daniel, su papá, y mientras tanto cargaba a gente desmayada y la sacaba del local. No se acuerda bien, pero cree que entró dos o tres veces a sacar gente mientras intentaba encontrar (vivo) a su padre. Sí se acuerda del chico que, ocho o diez años más grande que él, le dijo que ya no entrara más. Que el humo le había teñido la cara, y eso quería decir que ya lo había respirado mucho. Que se quedara a salvo afuera. Y de que, ya sobre Bartolomé Mitre, encontró a Daniel, o Daniel lo encontró a él, y que se abrazaron, y su papá le dijo que había bajado unos minutos antes de que empezara el incendio porque el clima en ese balcón se había puesto un poco espeso, y que la primera estampida lo había puesto en la calle. “Me agarró fuerte y me llevó lo más lejos que pudo, lo más rápido que pudo. Y ahora, que tengo una hija de la misma edad que yo tenía en ese momento, lo entiendo como nunca”, cuenta Facundo. Todos sus amigos se salvaron esa noche, pero no todos sus conocidos. Algunos pasaron meses internados hasta recuperarse, otros murieron dentro de Cromañón. Con algunos de los conocidos, y también de los desconocidos, que sobrevivieron Facundo se reunió prácticamente a diario desde poco tiempo después de la tragedia y por algunos años. La vida después del infierno “Me hizo muy bien poder hablar de lo que nos había pasado con pibes como yo, de mi edad o un poco más grandes. Mi viejo salió enseguida, por suerte no pasó por lo peor. Así que pude hablar mejor con otras personas que habían salido y vuelto a entrar, o quienes fueron sacados. Pero dejé de ir después de un tiempo porque, en un momento, necesité conectar con otra cosa y no sentir que volvía a entrar a Cromañón permanentemente”, dice. Facundo es un fotógrafo autodidacta. Desde hace once años trabaja en shows musicales: encontró su forma favorita de volver a estar frente a un escenario. Este lunes, en el acto que se llevará a cabo por los veinte años de la tragedia, Facundo será el coordinador de los fotógrafos. “Creo que, a esta altura, el mayor acto de justicia posible es que no se repita una tragedia así. Y cuidado, porque hay quienes no vivieron esa masacre y por ahí van a un show y prenden una bengala. Pasó en febrero en un show en Niceto”, reflexiona. “Yo no tengo dudas de que el máximo responsable fue el Estado, que daba por habilitado un lugar que claramente no estaba en condiciones. Por supuesto creo que a Chabán le cabe también una gran responsabilidad, sobre todo porque después se dio a la fuga y por las condiciones en las que estábamos. E incluso a Callejeros le cabe una parte, pero la máxima responsabilidad es del Estado”, sostiene Suárez. La tragedia de Cromañón implicó la destitución por juicio político a Aníbal Ibarra, entonces jefe de Gobierno porteño, la condena a Chabán, que murió cumpliendo prisión domiciliaria, y a los integrantes de Callejeros, que ya cumplieron sus años en la cárcel por la causa. Además, se condenó a integrantes de la Superintendencia Federal de Bomberos de la Policía Federal, al mánager de Callejeros, a la mano derecha de Chabán y a integrantes del área de Fiscalización y Control y de Control Comunal del Gobierno de la Ciudad. “A los 15 años te creés un poco inmortal, y además mi generación venía de diciembre de 2001, que había volado todo por los aires. Yo si alquilo un salón de fiestas para el cumpleaños de uno de mis hijos, asumo que está en condiciones, y lo mismo pienso cuando saco la entrada para un show. Pero en Cromañón estaba todo mal, y yo el trabajo que me tomo más a pecho después de lo que pasé es el de generar la conciencia que pueda desde mi lugar para que jamás vuelva a pasar algo así”, dice Facundo. Callejeros en Cromañón, apenas antes del incendio fatal. No se dio cuenta enseguida de que podría haberse muerto ese 30 de diciembre de hace dos décadas. Pero empezó a cruzarse con las fotos de la masacre que se publicaban en los diarios y en la televisión. “Y entonces te das cuenta de que te podría haber tocado a vos y de que le tocó a un pibe de tu misma edad, y ahí aparece la culpa del sobreviviente, que es tremenda pero que nos pasó a muchos. Eso cuesta tiempo sacarlo, y es durísimo; hay que aprender a vivir con eso”, cuenta, y la voz se le apesadumbra. Volver a ver música “Yo nunca dejé de ir a shows. Ese mismo enero fui al Gesell Rock, también vino mi viejo. Diría que nunca le tuve miedo al show, tal vez porque volví enseguida. Pero sí creo eso que dije sobre el disfrute, que siento que una parte de eso la perdí para siempre, por lo menos siendo público. Tal vez por eso me busqué otra manera de poder estar en un show y disfrutarlo”, reflexiona Facundo, que también es fotógrafo del canal de streaming Gelatina. Fue padre joven. Cuando él tenía 20 años nació Julieta, y después vinieron Mateo, que hoy tiene 11, y Lola, de 9. “Hay algo de haber sido padre joven que sí creo que tiene que ver con lo que pasó en Cromañón, porque te diría que lo decidí y que tuvo que ver con tener alguien por quien levantarme, alguien en quién pensar todos los días. No por cargar a los chicos con eso, sino por encontrarle otro sentido, un sentido mucho más lindo, a la vida”, dice. Su hija más grande ya va a recitales con sus amigos. “Yo me ocupo de decirle cómo tiene que cuidarse y hago todo lo que está a mi alcance para no transmitirle mis miedos, que son enormes ahora que la que va a los shows es ella. Pero hace poco me dijo que a ella también le daba miedo que a mí me pasara algo en un show, trabajando. Me preguntó por dónde se sale si estás adelante de todo, y le expliqué que detrás del escenario hay muchísimas salidas y no es para nada peligroso”, cuenta “Irish”, que construyó un apodo basado en su aspecto de pelirrojo irlandés. A sus hijos les contó lo que había pasado en Cromañón de a poco, a medida que le fueron preguntando. “Lo primero que pasó fue que Juli, en unas Fiestas, me preguntó por qué me asustaban tanto los fuegos artificiales, por qué me metía en la casa en vez de ir a mirar, y le empecé a contar. Siempre hasta donde ellos quieren saber”, explica Facundo, que también es fotógrafo en el Teatro 25 de Mayo, parte del complejo teatral de la Ciudad. Entre otros artistas, Facundo "Irish" Suárez retrata a artistas como Dillom en sus shows en vivo. Esta es una de sus fotografías. Su vida cambió para siempre ese 30 de diciembre de 2004 en el que algunos se convirtieron en víctimas fatales y otros, en sobrevivientes. Empezó a darse cuenta viendo las fotos del infierno que había vivido y terminó de darse cuenta la primera vez que fue al cine después de la tragedia. “Saqué pasillo y hasta hoy sigo sacando pasillo. Y en el bondi siempre me siento en pasillo también, por si hay que salir rápido. Pienso en estar lo menos obstaculizado posible en caso de que haya que escapar”, cuenta. Como si deslizara un dato anecdótico y no la dimensión de una alarma que se encendió hace veinte años y todavía hace ruido.
Ver noticia original