28/12/2024 05:06
28/12/2024 05:04
28/12/2024 05:04
28/12/2024 05:03
28/12/2024 05:02
28/12/2024 05:00
28/12/2024 04:59
28/12/2024 04:58
28/12/2024 04:57
28/12/2024 04:54
Colon » El Entre Rios
Fecha: 27/12/2024 12:30
Soy una naranja. No sé cuál es mi propósito, no sé a qué se debe la maravilla de mi existencia: simplemente aparecí y, a medida que pasó el tiempo, caí en la cuenta de ello, de que soy una naranja. Veo mi alrededor repleto de frutos redondos, exhibidos todos juntos en la bandeja, inclinados mirando hacia el pasillo, y confirmo: sí, soy una naranja. Por Lucas Griesser El tiempo y los procesos que se dieron a su lado no hacen más que confirmar mi identidad: soy una naranja. Al principio no me decían nada, total era un objeto amorfo, no era más que un potencial fruto. Solo me miraban y esperaban, se fijaban en mí y me decían "tu trabajo es crecer". Escondieron ahí, tapado por esas palabras como la cáscara que protege mi cuerpo, que cuando madure todo iba a tener sentido, pero al mismo tiempo no sé si quería que mi piel abandone el verde por el azafranado. Mi árbol, en tanto, no hacía más que camuflar sus lamentos entre chistes ("yo antes fui una naranja también, si hubiera podido me habría quedado así jaja") mientras no paraba de inyectarme savia y esperanzas. Soy una naranja. Por eso maduré lo más rápido posible, porque vi que las reglas eran así. Fui testigo obligado de las felicitaciones a viva voz que hacía el bosque a las frutas que, por esforzarse y dedicarse exclusivamente a hacer el trabajo de crecer, eran elegidas por el zafrero, y soñaba con ser una de ellas. Toda acción y razón, implícita o explícita, se ubicaba apuntando a los ojos del cosechador y a mis oídos percibiendo el vitoreo de los viejos árboles verdes. Hasta que un día lo logré, me eligieron. ¡Cómo olvidarlo! Oculté mis lágrimas, escuché las felicitaciones. El mundo me había traído para un propósito, ser cosechado, y yo lo estaba cumpliendo, ¿Cómo no voy a llorar? La incógnita del futuro me era atractiva porque no había chance de que las cosas salgan mal. "Soy una naranja repleta de jugo y semillas, voy a ser un árbol increíble", me repetía como mantra mientras el miedo de estar entrando en el mercado central se apoderaba cada vez más de mi entera circunferencia. "No nos quieren para ser árboles, nos quieren por nuestro jugo", me espetó rápidamente mi nuevo amigo, un poco más flaco que yo pero con la misma genética campestre. "El mundo ya tiene suficientes naranjos, pero cada vez más gente quiere beber sano jugo de fruta". Camuflé mi estupefacción ante el cambio de coordenadas de lo que quería ser. Admití a mi nuevo proyecto: no podré echar raíces, pero al menos sé que mi jugo es riquísimo, soy medio gordito, el que sepa de naranjas me va a valorar. Pero o bien nadie sabe de naranjas o mi jugo no es tan deseable, porque todos los verduleros van a la góndola de frutas brillantes, que encandilan, enamoran. Yo no llego a deslumbrar así, mi dueño no para de lustrarme con barnices asquerosos y antinaturales, pero no tengo chance. "Son genéticas distintas", opina mi amigo. "No tienen mucho jugo, y lo que tienen es desabrido. Por allá también están las otras, las que son más gordas que nosotros, pero son pura cáscara y gajos, poca pulpa". Los dos puestos son los más visitados de cítricos. Soy una naranja, y ya no sé si importa qué tan buena naranja soy. Ya no sé si importa el esfuerzo que hice en crecer y tragar todos los nutrientes que me daban, tampoco sé si a alguien le interesa que sea 100% natural. Todo lo que importa es el jugo, lo que tengo adentro, pero compran al más anaranjado, al más gordo, aunque no tengan líquido. Al final no importa la pulpa sino la ilusión de pulpa. Importa la creencia, aunque después corten la fruta, sea un asco, y puteen a todas las naranjas por igual: "estas naranjas nuevas, cada vez con menos gusto, con menos jugo, menos todo". Mientras acá mi amada sangre anaranjada conformada por grandes partes de glucosa está haciendo efecto en mi cáscara, que pica por los hongos que emulsionan fascinados por mi azúcar. Al menos mi muerte segura, pronta a abordar, me valora por lo que soy: una naranja entera. Deseo esta muerte orgánica aunque sea humillante morir en vano, aunque el repugnante verde pastoso arda cada vez más y me enferme con su olor nauseabundo, porque es esto o ser exprimida por una demanda que no sé qué quiere, no sé cómo satisfacerla y que nunca va a parar. ¡La puta madre, yo ni siquiera quería ser exprimida! A eso me lo dijeron acá, yo crecí pensando que iba a ser un árbol. Pero ya está. Ahora toca abrazar el abandono, la ineptitud, y compartir mi lecho con esos que no queríamos ser bajo ningún precepto: esas naranjas desnutridas que, como no llegaron a hacer jugo, se tiran a dormir en la vereda hasta que una vieja, abrumada por el asco, las tire a la basura, esperando no verlas nunca más. Fuente: El Entre Ríos
Ver noticia original