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» Diario Cordoba
Fecha: 27/12/2024 06:37
Un grupo de amigos emboscados en la Asociación de la Prensa ha decidido que soy merecedor del premio Córdoba de Periodismo a la trayectoria profesional, que arrancó en esta misma casa, donde Pepe Murillo nos lanzaba grapadoras si no escribíamos sujeto y predicado en el orden correcto. Un grupo aún más numeroso de amigos se ha puesto muy contento, razón que me trae a estas líneas, que escribo para dar las gracias por el cariño y el afecto recibido en este tiempo. Con toda la vergüenza y el apuro del que siempre ha escrito de otros, hoy me toca pasar por este trago. Hace exactamente treinta años, o sea antier como quien dice, me inicié en esta bendita profesión, que tanto ha cambiado en tan poco tiempo. En aquellos momentos, las pantallas de ordenador eran verdes y funcionaban con una cosa que se llamaba Edicomp. No había correo electrónico, ni celulares, ni fotos digitales. El diario se imprimía a dos tintas en portada y contra, rojo para la cabecera y blanco-negro para todo lo demás, en dos tiradas que el gran Domingo anunciaba con su canción diaria: «Venga, niños, que hay que hacer un tebeo». Era posible, fíjense, terminar el artículo del día y editar las gacetillas (que es como se llamaba a los breves y a las columnas de relleno), para dar un paseo por la rotativa de Tipografía Católica para ver cómo las llamadas del día se convertían en titulares, ladillos, entradillas, cuerpos de texto, filetes, corondeles y engatillados. Y luego irse a los bares, que es donde siempre han estado las noticias, antes de que la gente fuese a todas partes con auriculares y mirando el móvil. Las vueltas que da la vida me llevaron a escribir en un montón de sitios donde pude aprender de gente fantástica. Disfruté de La Calle, de El Mundo de Andalucía, de Odiel, de El Día de Córdoba y ABC. Aprendí en el Ayuntamiento de Córdoba cómo se hacían las teleras. Y en todos estos sitios di con algunas de las mejores cabezas de la profesión y la actividad pública, con talentos descomunales y con amigos para vivir varias vidas. Todos ellos y ellas, tanto los que están entre nosotros como los que ya se fueron, son parte del honor que se me ha concedido porque toda trayectoria es compartida. Y así llegamos a la familia, que es a la que le anulé compromisos (no siempre con preaviso), fallé cuando me necesitaba y pospuse una y otra vez en una relación de prioridades propia de la inconsciencia, de la sensación errónea de que vamos a quedarnos de muestra. A ellos no solo le debo unas gracias. Les pido, además, perdón. *Periodista Suscríbete para seguir leyendo
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