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Colon » El Entre Rios
Fecha: 27/12/2024 06:30
Atención Esta imágen puede herir su sensibilidad Ver foto Compartir imágen Atención Esta imágen puede herir su sensibilidad Ver foto Compartir imágen Atención Esta imágen puede herir su sensibilidad Ver foto Compartir imágen Atención Esta imágen puede herir su sensibilidad Ver foto Compartir imágen La resiliencia entrerriana Atención Esta imágen puede herir su sensibilidad Ver foto Compartir imágen Los premios de Finca Fénix No es descabellado pronosticar que en pocos años más Entre Ríos se habrá vuelto un jugador importante en la vitivinicultura argentina, recuperando paulatinamente un lugar que le corresponde y que, alguna vez, le fue arteramente birlado.Será suficiente con que las políticas económicas no pongan demasiados palos en la rueda para que la actividad confirme ese resurgir desde las cenizas, como el ave fénix… encantadora metáfora que la familia Rigoni de La Criolla, Departamento Concordia, eligió para bautizar a su emprendimiento vitivinícola, la Finca Fénix, ubicada a metros del Apeadero 329, que le da nombre a sus vinos, y no por casualidad…Hileras de vides cargadas de racimos que contrastan con un añoso y esbelto bosque de pinos es el escenario encantador elegido por la contadora Flavia Rigoni, joven, entusiasta, comunicativa, para recibir a visitantes deseosos de disfrutar de un momento inolvidable, en contacto con la naturaleza y con uno de sus frutos más encantadores: las uvas.Cubierta su cabeza con una especie de capelina que la protege del sol, ella se larga a contar cómo fue que su familia se decidió por la vitivinicultura. Es tanta la pasión con la que relata, que muy pronto se vuelve realidad aquello que decía el teórico de la comunicación Marshall McLuhan: “el canal es el mensaje”. O sea, en un pase casi mágico, la finca y Flavia se fusionan, se vuelven una sola entidad, como si las vides, los racimos, los vinos, pasasen a tener un rostro, su rostro, y una voz, su voz.La degustación de un espumante 329 Sparkling resultó la mejor de las bienvenidas. “Es voluptuoso, elegante y con gran personalidad”, dice la descripción de la etiqueta. Es suavemente dulce y con una gasificación justa, dice mi paladar.Antes de continuar, vale resaltar que la familia Rigoni eligió ese número como marca de sus vinos porque el apeadero vecino está enclavado en el kilómetro 329 de las vías del ex Ferrocarril Urquiza. Pero hay algo más, de carácter simbólico, si se quiere: los vinos aspiran a ser, como ese histórico apeadero, una oportunidad de encuentro entre personas, que se esperan, que necesitan verse, que se quieren, que sueñan proyectos compartidos, que forjan familias y empresas.Tras el Espumante, siguió una caminata entre las vides de Tannat primero, Merlot después y, finalmente, Moscatel de Alejandría, siempre con Flavia poniéndole voz, contándonos cómo fue que su familia, citrícola por tradición, se atrevió a incursionar en la vitivinicultura.“Desde hace más de 75 años nos dedicamos a actividades productivas –resume desde su página web-. Supimos superar más de una dificultad, como el Ave Fénix que siempre renace de sus cenizas. El ave Fénix representa nuestra filosofía y el renacimiento de los vinos entrerrianos”.Le brilla la voz cuando habla de las primeras “añadas” y vinos que fueron produciendo, los tintos Marselan, Merlot, Tannat y el blanco Blend de blanc, y el espumante 329 Sparkling.Además de plantar y cuidar las vides y producir los vinos, Finca Fénix ha resuelto incursionar en el turismo rural, organizando visitas guiadas que no sólo ofrecen una experiencia muy especial al visitante, sino que también contribuyen a reinstalar en la identidad entrerriana a la actividad vitivinícola, haciendo fuerza común con la Bodega Vulliez – Sermet, de Colón, que lleva la delantera, o con BordeRío, en Victoria, por citar sólo algunos emprendimientos.Esas visitas guiadas han incluido experiencias tan especiales como el pisado de las uvas, como se pone en evidencia en las imágenes captadas porallá por marzo de 2021, cuando fue la quinta edición consecutiva de la denominada Vendimia de Entre Ríos.Con tantas evidencias de una realidad viva, presente, visible, que se puede disfrutar en el paladar, ¿por qué no soñar con un mañana no muy lejano en que Entre Ríos vuelva a ser referente nacional en materia de vinos, recuperando el espacio que por seis décadas se le negó?Hacia 1928, Entre Ríos era la cuarta región vitivinícola del país: 115 bodegas, 2.500 hectáreas de viñas y una cultura profundamente arraigada en el hacer del vino. Para entonces, Concordia, Federación y Colonia San José era los bastiones de esta actividad, aunque también había bodegas en Concepción del Uruguay y Paraná.Según asegura la historiadora Susana de Domínguez Soler, había sido el general Justo José de Urquiza quien supo tener en el Palacio San José unas veinte cepas a modo de experimentación y quien cedió a los primeros colonos llegados a Entre Ríos los sarmientos de Filadelfia, una variedad francesa aclimatada en EEUU, que funcionó muy bien en estas tierras. Luego se sumaron otras cepas que los inmigrantes trajeron de su Europa natal, entre ellas Lorda, rebautizada en el Río de la Plata como Tannat.Fue una historia feliz, rica en emprendimientos, hasta la llegada de la gran crisis a mediados de la década del ‘30. Para entonces, el consumo de vino había descendido brutalmente con la consecuente baja de los precios, pero con una producción que se mantenía más o menos constante."Hay que aclarar que el problema del vino venía desde antes”, asegura Domínguez Soler. Las provincias cuyanas que habían recibido grandes incentivos para el cultivo de vid presentaban un excedente en las cosechas, que ya se registra en los primeros años del siglo XX. El Estado compraba este excedente, ya que no había suficientes bodegas en esa zona para procesar el total de la uva obtenida". Además, las provincias cordilleranas, que en esa época tenían una economía de monocultivo, presionaban desde tiempo atrás a fin de restringir a sus territorios la plantación de uva para vinificación. La crisis fue la gota que colmó el vaso. La ley 12.137, sancionada en 1935, que promovió la creación de la Junta Reguladora del Vino, fue la solución que el gobierno de Agustín P. Justo encontró a esta delicada problemática.La norma apuntaba a la drástica reducción de la producción -no se mencionan los métodos-, objetivo que consiguió con creces. En 1936 la elaboración de vino se había reducido en 600 millones de litros. Tanta eficiencia no fue gratuita y los entrerrianos recuerdan con mucho dolor aquellos días. "Fue muy drástico, una bofetada al productor, muy triste", señala la historiadora Celia Vernaz, en declaraciones al diario La Nación. "Llegaban los empleados municipales –agrega– a romper alambiques y toneles para que no se produjera más, derramaban el vino, el trabajo se perdía, tiraban la producción, fue vergonzoso". Esta decisión de política económica benefició abiertamente a Cuyo, ya que las autoridades consideraron que Entre Ríos tenía otras fuentes de producción. Así, dicha norma puso fin a la vitivinicultura en la provincia: todas las grandes bodegas cerraron y la actividad quedó circunscripta a la elaboración de vino para consumo familiar.Pero todo esto es historia, de la cual aprender, pero sin volverse “estatua de sal” por quedarse mirando hacia atrás. Lo tienen bien en claro en los viñedos que en Colón, Concordia, Victoria y otras zonas de la provincia han resurgido, al igual que el ave Fénix, desde las cenizas, como enfatiza Flavia Rigoni, mientras camina entre vides con racimos abundantes que certifican que ese resurgir ya es presente.Sería largo de contar pero, como bien experimentaron los Rigoni, también la citricultura supo de crisis extremas, como aquella vez que desde Buenos Aires, como no se sabía cómo combatir la cancrosis, mandaron a quemar las plantas. Pero muchos productores resistieron y finalmente el citrus sobrevivió.En 2021, los Rigoni enviaron dos muestras de vinos elaborados con uvas de Finca Fénix y producidos en las bodegas Vuillez Sermet de Colón a un concurso nacional de vinos en la ciudad de Ica, en Perú. En dos mesas distintas, entres 12 y 13 sommeliers, hicieron la cata a ciegas de los vinos presentados. “Como resultado, las dos muestras volvieron con reconocimientos. La de Marselan 2020 obtuvo 86,83 puntos, que es equivalente a medalla de oro y el Merlot recibió 83,5, equivalente a medalla de plata”, recuerda Flavia.No fue aquella la única vez en que Finca Fénix logró destacarse. En este 2024 fue premiada por segundo año consecutivo en el Concurso Nacional de Vinos “Cata San Juan”, con 3 medallas para sus vinos tintos Marselan, Tannat y Merlot.
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