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Parana » AIM Digital
Fecha: 25/12/2024 18:43
Jorge Fernando Castro, conocido por "Locomotora" y también por "El Roña", fue una gloria del boxeo argentino; campeón mundial de los medianos en 1994 frente al estadounidense Reggie Johnson en el Luna Park de Buenos Aires. No se borra de la memoria de los aficionados la pelea contra John David Jackson en Filadelfia poco después. En la novena vuelta de la pelea con Jackson, que era la segunda defensa de su título, "Locomotora" tenía la cara desfigurada, según dijo luego "un ojo cerrado y el otro apenas abierto", y tras vueltas iniciales favorables estaba a la defensiva y muy por debajo en las tarjetas. Entonces Jackson se confió, sin necesidad salió a buscar el knock out ante un rival que parecía terminado, pero capaz todavía de alguna travesura. Castro lo esperó contra las cuerdas y de pronto sacó un golpe abierto de zurda que dió en el mentón de Jackson. Fue la primera de tres caídas consecutivas que terminaron la pelea de manera casi milagrosa. Castro volvió a la Argentina con la cara rota ("lloré al mirarme en el espejo") pero con el título de campeón mundial de los medianos. En 2005, antes de colgar los guantes, Castro sufrió un colapso de pulmón y la fractura de varias costillas en un accidente de automóvil en Buenos Aires. Fue intervenido quirúrgicamente y quedó en grave estado largo tiempo; pero se recuperó y volvió al gimnasio y a las peleas. Menos conocida que sus hazañas sobre el cuadrilátero es la historia de su vida: nació en 1967 en Caleta Olivia, Santa Cruz, donde vivió sus primeros años con sus cinco hermanos. Cuando sus padres se divorciaron él debió seguir a su padre a Catamarca. Pero el hombre se emborrachaba y no atendía a su hijo, que en ocasiones debió mendigar su comida en la calle y pasar hambre. “Mi viejo chupaba, el alcohol lo perdía y me molía a trompadas; no sabés las necesidades que pasé: no comía, estaba como raquítico. Me acuerdo que mi vieja vino a visitarme, se asustó cuando me vio tan flaco y me volví a Caleta con ella. La pasé muy mal. Desde ahí no puedo ver en la calle gente que pase hambre, especialmente la purretada, por eso hace cinco años mangueo por todos lados y los viernes damos alimentos a 350 familias en la puerta de mi gimnasio en Temperley”. Este es un resumen apretado de cómo la violencia del boxeo, que a muchos parece repudiable, puede convivir sin dificultades con una sensibilidad que quizá falta a los mismos que la critican. En las condiciones actuales de nuestro país, cuando el gobierno se negó a repartir alimentos que tenía almacenados a pesar de las órdenes judiciales, mucha gente que le recuerda a Castro su propia niñez se acerca a su gimnasio en Temperley para recibir una ayuda que él sabe cuánto vale Cuando comenzó la aventura política y sanitaria que fue el coronavirus, con la obligación de permanecer encerrados durante meses impuesta por decretos, Castro tenía preparada la inauguración de su gimnasio pero no pudo hacerlo; lo convirtió en cocina popular, donde los necesitados podían retirar comida caliente. Pidió hambreado y angustiado por la calle cuando era niño y ahora pide para los demás; pero con felicidad. “¿Sabés lo qué es que te ruja el estómago, porque a mí no me hacía ruidito, era como que tenía un león hambriento en la panza que pedía morfi y no había nada para darle. Pero con suerte y el esfuerzo de mi vieja y mis hermanos pudimos salir. Yo mangueaba, igual que lo hago ahora, para parar la olla, no había otra, no hay otra”. A los 14 años dejó de depender del magro sueldo de su madre en Caleta Olivia y se fue al campo santacruceño a esquilar ovejas. Era una vida dura, que le permitió hacerse de unos pesos y probar en el boxeo, que le gustaba. "Pude llegar, la suerte y mis puños me ayudaron”. En el Mercado Central de Buenos Aires, que visita todos los viernes, le dan choclos, morrones, zanahorias, papas, cebollas, limones, calabazas, tomates, verduras. Con toda esa mercadería vuelve al gimnasio en un camión, reparte a las familias necesitadas y a nueve merenderos y catorce comedores fijos. De los negocios mayoristas retira golosinas, agua mineral, gaseosas, galletas, fideos, azúcar, yerba, arroz, polenta, leche... "La gente tiene hambre, no es joda”. Y los hambrientos de hoy, hace notar, es gente que hasta hace poco vivía más o menos bien. Su iniciativa con los menos favorecidos por la suerte se extendió a las cárceles, donde enseña a entrenar a los detenidos, y espera que tomen el boxeo como una posibilidad de mejorar en lo físico y sentirse espiritualmente mejor. Dice que los presos que persisten en el deporte dentro de la cárcel lo siguen practicando cuando salen y mejoran su conducta y sus relaciones sociales. Los nombres de sus hijos revelan algo que no olvidó: el más chico se llama Aonikenk, que en lenguaje mapuche, el mapudungún, quiere decir “gente del sur”; otro, que sigue sus pasos y quiere ser campeón mundial, se llama “Nehuen", que en mapuche significa "fuerza, que tiene espíritu y alma". Ahora, a los 57 años de edad, Castro admite que la gente ayuda su emprendimiento porque sigue siendo popular, y querido a pesar de todo. "Así que pensé, voy a aprovechar eso para ayudar a los que lo necesitan y no paré más. No me gusta que la gente pase hambre, es insoportable sentir ese vacío acá en la panza” De la Redacción de AIM
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