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» Diario Cordoba
Fecha: 24/12/2024 12:08
Despedirse a tiempo, en lo más alto, quizás hubiera ido contranatura con la magnitud del personaje. Otra forma de decir adiós, asumiendo su final con una sonrisa, podría haber sido más bonito, pero no habría sido real. Solo existe un Rafael Nadal, el que no daba una bola por perdida, el que tantos y tantos etiquetan como el animal competitivo más grande de la historia. Y ese, al que se le vanaglorió hasta la extenuación por su capacidad para no rendirse nunca, fueran cuales fueran las circunstancias, no se podía retirar de otra manera que exprimiendo cualquier mínima opción y luchando hasta el final, destrozado físicamente y prácticamente incapacitado para jugar al tenis. Quizás, el cierre a los más de 20 años de carrera del mejor deportista español de todos los tiempos solo tenían sentido y coherencia con un final así, perdiendo y asumiendo, de golpe y porrazo, que ya nunca más ganaría. Porque como el propio Nadal reconoció, él no quería pero se vio obligado, hasta el punto de luchar casi dos años contra su cuerpo y contra cualquier tipo de lógica. Esa a la que tantas veces se impuso, pero que esta vez le acabó derrotando. Por mucho que lo intentó. "Yo no estoy quemado ni cansado de mi deporte. Mi cuerpo no me responde como necesito para que me compense seguir haciendo lo que hago, pero yo soy feliz, me divierte jugar al tenis. No soy capaz de hacerlo de manera continuada al nivel y a los estándares que a mí me compensan y me motivan. Para llegar a esa conclusión he tenido que dejar pasar un tiempo y creo que era algo que yo necesitaba. Yo no me voy a retirar de algo que llevo haciendo toda mi vida y que me gusta hacer con la duda de esperar un poco más. Hoy estoy convencido de ello", resumió el ganador de 22 grandes, al que solo derrotó el tiempo, inexorable. Despedida de madrugada Convencido, como dijo, o o no, solo existe un Nadal, y es el que le llevó a agotar todas la vías posibles hasta despedirse un martes de noviembre a la una de la madrugada en Málaga. Desde el banquillo, después de perder unas horas antes contra un Botic van de Zandschulp, al que muchos aficionados conocieron ese mismo día. Sin fuegos artificiales, y con una derrota inesperada en la Copa Davis que puso fin a una carrera que, mediáticamente, empezó igual, con otro partido perdido en la competición. Y que entre medio le coronó como uno de los más grandes a costa de, por momentos, su salud. A cambio llegaron 92 trofeos, entre ellos 22 grandes. 14 cayeron en París, en la Phiplippe Chatrier, en la que construyó el mayor dominio nunca visto en la historia del deporte. Y en la que cimentó gran parte de su legado, convirtiéndose por (muchos) momentos en un tenistas invencible en unas condiciones que le encajaban como anillo al dedo. Pero no fueron las únicas. "Superar los límites" hasta ya no poder "La Copa Davis en 2004, Roland Garros en 2005, por supuesto Wimbledon en 2008. (...) ¡Hay tantos! Tengo muchísimos recuerdos increíbles. Sin embargo, nunca puedes dejar de esforzarte. Nunca puedes relajarte. Siempre tienes que mejorar. Esa ha sido la constante de mi vida: Siempre superar los límites y mejorar", enumeraba recientemente en una carta en la web 'The Players Tribune' titulada 'El regalo', en la que repasaba los momentos más emocionantes que ha vivido a lo largo de su carrera. El rey de las remontadas, el que nunca se rendía, la cabeza privilegiada. Perseverancia, tesón, resistencia, espíritu de lucha... Nadal llevó durante su carrera, tanto en la pista como fuera, los tópicos al extremo hasta convertirlos en la realidad. Su realidad. Incluso hasta el punto de opacar en el imaginario colectivo su nivel de tenis, en lo que al puro juego se refiere y en lo que brillaba, como no podía ser de otra forma, hasta el extremo. Pero eso, una cualidad a remarcar, venía de la mano de una contrapartida. En el recuerdo se ha impuesto el espíritu de lucha, por él y por la legión que le seguía, y ese mismo fue el que le llevo a probarlo en París, en Roland Garros y en los Juegos, de la mano de un Carlos Alcaraz con el que se quedó a las puertas de otra medalla olímpica. Una última oportunidad más. Y así cayó, intentándolo hasta el final, hasta más allá de lo que podía. Era mucho más que un guerrero Nadal, pero esa es la imagen que trasciende de él 22 años después de su irrupción. La de un gladiador que aceptó que su destino era morir, deportivamente hablando, peleando en la arena. No en la de París, que habría sido en colofón a la metáfora, pero si en la pista. Raqueta en mano, con su arma, y extenuado, sin poder entregar más. Homenajes los justos, ya habrá tiempo de traje. Hasta el último día, competidor y deportista, en ese orden. Rafael Nadal Parera.
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