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  • Mensaje de Navidad de Monseñor Domingo Salvador Castagna

    » Radio Sudamericana

    Fecha: 24/12/2024 10:58

    Martes 24 de Diciembre de 2024 - Actualizada a las: 10:30hs. del 24-12-2024 ARZOBISPO EMÉRITO DE CORRIENTES NAVIDAD DE 2024 25 DE DICIEMBRE DE 2024 Juan 1, 1-18 Mons. Domingo S. Castagna Arzobispo emérito de Corrientes 1.- Adorar a Jesús en la Eucaristía y servirlo en los hermanos. Es urgente que la Navidad recupere su lugar en el complicado esquema diseñado por el mundo. Juan es el Apóstol de la Navidad. Su fina percepción de la Palabra encarnada, causa en él una particular capacidad para traducir, en el lenguaje humano, el Misterio que los hombres se angustian por desvelar sin lograrlo. A veces se entreveran con sus propias palabras, huecas e inexpresivas. El lenguaje técnico de algunas tesis doctorales - en filosofía y en teología - opaca el pensamiento que se intenta formular. Pero, guiados por el prólogo del Evangelio de San Juan, nos introducimos en el Misterio. Así pasaría su tiempo María, desde la Anunciación hasta su santa muerte y resurrección. Llevar a Dios, como María a Jesús, es adorarlo en la Eucaristía y servirlo en los hermanos. Para ello, debemos recordar a un gran convertido, en su precioso libro: “Nostalgia de Dios” (Pieter Van Der Meer). El mundo está en las condiciones de un ateo en busca de Dios. Jesús viene a su encuentro como un pequeño niño, en brazos de María, hasta morir crucificado para lograr ese encuentro. A pesar de celebrar festivamente la Navidad, no podemos sacarla de su destino de Cruz. Ese Niño crece, asistido por su Santísima Madre y por José, hasta hallar - en la Cruz - el “cáliz que ha de beber”, expresando así el amor de Dios Padre por la humanidad. Los santos se estremecen ante ese Niño inocente que inicia su camino hacia un castigo tan doloroso e inmerecido. La Palabra eterna que recibimos, convertida en un Niño frágil, se dispone a sucumbir por amor y lograr ser el Emanuel (Dios con nosotros) que redime del pecado y conduce, a quienes la aceptan, a la Vida eterna. San Juan nos recuerda que el Niño, nacido en Belén, es Dios: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. (Juan 1, 1) No podemos acomodar la Verdad a los términos de la incredulidad que se nos pretende imponer. Jesús, que nace en Belén y muere en la Cruz, es el Dios verdadero. 2.- Ese Niño es el vencedor del pecado y de la muerte. Así debemos confesarlo, si deseamos ser salvados por la Palabra. La enseñanza del evangelista, atribuye la virtud de eliminar el pecado del mundo, a Cristo - Palabra Eterna encarnada. Evangelizar es presentar a Cristo como Dios entre nosotros, asumiendo la pobreza de nuestra carne, para redimirla de nuestros pecados, desde su absoluta inocencia y santidad. Estamos celebrando su introducción valiente en nuestro mundo, hecho hombre desde su concepción en María y su nacimiento en Belén. Ese Niño es Dios, y se hace uno de nosotros para limpiar nuestra vida de todo lo que se opone al Padre y, finalmente, derrotar la consecuencia del pecado: la muerte misma. Su Resurrección constituye esa victoria y su misión en el mundo es hacernos partícipes de su Vida plena junto al Padre: “Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios”. (Juan 1, 12) Los que creen en Cristo poseerán “el poder de ser hijos del Padre” como lo es Él mismo. Al conducirlos a la derecha del Padre les participa su misma divina filiación y los hace herederos de su Vida eterna. La que dejamos aflorar en esta Navidad, como en las anteriores, es la Verdad. Toda la Verdad. La vida de los hombres recibe la impronta de una Palabra, que no pueden inventar los intelectuales más geniales. Viene de Dios y se aloja en la historia humana: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. (Juan 1, 3-4) No es fanatismo religioso atribuir a Cristo el principado sobre todo lo existente. Él es la Palabra “sin ella no se hizo nada de todo lo que existe”. Es la Verdad, toda la Verdad y los hombres intelectuales, por más geniales que sean, no podrán prescindir de ella. La honestidad, tiene rostro de fidelidad a la Verdad, por lo tanto a Cristo. De allí se deriva el celo apostólico de los Doce. Su misión consiste en lograr que los hombres, los más recalcitrantes, cuando se trata de la obediencia a la Palabra, no vacilen en aceptarla. El humilde vehículo de ese anuncio es la predicación, fruto de un encuentro y un solemne mandato misionero. El día de la Ascensión deja fundada su Iglesia, orientándola a la misión universal: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 19-20) 3.- La Iglesia existe para evangelizar a “todos los pueblos”. Es la principal obligación, la que ocupa su indiscutida institucionalidad. La Iglesia, fundada en los Apóstoles, existe para la evangelización de todos los pueblos. Es su razón de ser. Su identidad la orienta a celebrar la Pascua de Cristo con todos los hombres. De allí la urgencia y el ardor apostólico de notables misioneros como San Francisco Javier. Cristo es el misionero del Padre, su Iglesia lo prolonga en el tiempo: hace que la Palabra creadora y salvadora sea anunciada y celebrada, logrando su plena expresión en la Eucaristía. Por ello, Navidad es Eucaristía o se debilita como Navidad. El deseo de festejar, aproxima a su verdadero significado pero, logra su perfección en la Eucaristía (Cristo resucitado). Muchos bautizados se quedan en la aproximación y piensan que la Navidad es eso. En realidad festejan muy poco de lo que debieran celebrar. Es preciso recuperar el auténtico sentido de la Navidad. Es una ardua tarea catequética que compromete a toda la Iglesia: Pastores y fieles. Mientras la Iglesia se manifieste testigo de lo que predica y celebra, su lenguaje cultural será más creíble y su presencia más respetada. La oposición no siempre corresponde a la ignorancia. El demonio es malo, no porque ignore, sino por una opción que lo ha puesto de espaldas a Dios. La soberbia es el estado de pecado del mundo, porque pone al Demonio a competir con Dios, con la inútil pretensión de reemplazarlo. Así se lo revela a Eva, cuando intenta decorar su mentira con un énfasis argumental de extrema seducción: “no es verdad que morirán, serán dioses”. El embaucador logra su cometido en la incauta Eva, a quien seguirá Adán. Aún son inmaduros o incapaces de reconocer la propia responsabilidad en la comisión del pecado. Adán inculpa a Eva, y Eva a la serpiente. Dios castiga con gran severidad a Eva, a Adán y al tentador. Esa actitud diabólica, cargada de malicia, ha sido derrotada por Cristo, pero su consecuencia inmediata: la muerte, sin excepciones, es asumida por el mismo Salvador, para convertirla en paso obligado a su total eliminación, mediante la Resurrección. La esperanza alienta el camino que conduce, mediante el sufrimiento y la muerte, a la plenitud de vida que Cristo ha obtenido para quienes creen en Él. Los santos se encaminan a la Resurrección final en su anticipo, la santidad. De allí el poder que el Resucitado otorga a los santos. 4.- El Niño, que mueve sus bracitos desde el Pesebre, es el Dios Salvador. El clima espiritual de Belén subyace - y supera el recuerdo, y su expresión festiva - en esta rutilante Noche de Paz y de Amor. El regocijo de los más simples y sabios - los niños y los pobres - constituye como la emanación de la presencia inefable y definitiva del Emanuel-Dios entre los hombres. Ese Niño, recién salido del vientre bendito de María, comienza a respirar nuestra atmósfera, enrarecida por los pecados de los hombres, que necesita una purificación que sólo el Espíritu de Dios puede lograr. Misterio a descubrir, únicamente por corazones simples y puros, para que llegue a todos como la Verdad esperada, apenas cometido el pecado de Adán y Eva. La Navidad invita al encuentro familiar y amical, y lo crea cuando se la celebra de verdad. La tradición religiosa abre siempre nuevas perspectivas de comunión entre las personas, incluso las más distantes. Cristo hecho Niño, inicia con su primer llanto inocente, la obra de la reconciliación. Desde entonces es “autor de unidad” y Príncipe de la Paz. El momento culminante de esa autoría de unidad es la Cruz, por la que los hombres se reconcilian con Dios y entre ellos, recuperando su capacidad original de ser “síntesis del Universo creado” (G. Spes 14) . ¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!

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