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  • Crisis estructural y la guerra como salida por la lucha de la concentración del poder

    Concordia » Diario Junio

    Fecha: 23/12/2024 20:52

    Por eso, esta tercera guerra mundial se produce para resolver quién o quiénes serán los que definan el nuevo orden mundial. En el ámbito global, la financiarización, o sea, la preeminencia del capital financiero sobre el productivo, ha sido central en las últimas décadas. La financiarización no es un sistema nuevo; es una fase recurrente que emerge en momentos de crisis y transición hegemónica. En cada ciclo histórico, una potencia dominante combina poder militar, político y económico para liderar la acumulación de capital. Esto ya pasó en los Países Bajos en el siglo XVII, Gran Bretaña en el XIX y en Estados Unidos en el siglo XX y XXI. Cuando el sistema productivo de una economía entra en crisis, las élites económicas tienden a volcarse hacia los mercados financieros (o sea, la timba financiera), buscando maximizar los beneficios a través de actividades especulativas. Esto no solo genera inestabilidad y desigualdad, sino que marca el declive de una potencia y el ascenso de otra. Es, en definitiva, una respuesta histórica a los límites del sistema económico. Esta transformación global redefine el papel de las élites en el establecimiento de las reglas del sistema. Hay que distinguir entre quienes estén obligados a aceptar las reglas, quienes tienen el poder de decidir si las aceptan, y, por último, quienes determinan si las reglas existen. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Desde la década de los 80, estas decisiones están influenciadas por el financiamiento político de las mismas élites económicas, lo que restringe la capacidad de los gobiernos para actuar con independencia. Por ejemplo, durante el mandato de Bill Clinton se derogó la Ley Glass-Steagall, permitiendo que los bancos combinaran actividades comerciales y de inversión, o sea, de especulación financiera. Esto benefició a grandes instituciones como Goldman Sachs y J.P. Morgan (responsables de la crisis de 2008, donde millones de personas perdieron sus hogares y empleos con las famosas hipotecas subprime, pero los rescates millonarios de Obama salvaron a los bancos globales. ¡Qué tal!). Al día de hoy, en 2024, cinco grandes empresas tecnológicas controlan más del 25% del mercado bursátil de EE.UU., mientras que la desigualdad salarial sigue creciendo. El neoliberalismo supuestamente progresista rara vez transforma las estructuras económicas que perpetúan la desigualdad. Tanto el progresismo como el conservadurismo son dos caras de la misma moneda en EE.UU. Actualmente, la concentración de poder económico ha alcanzado niveles históricos. Solo 100 corporaciones controlan más del 70% del comercio global, mientras que el 1% más rico del mundo acumula el 63% de toda la riqueza generada desde 2020. Los fondos de inversión como BlackRock y Vanguard administran más de 15 billones de dólares. Además, este fenómeno se extiende al ámbito militar global, cuyo gasto pasó de 1,8 billones de dólares en 2014 a 2,4 billones de dólares en 2024. Por supuesto, este gasto está impulsado por los conflictos bélicos en todo el planeta. Empresas como Lockheed Martin y Raytheon han visto crecer sus acciones de manera exponencial. En Argentina, como caso particular, se refleja cómo estas dinámicas globales operan a nivel local. Desde la dictadura militar (1976-1983), el país ha oscilado entre versiones del neoliberalismo neoconservador y liberalismo progresista, que comparten un mismo patrón: priorizar la acumulación financiera y la fuga de capitales. Desde 1976 hasta 2001, las élites económicas lideraron un modelo basado en endeudamiento, privatizaciones y dolarización de la economía, lo que llevó al país al borde del colapso en 2001. Entre 2015 y 2019, bajo el gobierno de Cambiemos, el capital financiero internacional retomó el control. En este período, la fuga de capitales alcanzó niveles récord, superando los 86 mil millones de dólares. Los principales responsables de esa fuga, además de miles de familias de la «casta gobernante,» fueron los grupos empresarios como Clarín, Techint y Pampa Energía, muy amigos del poder. Así como en Argentina y en el resto del mundo, las clases dominantes generan sus propios «intelectuales orgánicos» para perpetuar su control. En Argentina, esto se traduce en la captura de instituciones públicas por parte de las corporaciones, tanto locales como internacionales. Es, en otras palabras, una manera «legal» del saqueo nacional. Por eso, lo que está en disputa, como decíamos al principio, es la alternativa de la guerra para no perder el poder hegemónico de quienes se arrogan para sí ser depositarios de un «destino manifiesto» o de apoderarse de la «tierra prometida» en desmedro de comunidades asentadas durante siglos a través de supuestos fundamentalismos religiosos. Pero, como dijo Einstein, «Dios no juega a los dados.»

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