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» El Ciudadano
Fecha: 22/12/2024 16:52
Daniel Zecca Hernán Brienza se propuso reflexionar sobre el peronismo, una misión que suele ser más fácil y unívoca desde afuera que desde adentro del movimiento fundado por Juan Perón. Brienza practica un raro equilibrio para los tiempos que corren y se propone rediscutir conceptos y valores, con el marco de la doctrina peronista, pero con la actualización necesaria para este momento histórico, que él plantea como de salida al gobierno de Milei. Entre sus propuestas, también figura bajarse del pedestal de una supuesta sabiduría que en los últimos años no dio mucho resultado: «La exigencia de que las mayorías nos den la razón es un principio equívoco; hay que ver la razón de las mayorías para poder pensar que prometer». Y en ese marco, desafía: “El peronismo se durmió en los laureles de una vieja justicia social que ya no genera justicia para las mayorías”. Pero también advierte: «El peronismo está en una crisis existencial muy fuerte, que puede terminar con el peronismo si no se la resuelve de una buena manera». —¿Cuál fue el disparador de este libro? —En términos personales creo que este libro cierra o abre una gran etapa de mi vida, que es la preocupación sobre el peronismo. Hace unos años, cuando empecé a pensar este libro, me encontré en la calle con una primera novia que tuve en mi adolescencia, y me dijo “te sigo en las redes y veo que no cambiaste, las únicas preocupaciones que tenés son River y el peronismo”. Yo me sentí un boludo, y pensé “¿solamente fui hincha de River y peronista en la vida?”. Lo digo porque me gusta la literatura, me gusta la pintura, me gusta la poesía, pero hay algo ahí identitario también. Bueno, quizás, lo que nunca cambié fue ser peronista e hincha de River. Y creo que la muerte de mis padres, la muerte de mi vieja que era exageradamente, insoportablemente peronista, hizo que yo saldara un poco esta deuda con el peronismo, que es escribir sobre el objeto de mi preocupación. Es un poco saldar esa deuda, en términos personales, en términos vitales. Posiblemente vuelve a escribir sobre el peronismo. —¿Este puede ser el inicio de un camino? —Creo que el inicio de esta escritura más reflexiva tuvo que ver con «La Argentina imaginada», mi libro anterior, del 2019. Hacía mucho que no publicaba un libro, y eso también me tenía un poco preocupado. En el medio tuve un hijo, la pandemia, el trabajo como funcionario. Igualmente dentro de poco saco una biografía sobre (el ex secretario general de la CGT) José Espejo, que también está vinculado al peronismo, pero también es una especie de biografía. —¿Cómo hiciste para ordenar esta reflexión sobre el peronismo que vos vivís en primera persona? ¿Cómo fue ese abordaje? —Yo soy politólogo. Quizás lo que más sea de todo es un escritor público, ese término que usaban Mariano Moreno, Manuel Dorrego, para referirse a sí mismo. No se referían como periodistas sino como escritores públicos, gente que escribe de algo que es de todos. Me gusta mucho esa definición, porque no juega con las fantasmagorías de la objetividad ni de la neutralidad, y al mismo tiempo juega con algo de la estética, que es escribir, y lo público tiene que ver con lo que nos preocupa a todos. Y yo creo que el abordaje de este libro, salvo el primer capítulo que está en primera persona, fundamentalmente tiene algo de la carrera que yo estudié, que es Ciencias Políticas. Y además cómo hice una especialización en Filosofía política con (Eduardo) Rinesi y estoy haciendo una maestría en la UBA me pareció que era tiempo de abordar al peronismo con un poco más de con un marco, si bien no académico, metodológico. Eso es lo que intento hacer, darle cierta metodología al tratamiento del libro. Y tiene un momento exploratorio, sobre qué se dice del peronismo, tiene un momento en el cual aplico la teoría de establecidos y forasteros, el proceso civilizador de Norbert Elías. Uno podría decir que ahí están las tesis centrales del libro. Y después creo que el libro va hacia una reflexión sobre el momento actual del peronismo, no desde una cuestión estrictamente política o de coyuntura sino existencial. Yo creo que el peronismo está en una crisis existencial muy fuerte, que puede terminar con el peronismo si no se la resuelve de una buena manera. El peronismo puede transformarse en un partido de franquicias, como otros partidos en Argentina. El partido radical, que tuvo una misión histórica muy importante, que ha sido padre de cinco revoluciones, hoy está convertido en poco más que una franquicia que no tiene misión histórica. Al peronismo le puede pasar eso si no resuelve sus crisis identitarias, sus crisis de razón de ser, de misión histórica, y por supuesto será reemplazado por otra expresión. Pero ojo, también el peronismo puede resolver sus crisis, porque ha resuelto muchas crisis. Ha resuelto la crisis del 55, la crisis de conducción del 64, la crisis de conducción del 73 entre Perón y Montoneros, la crisis existencial de la muerte de Perón, la derrota del 83 y la consecuente renovación del 85, que terminó con el menemismo, la crisis del 2001 del que se vayan todos, porque el peronismo también se tenía que ir en el 2001. Como en toda crisis existencial del peronismo también hay crisis de conducción, y en este momento se están dando esos dos elementos, más allá de que en lo coyuntural se haya resuelto la conducción del peronismo, o del PJ. Creo que la respuesta que el peronismo le dé a la salida, más temprano que tarde, del gobierno de Milei, va a caracterizar el futuro del peronismo. Porque Milei en algún momento se va a ir. Esto puede pasar mañana, dentro de 6 meses, dentro de 8 años. No lo sabemos. Pero si el peronismo le da la respuesta que la sociedad necesita al gobierno de Milei tendrá misión histórica, si no se la da, y se la da otro espacio político, el peronismo quedará como una maquinaria de negociación. —¿El libro explora alguna clave de las resoluciones anteriores que sirva para la actualidad? —Lo que encontré es un método para analizar qué hizo el peronismo en esas crisis. Y lo que hizo fue poner a debatir fuertemente los principios doctrinarios con el contexto histórico en el cual tenía que actuar. Lo hizo en el 46, en el período de posguerra, lo hizo en el 70, debatiendo si el mundo iba a la revolución o a la contrarrevolución, donde el peronismo hizo equilibrio entre las dos miradas. Lo hizo con el menemismo, que es una respuesta peronística a la crisis de la globalización. Yo creo que el resultado de esa respuesta no puede vincularse a los resultados del primer peronismo. Creo que incluso esas políticas públicas del menemismo estaban muy alejadas de lo doctrinario y más cercanas a lo pragmático. Pero a mí no me gusta esa lógica de pensar que el peronista es sólo el que piensa como yo. Creo que hay que ser honestos intelectualmente y analizar que el peronismo tiene esas tensiones entre lo doctrinario y lo pragmático, y que así como hubo un Menem, un Néstor, una Cristina, hubo una Isabel, un Perón, hubo varios Perones, el del 46, el del 62, el del 72, el del 73, y que esas dinámicas marcan también ese pragmatismo. Y yo creo que en cada momento el peronismo intentó dar respuestas entre lo pragmático y lo doctrinario a los desafíos que presentaba la historia. Y sobre todo en las crisis de modernización, que para mí son dos o tres. La primera crisis de modernización importante que respondió el peronismo fue la de la industrialización por sustitución de importaciones, en el 40, una crisis que se arrastraba desde la década del 30. La segunda es la globalización, y me parece que el peronismo, en las dos interpretaciones, el menemismo y el kirchnerismo, intentó de alguna manera responder a esa crisis. En un primer momento, lo hizo acercándose más a la pragmática del contexto que a la doctrina, y me parece que con el kirchnerismo intentó recuperar un poco más su tradición nacional, popular, y de principios doctrinarios. Y creo que en algún punto eso es lo que tiene que hacer el peronismo ahora: volver a pensar cómo aplicar los grandes principios del peronismo a la actualidad. Porque para mí la gran derrota no es una derrota electoral. La derrota es sustancial. Porque cuando Javier Milei dijo el año pasado que la justicia social es una aberración, no hubo un solo peronista, ni político, ni dirigente, ni periodista, ni politólogo, ni filósofo, ni barrendero, ni trabajador, ni laburante, que supiera explicarle a la gente por qué la justicia social no era una aberración. Y la explicación que dábamos la mayoría de los peronistas respecto de la justicia social, era la explicación de la justicia social del 2003. Para nosotros la justicia social era la asignación universal por hijo, el matrimonio igualitario, el mercado interno, el alto nivel de consumo, las estadísticas de la pobreza, que el kirchnerismo dinamitó, porque las pasó del 54% al 25%, tomando incluso las estadísticas de la UCA, que no son las estadísticas del kirchnerismo. Y creo que esas respuestas sobre la década del 2010 no llegaron a movilizar a una sociedad que ya no era la del 2003, que ya había sido fragmentada, atomizada en su mundo del trabajo, donde se le hablaba de la justicia social con derechos inexistentes para la mayoría de la población argentina, y para un mundo que había cambiado la forma del trabajo. Por ejemplo, yo agarré mi auto, me vine hasta Rosario, hice un par de entrevistas, voy a presentar mi libro. ¿Soy un trabajador o no soy un trabajador? ¿Qué diferencia hay entre el trabajo que hago yo y un empleado de una siderúrgica que trabaja ocho horas, diez horas? Hay muchísimas diferencias. ¿Y entre nosotros dos y el telemarketer que hace seis horas en su casa y después tiene libertad de acción, o el Rappi que bicicletea 12 horas? ¿Cuál es ese vínculo? Todos somos trabajadores, sin embargo ninguno de nosotros tiene los derechos que el peronismo pregonaba como justicia social, y yo creo que eso es lo que el peronismo tiene que pensar hoy: cómo aplicar los principios de justicia social, soberanía política e independencia económica al hoy. No es una verdad reveladora, pero me parece que la cristalización de esos principios hace que esa necesidad de renovación sea reveladora en sí misma. Porque creo que el peronismo se cristalizó en repetir y dormirse en los laureles de una vieja justicia social que ya no genera justicia para las mayorías, porque el mundo cambió. Entonces vos le decís a alguien “vas a perder vacaciones” y el 60 % que no tiene vacaciones te dice “ya las perdí hace mucho tiempo”. Aguinaldo, jornada de ochos horas, una serie de promesas sobre un mundo que no existe y que además no es visualizado por las mayorías trabajadoras como derechos, porque no los tienen. Creo que ahí el peronismo se cristalizó en la justicia social de la primera década del siglo XXI. Y eso es uno de los primeros alejamientos de la sociedad con el peronismo, cuando uno promete pasado y un pasado que las mayorías ya no votaron, se hace complicado, porque la exigencia de que las mayorías nos den la razón es un principio equívoco. Hay que ver la razón de las mayorías para poder pensar qué prometer. Creo que ese encierro, que tiene que ver con el protagonismo de una época, también tiene que ver con una mirada ideológica, pero creo que ese encierro desapega a las mayorías con el peronismo. Claro, yo debería decir que el peronismo alternativo a esa cristalización, también es el senador que fue descubierto con 200 mil dólares cruzando a Paraguay, que es horrible. Entonces, si la alternativa en el peronismo es entre el senador que se fugó a Paraguay con 200 mil dólares y una cristalización de una forma de pensar el peronismo, todavía sigue siendo fuerte esa cristalización porque contra lo que se enfrenta es horrible. Creo que ese debate se va a dar tarde o temprano en el peronismo. —¿Quiénes pueden encabezar esa renovación en el peronismo? —Dar nombres siempre es medio ingrato, pero yo creo que hay que ampliar la mirada, pensar en los hombres y mujeres de 40 años, hay que pensar en otras geografías. Hay que hacer dialogar al peronismo bonaerense con el peronismo cordobés, con el peronismo salteño, con el peronismo patagónico, porque creo que así como el peronismo tuvo distintas interpretaciones a lo largo de la historia, también tuvo distintas interpretaciones geográficas. No es lo mismo ser peronista en Salta que ser peronista en Rosario, o ser peronista en el Gran Buenos Aires que ser peronista en Córdoba. Las formas con las cuales el peronismo dialogó con sus sociedades también merecen ser por lo menos tenidas en cuenta a la hora de dialogar. Desde Buenos Aires se veía a Juan Manuel Urtubey, con quien dialogué hace un mes en uno de mis programas, y claro, desde Buenos Aires era visto como un hombre tradicionalista y de derecha, ¿no? Pero él gobernó una provincia donde a las chicas de 15 años los 19 de febrero se las presenta en sociedad y se las subasta a los hombres poderosos de la sociedad salteña. Y Urtubey tenía que gobernar con esa sociedad. Y en Córdoba pasa algo parecido. Tenés un peronismo cordobés que está en una provincia que nunca fue peronista. Todos los golpes de Estado contra el peronismo surgieron de Córdoba. La sociedad cordobesa es antiperonista. Sin embargo, votan un peronismo que hace 20 años les resuelve algo. Entonces, ¿desde qué lugar, desde qué geografía uno juzga lo que pasa en otras georgrafías? Y eso me parece que hay que pensarlo, no desde la mirada ideológica propia sino también desde la realidad de momentos históricos y lugares geográficos. Y me parece que el peronismo tiene que, para tener una visión nacional, tiene que volver a recuperar esas miradas diferentes del peronismo en cada una de las provincias. Lo que no significa que haya que bancarse a un senador que cobra 200 lucas o dos millones de dólares para cambiar un voto. Lo criminal no tiene que ver con lo político o lo ideológico.
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