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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 22/12/2024 02:56
Al enviar un obsequio, se transmite un “gracias” y se confía en que el equipo reciba ese presente como símbolo de reconocimiento. Como líderes solemos pensar que el cierre del año exige una señal tangible hacia el equipo, un gesto que pretenda condensar un ciclo de logros, aprendizajes y, con algo de suerte, cierta dosis de orgullo compartido. Una caja navideña, repleta de productos gourmet, vino o dulces, parece el recurso más práctico: al enviar un obsequio, se transmite un “gracias” y se confía en que el equipo reciba ese presente como símbolo de reconocimiento. Sin embargo, si la cultura de la organización es endeble, si la convivencia diaria es apenas el cumplimiento mecánico de tareas sin un horizonte común, esa caja se convierte en un envoltorio vacío, un gesto cosmético que no toca lo esencial. ¿De qué sirve, al final del día, enviar una caja con confituras exquisitas si durante los meses previos nadie se interesó en entender las motivaciones, inquietudes o aspiraciones del otro? ¿Qué sentido tiene un brindis a la distancia si el equipo no siente el vínculo que debería sostenerlo en las épocas más complejas, cuando no hay confites ni papel brillante que maquillen las dificultades? En un esquema de trabajo remoto, la caja navideña no es la solución, sino apenas un recordatorio de que si hay un buen lazo organizacional, lo material es una anécdota agradable La realidad actual de muchas empresas es que la cultura se pone a prueba de formas sutiles. Antes, tal vez la presencia física en una oficina compartida encubría algunas carencias: la rutina, la cercanía espacial, incluso la posibilidad de intercambiar bromas o comentarios informales en un pasillo o cerca de la máquina de café, otorgaban la ilusión de pertenencia. Ahora, con equipos de trabajo remotos, la caja navideña adquiere otro matiz. Llega por correo, abre un canal efímero de sorpresa, pero si no hay nada detrás, si el equipo no se reconoce en valores compartidos, en una misión que dé sentido a su trabajo diario, en la confianza mutua que permite debatir ideas sin temor, la caja apenas se convierte en un destello aislado, un guiño sin eco. Podremos enviar el mejor chocolate belga o la sidra más refinada, pero si no existen lazos que conecten a las personas más allá de la pantalla, el gesto carece de poder transformador (Imagen Ilustrativa Infobae) Podremos enviar el mejor chocolate belga o la sidra más refinada, pero si no existen lazos que conecten a las personas más allá de la pantalla, el gesto carece de poder transformador. Nuestra dinámica remota nos fuerza a replantear las interacciones. Ya no tenemos el espacio físico como excusa para postergar la construcción de un tejido cultural fuerte. En un entorno distribuido, la cultura no es el subproducto de la cercanía, sino la condición necesaria para que el trabajo funcione. No hay pasillos ni almuerzos compartidos para disimular la falta de cohesión. Por eso, la cultura que propiciamos debe ser intencional, basada en el diálogo honesto, el apoyo mutuo, la claridad de propósitos y la valoración de cada individuo. Si el equipo entiende por qué hace lo que hace, cómo sus esfuerzos se encadenan en un impacto real, por qué su crecimiento profesional es una prioridad, entonces la caja navideña deja de ser un símbolo vacío. Se convierte en una suerte de recordatorio material de una conexión preexistente, de una estima que no nace en diciembre ni muere en enero, sino que se teje en las prácticas cotidianas: en las reuniones donde se discuten ideas con respeto, en la forma en que se aborda un conflicto sin personalismos, en la empatía que surge cuando alguien necesita apoyo. La caja es un detalle, no el fundamento. Es el moño, no el regalo verdadero. Las empresas con visión de futuro entienden que la coherencia entre el discurso y la práctica es irrenunciable La cultura organizacional es la semilla, el sustrato que nutre la relación entre las personas que colaboran, más allá del horario laboral o la geografía que las separa. Esta cultura trasciende herramientas o metodologías; es la resultante de un conjunto de valores compartidos y encarnados en acciones concretas. Dar feedback constructivo, promover autonomía, confiar en la capacidad del otro, celebrar los logros ajenos con la misma energía que los propios, asumir con madurez los fracasos como lecciones, todo ello construye un entorno donde el sentido de comunidad es real. En un esquema remoto, la caja navideña no es la solución, sino apenas un recordatorio de que, si ese lazo existe, lo material es una anécdota agradable, un gesto que suma pero que no crea nada por sí mismo. Si la cultura falla, ese presente se convierte en una ironía, un gesto que evidencia la ausencia de lo que supuestamente celebra. Las empresas con visión de futuro entienden que la coherencia entre el discurso y la práctica es irrenunciable. No se puede predicar empatía, colaboración o respeto y luego ignorar las inquietudes individuales o las dinámicas colectivas. No podemos hablar de meritocracia si el ascenso depende de factores opacos o de caprichos. No se puede resaltar el trabajo en equipo si cada miembro compite por un lugar a la sombra del otro. La cultura se revela en los detalles: en cómo se responde a un mensaje a deshoras, en la forma de dar las gracias ante un esfuerzo extra, en la reacción cuando alguien se equivoca. Es la suma de micro gestos y pequeñas rutinas las que consolidan o erosionan la cultura. La caja de fin de año es un macro gesto que, sin esta base, se queda sin sustancia. Entorno sano No es tan relevante la frecuencia de los encuentros virtuales ni la densidad de documentación en las herramientas de gestión, sino la convicción de que cada persona importa, que la diversidad fortalece las soluciones, que la tecnología habilita pero no reemplaza la confianza. Bajo estos principios, cualquier presente material refleja una verdad preexistente: que somos parte de algo mayor que la suma de individuos dispersos. No es tan relevante la frecuencia de los encuentros virtuales ni la densidad de documentación en las herramientas de gestión, sino la convicción de que cada persona importa, que la diversidad fortalece las soluciones Cuando llega diciembre y enviamos o no una caja navideña, lo que cuenta es que en enero, febrero, marzo y todos los meses del año trabajamos por un entorno sano. Así, el presente de fin de año es solo una metáfora física, un destello pasajero que pone en relieve una historia de lazos genuinos. Lejos de los clichés, esta reflexión busca señalar que los símbolos no construyen por sí solos una cultura. La tarea del liderazgo consiste en impulsar los valores que dan sentido a esos símbolos. Un manager que ignora las dinámicas humanas y se limita a entregar una caja está intentando suplir con bienes tangibles algo que no se materializa así. Por el contrario, cuando la cultura ya está arraigada, el equipo reconoce en cualquier presente el reflejo del cuidado, el respeto y el crecimiento compartido. La caja, en ese caso, importa menos como objeto y más como catalizador del recuerdo de que todos, sin importar la distancia geográfica, forman parte de una comunidad que los valora. Si el trabajo remoto nos aleja físicamente, la cultura sólida y auténtica nos acerca de modo más profundo, convirtiendo cualquier símbolo externo en una síntesis elegante de lo que ya existe en el tejido humano de la organización. El autor es Chief Product Officer & Co-Founder de The Flock
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