Parana » Ahora
Fecha: 21/12/2024 05:11
Lomos Las ovejas pastan al costado de la casa, en los lomos unos benteveos pican entre la mata de pelos, entierran el pico como si metieran una pala en la tierra. Comen parásitos, supongo, bichitos que no se ven desde esta distancia en la que el sol me azota la frente. Me hubiese gustado nacer pájaro, le digo a mi madre y me dice que me calle, que no diga disparates y que ayude a atar con el hilo plástico las placas de cartón que dejaron al costado del árbol. Antes los municipales pintaban los troncos con una cal blanca, hasta mi altura, decía papá que a veces me llevaba y que yo lo ayudaba, pero me acuerdo que yo no hacía nada. Juntaba chicharras, si veía que paraban con el camión con ramas en el acoplado en alguna canchita, yo saltaba de alegría hasta la calle, un salto bien alto y las rodillas flexibles para no rasparme con la broza en el aterrizaje. Los paraísos siempre me gustaron, el olor dulce de las flores violetas chiquitas, el verde amargo de las frutas que resbalaban como balas entre los dedos. Las usaba de bolillas y jugaba contra mí mismo. A veces metía las chicharras en un pocito y las bolitas de paraíso eran rocas inmensas con las que las cubría en una fosa. Mamá nos esperaba con algo que le daban, a veces pan, otras fideos, a veces no había gas y mirábamos los fideos duros, una vez probé y me quedaron las muelas llenas de pasta quieta y salada. Incomible, dijo mi hermana mayor y se fue. Esa noche no volvió y mi mamá estuvo dormida en la mesa, parecía que rezaba pero daba cabezazos bruscos porque el cansancio siempre le fue imposible de soportar. Mi hermana agarró desde ahí esa costumbre de trabajar de noche, salir con cancanes rajadas, pintarse rojos los labios. Mamá dice vaguear, no trabajás, vaguiás y das asco. Tengo un caballo que me regaló papá aunque siempre lo ocupe él me dice que es mío, lo encontró en el baldío de la zona norte y lo trajo de noche, armamos un carrito con cajones que fuimos trayendo de las verdulerías y palets del corralón que los deja al costado del paredón cuando bajan los camiones de arena, también de la verdulería nos traíamos manzanas o papas, frutas medio podridas que nos daban o que tiraban y nosotros juntábamos. Desde que tenemos a Fusil en nuestra casa y el carrito que armamos como carpinteros, me gusta más salir con papá. El viento me despeja el pelo de la cara con la velocidad. Una mujer gorda pero fina me dijo que tenía chuzas y me toqué el pelo tanto que lo ablandé. Igual me gustan las chuzas, las clinas duras, las escobas que me dan a veces para juntar los pastos que quedan de las changas de papá, yo barro los frentes y los dueños de las casas me regalan galletitas blandas como el yuyo tierno en verano, tienen olor a las paredes de mi casa, algo que me hace pensar mejor las cosas que hago. Huelo mucho las cosas, todo lo que me rodea tiene un color oscuro y un olor marrón, menos las chinches verdes que son como zorrinos diminutos. El cuello de mamá es salado, el de papá es agrio. Mis manos tienen gusto a perro, a fruta y a pétalos de azahar. En el fondo del terrenito nuestro hay árboles de limón, una huerta chiquita en la que plantamos batatas, papas, zanahorias y papas de aire que se enredan en el alambrado. Un día hicimos un espantapájaros, papá dijo que el abuelo le había enseñado eso de chico, cuando tenían comida de sobra y la casa parecía que estaba en el medio del campo. A mí me dio miedo. Soñé muchas veces con él, en un sueño yo estaba parado en su hombro y él empezaba a arrancarme las pestañas. Me dolieron tanto los ojos que grité y desperté a todos, mi hermana abrió la puerta y vi el amanecer, a ella que llegaba con las medias en la mano y la cara retorcida como un lobo. Los gorriones tienen pestañas oscuritas, no llegan a ser negras, todo es marrón en ese pájaro, los cardenales tienen una lengua en la cabeza, parece una chispa o una llaga como la del Jesús pero para afuera, así me gustaría ser a mí. Llamar la atención, que alguien diga qué lindo pájaro, que tengan ganas de tenerme aunque sea en una jaula. Cuando mamá no trae nada de comer a casa, pruebo lombrices, tienen tierra húmeda adentro, me dan arcadas, pero las trago. Ahora aprendí a no masticar y hacer una respiración grande para adentro. Me gusta imaginar las lombrices adentro de mi panza, revolviéndose como cuando las sacábamos para ir pescar, el arroyo del puentecito cerca de casa tiene una capa verde finita, colores como de arcoíris en los bordes, papá me dijo está envenenado por la fábrica así que no vamos más. Los pájaros juntan semillas, bichitos del cuero del caballo, migas duras, cantan siempre que quieren y alguien que está más o menos atento se alegra. Si hay peligro, pueden volar. Yo los miro mucho rato para aprender, busco las mismas plantas, saco carocitos y semillas que caen de los árboles. A veces me hacen mal y vomito. Nadie se da cuenta y espero a que se me pase el dolor entre las costillas. Fusil se echa en el pasto, dobla las cuatro patas y espanta las moscas con la cola pero aún persisten como si solo las abanicara con su viento. Yo me recuesto encima, tiene la quijada siempre caliente y late como las cosas bien vivas, los pájaros también bajan y nos revolean, a él le siguen comiendo los parásitos, yo sigo soñando con ser como ellos, con hundir mi pico, con cantar y salir volando.
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