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» El Santafesino
Fecha: 04/12/2024 08:34
La Universidad Católica de Santa Fe colaboró con la Basílica de Guadalupe para digitalizar una obra literaria de gran valor histórico y religioso para la ciudad. Facebook Twitter WhatsApp El libro más antiguo conocido en Santa Fe data del 1775 -hace 249 años- y se conserva en la Basílica de Guadalupe. Es una hagiografía escrita por el ermitaño Francisco Javier de la Rosa, que fue digitalizada desde la Biblioteca de la Universidad Católica de Santa Fe, para asegurar su conservación y aumentar la accesibilidad para quienes deseen consultarla. La obra titulada “Soledades de la vida y retiro penitente por amor a la virtud y menosprecio del mundo”, tiene gran valor histórico y literario. Ilustrado con magníficos dibujos acuarelados, el texto abunda en virtuosismos estilísticos e imaginativos. Versa sobre el desierto, la penitencia, la cueva, la oración, los rayos celestiales, las aureolas; junto al demonio, las bestias, las tentaciones. A pedido del párroco de la Basílica de Guadalupe, Pbro. Olidio Panigo, el equipo de trabajo de la Biblioteca asumió la delicada tarea de digitalizar la obra y generar un archivo que pueda quedar disponible para consulta, sin necesidad de manipular el ejemplar histórico. “Es una obra importante, que hace a la historia santafesina, la historia del barrio de Guadalupe, un barrio tradicional por la fe y la devoción a la Virgen”, señaló su directora, la Lic. Ana Alberdi. Consultado sobre Francisco Javier de la Rosa, el P. Panigo destaca su figura en tanto “es imposible hablar de la Virgen de Guadalupe en Santa Fe sin tenerlo en cuenta”. Durante su vida se lo conocía como “el Ermitaño” ya que trató de vivir el Evangelio en soledad y penitencia, aunque con su devoción y trabajo dio origen a un movimiento religioso que reúne multitudes de hombres y mujeres en torno a la presencia de María de Guadalupe. En esta descripción de su figura, Panigo cuenta: “no tenemos demasiadas certezas en lo que hace a su muerte ya que desaparece sin tener noticias de cuándo y dónde murió. Su fallecimiento sería en 1794, en el transcurso de un viaje a Asunción del Paraguay. A pesar de las gestiones realizadas en estos últimos años, nada supieron decirnos historiadores de Curuzú Cuatiá y Asunción del Paraguay -últimos lugares de los que se tiene registro-, sobre el final de su vida y sus restos, los cuales no tendrían mejor destino que el Santuario de Guadalupe, junto a la imagen que tanto amó y sirvió”. Con sumo cuidado La licenciada en Bibliotecología y Documentación compartió que, en muchas ocasiones, para las obras antiguas, se procuran “espacios especialmente preparados para conservar este tipo de materiales, con ciertas condiciones de temperatura y humedad, y restricciones de acceso”. “Cuando se puede, se hace la copia digital de la obra para su conservación y para su utilidad por parte de interesados e investigadores: se pueden subir a repositorios digitales para que más personas puedan acceder a ella, sin tener que exponer la misma a tanta manipulación”, amplió Alberdi. Así fue como procedieron desde la Casa de Estudios con la versión original de la obra del Ermitaño. Cintia Porpatto, personal de la Biblioteca “Monseñor Vicente Zazpe” escaneó las páginas procurando que mantengan su formato y legibilidad. “Para esta tarea, lo importante era contar con una iluminación acorde que permita registrar de mejor manera el manuscrito, para lo cual utilizamos una lámpara de enfoque de manera de contar con una mejor luz. Así, lo fuimos haciendo página a página, para una vez terminado este proceso, proceder al trabajo de compilación final en formato de documento portátil -conocido por PDF-, que se utiliza para la distribución de documentos digitales”, detalló Porpatto. La Universidad ya había estado vinculada con esta obra literaria, cuando se hizo cargo de una reedición que vio la luz en 1992, y se tituló “El libro del Ermitaño, 1775”. La edición de 1992 incluía también agradecimientos y reconocimientos, así como la presentación de la vida eremítica junto a un retrato de Francisco Javier de la Rosa. Actualmente uno de esos ejemplares se conserva en la biblioteca de la sede San Jerónimo de la UCSF en la ciudad de Reconquista, y el otra en la biblioteca de la sede Virgen de Guadalupe, en Santa Fe. Hoy, la versión digitalizada se encuentra disponible en el Repositorio Institucional de la Casa de Estudios. Una devoción que creció La gran devoción a la Virgen de Guadalupe que apadrina la ciudad capital debe mucho al ermitaño Francisco Javier de la Rosa. Fue él quien transformó el oratorio de Setúbal, que conservaba la lámina de la Virgen de Guadalupe traída por un sacerdote mercedario en 1747, en una capilla de 14 por 6 metros. De la Rosa hizo trabajos de albañil, carpintero, tallista del altar de madera y pintor de una serie de medallones representando la aparición de la virgen María al indio Juan Diego en México. También fundió campanas, campanillas y objetos de culto, cuando eran muy pocos los que conocían el oficio de la fundición. Con el tiempo, la capilla quedó pequeña y fue demolida. Solo un pequeño serafín tallado y pintado por Francisco Javier de la Rosa es lo que quedó del altar. Sobre sus cimientos se edificó la actual Basílica, que se inauguró en 1910 a medio terminar. Hoy el Ermitaño vive en el recuerdo en una calle del barrio de Guadalupe. Guadalupe es un barrio que fue construyéndose en torno a la presencia de la Virgen, y que de su advocación tomó su nombre y su identidad. Es un punto de referencia para quienes viven en Santa Fe, y un lugar que todo visitante de la ciudad se siente llamado a visitar por su historia y por su valor espiritual.
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