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» Diario Cordoba
Fecha: 29/11/2024 11:07
La identidad partidista tiene una gran influencia social en cualquier democracia moderna, y puede expresarse de forma positiva (identificación con el propio partido) o negativa (rechazo al partido opuesto). Este fenómeno, conocido como polarización afectiva, refleja animosidad entre grupos políticos, y se ha intensificado en todo el mundo durante los últimos años. La polarización afectiva se mide a través de emociones hacia los grupos políticos propio y opuesto o mediante la distancia social. Puede manifestarse en comportamientos como evitar contacto directo con partidarios del grupo opuesto o rechazar indirectamente ideas u objetos asociados a ellos, lo que lleva a distanciamiento político directo e indirecto. El distanciamiento indirecto ocurre cuando objetos que son en principio neutrales se ven afectados negativamente por su vínculo con el grupo opuesto, un fenómeno que también influye en decisiones de consumo, como el boicot. Esto se ha observado en productos, servicios y otras cuestiones no necesariamente políticas. Para comprender mejor este comportamiento, un grupo de investigadores del Departamento de Ciencias de la Conducta y el Aprendizaje, de la Universidad Linköping, en Suecia, ha estudiado cómo nuestras convicciones políticas pueden influir en las preferencias sobre cuestiones nada políticas. Es lo que se conoce como polarización afectiva: las evaluaciones de las personas sobre productos neutrales y apolíticos cambian al asociarse indirectamente con partidos o individuos partidistas. Por ejemplo, el helado de cereza con vainilla, después de revelarse que es el sabor favorito de Donald Trump, les supo peor a los demócratas, pero mejor a los republicanos. La investigación revela que las personas no solo se distancian de los partidarios del grupo político opuesto, sino también de productos de consumo o interacciones sociales completamente neutrales y apolíticas que han sido «contaminados» simplemente por ser preferidos por el grupo político opuesto. Utilizando grandes muestras representativas de la sociedad sueca, investigaron cómo los juicios estéticos sobre prendas de vestir, las valoraciones hechas sobre la calidad de unas chocolatinas, y las contribuciones a organizaciones benéficas se vieron afectadas por una asociación aleatoria entre estos productos y el líder o los seguidores del partido político propio u opuesto. Los productos asociados con el partido opuesto resultaron menos atractivos en todos los estudios. En definitiva, que se trata menos de asociarte con lo que le gusta a tu propio grupo y más de evitar lo que le gusta al grupo opuesto. También se encontró que cuando la valoración se hizo en presencia de observadores del propio grupo aumentó el distanciamiento de los productos asociados con el partido opuesto, lo que indica que las preocupaciones por la coherencia en la manifestación pública de la posición política refuerzan el distanciamiento político. Estos resultados sugieren que la polarización política afectiva influye en nuestras vidas de una manera más sutil y profunda de lo que se sabía. Y si hacemos un ejercicio de imaginación, veremos que esta influencia está por todas partes: el coche que compramos, el lugar de vacaciones que elegimos, el programa de televisión que vemos, el periódico que leemos, y un largo etcétera de preferencias que no siempre están marcadas por el sentido común o los gustos reales, sino por estas influencias irracionales marcadas por la antipatía política. La ideología política de partido puede contaminar toda nuestra vida. Y acabar deshaciendo las relaciones sociales normales en la vida cotidiana. Por cierto, lo mismo se podría decir con otros elementos determinantes de la polarización social: la religión y el fútbol.
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