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» Diario Cordoba
Fecha: 28/11/2024 14:44
Hace algunos días encontré un anuncio de televisión española de 1980 que recordaba, con regocijo y triunfalismo, que dicho año había sido declarado «año internacional del subnormal», «enfermedad» que afectaba -añadía- a más del 1% de la población mundial. En 1981, El País publicaba un artículo bajo el titular «El Plan de Prevención de la subnormalidad empieza con tres años de retraso». He recurrido a este claro ejemplo de terminología lingüística por considerar que puede ser más susceptible de generar el rechazo y la estupefacción que persigo aflore en la juventud actual, pero podría haber usado cualquier otra circunstancia de aquellos años de la infancia y adolescencia de los que hoy son sus padres y que constituyeron su cimentación educativa. Los de mi edad fuimos instruidos en mensajes tales como que un Síndrome de Down era un niño «malito». Que ese señor amanerado era el mariquita del barrio «pero» muy simpático y trabajador. Nos dijeron que había juegos propios de niños y otros de niñas; que un perro o un gato eran animales domésticos, pero con derechos nulos contra cualquier maltrato. Nos enseñaron a ceder el asiento en el autobús a una persona mayor o a una embarazada, a no replicar a un adulto, aunque estuviésemos convencidos de tener razón. Nos negaron la defensa de nuestros criterios de pensamiento porque un crío no debe cuestionarse nada. Nos obligaron, en muchos casos, a respetar a quienes no merecían nuestro respeto. Crecimos, y en la primera década del siglo XXI aún seguimos anclados en una sociedad en la que, por ejemplo, permitía la presentación de escritos oficiales manuscritos, la petición revestía la formalidad de «Suplico» y la despedida contenía la abreviatura q.e.s.m. Nunca olvidaré la cara de todos los empleados del despacho el día que se adquirió un fax. Mi padre se pasó el día metiendo folios y repitiendo: dentro de un momento este folio puede estar en China. Me dirán Uds. que a cuento de qué esta regresión. Pues porque me gustaría que esa juventud digital a la que tanto admiro por su versatilidad adaptativa a todo avance tecnológico tuviese un poco de empatía y comprensión a los que fuimos amamantados analógicamente. Que no nos hagan sentir incómodos cuando conversamos con ellos y callemos por temor a decir cualquier incorrección o impertinencia. Que comprendan que aquellos niños que en su infancia soportaron lo que hoy se calificaría de mobbing escolar o incluso violencia infantil en las aulas y en su hogar, no merecen ser castigados también por sus descendientes por encontrar dificultades para normalizar situaciones que en su educación y en su catecismo no eran nada normales. Suscríbete para seguir leyendo
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