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» Diario Cordoba
Fecha: 28/11/2024 14:42
Hace muchos años, en un curso de verano que se alargaba durante varios días, unas compañeras se salieron a mitad de una conferencia. La verdad es que el profesor nos estaba sometiendo a una tortura cruel. Nadie soporta que le arranquen la tercera uña y nadie soporta un exceso de diapositivas de powerpoint mal maquetadas, que el ponente lee más despacio que el público. Terminó, salí al patio y las encontré expectantes, cobijándose junto a un naranjo del sol que empezaba a quemar. -¿Cómo lo haces? -El qué- dije-. -Aguantar atento todas las horas seguidas, cómo lo haces. -¡Ah! Con años de práctica. Hay familias que crían a sus hijos para ser futboleros, otras para amar la ópera o saber ir a conciertos y otras, como la mía, pertenecen al grupo selectísimo de las que educan para sentarse como una estatua en una clase o una conferencia. Adiestramiento teórico y práctico: mi hermano y yo nos hemos enfrentado a solemnes lecturas desde antes de la primaria, quietos como una estaca, los ojos como lémures mirando al frente. Creo que es de los poderes que mejor me han venido en la vida. Y pese a esta veteranía, hoy, me cuesta no mirar el móvil, del reojo primero a la desvergüenza después. Lo veo en la gente joven: ellos no resisten, cuando quieren resistir; y los conferenciantes y profesores compiten contra un dragón a mano desnuda. Sí, una oradora de calidad secuestra la atención en cuanto quiere, pero los oradores están casi extinguidos. Habladores no, de esos hay a patadas. El orador tiene en la voz lo que el escritor en el papel: estilo. Lo demás es ruido o burocracia.
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