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  • La nueva Era: menos política y más lapicera

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/11/2024 10:30

    Javier Milei, lapicera en mano, junto a su hermana Karina Perdió la rosca. Se diluye el análisis clásico. La política tradicional se corre del centro de la escena. Los “interpretes” de la realidad ya no tienen las tablas para escribir los mandamientos. Hay un nuevo escenario. La ciudadanía elegirá si es mejor que el del pasado. Hoy, ahora, votó este. En otra Era, que un presidente cuestionara a su vice hubiese generado una crisis mayúscula. Probablemente, con consecuencias institucionales. El tema se esfumó en menos de una semana. No pasó nada. Y, probablemente, tampoco pase. Hay otro tiempo. El reunionismo de antaño, alabado por los clásicos y amantes de la mesa del diálogo y de la unidad nacional, no va más. El Presidente decide, deja decidir y sólo se junta para resolver cuestiones. No toma café. Entiendo que no le gusta. Una vez alguien le comentó, azorado, que andaba mal el Correo o el PAMI,¿. Milei respondió: “¿Cuál es la novedad? Si lo maneja el Estado, es lógico que funcione mal. La noticia sería que funcione bien”. Otro tema. El candidato Milei es quien mejor interpretó a la ciudadanía. Luego de las PASO, estaba convencido de que iba a ganar. Antes también soñaba en grande. No todos pensaban lo mismo a su alrededor. Quizás ahí aniden las primeras diferencias con la actual vicepresidente. La fórmula ya estaba armada. No es nuevo el tema. Tampoco que el Presidente reniega de los vocablos tan correctos y pomposos utilizados por la política para simular trabajo y soluciones, como “diálogo”, “consenso”, “convocatoria” o “unidad”. Quienes decían que dialogaban tenían “músculo” político o conocían el país porque lo habían caminado, transformaron a la Argentina en una nación pobre. Es la derrota de un modelo. Es su derrota. El tema es que todavía no se dieron cuenta. Las viejas prácticas dejaron los peores indicadores económicos, sociales y educativos de los que se tengan memoria. O registro. Una verdadera catástrofe. Con sólo recorrer el conurbano alcanza. No hay que ir muy lejos. Buenos Aires parece otro país. No quiere el RIGI, tampoco la nueva lógica con los medicamentos, la reforma electoral, la política de seguridad que se implementó en Rosario o el recorte del Estado. Abraza la alta política, el reunionismo, el internismo permanente, y básicamente no resolver nada. Parte del conurbano es tierra de nadie, una zona desolada, impenetrable, destruida y ganada por la inseguridad. Una masacre para el pueblo trabajador. Nadie hace nada en ese vasto territorio. Pero sí muchos actos. Es decir, dicen que se hace, mientras las armas de los delincuentes le ganan a los libros y palas de los laburantes. Pero Kicillof, vaya paradoja, sabe de política. Tiene un gabinete con diálogo, con músculo, que camina, conoce el territorio y cuenta con experiencia. Habría que analizar fuertemente si hoy la experiencia en la política es un activo. Porque casi todo lo que la política (de los políticos de siempre) hizo hasta ahora fue transformar un país rico en uno pobre. Quizás, acaso, es lo que el análisis clásico no ve. Aplaude a tal dirigente por sus modos, lo cual está fenómeno, pero cuestiona a Milei porque descalifica, lo cual está mal. Pero no observa que detrás de eso, uno resuelve y el otro no. Es decir, importan más los modos que las soluciones. Tiene lógica: les gusta más la rosca que la lapicera. Más la corrección política, que transformar el statu quo. Argentina precisa ser refundado. Un laburante formal que no llega a fin de mes es la catástrofe del peronismo. Y de la política toda. Por eso, entre otras cuestiones, perdió el ministro emisor Sergio Massa. Un trabajador formal que no pueda acceder a un crédito para comprar un auto o construir una casa es la derrota de los partidos tradicionales que llevaron al país en esa dirección. Si una persona que labura, paga impuestos, no puede progresar fruto de su esfuerzo, trabajo y dedicación, es porque falló el modelo político. Sin embargo, el hijo del sindicalista se compra la camioneta más ostentosa, el sobrino del nieto del puntero barrial se pavonea con un BMW con vidrios polarizados o los hijastros de la funcionaria comunal de turno, ponen paredones en su mansión. Ese modeló gobernó para las minorías ruidosas, y nada hizo por las mayorías silenciosas, como los niños sin lobby, que hoy son los más castigados por ese sistema. Seis de cada diez son pobres. Esas mayorías silenciosas eligieron el cambio. Ese cambio también llegó para la comunicación. Hoy se horizontalizó la crítica. Al periodista más encumbrado le responde el tuitero menos conocido. Y el bolonqui se arma en un santiamén. La discusión ya no es entre las altas esferas del poder sino en una impensada cancha común, entre el más visto, versus el menos escuchado y seguido. Tan sorprendente como real. Milei hoy (mañana puede cambiar, obvio) no tiene rivales a la vista, salvo errores no forzados o el rumbo de la economía. La oposición no sabe por dónde entrarle. La CGT pasó de tirarlo al Riachuelo a pedirle por favor que no avance con un proyecto de ley sobre la cuota sindical. Se rindió a sus pies. Hasta Pablo Moyano se dio cuenta. La única entidad importante que sigue decididamente enfrentada al Gobierno es la AFA. Alguno, quizás, le comente a Chiqui Tapia si ese es buen negocio. Tema que deberá resolver la dirigencia del fútbol. La UIA, por ejemplo, pasó de hacer una campaña ferviente por Sergio Massa a implorarle al actual presidente y a su ministro de Economía que asistan a su acto. No fue nadie. Es otro síntoma de los tiempos. Ya no son (tan) importantes los dirigentes empresariales. Ellos también perdieron el año pasado. El tema es, otra vez, que tampoco se dieron cuenta. El año que viene son las elecciones de medio término. Se cuenta que el Presidente le dijo a viva voz a un funcionario muy importante el porcentaje que pretendía en las urnas. “¡Epa, Presi”, parece que respondió. Más allá de los ruidos cotidianos, es improbable que el Gobierno no sume al PRO a sus listas. El tema es que el Presidente tiene aversión por el reunionismo para decidir estas cosas, pero le gusta tanto la lapicera como las enseñanzas de Milton Friedman. Es la nueva Era que se decidió en las urnas. Quizás haya que comenzar a entenderla, para analizarla con otra lupa, en lugar de tirarles piedras a la luna.

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