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» Diario Cordoba
Fecha: 27/11/2024 08:09
Hace unos días asistí en Sevilla al Festival de Cine Europeo a la proyección del largometraje Los restos del pasar, de los jóvenes cineastas Luis (Soto) Muñoz y Alfredo Picazo, con los cuales comparto lugar de origen: Baena. Desde aquí aprovecho para mandarle mi más sincera felicitación por su trabajo, premiado merecidamente en la cita cinematográfica sevillana y en el resto de los lugares por los que pasa. Su obra, por su brillantez y por su inevitable identificación para mi persona, no me puede pasar por desapercibida. Lo efímero de la Semana Santa, eje de Los restos del pasar, me hace reflexionar acerca de nuestro paso y de si es posible estar cuando no se está. En presente y en futuro. Otros artículos de Juan Gálvez Galisteo Los que vivimos lejos de nuestro lugar de origen, cuando volvemos a él, pasamos a formar parte de una obra teatral atemporal, donde decorado y personajes se repiten continuamente. Pero el tiempo pasa, el atrezo se transforma y las personas no siempre quedan. Créanme que muchas veces duele estar lejos. En la distancia, se leen noticias para ver qué está pasando por allí, se siente la lejanía del calor de la familia, frustra no acudir los jueves con los amigos de siempre al bar de la esquina, no se olvida que su gente los viernes baja a San Francisco y se cuentan los días que quedan para volver a pasar por casa. Días predestinados como la Navidad, verano, feria o Semana Santa. Ahí uno encuentra a los personajes principales que le dan sentido, familia y amigos; y actores secundarios que ves solo los jueves santo, otorgan sensación de plenitud y fomentan la idea de que la obra estaría inacabada sin su presencia, por el paso del tiempo u otro. Desde lejos se acude buscando exclusivamente un recuerdo junto a otras personas y poder volver a reencontrase con ellas, estén o no, por las calles del pueblo, esas por las que pasó de niño de esas manos que, incluso sin estar, se encuentran allí cada primavera. Se pasa por allí, se asiste a los viejos rituales propios de la semana de pasión y se brinda con los amigos de la infancia, por los días que no se pasó por el bar, pero estaba allí. Se confirma a través del boca a boca de los vecinos las noticias leídas en el periódico. Se baja a ver si la iglesia de San Francisco está abierta. La pervivencia de lo no humano y de lo humano tienen algo en común, pueden lograr su perpetuación en el tiempo si alcanzan altas cotas de extraordinario. Así, hoy mantenemos vivos lo mejor de la literatura, artesanía, música, pintura y cine pretéritos al igual que a sus autores pese a que pasen siglos. Mas también recordamos a quienes nos acompañan en el camino y sus historias se hacen nuestras, es lo extraordinario de la vida cercana. Así lo muestra Los restos del pasar. Pasa la vida. Recordamos a los cercanos y a los prodigiosos, por su razón de extraordinarios. Incluso, inconscientemente mantenemos en nuestra memoria a aquellas personas que pasaban por allí por hacerlo todo tan monótono y tan único. Desconozco qué pasará tras la despedida de estos lares para pasar a otros, puede ser que la vela no se apague y otros se encarguen de predicar el lenguaje oculto detrás de nuestras vivencias. Me atrevería a decir que no hay mayor legado que ser inolvidable. De esta manera podría ser que un día mis nietos hablen de los pestiños de mi abuela o mi hijo de la túnica de mi padre, pasando así de generación en generación y siguiendo su lucha por la supervivencia en el tiempo. Como me enseñó un viejo amigo, que se nos mantenga en el recuerdo es la única manera de pasar a la inmortalidad .
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