27/11/2024 05:34
27/11/2024 05:34
27/11/2024 05:34
27/11/2024 05:34
27/11/2024 05:34
27/11/2024 05:34
27/11/2024 05:34
27/11/2024 05:33
27/11/2024 05:33
27/11/2024 05:33
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/11/2024 03:16
La amígdala, más allá de su rol en la detección de amenazas, conecta emociones y pensamiento social, según un estudio reciente (Imagen Ilustrativa Infobae) Cuando alguien nos sonríe o muestra una expresión de preocupación, nuestro cerebro se pone en marcha para interpretar esas señales. Sorprendentemente, una parte clave de este proceso radica en una región ancestral conocida como la amígdala, una estructura cerebral vinculada tradicionalmente al miedo y la supervivencia. Sin embargo, este “cerebro reptiliano” también desempeña un rol fundamental en cómo entendemos las emociones de los demás y forjamos relaciones sociales. En un estudio publicado en Science Advances, científicos de la Universidad Northwestern revelaron cómo las partes más evolucionadas del cerebro humano, responsables del pensamiento social, interactúan constantemente con la amígdala. Este hallazgo plantea nuevas preguntas sobre la evolución de las habilidades humanas para interpretar las emociones de otras personas y podría transformar el tratamiento de trastornos como la ansiedad y la depresión. Rodrigo Braga, autor principal y profesor adjunto de neurología en la Facultad de Medicina Feinberg de Northwestern, explicó que esta interacción constante redefine la idea de cómo la amígdala, conocida por su rol en detectar amenazas, se vincula con las redes cognitivas más avanzadas. “La comunicación entre estas regiones ocurre de manera continua”, afirmó en un comunicado de prensa emitido por la casa de altos estudios. El papel de la amígdala: más allá del “cerebro reptiliano” La interacción entre la amígdala y las redes cognitivas avanzadas permite procesar emociones sociales, redefiniendo el tratamiento de trastornos emocionales. (Imagen Ilustrativa Infobae) Cuando pensamos en el “cerebro reptiliano”, la imagen que evoca es la de una región antigua y primitiva del cerebro, diseñada para asegurar nuestra supervivencia. Esta idea se popularizó con la teoría del cerebro triuno, propuesta en los años sesenta por Paul MacLean, quien clasificó el cerebro en tres niveles: el reptiliano, vinculado a las funciones básicas de supervivencia; el sistema límbico, asociado a las emociones; y la corteza cerebral, responsable de la cognición avanzada. Sin embargo, investigaciones recientes revelaron que esta clasificación es demasiado simplista y que estructuras como la amígdala cumplen funciones mucho más complejas. La amígdala, ubicada en lo profundo del cerebro, ha sido históricamente vista como un sistema de alarma encargado de detectar amenazas. Según Braga, esta región “es responsable de conductas sociales como la crianza, el apareamiento, la agresión y la navegación en las jerarquías de dominio social”. Este rol multifacético quedó evidenciado en el nuevo estudio, que demostró que esta área está en constante comunicación con las partes más avanzadas del cerebro humano, conocidas como la red cognitiva social. El estudio se centró en una parte específica de la amígdala, el núcleo medial, que está directamente conectado con regiones que procesan el pensamiento social. Según el artículo, esta conexión permite que la amígdala brinde acceso continuo a información emocional clave que ayuda a moldear nuestras interacciones sociales y nuestra percepción del entorno. “La comunicación entre estas regiones del cerebro ocurre de manera constante y da forma a cómo procesamos emociones complejas y sociales”, explicaron en el comunicado. A pesar de la popularidad del concepto de cerebro reptiliano, investigaciones como las publicadas en Frontiers in Psychiatry en 2022 han cuestionado la precisión de la teoría triuna. Según Patrick Steffen y su equipo, el cerebro humano no puede segmentarse en capas independientes que funcionen de forma aislada. En cambio, la evidencia actual sugiere que las redes cerebrales trabajan de manera interdependiente, integrando emoción y cognición para adaptarse a las demandas internas y externas. Las funciones de la amígdala van más allá del miedo, abarcando crianza, apareamiento y jerarquías sociales, según revelan nuevas investigaciones (Imagen Ilustrativa Infobae) Este modelo, conocido como el cerebro adaptativo, resalta la importancia de la interacción entre regiones como la amígdala y la corteza cerebral, alineándose con los hallazgos de Braga y sus colegas. Además, el nuevo estudio también aborda cómo la amígdala facilita la cooperación social y la empatía. Según Braga, “las funciones de la amígdala van más allá del miedo; también abarcan la crianza, el apareamiento, la agresión y la navegación en jerarquías sociales”. Este hallazgo coincide con investigaciones previas que señalan que la amígdala no es un centro puramente emocional, sino una estructura que conecta las emociones con las funciones cognitivas avanzadas. Por ejemplo, un artículo publicado en Current Biology en 2015 por Robert K. Naumann y su equipo analizó cómo la amígdala y otras áreas cerebrales evolucionaron para integrar comportamientos sociales en mamíferos y reptiles, resaltando su papel en la adaptación evolutiva. Estos avances también tienen implicaciones clínicas significativas. Trastornos como la ansiedad y la depresión están relacionados con una hiperactividad de la amígdala, lo que puede generar respuestas emocionales excesivas y una regulación deficiente. La posibilidad de intervenir en esta región a través de terapias menos invasivas, como la estimulación magnética transcraneal (EMT), abre una nueva vía para el tratamiento de estas condiciones. Según Braga, “saber que la amígdala está conectada con regiones más accesibles nos permite desarrollar tratamientos más eficaces y menos invasivos”. Las conexiones entre la amígdala y las redes cognitivas avanzadas subrayan su importancia en el tratamiento de trastornos psiquiátricos. (Imagen Ilustrativa Infobae) Un puente hacia tratamientos menos invasivos: las aplicaciones clínicas del estudio El vínculo constante entre la amígdala y las regiones avanzadas del cerebro humano, que es una comunicación interdependiente, puede ser clave para entender condiciones como la ansiedad y la depresión, ya que esta área es crucial para detectar amenazas y activar respuestas rápidas, pero también regula comportamientos complejos, como la interacción social y la crianza. Esta dualidad explica por qué su disfunción puede generar trastornos emocionales. Actualmente, las personas con ansiedad o depresión pueden someterse a tratamientos como la estimulación cerebral profunda (DBS), un procedimiento invasivo que requiere la inserción de electrodos en regiones profundas del cerebro. Aunque esta técnica ha demostrado ser efectiva, implica riesgos quirúrgicos significativos, mientras que una alternativa prometedora es la estimulación magnética transcraneal (EMT), una técnica no invasiva que ya se usa para tratar depresión resistente y que podría aprovechar la conectividad cerebral descubierta en esta investigación. El avance en tecnología de imágenes permite a los científicos explorar las conexiones cerebrales con mayor precisión, como las de la amígdala. (Imagen Ilustrativa Infobae) Como explicó Donnisa Edmonds, coautora del trabajo, “al saber que la amígdala está conectada a otras regiones del cerebro (posiblemente algunas que están más cerca del cráneo, que es una región más fácil de tratar), eso significa que las personas que hacen EMT podrían tratar la amígdala en lugar de tratar estas otras regiones”, de este modo, pueden regular indirectamente su actividad. Este enfoque reduce riesgos y aumenta las opciones terapéuticas para personas con trastornos como el trastorno de estrés postraumático (TEPT), que se caracteriza por reacciones intensas a estímulos relacionados con traumas previos y se asocia con una hiperactividad de la amígdala. Según el estudio, la modulación de las redes cognitivas sociales podría ayudar a minimizar estas respuestas, ofreciendo un enfoque más accesible y menos invasivo para pacientes que no responden a las terapias tradicionales. Braga y su equipo plantean que estas intervenciones podrían mejorar no solo la regulación emocional, sino también la capacidad de los pacientes para interpretar señales sociales, frecuentemente afectada en este tipo de trastornos. Los avances tecnológicos, como los escáneres cerebrales de alta resolución utilizados en el estudio “permitieron a los científicos ver detalles de la red cognitiva social que nunca se habían detectado en escáneres cerebrales de menor resolución”. Algo que Edmonds describió como “un paso crucial hacia el desarrollo de terapias basadas en evidencia que integren estos hallazgos en la práctica clínica”. Un avance que, en palabras de Braga, permite “un acceso a regiones del cerebro más cercanas al cráneo para tratamientos más efectivos”.
Ver noticia original