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» Diario Cordoba
Fecha: 25/11/2024 19:51
Este mes de noviembre Antonio Caballero (Villanueva del Duque, 1950) ha cumplido un cuarto de siglo como sacerdote de la iglesia de Las Margaritas. Por ello, el pasado domingo, centenares de vecinos fueron a la parroquia para mostrarle su cariño y rendirle un pequeño homenaje. A los pies de la entrada al templo, Caballero espera tranquilo, con las manos atrás y una media sonrisa. Se arranca con un chiste malo mientras se le fotografía y enseña orgulloso la parroquia. Después, camina lento hacia el bar mientras saluda a varios vecinos. Aquí, todo el mundo le conoce y le tiene aprecio. No se le escapa nada y, tras hablar con el camarero dirige su mirada a la grabadora, «¿llevas un rato grabando, eh?». -Observando más bien. El otro día le hicieron un bonito homenaje, ¿cómo lo recibió? -¡Hombre! Había más de 200 personas, imagínate. Vinieron vecinos que conozco, no solo de ir a misa, también de aquí del barrio o de verlos en Cáritas. Sé sus nombres y apellidos, 25 años dan para mucho. También vinieron varios compañeros de la diócesis, aunque he de confesarte que estaba algo nervioso, era una aglomeración de gente muy grande. Después, hicimos un arroz. Fue un buen día. -Me lo puedo imaginar... -Además, llegó mucha gente de fuera. A esta parroquia suelen venir personas de otros barrios, tanto a misa como a colaborar. Muchos se jubilan y buscan una manera de ayudar, y la encuentran en Las Margaritas. Eso es muy gratificante, la verdad. Las Margaritas tiene valores muy católicos. Todo el mundo comparte lo que tiene, aunque sea poco -Quién le iba a decir en 1999 que 25 años después seguiría aquí. -¡Desde luego! Pero estas cosas nunca se saben. -Vayamos al inicio de todo, ¿cómo decidió meterse a cura? -Fue cuando tenía 12 años. En mi pueblo (Villanueva del Duque), jugaba al fútbol con chicos que iban al seminario. Eso, sumado a que mi familia era católica, hizo el resto, aunque he de decir que mis padres no lo terminaron de ver hasta que me hice más mayor. Estudié Teología en Sevilla, pasé algunos veranos en Frankfurt (Alemania) trabajando en una fábrica de salchichas e incluso estuve un año haciendo Periodismo, que antes era Ciencias de la Información. -Ha dado muchas vueltas hasta ordenarse entonces. -Sí, lo hice con 25 años y porque ya no buscaba tanto experimentar, sino estabilidad. Primero estuve tres años en Bujalance, donde me ordené; luego pasé cuatro en Aguilar de la Frontera y terminé regresando a Bujalance para quedarme allí ocho años. Antonio Caballero, en la iglesia de Las Margaritas. / Víctor Castro -Y le llaman para ir a la iglesia de Las Margaritas, ¿cómo fueron los inicios? -Siempre he estado donde la diócesis me ha dicho. En Las Margaritas se había muerto el último párroco y me mandaron a cubrir ese hueco. Los inicios fueron complicados, el sacerdote dormía en la iglesia y muchas veces entraban niños de 14 o 15 años a hacer trastadas. -Le costó tomarle el pulso al barrio por lo que veo. -Hombre, es que decir eso es mucho decir. Sin embargo, siempre me he sentido bien y acogido, me he implicado mucho desde el primer momento, con la iglesia, con la obra social y con el barrio en general. -¿Tenía prejuicios antes de llegar? -No. Me habían dicho que era un barrio con sus particularidades, pero no me había influido. Además, en la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, a unos metros de esta, el cura era Moisés Delgado y tenía buena relación él. Eso me ayudó. -¿Cuál es el papel social de usted y de la Iglesia en el barrio? -Nuestra labor consiste en ayudar lo máximo posible. La sección de Cáritas en Las Margaritas cuenta con un equipo de quince personas y decenas de voluntarios. Ya le he dicho que mucha gente de otras zonas viene a echar una mano. Hablas con los vecinos y eres consciente de sus necesidades, pero ellos también deben saber que no somos el Banco de España, nuestros recursos son limitados. Un vecino pasea por Las Margaritas. / CÓRDOBA -¿Le viene mucha gente pidiendo ayuda? -Sí. Muchas familias me dicen, «a ver si usted me encuentra un trabajo». Otras piden comida... Cada caso lo gestionan dos personas de Cáritas. Cuando podemos, damos frigoríficos o lavadoras para las familias, pero insisto, nuestros recursos también son limitados. Eso sí, más de una vez me he encontrado con vecinos que se ponían frente a la iglesia exigiendo que no haya misa hasta que no se les diera de comer. -¿Es Las Margaritas un barrio muy católico? -(Reflexiona) Ciertamente, no. Sin embargo, aquí los vecinos tienen una idiosincrasia parecida a los de los pueblos, si una persona se muere viene todo el barrio a la misa. Luego, el domingo vienen unas 150 personas. -¿Ha bajado mucho la afluencia en estos 25 años? -Sí, antes venía el doble, pero es más o menos la tendencia de toda España. Sin embargo, es un barrio muy cristiano en otros sentidos. -¿En cuáles? -Todo el mundo ayuda a todo el mundo, eso no se negocia. Luego también la gente es muy sencilla y cercana y, dentro de lo poco que tienen, lo comparten al máximo. Por ejemplo, con frecuencia hacen arroces entre vecinos de escalera. -¿Qué es lo mejor y lo peor de ser párroco? -Lo mejor es, sin duda, la relación con las personas. En 25 años se estrechan lazos, y eso es muy bonito. Lo peor para mí son esos pequeños malos ratos, cuando alguien viene echando por tierra tu trabajo y el de tus compañeros. Yo ya sé torear estas situaciones, pero también tengo claro que el día que no pueda más me iré. Decir que le he tomado el pulso al barrio es mucho decir, pero siempre me he sentido querido -Eso le iba a decir, con 74 años está usted muy bien, ¿no se plantea dejar la parroquia? -Para mi salud mental sé que tengo la posibilidad de que, cuando me vea que no pueda más, por unos motivos u otros, puedo ir al obispo y decirle que este es mi último año. -Sin embargo... -Sin embargo, aún me queda pila para rato y así seguiré mientras dure. No me apetece meterme en mi casa y ¿qué hago? ¿Hacer viajes del Imserso? No me importaría un par de semanas, pero no me veo así todo un año. -¿Qué le han enseñado estos 25 años? -(Reflexiona). Todo el mundo es bueno mientras no se demuestre lo contrario. Los prejuicios son muy peligrosos. -No está mal... -¡Tengo otra mejor! Yo pensaba que la pobreza no se heredaba hasta que viene aquí. En este tiempo he ayudado hasta a tres generaciones de familias. En Cáritas te pide ayuda el abuelo, el hijo y el nieto. Es muy complicado salir de ese círculo. La gente del barrio está muy estigmatizada. -¿Cómo lo solucionaría? -Habría que hacer un plan integral de formación. Pero de verdad, que responda a las necesidades reales de los vecinos y que, sobre todo los jóvenes, tengan su primera oportunidad laboral. Suscríbete para seguir leyendo
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