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  • El paseo o la vida

    » Diario Cordoba

    Fecha: 25/11/2024 18:44

    No sé si ahora se pasea menos que antes. Tampoco podría asegurar que constituya un medio para sortear la locura. Aun así, no me extrañaría que fueran ciertas las dos premisas. Ante el embotamiento mental producido por la prisa y la multitarea, no hay nada como echarse a andar. Además, resulta muy incómodo (y antiestético, que es más importante) usar el móvil mientras se camina, así que, dando un paso tras otro, la descongestión cerebral está garantizada. Elegir un destino es lo de menos; de hecho, puesto que la toma de decisiones es lo que cimienta nuestras vidas, es mejor no abusar. Con esta idea clara, sin rumbo pero con determinación, empecé a andar el otro día. Me encontré con muchos locales reconvertidos en viviendas, y recordé las inundaciones recientes. La mañana soleada me libró de pensamientos más oscuros. No sé cuánto anduve, pero terminé viendo un caimán y la costilla de una ballena. La costilla se mantenía, en apariencia, robusta; el caimán, en cambio, se veía de milagro. Pensé que quizá había paseado demasiado, temí por mi cordura, así que me senté en la terraza de enfrente, en la taberna La Abuela. El sedentarismo tampoco hay que demonizarlo. Otros artículos de Álvaro Gálvez Medina Calma aparente Contradicciones y contrastes Calma aparente Planes En la mesa de al lado, unos adolescentes jugaban a discutir, coqueteaban. Ella, con coleta alta y larga, fumaba ostentosamente, hacia afuera; él, con unas letras chinas tatuadas en el cuero cabelludo, le daba caladas prietas y furtivas a un canuto. Eran felices; es decir, no eran conscientes de serlo. Dudo que hablasen de política. La mañana todavía era tranquila. Señoras cargadas con bolsas de la compra esquivaban a jóvenes que miraban el móvil; en la plaza se cruzaban los yorkshires con los dogos argentinos. Una joven que llevaba un pan debajo del brazo pasó frente a la terraza y se giró para mirar al camarero; los dos sonrieron, pero no dijeron nada. De súbito, un estruendo: un señor se equivocó de botón de su silla eléctrica de ruedas y se llevó por delante la mesa en la que había apoyado su cocacola de lata. «Es que tiene mucho reprís», dijo, y todos se rieron. En el bar de enfrente, en el que solo había hombres, pronto empezaron a tener más éxito las mesas altas que las bajas. Pedí la cuenta al oír el murmullo del instituto de al lado, y casi me atropella un patinete al cruzar la calle. Estuve a punto de protestar, pero pronto recordé que se trataba de un vehículo sagrado, tan versátil que permite, sin necesidad de licencia ni cuidado, circular indistintamente por carreteras o aceras. Imagino que los beneficios de pasear se duplican sobre dos ruedecitas. Suscríbete para seguir leyendo

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